Por Valeria Sabbag.
¿Bailás español? ¿Tocás castañuelas? Son las primeras preguntas que surgen si alguien menciona que está aprendiendo a bailar flamenco. Ciertamente, y aunque hermanos de la misma madre, el flamenco es otra cosa. «No tan dulzón», podría decir un alma inexperta. Otra, más entrenada, dirá «un poco más seco». ¿Más seco por más rudo? Más seco porque sus movimientos resultan más marcados, con más pellizcos. ¿Chino básico para usted que está haciendo fuerza por recordar cómo se llamaba el otro que tocaba la guitarra como Paco de Lucía? Seré más amable. Para hacerse amigo del flamenco, lo mejor quizás sea empezar siendo amante de su música. Nadie le pide que desayune tortilla a la española mientras escucha a Camarón de la Isla, pero sí que se deje atrapar por la acústica de la guitarra, la mística de esas voces quebradas, sus letras pasionales capaces de contar hermosas historias, su fondo de palmas brillantes, su infaltable sonido de cajón (toque, es la palabra correcta). Después vea si el cuerpo le pide reír inexplicablemente, llorar o hacer fuego con esa música. Si es un sí, bienvenido y necesitará de un par de cosas: un espíritu que ame los desafíos y un par de zapatos adecuados (y los dos ingredientes son importantes). Por favor, no llegue con zapatillas a la clase, en ese caso, diríjase a la clase de rap o baile callejero, que también y seguramente, lo recibirán con los brazos abiertos. Pero si va a probar, hágalo a lo flamenco: con corazón y con todo. Aguarde. La peineta, el mantón, el chaleco, la bata de cola, déjelo para después, cuando la curiosidad lo siga empujando. Ahora bien, si no se visualiza como un Gades estilizado o como una salvaje «Talegona», porque apenas puede coordinar dos pasos en una fiesta de casamiento, nadie lo obliga a bailar. Puede arrimarse a la guitarra (no piense en una guitarra criolla), al cante (el canto) o al toque (el cajón de percusión que le mencioné). En cualquiera de todos los casos y cuando estrene el cuerpo en bulerías, tientos, alegrías, fandangos o en todos los «palos» que tiene esta danza, necesitará lo que en flamenco llamamos «buen compás». Quiere decir que, como en una película, los gestos van con el subtítulo. Su cuerpo expresa la música. La música y el cuerpo son una sola unidad (mágica, por cierto, y no le miento). Aunque usted, naturalmente novato, crea que el flamenco es solo un grupo de gente desquiciada, despeinada, transpirada, gritando «olé» y zapateando el piso hasta astillarlo, no se confunda. El flamenco es para exigentes. El flamenco requiere mucho arte y demanda mucha precisión. ¿Tan rápido se asustó? ¿Y ese espíritu flamenco dónde quedó?
¿Quiere mirar un poco más antes de lanzarse al ruedo? Concurra a tablaos. Por citar algunos nombres: El Perro Andaluz, Ávila, Cantares, Tiempo de Gitanos.
¿Quiere tomar su primera clase de baile? Averigüe en La Huella Arte en Movimiento, en Cantares o La Dumont Salas. Aquí dan clases muchas figuras del flamenco actual. Tenga en cuenta algo no menos importante. Muchos bailaores tienen sus propios estudios y de cada uno aprenderá algo. Rocío Aristimuño (fotos), Laura Manzella, Lorena Di Prinzio, Claudio Arias, Diego Ferreira, Andrea Defelice y tantos otros talentosos e inagotables, conforman los nombres más buscados de la enseñanza en Argentina. En vivo y desde España, muchas otras figuras dan cursos relámpagos y shows inolvidables. Pero no se apure. Incorporar un baile exquisito requiere tiempo y disciplina, como todo arte. Una sola cosa le prometo: ningún obstáculo será impedimento si cuenta con lo suficiente. Me refiero a algo de hervor, de majestuosidad, de rabia, de contundencia y de «duende» (busque lo que dijo Federico García Lorca sobre «duende», verá que no exagero). Si nada de esto corre por sus venas, aunque sea una mínima pizca, no es que usted no necesite bailar flamenco, el flamenco no lo necesita a usted. Créame o aventúrese.