Por Roberto Liñares.
Francisco Esteban Acuña de Figueroa: Un patriota, un místico polifacético y un poeta del carajo.
Nació en la Banda Oriental, hijo de un funcionario de la Colonia, pro español y diplomático del Rey de España, lo que no le impidió ser el autor del himno nacional del Uruguay, y de paso del himno paraguayo. Retornó a Montevideo cuando Artigas no estaba, y sí estaban los portugueses. Terminó sus días de funcionario e intelectual impenitente en la ya República Oriental del Uruguay, siendo integrante de Comisión de Censura de las Obras Teatrales, donde alcanzó el status de intelectual reconocido en el naciente estado rioplatense. Sin duda era culto.
Poeta, ¡Ah! y ¡Oh! (es necesario poner esta clase de interjecciones cuando de vates del Río de la Plata se trata) incursionó en distintos registros con una originalidad digna de ser rescatada del olvido.
Escribió, y todo lo escribió en 12 tomos, desde poemas satíricos, poemas donde los versos están enmarcados con dibujos de botellas y otros artefactos, acrósticos, etc.
Sin duda, podemos entresacar del fárrago de su producción, además de los citados himnos, dos obras muy singulares:
Una de ellas es la “Salve Multiforme”. Es una creación de carácter religioso en honor a la Virgen María, sobre la base de la oración católica “Salve”. Don Francisco divide dicha oración en 44 fragmentos, colocados en 44 columnas numeradas, Dichos fragmentos tienen, cada uno, 26 paráfrasis del mismo, o palabras afines, sin alterar el sentido de la oración original ni la sintaxis gramatical, sin repetir (“y sin soplar”) ningún fragmento. Puestas así las cosas siempre se forma una nueva versión de “La Salve”, con pertinencia y coherencia de sentido. Y la palabra amén, es decir así sea, para finalizar. Si se los intercambia, el arte de la combinatoria llega a la excelsitud, ya que se logran millones y millones de versiones, con lo cual la eternidad, más allá de la opinión de los teólogos, es necesaria para terminar de recitarlas. Sin duda, un poema tornado multiforme.
La otra obra sin duda llamativa por su extensión y envergadura, es el poema titulado «Nomenclatura y Apología del Carajo» de 1902, aparecida en su querida y a veces lejana Montevideo, en 1922, en forma de opúsculo de un tamaño de 16 por 13 centímetros, originariamente para uso y circulación privados.
La misma, como bien lo anuncia el nombre, se desliza por la descripción de las distintas denominaciones del pene, parte principal del aparato genital externo del varón humano. El tono es laudatorio y ágil, combina la gracia y la dureza de terminología, tanto en el uso oficial del idioma como las modalidades de la jerga.
Aporto sólo algunos fragmentos para que sean objeto de observación. En el comienzo, después de ponderar las posibilidades de la lengua culta y su diccionario, se larga en catarata con decenas de sinónimos:
“…Sus nombres en el uso más frecuente / Son el nabo, el zurriago, y el pepino.”
“El cimborio, la tripa, y el virote / (flores son de la Lengua Castellana) / el visnago, la pica y la macana / son como la mazorca y el cipote.”
«El Príapo (semidiós fálico grecolatino que cuidaba los huertos y castigaba sexualmente a quienes los invadían), la porra, y el chorizo / El rábano, la pija, y el badajo; / Picha y ciruela en Español castizo / Son sinónimos todos del Carajo.
El vergajo; la guasca, y mango / el tarugo, el lenguado, y la banana / el pito, y el vitoque… es cosa llana / que equivalen al chocho, y al zanguango.
La butifarra, el tronco, y la batata / O el lagarto, le llama cualquier topo / el aquello, o la cosa, la Beata / y el Fraile, la correa, y el hisopo.»
“…La berenjena, la pistola, el dómine, / bien lo sabe cualquiera chuchumeco / todos vienen a ser Carajo «in nomine» / lo mismo que el gazapo, y el muñeco.”
“En el estilo vulgar, llámanle el rabo / y algunos el peludo… ¡Impropio nombre! / pues por más pendejudo que sea un hombre / no tiene tales pelos en el nabo!”
“Tiene otros cien apodos que no cuento / que aplica cada cual, según su antojo / como el corvo, la pieza, el instrumento. / el mondongo, el apéndice, el hinojo.”
“El negocio, la polla, y la poronga / van como suplemento… y pica punto / que no falta purista que suponga / que esto el miembro, y cojones todo junto.”
“He aquí en todas sus fases, y conforme / a la ley, por el uso sancionada / con setenta y tres nombres señalada / aquella quisicosa-multiforme.”
Se permite un alto para contraponer a su “carajo”, o sea pene, la vagina, en estos términos: “…La cajeta de nombres menos rica / no puede competirle y alza moño / aunque ostenta sus títulos, de Chica / o de raja, argolla, concha y coño.”
“Lejos de competirle, queda abajo / En buena hora, le añadan papo, y chocho, / Nombres de morondanga… Ellos son ocho / Y entre todos no valen un ¡Carajo!.”
Aprovecha a consignar otros usos del pene, como el catártico: “…Yo, en cualquiera emoción, desahogo el pecho / Cuando un fuerte ¡Carajo! desembucho… / Interjección potente del despecho / Que si es echada a tiempo, vale mucho.”; o asimismo la dimensión metafórica del término: “…Palabra comodín, que entra al destajo / en todo, pues se dice sin reproche, / fría como un Carajo está la noche / O caliente está el sol, como un Carajo.»
Pero no evita dejar su opinión moral al respecto: “…No me vengan hipócritas devotos, / tratando de indecentes mis razones, / ellos dicen, testículos y escrotos, / y se asustan de huevos y cojones.” O esto otro: “…Masturbación… ¡satánico delito! / Clama el predicador; pero un galopo / sigue en la tanda de sobarse el pito / ¿Porqué? Porque no entiende aquel piropo.”. Eso sí, todo bajo la óptica de la veracidad y la precisión: “…En asunto de nabo, o de cajeta / pan, pan, y vino, vino, es lo acertado / dígase claramente que es pecado / el hacerse la paja o la puñeta.”
Y acabando su obra, nos espeta: “…En fin, aquí termina mi trabajo / Si algún censor severo lo condena / Que me eche un buen Carajo… en hora buena / ¡Que más quisiera yo, que un buen Carajo!.”
De las obras de Acuña de Figueroa dijo el crítico Alberto Zum Felde: “son tan frías, hinchadas y ramplonas, y tan recargadas de cachivachería mitológica que carecía en absoluto, su imaginación, de ardor y vuelo heroicos».
Contrariando en parte la presunta frialdad y falta de ardor, Don Miguel de Unamuno, refiriéndose a la “Nomenclatura y apología del Carajo” opinaba que: “…la curiosidad del poema justifica la presente publicación.”
El editor de “Nomenclatura…” observa en el prefacio que: «…digno por su singular rareza que exalta la extraordinaria facilidad para versificar del fecundo vate, demuestra lo rico que es el idioma castellano».
Exaltación, exageración, abigarramiento de recursos, misticismo incontenible, sobrecarga de vulgaridad, procacidad y grosería sexual. Todo es aplicable a este poeta. Necesitaríamos un gran plano para llegar a conocer la altura hasta donde llega Francisco Acuña de Figueroa.
Con una agitada vida pública y privada, su calidad de autor de himnos a dos países y a ser funcionario de una monarquía y de una república, cabría preguntarse ¿Cuál es su patria terrenal y profana, o su patria espiritual y celestial?
Quizás su verdadera patria sea ésta, la que tengo en la mano, la lapicera.
O el lápiz. La escritura, por sobre todas las cosas del mundo.
Valgan estas líneas en su memoria.

Roberto Liñares
Escritor
Poeta nacido el 15/01/55 en Buenos Aires. Sus obras han sido publicadas en distintas revistas, y formado parte de numerosas antologías. Ha recibido varios premios (Biblioteca Belisario Roldan, Departamento de Extensión Universitaria de la Facultad de Derecho, Club Banco Provincia, Central de los Trabajadores Argentinos, Secretaría de Cultura de la Asociación Bancaria, etc.). Ha participado en distintos recitales y “performances”.