Por Marta Braier.
“La voz poética es un cuerpo que requiere y exige un alma, como la desdichada criatura del doctor Frankestein”, supo decir Jorge Ariel Madrazo, bellamente, en un reportaje concedido al poeta brasileño Floriano Martins. Para añadir: “Espero del poema que sea cuerpo en una doble acepción: por un lado, en tanto objeto vivo que se autoengendra y respira en el espacio; por el otro, en tanto traducción verbal del cuerpo-alma del poeta que lo escribe y es escrito por él.”
Prólogo de «Algunas escenas del mundo», antología de Jorge Ariel Madrazo, de Editorial La Cabra, México.
Poema como la más auténtica respiración del lenguaje. O, si se prefiere, como un alma corporizada, incluso gesticulante. Es una presencia viva de lo corporal-sensible, un pathos muy visible aquí, como ese “arder el verso / saberte mortal”, o “quemadura a la hora / de rendir cuentas a tu fiel / costillar”. Y especialmente en el poema que sirve de pórtico a esta antología. Madrazo execra allí a los “plateados papagayos de la abstracción” y lo ratifica al exclamar: “A ras de fango tu alma, tu cuerpo / inféctanse de universo”, para cerrar con dos versos definitorios: “Cuerpopalabra el tuyo transterrado / cuerpo de quien escancia vida y alma”. Alma y cuerpo en conjunción, pero a partir de su contaminación con el contradictorio humus terrestre. Desde allí el poeta se transtierra, busca al otro: “en un olvidable país / niños roían basura / bajo la luna / roja por eclipse”.
Podríamos hablar, así, de la “insubordinación” de una voz no sujeta a la lógica o a las certidumbres del lenguaje, y menos aun a una determinada tradición literaria, sino a los imperativos de lo entrañable: fulgor compungido y doliente que encuentra cauce en el singular estilo del poeta, capaz de suscitar una intensa conmoción física. Un corpus escritural —Cuerpo textual, de 1987, es uno de sus libros emblemáticos— que no “representa” realidad alguna, sino que es una realidad paralela. Mundo agregado al mundo. Otra clase de realismo. “Si el poema no surge desde esa necesidad interior, nacerá muerto”, intuye nuestro autor.
El período aquí abarcado, de 1966 a 2012, dice de una labor sostenida en el tiempo. Tiempo que es co-protagonista fundamental, junto con Eros y el homenaje a lo que puede llamarse lo femenino, más las luchas en el mundo, lo cotidiano en sus metamorfosis, su degradación y esperanzas, el linaje familiar, la infancia, el amor interpersonal y plural. Madrazo ha revelado que los años del exilio forzoso en Venezuela, entre 1976 y 1983, fueron de una “mudez de lengua propia” sólo rota hacia el final: el latinoamericanismo, aun en sus fonemas, en su ritmo y en su música, es omnipresente en este autor, incluso en el tributo a Vallejo: “Y es Ella la cantora, la ave incierta / si a tal vianda te arriesgas, si la agüita / desciende por tus patios: si no has muerto.”
Musicalidad —no la de un metrónomo, sino una música interior— sabia para irradiar a través de múltiples recursos y delatando, asimismo, el amor por el Siglo de Oro español: “Tiempo hubo de púrpura destello / de la hembra en lino / esplendente. / De encelo en casto cuello y / luz bajo la frente.” Y que remite hasta a la Odisea homérica: “ni magnificats hay ni/ jaculatorias/ ni auroras hay las de / rosáceos/ dedos/ ni gallináceos hay/ de esperanza”, lo que puede deparar imágenes inesperadas. Y acotemos que el uso de la imagen alejada de la trajinada metáfora y nacida en cambio de una jugosa dialéctica afectiva es típica en este poeta. Baste ver cómo equipara el jugar de a dos un vínculo amoroso con “infolios de mares calizos / raros palomos sin palomar”.
Musicalidad presente desde el primer libro, Orden del día, de 1966: “Las mesas se acostumbran a tipos que las montan / hacen pis dulcemente los locos y las locas / entonando tu nostálgica canción.” Sorprende el personalísimo uso de los diminutivos, a veces hasta en los verbos: en algún poema se habla de un objeto “callandito en un rincón”, así como la sustantivación de adjetivos (el personaje Transitorio) y la verbalización de sustantivos (“tu sílaba labiar al viento verde”. O: “ellos albrician / la bienvenida”). A lo que se suman los neologismos (“ensayar la morienda / el hilito final”) y el amoroso regodeo en el uso de arcaísmos y enclíticos: “Vióse”, “Hablóle”.
O bien salta de pronto en su poesía un “endemientras” que remite al habla popular que aun hoy subyuga en algunas provincias argentinas. Y, es claro, el singular uso del paréntesis, como en “el Tiempo (brusco) / te despena”. Notemos que ese Tiempo —y por añadidura brusco— nos conduce a un viento temporal, tiempoviento que no despeina al interlocutor/alter ego del poeta; antes bien, lo despena. Es sabido que en la parla gauchesca argentina eso equivale a dar muerte. Es una alteración de la sintaxis, una a-gramaticalidad escogida para servir al fin expresivo, lo que se corresponde con la sensual (¿exasperada?) intensidad del sentir, con una verdadera métrica del sentimiento: “¿Recuerdan Juan, Ketty / arañitas del atardecer, recuerdan?”
Celebración y trascendencia
Deseo señalar algunos rasgos distintivos de esta compilación. Hay un doble criterio de selección, tanto cronológico —lo más reciente al comienzo— como temático, aunque no es cien por ciento estricto. Así, poemas de distintos libros pueden cobijarse en una misma sección, y a la inversa. Como sea, en todos ellos, incluso en los que parecieran aislados, se advierte un fuerte ensamblaje de clima y de voz personal. También porque suelen ordenarse a modo de series: Pajarito del Tiempo gorjea, Y jura Ella que el tiempo no existe o Con María Magdalena en el bar. Tal bar, adviértase, es ni más ni menos que el de la Eternidad. Ello se reitera en los conjuntos seriados Y sueña Transitorio su balada, Mientras él duerme y Trilceanas. Aclaración: sólo en De vos y Mientras él duerme, las secciones respetan títulos originarios de libros del autor. Las restantes surgieron de un obvio deseo rebautizador.
Acaso, este afán des-estructurante no sea ajeno al habitual ocultamiento del Yo lírico: el poema suele dirigirse a un “usted” o a un “tú” (más bien, un “vos”). Extrañamiento ligado a un afán de trascendencia, me animo a decir que a un impulso de Absoluto, un anhelo de perpetuidad. De otro modo: ésta es una poesía dialógica.
Y ya Madrazo ha dicho que, en su caso, el poema desarrolla una dialéctica, “algo así como en el jazz.”
Poeta de culto, clásico y moderno a la vez, intimista y comunitario, con una trayectoria de coherencia estética y fidelidad a la alta y serena tensión de la poesía, en el jadeo y quiebres de su verso se materializa lo agónico, la queja viril (no el “inútil quejidito individual”), instalada más atrás de la garganta. Pero, como el fondo es la forma, no asombra en Madrazo el refinamiento de la queja, la austeridad del vivir-decir: “calendas / trizaduras del vivir”. ¿El vivir es trizadura, y por ello los versos se quiebran?
Hemos hablado de afán de perpetuidad. Paradójicamente, Jorge Ariel quizás espere encontrarla en la devastación de la pasión amorosa, en la entrega absoluta y la pérdida de sí. Su poetizar el Eros, a menudo en tono lírico-celebratorio, exclama: “Por lo cual sus incendios / envuelven al solsticio / me desnucan desmadran ablucionan”, y dirigiéndose a la amada le augura su varonil fidelidad aun en la disolución personal: “temblaré en el pórtico de las desapariciones”. En esta misma línea, el Envío final es casi un Ars Poética: “Ni afán de expresión ni arte / sólo amundarte en seres / únicos irremplazables. / Un monstruo imaginario en la caverna. / Una revelación rota en tu boca.” Sería difícil decirlo mejor.

Marta Braier
Poeta y crítica literaria
Es Profesora en Letras, poeta y crítica literaria, así como Profesora en Biodanza (disciplina que integra a sus talleres de creación literaria). coordina Talleres de Escritura y Lectura Crítica desde 1982. Dirige el Taller Literario para Jóvenes de la Biblioteca Nacional. Publicó Gestos de Minué, editorial Tierra Firme, (1999), Ésta es la tierra, corazón, editorial Último Reino, (2005). Ha participado en diferentes obras colectivas. Tiene una nouvelle poética inédita El río secreto.