Por Jorge Ariel Madrazo.

Es arduo, para Chile como para la Argentina, hablar de “generación del 60”, salvo como tentativo registro para una historia de la poesía: porque los poetas aquéllos, los de entonces, somos en buena proporción éstos de hoy y por completo vigentes. Aquel “pasado” marcó a ese núcleo con tales lazos de amor y de fuego, que dichos lazos no pueden ni deben quedar en la pura arqueología.

Un tiempo hubo en el que puertas y ventanas parecían abrirse a un aire mejor, en que la Revolución (porque así se decía, así decíamos: “la” Revolución) parecía llamarnos a la vuelta de la esquina. Nos impulsaba la explosión luminosa de los barbudos en Cuba, pero también las guerras de liberación en África y Vietnam, la libertad sexual y el Flower Power, la carrera hacia el Cosmos. Subsistían los ecos del poema Aullido recitado en 1956, en una cave californiana, por Allen Ginsberg y el hechizo de Pete Seeger, Joan Baez o Bob Dylan, cuyo Blowing in the wind convulsionó la década. Víctor Jara y los Quilapayún cantaban al dolor y la esperanza, y jamás faltaban en nuestros tocadiscos la inmortal Violeta Parra, ni Mercedes Sosa, Viglietti o Zitarrosa. Y los Beatles. Y el novísimo “rock” o la canción de protesta latinoamericanos.

A poco andar sobrevendrían la matanza de estudiantes en Tlatelolco, México, y su contrapartida: la insurgencia estudiantil-cultural-política en el Mayo francés del 68… Los ideales de un Sartre, de un Camus, de un Ché, parecían cobrar palpitante carnadura.

De cómo imponía su sello la impronta social en aquella época, dan fe estas palabras del poeta peruano Antonio Cisneros, en la antología Los nuevos  (1967):

«Olvidaba mencionar la importancia que en nuestros días tiene el aumento de estudiantes y estudiosos de las Ciencias Sociales, el acercamiento antropológico a la realidad y no el puro apriorismo sobre ella; y cómo los pálidos hombres de Letras y Filosofía somos desplazados por aquellas funciones más actuales de las llamadas Ciencias del Espíritu…”(1967: 15).

Era más de lo que un mundo en apariencia caduco, pero aun con capacidad de reacción, podía tolerar. Lo cierto es que la muerte del Che en 1967, el golpe cívico-militar en Chile en 1973 (también, en Uruguay ese mismo año) y en la Argentina en 1976, fueron los sombríos escenarios donde el monstruo fascista alzaría, otra vez, sus manos ensangrentadas. Los poetas no podían sustraerse por completo a ese destino común.
Los poetas de la diáspora

La generación poética chilena “del ‘60” sufrió especialmente aquel mazazo devastador: muchos de sus miembros debieron exiliarse para no correr la suerte de Víctor Jara, sembraron el desgarrador terreno de la diáspora.

Cierto: es arduo, para Chile como para la Argentina, hablar de “generación del 60”, salvo como tentativo registro para una historia de la poesía: porque los poetas aquéllos, los de entonces, son, somos en buena proporción, estos de hoy y por completo vigentes. Pero es verdad que aquel “pasado” marcó a ese núcleo con tales lazos de amor y de fuego, que dichos lazos no pueden ni deben quedar en la pura arqueología.

Igualmente, es complejo hablar de generaciones literarias. Pero hay algunos criterios por lo general aceptados, que toman por eje la proximidad de las fechas natales y las de publicación, junto a un clima de época o una formación más o menos semejante, ya sea para asumirla o rechazarla. Y cierto grado de relaciones interpersonales (a veces, condensadas en una revista o grupo), aunque fuera por conocimiento indirecto, o por estar bajo la común influencia de acontecimientos cruciales. Parece, sí, decisiva una postura afín sobre lo que se entiende por lenguaje poético, y un anquilosamiento de la generación precedente, aunque la tradición anterior más lejana pueda estar aún muy viva.
El tema admite matices, obvio. Julio Espinosa Guerra (Santiago de Chile, 1974), poeta y ensayista radicado en Zaragoza, España, afirma en la Revista Galerna, Nº 3, Universidad Estatal de Montclair. 2005, que «sólo la llamada “Generación del ‘50” lleva este nombre más o menos bien puesto.» No obstante, este mismo autor, tras cuestionar a las llamadas generaciones del 70, 73, 87 y 90, y de enfatizar las diferencias entre los conceptos de “generación histórica” –acuñado por Ortega y Gasset– y “generación literaria”, acepta que «si vamos a las divisiones generacionales de la poesía chilena contemporánea nos encontramos con que la “Generación del ‘60” sí podría caber dentro de la definición de ‘generación’, pues los poetas, aun aglutinándose en un período inferior de tiempo y teniendo estéticas muy diferentes, responden a unas mismas inquietudes poéticas, crean y participan en espacios comunes y cuentan con hechos históricos que los reúnen, como la Revolución Cubana del ’59.»

A su turno, Teresa Calderón, Lila Calderón y Tomás Harris dieron a luz en 2012 el volumen I de su «Antología de poesía chilena: La generación del 60 o de la dolorosa diáspora»: figuran allí veintiséis poetas, con algunos de los cuales quien esto firma tuvo y mantiene un rico trato personal. O, incluso, ha tejido una antigua amistad y una estrecha colaboración, como en el caso de Omar Lara, sus ediciones LAR y su Revista Trilce. Es por ello que hablar de los poetas chilenos que irrumpieron como una fuerte ola, para luego ser silenciados o forzados al destierro a partir del 73, nos toca muy de lleno, es parte de quien balbucea aquí su testimonio. Más aún: compartimos un destino común.

Es por ello que hablar de los poetas chilenos que irrumpieron como una fuerte ola, para luego ser silenciados o forzados al destierro a partir del 73, nos toca muy de lleno, es parte de quien balbucea aquí su testimonio. Más aún: compartimos un destino común.

A tal punto es así que la espléndida, casi increíble vigencia de esa misma revista Trilce que el lector del continente y también de Europa disfruta desde hace ya más de 50 años (desde su nacimiento en 1964, merced a una extraña conjura por un grupo de estudiantes en una diminuta oficina anexa a la Facultad de Filosofía y Letras de la U. de Valdivia, hasta su no desmentida vitalidad de hoy, pasando por el exilio en España y Rumania), demuestra que la «generación de la diáspora», como también se la conoció, no apagó su antorcha; que buen número de aquellos jóvenes son muchos años después, en este siglo XXI, poetas de fuste, altos quilates y bien ganado prestigio.

Tal como ha señalado el propio mentor de la quijotesca odisea trilceana, Omar Lara: “(…) El golpe de Estado de 1973 nos dispersó, nos exilió, nos torturó, nos asesinó. Nos cambiaron el país. Trilce no desapareció sin embargo. Con Juan Epple construimos desde las sombras y el desconocimiento momentáneo del destino de muchos, la primera Antología de poesía chilena pos-golpe: Chile, poesía de exilio y resistencia. Se publicó en Bucarest, Barcelona, Moscú y Belgrado. En París, con la inspiración de Patricia Jerez y Luis Bocaz, se formó el Centro Cultural Trilce , que, entre otras actividades, convocó a una sesión de música, pintura, fotografía y baile bajo el lema Los poetas y pintores cantan y celebran a la revista Trilce, en el célebre y prestigioso Trottoir de Buenos Aires…”. Mientras tanto, la revista estaba siendo editada en Madrid. Y se iniciaba una etapa nueva y fértil: las ediciones de libros bajo el sello LAR, Literatura Americana Reunida. Todo lo cual continúa hasta la actualidad, con Omar Lara al timón desde su base en Chile, sin tregua. Aunque sí, por cierto, a costa de innúmeros sacrificios.

El poeta argentino que esto firma, mal podría analizar en detalle o tipificar con pautas académicas aquella “generación del 60”; ni siquiera precisar todos sus nombres. Conoció en Buenos Aires y en Caracas a Cecilia Vicuña; pero…¿sería del 60 o el 70? Admira a Lihn y Teillier, pero ¿son más del 50 ó del 60? Lo más importante, para este modesto racconto, es señalar cuán gratificante fue para un poeta de Buenos Aires asistir a los desvelos y entretelas de la increíble Trilce y compartir vinos y poesía y noches y trabajos con muchos de sus luego célebres integrantes y con su gestor, Omar Lara, llegado a este mundo en 1941 y en Nueva Imperial. Y cuya poesía encuentra tan conmovedora como admirable, y no sólo en la emblemática serie que tiene por eje a la mítica (por él soñada) Portocaliu; incluso en sus poemas breves de melancólica musicalidad: “Miro esta tarde que perdí / esta tarde limpia y brillante / no estoy en ella sin embargo. / Es que de pronto me llegó / su soplo antiguo, delirante / Me ví corriendo sobre el pasto / entre las margaritas de Imperial / bajo álamos y eucaliptus. / Miro esta tarde que perdí, / robábamos frutas en las quintas / apedreábamos el aire / nos revolcábamos en el trigo/// Y era en tardes como ésta…”.

Para Oscar Galindo V. (Instituto de Lingüística y Literatura, Universidad Austral de Chile, Valdivia), entre varios de los muy significativos poetas chilenos de los ’60 se advertía una clara búsqueda de articulación entre el lenguaje poético y el lenguaje conversacional, sin perder los vínculos con la tradición cultural. Galindo cita en tal sentido a Oscar Hahn (1938), Manuel Silva Acevedo (1942), Claudio Bertoni (1946), Carmen Berenguer (1946), Gonzalo Millán (1947-2006) o Cecilia Vicuña (1948). Los elementos fundamentales serían la búsqueda de nuevos códigos, en algunos casos lo que podría tildarse como neo-vanguardia, el rigor autocrítico y autorreferencial, el distanciamiento del mesianismo de la poesía social… Yendo algo más lejos, dice este autor, Gonzalo Millán –La ciudad, 1979- habría escogido en su poesía y en su obra plástica una opción que al diluir el papel de la metáfora revalorizó un eclecticismo capaz de dar cabida a múltiples sistemas comunicativos y artísticos, enlazando asociaciones sensoriales a contrapelo de las analogías más convencionales.

A Oscar Hahn (1938), quien esto firma pudo tratarlo (y presentarle el bellísimo poemario Mal de amor, curiosamente reeditado en Buenos Aires por obra y virtud del poeta-editor argentino Felipe Herrero), siempre muy atraídos por esa mezcla de registros donde lo arcaizante y la tradición hispana clásica van de la mano con alusiones culturales y del lenguaje popular, en un cóctel por demás sugestivo. Y hemos gozado también hasta el día de hoy de la fraternidad de muchos/as poetas mucho más jóvenes de Chile, pero aquí se está hablando de los del ’60. Por ejemplo, de la erudición y… los tangos de Luis Bocaz, en Buenos Aires y en México. Y de la calidez de Juan Epple, en Chile, Buenos Aires y Oregon, USA.Y haber compartido mesas con Federico Schopf, Enrique Valdés, Luis Oyarzún. También haber tenido la feliz ocasión de participar de lecturas públicas y Encuentros poéticos internacionales con otros varios de nuestros “preferidos” (valga la referencia personal, es inevitable que este testimonio tenga ese carácter): Juan Cameron (“Navegamos por Eken esa noche / Intentamos salir de madrugada en un oleaje / imposible de arribar con tanto vino. / Eken no era Eken sino el recuerdo de Eken / Bajo la torre de agua un cajón de manzanas / espera a nuestro amigo / y tu primer amor cruza la avenida como si fuese / el último camino a casa…”. Y Floridor Pérez, y Manuel Silva Acevedo. Y haber seguido con fascinado interés a Claudo Bertoni, Jaime Quezada, Javier Campos, Hernan Lavín Cerda, Waldo Rojas (de este último, no sólo su poesía, tan extraña como refinada, sino también sus versiones de Francis Ponge).

Diáspora, sí; muerte o silencio, también. Pero sobre todo: vida, poesía, voces palpitantes e inclaudicables, que desde su amada Chile o desde otras latitudes dan el “presente” en este 2015 y para los tiempos por venir, como rotunda desmentida a aquella época oscura cuando las armas sucias, fúnebres, medievales, se alzaron contra un pueblo, contra un país, contra la historia.*

PDF Trilce. Primera Época: n° 14, diciembre de 1968, enero de 1969
PDF Trilce. Primera Época: n° 15- 16, febrero – agosto de 1969

 

Jorge Ariel Madrazo

Jorge Ariel Madrazo

Colaborador

(1931, Buenos Aires) Exiliado en Caracas entre 1975/1983. Más de una docena de poemarios. Su poemario Cuerpo Textual obtuvo Segundo Premio Municipal en 1987. Publicó también narrativa y ensayo. Integra el Consejo de Redacción de la Revista de Poesía y Reflexión «Trilce», de Concepción, Chile, y es Miembro Honorario de la Academia de Letras del Nordeste de Brasil.

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