Por Jorge Ariel Madrazo.
Joaquín Giannuzzi en su poesía revela un afán utópico: el de recuperar lo específico de seres y cosas, reviviéndolos en su unicidad intransferible al volver a darles nombre.
«Usted, al despertarse esta mañana,
vio cosas, aquí y allá, objetos, por ejemplo.
Sobre su mesa de luz
digamos que vio una lámpara,
una radio portátil, una taza azul.
Vio cada cosa solitaria
y vio su conjunto.
Todo eso ya tenía nombre.
Lo hubiera escrito así.
¿Necesitaba otro lenguaje,
otra mano, otro par de ojos, otra flauta?
No agregue. No distorsione.
No cambie
la música de lugar.
Poesía
es lo que se está viendo.»
Este muy conocido poema de Joaquín Giannuzzi (Buenos Aires, 1924 – Salta, 2004), Premio Nacional, Municipal y Konex de Poesía y una de las voces poéticas más jerarquizadas e inquietantes de la Argentina, revela un afán en el fondo utópico: el de recuperar, en la mayor medida imaginable, lo específico de seres y cosas, reviviéndolos en su unicidad intransferible al volver a darles nombre. Y, al renominarlos, hacerlo de un modo tan austero como desconcertante; podría decirse: corrido de lugar.
Este hijo de inmigrantes italianos, ingeniero frustrado y periodista durante muchos años, se encontraba a años-luz, sin embargo, de adherir a un “objetivismo” reduccionista; por el contrario, su palabra trasciende con amplitud a objetos y situaciones, abarcándolos en una cosmovisión honda y sugerente. Ocurre que el universo objetal sugiere, para Giannuzzi, el funcionamiento de leyes que nos resultan inescrutables, y opuestas al caos humano:
«…el frío interno de las manzanas, / el calor inestable del café, / dos razones de la naturaleza que escapan a mi dominio…».
Giannuzzi radiografía, con descarnada lucidez, la trivialidad y la absurda displicencia de la conciencia de la muerte, de sus gestos indiferenciados. Como en “Hueso cavando”:
Esta es la hora del hueso de mi cara
en la mitad de la noche irracional,
vuelto sobre la almohada, hundido,
tan remoto de las manos dormidas, cargado
de conciencia en bruto, hurgando hacia abajo,
en las posibles opciones de la oscuridad.
Este obrero nocturno cavando,
este hueso autónomo que me reserva el día
dónde sólo puedo apostar a las apariencias
apenas pulidas
por el extremo de mis nervios principales.
Los tramos de diálogo que siguen, sostenido a comienzos del año 2000 en su departamento, cuya cocina solía ser su “escritorio de trabajo”, acaso den mejor cuenta de esta postura -de inusual coherencia, y rastreable a través de libros y años- del notable poeta argentino.
JAM: Llama la atención la recurrencia, en tu poesía, de ciertas palabras: oscuridad, brumoso, error, confusión, devastación. Y otras expresiones similares: tiempo carnívoro, yo calcinado. ¿Qué podrías comentar sobre esto?
JG: Hay palabras que tienen resonancia poética, más allá del sentido. «Oscuridad» es una de mis obsesiones, lo mismo que «error». Llevan a pensar en las falacias o fisuras del mundo sensible. Siempre me llamó la atención la definición que dio Joseph Conrad sobre la misión de la poesía, o del arte en general: «Rendir justicia al mundo visible». Una frase que autoriza lecturas profundas. Una de ellas, sería que este mundo visible reclama un significado, una representación estética, una sublimación.
JAM: Cuando, en un poema, una de tus hijas se peina, vemos que no se limita a peinarse, sino que «se peina para el mundo». El acto trasciende al acto mismo, «el gato es más que un gato”.
JG: Sí, y en «Señales de una causa personal» les digo a mis hijas: «Adiós/ y mucho gusto de haberlas conocido…».
JAM: En tus textos se siente así muy vivamente la presencia del destino aun cuando en apariencia se hable de lo cotidiano.
JG: Destino, o falta de destino. Creo que en mi poesía hay al menos dos claves: una, cierta especie de nostalgia por un orden perdido, el orden natural por oposición al orden de la civilización; y la otra es una suerte de fatalidad del tiempo, la aguda conciencia de la finitud. Aunque habría también otra constante en mi universo emotivo: la permanente sensación de una catástrofe inminente. No sé qué origen tenga esta sensación, pero supongo que es parte de la condición humana…
JAM: Es también una idea algo pascaliana ¿verdad?
JG: Pascal es una de mis viejas obsesiones. Otro de mis ídolos, ya con posterioridad, es Kafka: una especie de dios infalible en el sentido del don profético, a pesar de que él no crea en sí mismo.Para mí es el mayor escritor de nuestra época: el sentimiento de extrañeza por hallarse en el mundo está perfectamente encarnado en él; además, considero que los suyos son textos poéticos. Podría citarte de memoria párrafos enteros de «El castillo», y en especial el final de «El proceso» y muchos fragmentos de su diario, auténticos poemas por múltiples motivos: por la intensidad de la expresión, la inventiva metafórica y la multiplicidad de significados. Inclusive, Kafka se acerca a la poesía moderna en la forma elíptica de describir una supuesta verdad.
Y una prueba de esta obsesión mía son los poemas «Kafka en el sanatorio» y «Kafka detrás del escritorio». Me asombra allí lo increíble de ese «moribundo muy especial, hermoso como un condenado,/ quiza con pruebas desesperadas acerca de lo secreto/ y desapareciendo, contra toda lógica, en un cuerpo pequeño».
Desde Nuestros días mortales (1958) a ¿Hay alguien ahí? (2003) pasando por Contemporáneo del mundo (1963), Las condiciones de la época (1968), Señales de una causa personal (1977), Principios de incertidumbre (1981), Violín obligado (1984), Cabeza final (1991), más las dos Obras Completas dadas a luz por Emecé y Ediciones del Dock en 2000 y 2015 –esta última incluye su libro póstumo Un arte callado, de 2008-, la obra de este poeta y maestro de jóvenes poetas, vastamente reconocida y traducida, aspira a la máxima energía y precisión.
Los materiales cotidianos y de la esfera íntima se dan la mano, allí, con las certidumbres e incertidumbres de lo histórico. A menudo, a la luz de una ironía y un aparente escepticismo, o temor a la fatalidad, que eran su marca registrada.
Casi cada poema de Giannuzzi destila un humor oscuro, cáustico y hasta insolente; pero en lo personal, su sencillez y su rica condición humana abaten cualquier barrera. Amaba recitar largos poemas de memoria entre amigos y colegas, en un friso que puede abarcar tanto al Dante como a sus amados William Carlos Williams, Wallace Stevens y Walt Whitman, aparte de poetas de las más diversas latitudes. Y si bien construía sus ptopios poemas sobre una argamasa a menudo conceptual, sabía muy bien que «la imagen debe ir por delante del pensamiento», y no al revés.
Porque “la poesía es una fiesta del sentido, dispara hacia todas las direcciones. El pensamiento especulativo que no esté encarnado en imagen, puede acarrear la muerte de la poesía.»
Para Giannuzzi, el Universo cobija una finalidad ética, relacionando el término ético con totalizador: por ello, en su opinión la poesía ha de ser capaz de dilatar la realidad total, incluído la del si mismo, y aunque haya que pagar a tal fin un alto precio y otro no menos alto para obtener una línea lograda. Porque -explicaba con sonrisa de inconfundible sesgo irónico- «uno se angustia y tiembla ante la posibilidad de encontrarse con lo feo: un mal poema afea al Universo».

Jorge Ariel Madrazo
Colaborador
(1931, Buenos Aires) Exiliado en Caracas entre 1975/1983. Más de una docena de poemarios. Su poemario Cuerpo Textual obtuvo Segundo Premio Municipal en 1987. Publicó también narrativa y ensayo. Integra el Consejo de Redacción de la Revista de Poesía y Reflexión «Trilce», de Concepción, Chile, y es Miembro Honorario de la Academia de Letras del Nordeste de Brasil.