Por Andrés Kischner.

Próximamente va a publicarse una reedición cartonera del bello libro de María Belén Aguirre, El demonio de la tristeza (Colección El Carterista de Bresson). Para sobrellevar la espera compartimos once indicios sobre la poesía.

La belleza no tiene otro origen que la herida, singular, diferente en cada uno, escondida o visible, que
todo hombre guarda en sí, que preserva, y a donde se retira cuando quiere apartarse del mundo
para estar momentáneamente en una soledad más profunda (…) Pareciera que el arte se propone descubrir
esa herida secreta de todo ser y hasta de toda cosa, a fin de que los ilumine.

(Jean Genet, El atelier de Alberto Giacometti).

 

1. Herejía y cartografía

Pretender anticiparse a estos poemas de María Belén Aguirre es de una osadía tal que pisa la herejía. Este prólogo no es un pro/logo. Tiene de tal, sólo la antelación que responde a la distribución espacial del diseño editorial. Lo que sigue no es otra cosa que una cartografía de latidos, un registro de huellas grabadas en el cuerpo a propósito del encuentro con los versos.

2. Un latido lejano

La tékhnē poética no le anda muy de cerca al corazón del poema. Persigue el eco de un latido lejano. ¿Cómo dar cuenta de una escucha, de una espera atenta? ¿Con qué fin? El poema es apenas -y nada menos que- aquello que desborda de un estado de poesía. Me atrevo a decir que en esa relación de donación recíproca entre la vida y los poemas de María Belén, quien sale favorecida del encuentro es la vida.

3. El silencio en las orillas

El espacio de textos se encuentra confinado por silencios de distinta naturaleza: mientras el primer poema encalla en la mudez de un ángel evasivo; en la otra orilla, a modo de epílogo, tiene lugar una plegaria, esto es, un silencio hecho de palabras. Entre estos dos abismos moran los poemas, campos de sitio de una obstinada y ardiente cruzada: la de la frágil persistencia de la fe.

4. Topología trinitaria de los poemas

Se adivina en cada poema el fulgor de una batalla mítica, de esas que acontecen cada vez por primera vez. Luego, el camino de regreso al hogar que soporta la dulce melancolía de la tarde. Y por último, el descanso que prosigue al suspiro, como apoteosis que sucede a todo acto de amor. Poco importa aquí salir airoso o derrotado. De nada de eso hablan estas batallas míticas.

5. Ceremonia

Es preciso aislar a los poemas del formato libro, sustraerlos incluso de la familia entera de la literatura. Abordarlos en su soledad. No son poemas que simplemente se puedan leer. Hay que arrojarse en ellos como quien ingresa piadosamente a un templo, donarse a su donación. Aislar a la palabra impresa para que renazca en ella un inapelable llamado que borronea la tinta y desintegra los caracteres. Los poemas vienen de un fondo intangible hacia el que escapan -cuando la vista se descuida- a una velocidad terrible.

6. Perder el rostro

Las personas que son de verdad apuran la verdad de sus interlocutores, la contagian. Del mismo modo ocurre con las obras. Estos poemas son un peligro para la máscara, también para el rostro, y para la máscara-rostro. Un peligro que sabe ser también una salvación. Se escribe -pero también se lee- para perder el rostro. Escribe María Belén: desacralizar / hasta que todos los santos sean / paganos.

7. La conquista de un sonido

Poemas que son heridas que cortan, besos que lastiman, disparos incandescentes de un cazador furtivo. Componen y sellan un universo que llega de lejos. Su tempo es el de la fruta que cae del árbol. Su pulso, el de un suspiro que no envejece, que tiembla, siempre por renacer en la conquista de otro cuerpo, de un corazón atento, de un corazón hermano. Y provocan, como la lluvia cuando despierta a la tierra. Poemas que hablan un discurso ancestral, que traen un susurro de los inicios, de los primeros fríos. Por eso suena a viento ese hachazo que obliga a tragar saliva, o a la ligera sonrisa que baja del cerro. Sonido de comunión con un tiempo mítico que la obra instaura sirviéndose de la escritura. La pregunta no es cuándo, sino dónde. Lo sagrado es una relación espacial, pide una geometría. Pero en ese traer aquí, en ese ir hacia allá, el aquí y allá ya no son propiamente espacio. Se descubren tiempo, más allá del tiempo.

8. Tiempo en el tiempo

Hay que dar(le) el tiempo a ese tiempo para que nos esculpa. Es el tiempo de las llegadas, aquel que con simpleza y hondura ya describió Atahuapa Yupanqui: “Un viaje a caballo se compone de infinitas llegadas. Cuando uno toma un autobús o un avión es otro asunto. Va y llega. Desde el avión se ve solamente el mar de nubes y nada más. Así es muy rápido el andar, muy cómodo también, pero en dos horas nada madura, como no sean las ganas de llegar. En cambio a caballo uno llega a una flor, a un amigo, a una piedra, a un arenal”. María Belén esculpe de ese tiempo en el tiempo. Y así trae otro tiempo a este tiempo, (nos) abre un tiempo, en el cual la primera intervenida resulta ser ella misma. Sobre su carne van a parar los cincelazos que el poema luego registra. La idea de volverse poesía, del trabajo del artista sobre su propia vida (y sobre la vida), implica acercar al arte a un real evanescente que degrada la sobrevalorada y tirana “realidad objetiva”, consumista y conformista del sentido común. Escribe María Belén: como si no supiera / que escribir es siempre / nacer y estar desnudos.

9. El origen de todo poema

El acto de escribir se encuentra atrapado en el interior de cada uno de estos poemas. En ellos renace ese singular gesto, delicadamente rodeado de palabras caídas. Los poemas de María Belén conectan con la fuente inexpugnable del origen de la poesía. Su lectura nos propone ese viaje. Tratar de traducirlo es traicionarlo (y también traicionarse). El lenguaje nos lleva, pero no nos trae de regreso; nos deja frente a un abismo en el que caemos para bien de un sediento religar. Esta poesía pisa territorio sagrado. Y lo sagrado es siempre una relación (ambigua), un límite, un borde, una búsqueda inclaudicable. Escribe María Belén: soy el temblor / de una mano / dibujando / palotes / en la cueva. / Una llama / sinuosa hace / danzar / ondulaciones / a lo inerte.

10. Ir hacia la herida

El encuentro con la obra de María Belén es mucho más que el encuentro con un nombre propio. Supone toparse con un resquicio hacia otros espesores, la irrupción de destellos que llegan para poblarnos. Estos poemas celebran la poesía como escritura ontológica, la poesía cuerpo (y el cuerpo, como sostiene Merleau-Ponty, no es un espacio expresivo entre otros; es el origen de todos los espacios). María Belén no sólo escribe; se escribe en sus poemas. O mejor, es la vida la que se escribe en ellos. De ese modo, lo contingente se vuelve necesario. Es la escritura la que lo decide. Y en esa necesidad de escribir se vislumbra una necesidad de reparación, y también de expiación. Se escribe –dice María Belén- para reparar los atropellos del pasado.

11. Un cielo alto de estrellas cercanas

Leer a María Belén nos convoca a conquistar una mirada más prístina. Una mirada que pone ante los ojos un más allá que está más acá. En el desierto de palabras que nos habita, el encuentro con miradas habilitadoras, donantes, que se comprometen a fondo con el ritmo subterráneo que penetra la vida, es siempre una bendición, aun siendo inquietante. El corazón también tiene que hacer el aprendizaje del devenir. La mirada pura, limpia, inocente de paraíso, no es nuestro privilegio. El poder opera sobre los cuerpos desde el uso (y abuso) de las palabras, y en el lenguaje se naturaliza una siniestra operación de avasallamiento sobre la vida. Bienvenida entonces la palabra poética y su altar vibratorio. Es preciso pelearle a la civilización calculadora tal como una flor silvestre resiste a la tormenta, con la crudeza de su belleza como espada. Y la tarea es urgente, porque de lo contrario, pronto el abra se apropiará de todo / y no hallarán los pájaros / lugar para los pájaros. / Erigirán sus nidos en el aire. / Y del aire serán / más que nunca.

Andrés Kischner

Andrés Kischner

Colaborador

(Buenos Aires, 1978). Es profesor de filosofía y se encuentra compilando la obra de Enrique Santos Discépolo. Publicó los poemarios Cuaderno violeta (2015) y Cuaderno naranja (2016). Integra la antología Los sobrinos bastardos de Arlt (2015). Administra el blog | A las cinco en punto de la tarde | www.taller-filosofia.blogspot.com

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