Por Valeria Sabbag.
Enséñele a su cuerpo a hablar. Insista, insista e insista, hasta lograr transmitir su emoción flamenca en cada baile. No pierda la fe entre planta y tacón.
¿Recuerda cuánto le costó decir las primeras palabras? Pregúntele a su madre. Le tuvo la paciencia de un océano hasta que ella (y el resto de los mortales) entendieron que usted decía agua, comida, duele. Y usted sobrevivió (aproveche a dar las gracias).
¿Está listo para hablar un nuevo idioma? No insista con esas asociaciones escolares ni se deje mortificar por las veces que el inglés o el francés no lo dejaron ser feliz. Este idioma es otro.
Quizás piense que bailar flamenco no es un idioma, un lenguaje. Intentaré persuadirlo con ejemplos caseritos. Acuérdese de las veces que supo que un compañero de trabajo lo odiaba, o un amante especial no lo quería, sin siquiera decir una sola palabra, porque de alguna manera se lo dijeron con el cuerpo, con pequeños gestos. Además de pensar que son unos malditos, ¿va entendiendo el asunto? Entonces, le decía, el flamenco, como cualquier arte, es un lenguaje y tiene un mensaje para dar, que es el suyo.
Usted tendrá que aprender a hablar y a escribir pero en el aire. Se convertirá en un alfabetizado en materia de manos, pies, cintura, espalda, miradas.
Pero no se deje empalagar tanto con lo que le digo. Para aprender a hablar con el cuerpo, se necesita la paciencia que tuvo su madre, pero con usted mismo. En el mundo flamenco, eso significa perseverar hasta enseñarle a su cuerpo a hablar lo que siente su corazón. Como un arte, un ejercicio, y como una disciplina, tendrá que encajar primero en la técnica (¿le gusta la metáfora «un cuerpo dentro de un cubo»?) para que lo que está bailando se parezca a algo rítmico, de la familia del flamenco. Quiero decirle que técnica es sinónimo de tiempo.
Tiempo para que los pies hagan «música», para disociar el cuerpo (cabeza hacia un lado, brazo hacia el opuesto), para que se escuche tanto la planta como el taco, para que se distingan en sonido los pasos, para regular la fuerza, para mantener el pecho erguido hacia afuera, la postura correcta, la mirada hacia adelante y aún así, no parecer un robot. Técnica es bailar arriba de tacos de 5 cm (o más) sin perder el equilibrio, manejar elementos como el abanico sin revolearlo por el aire o desplegar un mantón sin enroscarse. Y encima, súmele, bailar a compás.
Después tendrá que dejar liberar, mediante la técnica, el espíritu que lleva adentro (siguiendo con la metáfora, haga de cuenta que el cubo tiene una ventana por donde se filtrará lo que usted siente. ¿No es hermoso?).
Los primeros tiempos que baile, tal como un bebé, balbuceará. Será gutural. Creerá que está expresándolo todo cuando en realidad, apenas podrá dejar ver cierta intención. No se castigue tanto aunque una cosa es cierta: el resto no logrará entender el mensaje de su cuerpo. Aún así, en esa etapa inicial –familia, amigos, almacenero, conocidos de Facebook, grupo de WhatsApp «amigos de la primaria»– lo seguirán alentando, porque usted, con errores y todo, lo intenta. Intentarlo implicará que se fastidiará el primer mes, tendrá ganas de romper todo los meses siguientes, creerá que su profesor es sádico y que le enseña los pasos y las coreografías más crueles, solo para verlo sufrir con una flor en el pelo o una gota en la frente. Tendrá ganas de colgar los zapatos, pensará que cuanto más sabe, menos sabe y un día (para algunos antes, para otros después) algo de todo eso que le hace sentir la música, las voces, las letras, saldrá. Como un perfume en el aire, rociará el ambiente. Para ese entonces, usted hablará el mismo lenguaje que entendemos todos: el de la emoción.
Nadie le pide que llegue a la perfección divina. Mejor garabatear algo con emoción aunque no estén limpios los pasos (como se dice en la jerga) a que tanta técnica no erice la espalda de nadie. ¿Me sigue? Si me sigue, y alguna mosca caza al vuelo, sabrá que muchos de estos conceptos se aplican a otras artes.
La técnica, probar, rabiar, corregir, seguir, y finalmente tocar con la punta de la humanidad, el arte.
Como un repasito, lo invito a que mire las fotos de Daniela Ojeda Amézola –bailaora graciosa, tenaz, potente– para fijar los conceptos de expresar, mensaje, arte, técnica. Y para ponerle un moño (o una rosa roja) a esta feliz lectura que espero haya disfrutado tanto como yo, me despido con una pregunta: ¿le gusta la palabra «atravesar»? A mí me encanta porque, fíjese, usted tiene que atravesar un arte pero el arte también tiene que atravesarlo a usted. Es un amor recíproco.
Consultas y contacto con Daniela Ojeda Amézola: danielaojedaamezola@hotmail.com

Valeria Sabbag
Colaboradora
(1974, Buenos Aires) Nació en Buenos Aires el 11 de agosto de 1974, es Licenciada en Publicidad y escritora. Durante 4 años se formó en el taller de Santiago Kovadloff. Ha publicado Deliciosos Cigarrillos Mentolados (cuentos) y La soledad del instante (poesía). Cuando no escribe, se define como una aprendiz del flamenco desde hace 8 años.