Por Claudia Sánchez Rod.

En esta ocasión, justo cuando la primavera acaba de irrumpir en las tinieblas grises de la Ciudad de México, voy a platicarles de una pequeña red de librerías de viejo, o librerías de paso, como prefiere llamarlas su propietario, Max Ramos. Es una historia inesperada, cuando menos para mí. Acompáñenme, por favor.

Este hecho me atrapó, en principio, porque escuché hablar de una misteriosa librería llamada ‘El burro culto’, a la cual sólo se puede acceder bajo cita y cuyo domicilio es secreto. Fue por eso que busqué a Max, quien amablemente me recibió en la librería Jorge Cuesta, ubicada en la calle de Liverpool número 12, en el corazón de la colonia Juárez. Es un sitio muy ecléctico, lleno de objetos inquietantes que le dan al lugar un carácter teatral, muy ad hoc, diría yo, para todo cazador de libros, casual o altamente experimentado. Hay, por ejemplo, un maniquí envuelto en la bandera de México; un viejo y pesado caballo de madera colgado del techo por un garfio; una máquina de escribir destartalada; sillas de todo tipo con evidentes heridas de guerra; cromos, fotos y afiches antiguos; y por supuesto libros y más libros.

Estudió Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras pero, como actor, Max lo pasó muy mal: seis meses ensayando una obra para tan sólo quince representaciones, no había ni para pagar al de las luces. Aunque no todo fueron pérdidas, ahí empezó a vender los libros que encontraba al paso y que consideraba que valían la pena; los colocaba, los intercambiaba, los vendía entre sus amigos, compañeros y profesores. Pasó de ser un coleccionista, un vendedor ocasional, a un librero más experimentado, y todo fue sin sentir.

En cierto momento le planteó a un amigo su proyecto de poner una librería en forma, y su amigo decidió participar como socio. A los veinte días ya habían abierto ‘El hallazgo’, ahí en la calle de Mazatlán número 30, en la Condesa; al final quedaron tres socios, que con el transcurrir de los días se aburrieron mortalmente y decidieron abandonar la empresa, dejando a Max solo entre pilas y pilas de libros. Como despedida le sugirieron comprar un galón de gasolina e incendiarlo todo; pero el camino en solitario era justo lo que él había buscado desde siempre. Así pudo hacer de las suyas, y los seis mil volúmenes con los que empezó se convirtieron en la locura de 130 mil, y no se le ve límite.

Para estar en esto hay que aceptar que se está completamente enfermo, dice Max, con su discreto y punzante sentido del humor.

Luego de ‘El hallazgo’ armó ‘La niña oscura’, en la colonia Santa María La Ribera, hacía falta espacio. El proyecto creció tanto que lo desbordó, así que de ahí surgió ‘El burro culto’, pero al poco tiempo los anaqueles volvieron a ser insuficientes, por eso creó la librería ‘Jorge Cuesta’, que es la más reciente, tiene cuatro años, pero lo más seguro es que pronto surja otro proyecto nuevo.
Esto de los libros es todo un mundo insospechado.

En el universo de cosas extrañas que atesoran estas librerías hay, por ejemplo, una colección de símbolos nazis. Un rarísimo velloario: se trata de un álbum, con sus capelos y sus plásticos que guardan formas púbicas clasificadas con señas ininteligibles que no se han podido descifrar, pero que tienen colores, longitudes y formas diferentes. Además, hay una colección de cruces de panteón, sólo por mencionar algunos objetos.

Pero, ¿cómo llegan los libros hasta estos estantes?

Los libros son una convocatoria de muchísimos lectores, muchísimos coleccionistas, son una revoltura de energías que convergen en este espacio.

El filósofo denso que escribió tres libros en la década de los cincuenta y cobró notoriedad en la década de los setenta, aquí están sus libros junto con los de aquella traductora que hizo cinco ediciones para la colección del estudiante universitario y que, ya grande, decidió irse a un retiro para ancianos, pero que antes cedió sus libros, con todas las colecciones originales de Shakespeare, un alma abocada al estudio, combinada con ese otro loco que se suicida, y también con el tipo que se mató en una motocicleta pero que antes alcanzó a escribir dos libros de poesía.

Además llegan bibliotecas como las de esos coleccionistas que por décadas se dedicaron a armar la colección sobre arte mexicano, que fueron muy cuidadosos, asépticos. Todo esto se va combinando y va creando una atmósfera disímil, que se va atemperando, como si el fuego y la nieve dieran un cultivo diferente.

Los libros son una energía. Aquí esperan por alguien que venga a buscarlos.

Por eso no hay un catálogo en línea. La manera de catalogar es la primera vista al comprar una biblioteca. A ojo de “buen librero”. Se sabe lo que contiene por la pura pátina, por los logos, por las materias. Luego se hace una revisión y se distribuye en las diferentes librerías.

El burro culto, la librería secreta, tiene un promedio muy variable de visitantes, por ejemplo, la semana pasada hubo dos personas, esta semana no ha tenido visitas, mañana irán tres personas y pasado mañana una más; lo curioso es que aquí en la librería Jorge Cuesta pueden entrar setenta y cinco personas en un día y se puede vender lo mismo que en El burro culto, o quizá menos.
Depende del material que haya.

Muchas veces el cliente de una librería de viejo entra con algo en mente, aunque no necesariamente; viene con diferentes intereses, buscando rarezas, libros descatalogados, especiales para regalar. Las librerías de viejo proveen nostalgia. Para comprar un acervo se requiere de mucha psicología: la viuda, el nieto, la mujer engañada, el hombre divorciado.

Todo esto me lo contó Max Ramos, y dijo además que, según sus observaciones, la mujer es un compendio de pasiones, ellas venden las bibliotecas de sus hombres por casi nada, ni siquiera por las gracias, a diferencia de ellos, que son más racionales, dicen: ella me dejó, me fue infiel, pero sus libros valen tanto. Eso lo veo aquí, afirma.

Yo le creí todo, pero respecto a la frialdad del hombre, me quedan mis dudas. ¿Ustedes qué opinan?

Claudia Sánchez Rod

Claudia Sánchez Rod

Colaboradora

(Ciudad de México) Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó la Diplomatura “An approach to the meaning of life and death”en la Universidad de Toronto, Canadá. Se ha desempeñado como periodista y traductora. Actualmente se desempeña como Jefa de Redacción del sitio literario El libro de arena. Ver más sobre Claudia aquí.

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