Por María Cecilia Angaramo.
Una gran feria de vinilos y afines, en movimiento por distintos puntos de la zona sur del Gran Buenos Aires, invita a indagar acerca del éxito de un formato propio de otra época. Invita a preguntarnos qué es lo que le otorga su vigencia y cómo cuadra dentro de un presente tan impregnado por lo digital.
Discóbolo, la famosa escultura griega de Mirón, a pesar de haber sido creada en 455 A.C. sigue asombrando por su gran capacidad de retratar el movimiento y sin embargo detenerlo. Una obra que logra desbordar dinamismo pero pausado en un único instante: los segundos previos a que el atleta lance el disco. Esa esencia de movimiento perpetuo también parece estar presente en la feria de vinilos que lleva su nombre (un plus al sugestivo juego de palabras y asociaciones), ya que una de las características que la distingue de ferias similares es su carácter itinerante. Desde 2013 este espíritu nómade se detiene por algunas horas en distintos bares que le abren sus puertas, pero siempre dentro del sur del conurbano bonaerense, otra característica distintiva que sin duda deja su impronta.
En esta ocasión la cita fue el 10 de abril en el Tío Bizarro, un emblema del rock en la zona y para muchos un sinónimo de Burzaco. “El tío”, como lo llaman cariñosamente los habitúes, produciendo la sensación de estar refiriéndose a la casa de algún pariente interesante donde les gusta caer seguido de visita, es un hito de la zona sur. En él tocan bandas internacionales y se gestan las locales. La variedad musical contempla desde Madonna a Los Ramones, y esta diversidad tiene correlato en el público que lo frecuenta. Tribus urbanas que en otros ámbitos tienden a confrontar, en “El Tío” conviven armoniosamente. Pero además el bar funciona como un punto de encuentro de músicos del sur de distintas generaciones y estilos. Es común encontrarse con integrantes de Victoria Mil, Placer o Travesti, por nombrar algunas de las bandas que forman una especie de cofradía de músicos del sur.

Los inicios de Discóbolo, como nos cuenta su organizador, Juan Etze, no se dieron en torno a este bar mítico. A decir verdad sus orígenes tienen gran cuota de azar, casualidad o meras circunstancias y muy poco, o probablemente nada, de estudio de mercado o búsqueda de emprendimiento. El primo de Juan vivía en España y solía moverse por las distintas ciudades del país con una valija llena de discos, algunos del sello discográfico donde habían trabajado tiempo atrás estos primos amantes de la música y otros tantos de su colección personal. Hasta que un día aquella valija arribó a Buenos Aires y ésta fue su última parada. La practicidad ganó el round y el joven decidió no viajar más en compañía de sus vinilos. Sin demasiado preámbulo, la primera feria se puso en marcha. En ese momento Juan se encargaba de organizar las fechas de “El Carguero”, un bar de Temperley, por lo que el lugar no fue un problema. Y luego de contactar a algunos sellos de la zona y disqueros, Discóbolo ya era un hecho.
La primera edición tuvo gran éxito y comenzaron a llegarle a Juan numerosos pedidos de repetir el evento. No sólo se trataba de la demanda de los coleccionistas, sino de amantes de la música y curiosos, convertidos en nuevos entusiastas de los vinilos. Es que este fenómeno no se agota en el reencuentro melancólico con un formato que evoca épocas pasadas. Lo plasma el gran interés que despierta en jóvenes que no vivenciaron su surgimiento.
Parece extraño hablar del éxito del vinilo en 2016, por lo que se vuelve ineludible la pregunta: ¿Qué es lo que permite su vigencia?
Juan, músico además de motor principal de la feria, encuentra en los discos una calidad de sonido superior a la de los CD o MP3 por la compresión inherente a los formatos digitales. Además, según nos explica, el audio de los discos es más fiel a la obra original porque logra registrar toda la información sonora. Otro gran atractivo, dice, es su calidez, un rasgo un tanto más subjetivo. Lo que no puede negarse, aún sin ser un melómano, ni tener un oído entrenado, es que los vinilos tienen un sonido diferente, especial.
Además de las particularidades sonoras los discos tienen otras características interesantes. Una de ellas es el arte de tapa. Generosos 30 centímetros de cada lado favorecen el disfrute de sus diseños volviéndolos incluso objetos de culto para aficionados. Otra peculiaridad de este formato es que al no brindar la posibilidad de adelantarlo hasta una canción precisa, esa suerte de antojo musical a la que la digitalización nos tiene acostumbrados, nos empuja a escuchar la obra como una totalidad y vivir el disco completo. Donde al ritmo propio de cada canción se le añade la cadencia que se construye con el orden y la suma de cada uno de los temas configurándose toda una atmósfera.
Por otro lado, las desventajas mayores en relación a otros formatos pueden encuadrarse dentro de la falta de practicidad. Los discos son objetos delicados por lo que el solo uso los afecta, volviéndolos fáciles víctimas del desgaste y la suciedad. Se suma la obvia limitación en cuanto a la incompatibilidad entre reproducción sonora y portabilidad. En otras palabras, la imposibilidad de que un vinilo se convierta en la banda sonara de nuestras caminatas o viajes en cualquier tipo de transporte.
Por extensos minutos no existe la música de fondo, ella ocupa el primer plano.
Pero, al parecer, en el siglo XXI la practicidad no siempre gana la partida y el disfrute de un vinilo logra transformarse en un ritual. Un paréntesis dentro de nuestras vidas tan digitalizadas, donde lo analógico quiebra por un momento la vorágine de celulares, tablets y pcs, dispositivos omnipresentes de nuestros días. Por extensos minutos no existe la música de fondo, ella ocupa el primer plano. Se produce una pausa para regocijarse en los detalles, deleitar los sentidos y relajarse. Según Juan, se trata de tomarse un momento, como al degustar un buen vino.

María Cecilia Angaramo
Colaboradora
(1985, Mendoza) Licenciada en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Cuenta con experiencia tanto en comunicación empresarial como periodística. Trabaja hace 10 años en un establecimiento de salud donde se encarga de la redacción y edición del material institucional. Colabora con artículos para diferentes diarios y revistas.