Por Claudia Sánchez Rod.

Continuando con mi periplo por las librerías de un D.F. que ya no es más el D.F. sino la Ciudad de México, llego a la Ciudadela. Ya se sabe que aventurarse por las calles de esta urbe es como entrar a la dimensión del caos, pero aunque ya se sepa, siempre quedan resquicios por donde se cuela el desconcierto y la sorpresa.

Continuando con mi periplo por las librerías de un D.F. que ya no es más el D.F., sino la Ciudad de México, llego a la Ciudadela. La primavera está en su punto y la metrópoli rebosa de jacarandas en flor. Hace mucho calor. Mucho, en serio. El Centro Histórico, para no variar, está lleno de gente. Ya se sabe que aventurarse por las calles de esta urbe es como entrar a la dimensión del caos, pero aunque ya se sepa, siempre quedan resquicios por donde se cuela el desconcierto y la sorpresa.

Mi destino ahora es la Librería Educal Alejandro Rossi que se encuentra en la Biblioteca de México. Pero antes de llegar ahí tengo que librar muchos puntos: los interminables puestos callejeros que venden libros y revistas de todo tipo al costado de la Ciudadela, doblo en la esquina y sigo atravesado puestos que ahora son de comida: tacos, tortas, sopes, gorditas, chicharrones, refrescos, aguas frescas y un largo etcétera. Entro por fin al edificio y se hace la paz.

Este es uno de los lugares más entrañables de la ciudad, créanme.

Se construyó a finales del siglo XVIII, cuando todavía ni siquiera nos llamábamos México. En ese entonces éramos la Nueva España. Calculen la cantidad de almas que han coincidido en este punto perdido del universo con todos esos años de por medio. Originalmente fue una fábrica de tabacos, luego se convirtió en un parque general de artillería, con lo cual pasó a ser oficialmente una ciudadela. Una vez consumada la Guerra de Independencia se utilizó como almacén de armamento aunque también sirvió como cuartel, hospital, taller de maestranza y armería, laboratorio y almacén de sanidad militar. Quién se hubiera imaginado que terminaría albergando entre sus muros a la Biblioteca de México. Seguro que nadie.

La arquitectura de la edificación es de estilo neoclásico, tal como corresponde a la época de su construcción. Su ornato es sobrio, tiene todo el aspecto de una fortaleza, y como aquí se vivieron muchos capítulos históricos de gran trascendencia para el país, ya se pueden imaginar las vibras que flotan en el ambiente. Cámara fotográfica en mano, voy recorriendo con toda calma los espacios, paso por las salas de lectura, la hemeroteca, el teatro, las galerías. Justo en medio del recinto me encuentro con una escultura flotante, está hecha de nervaduras de hoja de tabaco; pende en silencio, como observándonos a todos, como rindiendo un homenaje aéreo a la raíz de toda esta historia.

Antes de continuar hago un alto en la sala de lectura para personas con discapacidad visual. Es mi primera vez en un lugar así y estoy sorprendida: la sala es realmente cálida, la luz es muy tenue y, por más que las razones sean obvias, esa semi penumbra en un espacio para la lectura me descoloca. Los estantes están llenos de libros en braille, cojo uno y paso mis dedos por una página al azar y entonces, de golpe, vuelvo a sentirme muy intrigada por el mundo en el que habito.

¿Qué tanto dirán todos esos puntos frente a mis ojos?

Llego por fin a la librería Alejandro Rossi, su nombre es un homenaje al filósofo y escritor italiano (quien por cierto también vivió en Buenos Aires). Esta librería está ubicada en el acceso principal del conjunto arquitectónico, en la cabecera norte de la Ciudadela. El espacio de la entrada, si bien no es muy grande, da una sensación de gran amplitud y a esta hora (las cuatro de la tarde) toda la luz del sol se cuela por el cristal de los ventanales. Aquí se concentra la oferta editorial, sus estantes no sólo ofrecen libros de literatura, arte, fotografía, sino también discos compactos y DVDs, revistas de rock, historia y geografía, playeras, separadores, artesanías. Está dividida en dos áreas independientes y simétricas; una para adultos y otra para niños. Todo está quieto y silencioso; el dependiente me explica que entre semana hay muy poca gente, pero sábado y domingo es diferente. Si te asomas a la crujía longitudinal viene la primera sorpresa: es como un panal lleno de nichos que atesoran libros y más libros. El efecto es envolvente: al fondo, el muro está cubierto por un espejo que hace que la perspectiva crezca al doble. Cuando miras el suelo, te llevas una sorpresa más: está cubierto por una extensa retícula cubierta con material transparente, en su interior hay diferentes objetos que puedes ir apreciando mientras caminas.

En síntesis, mires para donde mires, te encontrarás con algo bello.

Antes de marcharme de ahí me compro el libro Palinuro de México, hace años le traía ganas a la novelita esa. Me echo a caminar en busca de un café, a querer y no, llego hasta el Monumento a la Revolución, y a querer y no; empieza a llover, así es esta ciudad, impredecible y necia. Me meto al café y me pido un americano, me siento en una mesa frente al ventanal que da a la Alameda Central y me pongo a observar a la gente que huye del agua. Y en este punto me despido de ustedes porque me voy a sumergir un rato en las páginas de mi libro.

Pero si un día pasan por aquí, vengan a la Ciudadela, se los digo en serio.

¡Ah, qué rico está mi cafecito!

Claudia Sánchez Rod

Claudia Sánchez Rod

Colaboradora

(Ciudad de México) Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó la Diplomatura “An approach to the meaning of life and death”en la Universidad de Toronto, Canadá. Se ha desempeñado como periodista y traductora. Actualmente se desempeña como Jefa de Redacción del sitio literario El libro de arena. Ver más sobre Claudia aquí.

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