Por Cristian Fernando Carrasco.
Entrega #1
El portazo de John Lennon resonó en cada espacio vacío de los ladrillones huecos del monoblock. No era para tanto, sigo creyendo. Pero los cantantes tienen su carácter y los hippies tienen sus principios y el máximo cantante hippie es algo de cuidado. Salió con todas sus pertenencias dentro del morral y nos dejó una habitación libre y un tercio del alquiler sin nadie que lo pague. Balder me miró como esperando que yo tuviera una respuesta espontánea, automática, pero eso no estaba en los planes de ninguno de los dos.
– ¿Qué hacemos, Dionisos? -preguntó, acompañando la pregunta de sus ojos.
-Y… poner avisos en la universidad…
Tres días después le dábamos la bienvenida a Jesús al departamento.
*
Jesús nos hizo acordar bastante a Lennon, sobre todo por el corte de pelo; aunque se afeitaba un poco menos y cuando lo hacía tapaba las cañerías con su barba. Menos mal que no estaba todo el día desafinando con la guitarrita como en un campamento cristiano: se aficionó a los teclados y tocaba algunas melodías fáciles en el enorme piano blanco que Lennon dejó en medio del living- comedor y nunca volvió a buscar.
Se armaban lindas zapadas. Venían compañeros de la universidad que también tocaban, pero nadie respetaba mucho a Jesús y siempre, en algún punto de la velada, un poco pasados de alcohol y por joder, alguien arrancaba con Sympathy for the devil (en la versión de Guns n’ Roses, eso sí) o Jesucristo García, y no había forma de levantar la rabieta. Era cantado.
Además, alcohol nunca faltaba, porque puedo hacer fermentar un ficus y que pegue, cosa que la mayoría agradecía. Ahí me di cuenta de que mis ritos y los de Jesús son muy similares: la gente toma vino y se pone de rodillas frente a los demás, pero en mi caso para cosas mucho más divertidas.
Antes de que pasara una semana ya habíamos decidido que estábamos mejor con Lennon, pero cuando fuimos a buscarlo nos dijeron que lo habían asesinado. Por eso nunca volvió por el piano.
Eso pasa cuando te encariñás con mortales: se mueren y te dejan pagando.
*
No quedaba otra que ponerle buena onda, así que nos propusimos… no sé si avivarlo sería la palabra (era su segunda venida, como la de todos nosotros, así que tenía experiencia en eso de avivarse), pero sí mostrarle ciertas cosas. Después de todo, no era culpa suya sino de la forma en que fue criado. De su padre, del momento histórico en el que nació. Si la propia idea de tu existencia es ser una especie de esponja universal de culpas, una bolsa de consorcio sin fondo para tirar pecados chorreando como pañales usados, es lógico que no seas la persona más copada del mundo. Dime de quién eres hijo y te diré quién eres.
Pero no entendía, no había forma. Toda esa cosa del deber, la salvación de las almas. ¿Si no estamos acá para divertirnos, qué sentido tiene?
-¿Por qué usabas tu poder para enloquecer a las mujeres, llevarlas desnudas por los montes, hacer orgías con alcohol y animales? –preguntaba.
Balder (a quien le gusta la joda, pero comparado con otros asgardianos es un gatito mimoso) me miraba, parado detrás de Jesús, se mordía el labio con los dientes superiores y movía la cabeza haciendo la sueña universal de “¡Qué hambre!”. No es algo que se pueda explicar. Si él no sabía que eso es lo que hacés a cierta edad y con cierto grado de influencia en las fuerzas cósmicas, la inutilidad de ponerlo en palabras para su comprensión se volvía evidente.
-Era joven y me drogaba mucho, ¿qué querés que te diga? Un gran poder conlleva una gran corrupción.
-Yo no hacía esas cosas.
-No, vos caminabas sobre el agua y le dabas pescado a la gente. Eras el alma de la fiesta.
*
Balder casi no se escuchaba en el departamento. Nunca fue muy activo, se suponía que era el dios de la belleza y las cosas buenas, pero después de su muerte cambió, ya no se conformaba sólo con estar ahí, si es que entienden lo que quiero decir. Sentía que había sido como una modelo, una especie de percha linda para colgar cosas lindas, sin sentido, sin ninguna misión real en el mundo más que estar ahí. Cuando volvió tuvo un encontronazo con Thor y se autoexilió a la Tierra.
Nos juntamos por afinidad, los dos con problemas en casa, los dos muertos y renacidos. Sabíamos que eso deja huellas. Pero lo que hacés después de volver es lo que importa. Creo que por eso aguantábamos tanto a Jesús. Morir y volver te cambia.
Balder comenzó su viaje cuando empezamos a vivir juntos, pero fue un viaje interior, hacia sus pensamientos. Buscaba el sentido de la belleza, el sentido de la bondad, es decir, su propio sentido en el gran esquema de las cosas. Como no podía solo, buscó ayudas. Y empezó con lo natural. Pasaba horas en el sillón, tirado, mirando por la ventana del monoblock y fumando. No me acuerdo si fui yo o alguno de nuestros amigos quien lo llamo por primera vez Balderrama, pero pegó en seguida como su apodo.
Me resultó extraño que, habiendo sido asesinado por una hoja de muérdago, se aficionara tanto a otro vegetal. Lo lógico sería que los odiara. Pero, bueno: hay plantas y plantas.

Cristian Carrasco
Colaborador
Escritor y estudiante de Letras. Nació en 1978 en Villa Regina, Río Negro. Vive en Neuquén Capital. Fue miembro del grupo poético Celebriedades y participó en el proyecto Almacén Literario (www.almacenliterario.com).