Por Cristian Fernando Carrasco.

Entrega #2

-¡Truco, no puedo jugar! -dijo Neo.
-¿Y el ipa?
-No quiero cerveza artesanal, gracias –contestó Balder, mi compañero de equipo.
-No, el ipa, el en-vi-u-do…
-Ya cantaste, ¿para qué te hacés el artista? –me apuró Neo.
-¡No preguntaste, tarado!
-No me hiciste la seña.
-No hay seña para el envido.
-En realidad…
-No se usa la seña para el envido, se pregunta.
-Bueno, la próxima pregunto.
-Más te vale, gil.
-¿Y? ¿Se quiere o no se quiere?

-Quiero -pronuncié con desgano. Las cartas en las manos de Neo brillaron de arriba a abajo con luz verdeoscura en el momento en que los demás fijamos la mirada en las nuestras. Tiré el siete de oro, Jesús un cuatro, Balder otro cuatro y Neo el siete de espadas. Miró a los demás con suficiencia antes de colocar con suavidad una sota sobre el siete. Balder la remó con un tres y, cuando llegó mi turno, tiré el seis de oro sobre mi siete de oro clavando los ojos en mi pie mudo.

-Quiero retruco -dije, cauteloso.

-¡Quierovalecuatro! -Neo sonreía con expresión casi obscena. Sus anteojos oscuros reflejaban naipes en blanco, sin traicionar sus cartas. Nos miramos, miramos el papelito con los puntos: doce malas nuestras a trece buenas de ellos. Perder tres o cuatro puntos a esa altura no cambiaba mucho.

-Quiero -dije, dejando sobre la mesa un tres. Neo acomodó el ancho de espadas tras la montura de sus gafas oscuras, aumentando su sonrisa, si eso era posible.

-Bueno -exclamó juntando las cartas y las apuestas. Le pasó su parte a Jesús y guardó sus billetes en un bolsillo del pantalón -Ahora son veinte pesos.

Hizo el ademán de sacar dinero del otro bolsillo y, mientras los depositaba sobre la mesa, observé a los dos billetes de diez brillar en verde y terminar de materializarse. Hubiese sido menos evidente con dólares, supongo. No sé por qué siempre hace trampa si el dinero que podría llegar a perder ni siquiera es real, pero algunos no soportan perder aunque fácticamente no pierdan nada.

*

Neo era la última adquisición del Club de la Segunda Venida, por ponerle un nombre a lo Amy Tan. Aunque, a pesar de haber muerto y resucitado con poderes asimilables a nuestros atributos divinos, la verdad es que Neo se nos parecía poco, ontológicamente hablando: no era un dios, tampoco un semidios. Ni siquiera era un ser humano.

-Soy un virus -confesó la primera noche, tras el tercer vaso, de litro, marcado en los niveles óptimos de hielo, fernet y gaseosa. -Un virus informático, pero un virus al fin. No es lindo decirlo. Uno lo sabe, lo medita, y resulta un poco incómodo, pero escucharse a uno mismo decir “soy un virus” es fuerte.

-¿Thomas Anderson era un virus?

-No. Thomas Anderson era un ser humano. Pero yo no soy Thomas Anderson: yo soy Neo. Y soy un virus informático. Thomas Anderson era mi doble humano. Thomas significa “gemelo” y Anderson “hijo del hombre”. No había un gemelo bueno y uno malvado, simplemente él era mi gemelo de carne y hueso y yo era su gemelo virtual. Él murió en ese viejo edificio, acribillado por los programas vivientes que protegen la Matrix. Después de eso, yo tomé posesión de su cuerpo. No porque quisiera sino porque estaba programado para eso, nací para eso, fui armado bit por bit para eso. No lo entendí sino mucho tiempo después, cuando morí de verdad.

*

Es extraño que nos llevemos bien con Balder, porque él es el dios nórdico de la belleza, algo así como Apolo, aunque no tan insoportable. De todos modos tampoco es culpa de Apolo, la belleza de por sí misma no es mala. Ni la bondad, ni la justicia. El problema es que algún imbécil identifique las tres cosas, crea que siempre van a ir necesariamente juntas y construya sobre esa estupidez un sistema filosófico.

Lo que sí me molesta de Balder es que no entienda. Con eso de probar cosas nuevas y hacer de su vida un viaje de descubrimiento permanente, no hace caso a ninguna advertencia. No todo se aprende por la vía de la experiencia directa, también podés aprender de lo que le ha pasado a otros. Pero con Balder no hay caso: no escucha. Por ejemplo hoy, con la ambrosía de nuevo. Le he dicho mil veces que no tome ambrosía, que le pega mal y al final ya no sabe lo que dice ni lo que hace, queda mal con medio mundo y al otro día no se acuerda de nada. La ambrosía no es lo mismo que la hidromiel, pero éste no aprende: sin pedigrí olímpico lo mejor es mantener las jarras de ambrosía lo más lejos posible. Incluso a mí, que soy medio olímpico, me la da en la pera, y eso que tengo mis prerrogativas de nacimiento.

Y mirá que el mismo Jesús le dice que convierta el agua en lo que sea que tenga ganas de tomar, que eso ni siquiera cuesta esfuerzo, es como un reflejo: Jesús mira un vaso de agua y saz!, se convierte en vino. Es como una incontinencia transmutadora.

*

Charlamos seguido los tres, es como un grupo de autoayuda. Pocos han estado del otro lado, han muerto y vuelto a la existencia. Nunca me canso de decir que eso te cambia, loco, te cambia. El nacimiento es el big-bang, la muerte es el big-crunch y lo que pasa al volver es que te meten a presión por el equivalente álmico de un agujero negro y salís en otro lugar completamente diferente siendo el mismo, o salís en el mismo lugar siendo completamente otro. A nosotros tres nos pasó lo último.

Con Neo no podemos hablar tanto porque no está mucho en este plano de existencia: me olvidé de decir que lo tenemos en un pen-drive y solamente aparece cuando lo conectamos a la computadora. Podría ser peor, pero a él no le hace ninguna gracia.

Cristian Carrasco

Cristian Carrasco

Colaborador

Escritor y estudiante de Letras. Nació en 1978 en Villa Regina, Río Negro. Vive en Neuquén Capital. Fue miembro del grupo poético Celebriedades y participó en el proyecto Almacén Literario (www.almacenliterario.com).

Share This