Por Cristian Fernando Carrasco.

Entrega #3

Llegaron Thor y Apolo, cada uno con una serpiente gigante al hombro. Sentimos el golpe carnoso, húmedo, de los cuerpos largos y sinuosos como caminos de montaña, cuando tiraron sus presas al suelo antes de entrar. Ya nos habían visitado antes y sabían que las bestias no iban a caber en los pasillitos ni en la escalera de los vitamínicos. Todo el mundo llama así a los monoblocks porque se los identifica pintando números y letras dentro de un cuadrado sobre los tanques de agua: A1, B2, B12, lo que remite a elementos de la tabla periódica o vitaminas.

Thor golpeó la puerta con vehemencia, casi la hizo saltar de las bisagras. Usaba un colmillo de la Serpiente de Midgard como aldaba. Thor no es precisamente el dios más sutil del universo. No es mal tipo y tenemos varias cosas en común: supongo que si no fuera ya amigo de Balder armaríamos unas jodas monumentales. Pero como ellos son hermanos y se llevan mal, no queda otra que tomar posiciones. Es como intentar ser amigo de los dos miembros de una pareja: no se puede, tenés que afiliarte a un bando. Cuando llegás a un casamiento y te preguntan “del lado del novio o de la novia” no te hablan de asientos, te están preguntando de qué lado vas a quedar en el momento del divorcio.

Apolo no traía ningún trofeo, había dejado a Pitón intacta en el piso. Él no se rebaja a esas costumbres de cazadores, no se ensucia las manos. La manera en que un dios mata dice mucho de él. Apolo mata a flechazos, desde lejos, con desdén… y esa costumbre pelotuda de andar brillando siempre para que no lo miren directamente, mucho menos a la cara, muchísimo menos a los ojos.

Con el también tenemos una relación filial complicada, por si no se notó.

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Thor y Apolo eran emisarios: el flechazo de luz, el rayo destructor, caían sobre nosotros. Básicamente, venían a decirnos que nos habían cortado los víveres. Basta de dinero para el alquiler, para comida, para gastos. Demasiado tiempo “estudiando” sin ningún diploma que avale el esfuerzo, suele desembocar en estas situaciones incómodas. Los padres son inversores impacientes, quieren que su dinero dé dividendos en el menor plazo posible.

Era todo muy raro porque papá solía mandar a Hermes y Odín a sus cuervos, no había ninguna necesidad de hacer bajar a nuestros hermanos al plano terrenal. Pensamos que ellos mismos se habían ofrecido, deseosos de vernos las caras al recibir la noticia, y entonces trajeron las serpientes para disimular, para poder decir que andaban por acá matando monstruos y justo los engancharon, al pasar, como mensajeros.

Envidiamos mucho a Jesús por ser hijo único y carecer de esas relaciones complejas que se tienen con los hermanos, que nunca son siquiera duales como amor/odio sino amor/odio/admiración/miedo/respeto/rivalidad/ternura. Él tiene al Espíritu Santo, pero siempre lo imaginé como una especie de Pepe Grillo incorpóreo, o como un cadete fantasma que lleva y trae mensajes, más que como un hermano.

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La verdad era que ni ellos se habían ofrecido ni nuestros padres tenían la culpa. Los pobres viejos estaban internados en el mismo geriátrico, seniles, perdidos, cortada su relación con el mundo, y los abogados habían aprovechado para tomar por asalto todos sus activos, acciones, bonos, cuentas secretas, todo. Y, por supuesto, so pretexto de salvaguardar la fortuna familiar, su primera medida fue dar por finalizada nuestra manutención universitaria.

Thor nos trajo fotos. Daba pena verlos, antes tan grandiosos, tan perfectos y refulgentes, sentados con la mirada perdida, babeando en sus sillas de ruedas, tapados con frazadas viejas, mal cortadas y llenas de agujeros. Nos dieron la noticia, las fotos, una especie de pésame, y se fueron, de nuevo con sus serpientes derrotadas, provocando kilómetros de congestión en el tránsito a medida que arrastraban de las fauces y los colmillos esos cadáveres aún no del todo rígidos.

No dijeron mucho. No había mucho que decir ni palabras para expresarlo, así que, por suerte, Apolo no tuvo excusa para activar el modo Loxias, porque cuando empieza con los juegos de palabras, las ambigüedades, las ambivalencias lingüísticas, los dobles, triples y cuádruples sentidos, se pone realmente insoportable. Y ni siquiera se entiende él mismo a veces: sé que ha intentado grabarse para decodificar sus propias palabras, hacer de oráculo y sacerdote, pero, al escucharse, sólo pudo captar palabras encimadas, la misma voz diciendo varias cosas distintas al mismo tiempo.

Por algo su apodo, Loxias, significa “el ambiguo”.

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Al principio no lo tomamos en serio. Cuesta concebir que de un día para el otro vas a tener que ganarte las cosas. Los dioses nunca nos esforzamos por nada, obtenemos poder de la fe y obtenemos fe simplemente por ser quienes somos, por estar un escalón y tres dimensiones por encima de los humanos, sin más esfuerzo que el que se pone en respirar… aunque no respiremos.

Pero la realidad se impuso. Nos cortaron el gas, el agua, la luz. Recién ahí se nos ocurrió conectar a Neo para que hiciera aparecer unos billetes y pagar el alquiler y los servicios. El dinero iba a desaparecer en el momento en que él se desmaterializara, pero para entonces ya estaría guardado en una billetera o en un cajón del banco, y nadie se darían cuenta hasta notar el faltante. Eso seguramente le crearía problemas a alguien, pero no a nosotros, y hay que recordar que a los dioses no nos ata la moral humana, estamos más allá del bien y del mal.

Aunque seguro a Jesús iba a darle culpa después.

Pero tarde nos dimos cuenta de que sin luz no había computadora y sin computadora no había Neo. Si alguno de los tres tuviera poderes temporales, hubiésemos vuelto atrás para avivarnos a nosotros mismos, pero desgraciadamente sólo podemos revelar la verdad en las almas de los hombres o salvarlas del infierno, enloquecerlos, abrirles los ojos a las bellezas del mundo, nada útil.

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Con respecto a la comida no hubo mayor inconveniente: Jesús multiplica lo que sea. El problema es que tiene una fijación con el dos y el cinco, quedó trabado en eso de los dos panes y los cinco peces y, al ser tres, siempre hay una disparidad. Si, por ejemplo, conseguimos plata para un pancho, Jesús lo multiplica por dos o por cinco: si lo multiplica por cinco, dos de nosotros comen dos panchos y el otro uno solo; si lo multiplica por dos, sólo dos comemos y uno se queda sin nada.

Igual, somos unos glotones, porque uno solo de esos panchos nos debería llenar: son panchos enormes que compramos en uno de los carritos del parque central, con ají, mostaza, papitas, chimichurri. Incluso Balder le pone a veces, para sumar algo de sustancia, una especie de queso fundido que se ve y sabe igual que el cable de un alargue derretido.

Hay que reconocer que Jesús suele ofrecerse a ser el que come menos, o el que directamente no come, porque le da culpa que su forma de multiplicar genere problemas. Pero no sé que tanto mérito tenga eso porque a él en realidad le da culpa todo.

Aguantamos algunos días, pero nos cansamos muy rápido de las privaciones y decidimos caerle sin avisar al tío Caronte. Miles de años recibiendo monedas de cada ser humano que deja de existir lo había hecho el más rico de los dioses. La muerte siempre ha sido la forma más efectiva de llenar arcas y bolsillos.

Cristian Carrasco

Cristian Carrasco

Colaborador

Escritor y estudiante de Letras. Nació en 1978 en Villa Regina, Río Negro. Vive en Neuquén Capital. Fue miembro del grupo poético Celebriedades y participó en el proyecto Almacén Literario (www.almacenliterario.com).

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