Por Julieta Desmarás.
Todos los lunes de octubre y hasta el lunes 14/11 a las 21hs se presenta en Timbre 4, No daré hijos, daré versos, obra escrita por la dramaturga uruguaya Marianella Morena y dirigida por Francisco Lumerman. La pieza se centra en elementos biográficos de la poeta Delmira Agustini (1886-1914), precursora de la poesía erótica, referente de la Generación del ‘900, asesinada por la violencia machista en 1914.
“Corten, corten, corten donde mienten», aconsejó hace mucho tiempo el dramaturgo Antón Chéjov. Y la propuesta de Lumerman abarca dicha verdad. La verdad en el acto. En el lenguaje y en los puntos de vista. Seis actores rotan roles y géneros reflejando las guerras que son de un hombre y una mujer y las guerras que nos son propias.
Quien da más. Qué puede un cuerpo. Quién quiere el cuerpo de Agustini, quién lo quiere. Frases sueltas se ofertan al mayor postor mientras una bala atraviesa el cielo y cruza la ciudad. Seductora desde el título: No daré hijos, daré versos estrenó este año en el 2° Festival Internacional de Dramaturgia Europa + América, iniciando luego una exitosa temporada en Timbre 4 (Boedo 640). La obra propone un acercamiento al acontecimiento que fue Delmira (incluso durante toda la pieza se refleja con distintos registros las restricciones de una época, los mandatos sociales, la curiosidad social ante lo morboso). En principio el espectador nota los seis cuerpos entrelazados como si estuvieran en reposo. A la izquierda hay melodía que suena cuando debe, una larga percha con ropas y a la derecha y delante algunos muebles. Los actores (Jorge Castaño, Diego Faturos, Malena Figó, Iride Mockert, Germán Rodríguez y Rosario Varela) rotan sus roles durante toda la obra, mientras un pianista (Agustín Lumerman) marca el ritmo de la acción.
Agustini murió asesinada por su ex marido, Enrique Job Reyes, a un mes de divorciarse. La obra lo registra, sin embargo apunta más alto. Se pregunta en qué medida es posible la representación. Y mientras que la acción incrementa, toda posibilidad de relato queda más y más disuelta hasta que ya no quedan más que papeles sueltos.
Quien da más. Qué puede un cuerpo. Quién quiere el cuerpo de Agustini, quién lo quiere.
A primera instancia vemos tres Delmiras y tres Reyes. Uno habla y el otro responde como si no pudieran desprenderse del forcejeo amoroso en el que se han metido. La escenografía funciona como un espejo del procedimiento escénico: un suelo compuesto por retazos, piezas que los actores arman, desarman y rearman, rodeados por el caos que corresponde a toda reconstrucción. La ironía como realismo y estética, cómo el teatro puede reconstruir el pasado. A lo largo de toda la obra podemos percibir el dilema existencial de la historia. ¿Qué hacemos con nuestro pasado? ¿Quién es responsable de preservarlo? ¿Cómo queremos ser recordados? ¿Por qué?
Lumerman logra un exquisito manejo de los tiempos, expone intimidad, que los actores dominan con técnica transformándolo imprescindible para que la puesta no se vuelva un mero ejercicio conceptual.
Yo muero extrañamente, no me mata la Vida, / No me mata la Muerte, no me mata el Amor; / Muero de un pensamiento mudo como una herida… / ¿No habéis sentido nunca el extraño dolor / De un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida / Devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
Los versos responden a la pluma voraz de Delmira Agustini (1886-1914), una de las autoras uruguayas más importantes, en una genealogía lírica que ha ofrecido grandes exponentes como Juana Ibarbourou, Idea Vilariño, Marosa di Giorgio, Amanda Berenguer. Fue una transgresora y una referente de la generación del 900, apenas 27 años de vida le bastaron a esta poeta, de familia burguesa, para dejar un legado que espantó a la repinada sociedad de su época. Sus versos sensuales, de marcada carga erótica, fueron un manifiesto donde el deseo femenino se manifestó con descaro. Fue una mujer libre, revolucionaria y una auténtica feminista. Comenzó a publicar sus artículos en la revista Alborada. Cuando era muy joven, con 16 o 17 años, escribía retratos de mujeres de Montevideo que no eran floreros.
Sus versos sensuales, de marcada carga erótica, fueron un manifiesto donde el deseo femenino se manifestó con descaro.
“Internaré mi neurastenia para lanzarme al abismo medroso del matrimonio”, escribió Delmira por correspondencia a su amigo Rubén Darío al casarse en el 1913 con Enrique Job Reyes, a quien abandona tras mes y medio de contraer malogradas nupcias. Es él, precisamente, quien la asesina de dos disparos al confirmase el divorcio, suicidándose después, en un femicidio que nos acecha y que, aún a la fecha, seguimos preguntándonos por qué. Por qué las balas persiguen poetas como versos. Aun así, estamos acá, muchas, trasgrediendo. Somos flores para esas botas que nunca, nunca, nunca nos reprenderán.

Julieta Desmarás
Colaboradora
(1982, Buenos Aires) Gran parte de su infancia y adolescencia la vivió en el sur argentino. Redactora cultural. Desde el año 2007 administra su blog: De las hojas al hormiguero. Colabora para diferentes revistas de música & cultura. Asistió a talleres dictados por reconocidos escritores y poetas. En 2014 editó su primer poemario El río y su cajón con Editorial Alción. Actualmente está próxima a editar su segundo libro de poesía y una obra de teatro.