Por Lamás Médula.

Ya está circulando y a la venta esta antología que reúne novelas, cuentos y relatos de Washington Cucurto, todos ambientados en un clima social de cumbia.

Esta antología, publicada por Ediciones Lamás Médula en la colección de narrativa Interlunio (dirigida por Julieta Desmarás y Miguel Martínez Naón) contiene material inédito de Washington Cucurto: novelas con clima social de cumbia -bautizadas Cumbielas por el autor-, cuentos y relatos que hasta ahora han tenido escasa o nula circulación. La producción de fotos que dio origen a la tapa de esta antología estuvo a cargo de la fotógrafa Gisele Guala y se realizó en el Club La Catedral en Sarmiento y Medrano, CABA. La puesta es una versión libre de La Piedad de Miguel Ángel, con Fernanda de Broussais como la Virgen María.

En esta nota además compartimos un fragmento de la novelita cumbiela, Noches vacías.

Acaso Cucurto sea, como dice Ricardo Piglia, el autor de mayor y más profunda capacidad de contemplación y escritura de su generación, comparable -siempre según Piglia- con el genio observador y descriptivo de Roberto Arlt.

Washington Cucurto es el Roberto Arlt de su tiempo.

Estas novelas, cuentos y relatos son esa pasión, la posible salvación de sus personajes, esa liberación -permanente o momentánea, personal o grupal-, en la que logran la tan anhelada igualdad. Una pasión mezcla de sexo, droga y todos los submundos que conviven en los diferentes conurbanos. Mezcla de música, basurales y alcohol, con las leyes de la noche como telón de fondo.

La pasión según Cucurto es la reivindicación de los que menos tienen y pueden, el advenimiento de una justicia que convierte a sus personajes en héroes circunstanciales. Todo lo pueden, todo lo logran a partir de sus carencias. Son los desposeídos de nuestra tragedia nacional, poseídos por el sudor de la bailanta, que todo lo tocan, que todo lo manchan. No hay imposibles para los que viven dentro de estas Cumbielas, gracias a la fuerza nacida de una vida minada de obstáculos.

Washington Cucurto es el Roberto Arlt de su tiempo. Y esta es su pasión redentora: la que busca en sus historias un mundo menos cruel, más justo, más libre. Un mundo en el que el derecho a la felicidad no se pide ni reclama, se toma por asalto. Llevando el deseo como bandera a la victoria. Porque donde existe una necesidad, allí, en ese barro, nace la pasión. La pasión según Cucurto.

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Noches vacías

“A otros labios he de ir al encuentro” Horacio Guazani

Tres noches sin ella El Samber es lo más. Todas las tickis van ahí, y eso es re buey. No mames cabrón, es así. Creer o reventar. ¡Creer, güey, creer! A mí me gustaba sentarme en las sillitas del barcito de al lado del Maxi Samber. Digo “me gustaba”, porque ahorita, ya, hoy, estoy crayón; y no lo hago más. Me libré. Me tumbaba a apreciar el desfile de chiris, y yo, gran haragán loquilindo, con el mundo en sus manos, me tocaba por debajo de la mesa. Ponía carucha sonrosada de atorrante enfeliciado. Y de vez en cuando viraba el mache para el lado de las estrellas. Aquello era el infinito, como lanzarse a un abismo sin fondo, y uno cayendo; planeando en picada, aguiluchazo, sí, mamón, el aire me pegaba en la cara; los brazos se me aflojaban, no me pesaban los músculos que eché con el camión de gaseosas. Habría que explicarles a los cabros jóvenes que la coca es lo peor. Nadie beba coca nunca. Eso; yo perdería mi trabajo, pero el mundo se libraría de su vicio. ¿Y qué es un mundo sin vicios? ¡Quién quiere vivir en un mundo sin fiascos, sin vicios, sin estafas!…¡sin fiacas!; ¡qué ulcerante todo! A seguir cargando nomás, y a sentarse a contemplar que para eso nacimos. Sentarse ahí, al ramillete, en ese lugar estratégico del universo, es entregarse al flash total, ¡superéxtasis! Viernes a la noche: flayear entre tickis y estrellas. ¡Ñadecó, qué cocktel! El estrellerío, el pajarerío, el pajarerío de estrellas, el gran bolonqui que es el cielo, caía encima de mi mesita. Destapaban la tapa de mi cabeza y entraban como por el buche de un sombrero. Yo me paraba supermultiestelar con  una constelación de astros en la cabeza, en los ojos, en las manos, entre el ombligo, salsero, chacotero, metabardero; a los costados de mis hombros iban y venían las doncellas cumbianteras. Yo también iba, porque uno siempre anda yendo pa´el lado que el sabor te tira; y viboreaba, por la veredita hasta llegar a la entrada atronadora del Samber. A todas luces. ¡Qué bellísimo escándalo! Me zampaban los sentidos los coloridos sensores de los carteles anunciadores de bandas y grupos tropicales. Coloraje. Colorío. Luminiscencia, exuberancia. Colorío caché, cabrón, barroco gritador. La cervecita chanflea en la vejiga. Cervecita orinadora. Y entro un rato antes de que se colme el salón, y no hay caso, en el baile no hay como primeriar, ya entraban riendo-gritando, un rebaño de juventud resplandeciente. Me largo al baño. En las paredes espejos, ¡cuándo no!; posters de jinetes de grandes sombreros, con botas de estrellas en el talón y caballos blancos, colorados, grises, pintos…México…Pura chiringada, pura cháchara turística…yo un día voy a montarme en uno, te digo. Ah, pero las chiris más lindas están acá, en la pista del Samber Disco. Eso no me lo discute nadie. Guaraníes salvajes, bailadoras y dispuestas a dejarme súper hepático, deshidratado, sin pulmones, al borde, a los pies de la Señora Muerte, a todo, a puro trote, a puro baile, besos caricias y miradas. Por culpa de esos señores entré, a esa hora todos estaban afuera contemplando el panorama, tomándose una Condorina helada en mi sillita, preferencialmente ubicados. Y ora que aconteció la desgracia, todos hablan, todos se llenan la lengua de maldades, pero en esta se anotaban todos; ora muchos vuelven a Itacurubí, a Villarica, a Mariscal Pedro Juan Caballero, y comentan; cizañeros de cizaña, los feo, lo malo que era el Samber; lo hacen en el micro cruzando la frontera Encarnación – Misiones, y bostean entre los asientos pa´que todos sepan. ¿Sepan qué, cabras? Que el Samber fue lo más y como a todo imperio, a toda cosa llena de fulgor, como a las estrellas, se les descarriló el coco, en un momento tenía que explotar, ¿no? Hablan…hablan porque no tienen madre… A eso de las nueve, me levanté del barcito intercolegial, me arreglé el cuello de la camisa y salí al encuentro de la vida. Ranerito, sacudón de botamanga de jeans, y con las servilletitas de papel me daba la última cepillada a los timbos; ¡maña que araña! El mozo siempre me miraba con desprecio. Pero pago, pongo y sostengo varias Condorinas solo, así que a masticarse las palabras…chito y mutti. Con súper chop de Condorina helada yo soy Gardel, buen mozo. Cuando levanto mi chop y me lo llevo a la boca: el mundo se detiene. Con mi súper chop en la mano yo cruzo la Cordillera. Yo quisiera hablar del Samber, dar una conferencia en varios idiomas sobre el único lugar en esta perra ciudad, que vale la pena posta; y un poco también para taparle la boca a esos bocones que escupen brea al techo. Fue lo mejor, y eso no me lo discute nadie. ¿Lo conoce? ¿Fue alguna vez? Bueno, no importa yo voy a contárselo todo, pero lento, como avestruz, pero ya va ir cachando la onda, y a veces me voy, entro, salgo, me disperso, soy un desastre pa´contar, pero usted de acá va directo al Samber. Acuerdesé lo que le digo, acuerdesé y olvidesé por el bien de todos. Ojo que no me lo llevo todo a la boca como los bebés. Le meto pata, todo empezó en el San Miguel proleta, fue una idea de Ramón Villasanti, paraguayo, el único de San Miguel que tenía dos kiosquitos – cervecerías. Tenía unos pesos ahorrados y primero quiso abrir una radio pa´pasar música de su país y vivir de la publicidad sobre de trámites de documentos y profesionales, médicos, dentistas, ginecólogos, etceterísima…le dije, no…Mejor es poner un baile, el paragua cayó más rápido que un rayo. Cerró los kiosquitos y puso cerca de la estación Trenes de San Miguel el primer Samber Club de paraguayos, pequeñito, con una sola victrola y muchas sillitas y mesas como este bar. Yo le di la idea, yo le tiré la mejor, pero después me despachó, cuando el dinero entra y el negocio crece, no hay para dos. El dinero como la mujer, nunca se comparte. Uno patronea y el otro sirvientea. Como no me daba me fui. Él se juntó con otros paraguayos con guita y agigantó todo. Entre paisanos connacionales, compadres, todo va mejor. La nacionalidad te mata, curepí. Las ondas musicales del Samber son las únicas que atraviesan el Cerro San Cristóbal, allá, donde ninguna alma con onda desea ir: los pobreríos de San Miguel proleta. El Cerro San Cristóbal divide San Miguel: a la derecha la virgen de hormigón (por eso es la única virgen de todo San Miguel), y la exhulticia: las altas Torres. A la izquierda, para allá, donde el cielo no tiene ni estrellas, allá, el San Miguel proleta. Ahí nació mamá, y papá, y un par de mis nenitos. ¿Y yo? Yo vengo de lejazo, ahí tampoco hay bailes, ni estrellas, ni tickis, ni grupos cumbias. Ahí todo es plash, todo es arena, todo es desierto, aunque hay gente por todas partes. La gente sale de deabajo de la arena, en medio de los rayos de sol, hay que verlo. Ay, Diosito, por la pachanga que nunca estuve en lugar más feliz que el Samber! Fue la noche del 14 de febrero o del 17 de agosto, no me olvido que anduve por ahí. Esa noche conocí a mi diva total, conocí a Cilicia; uf, curepí; me pica la sangre, como si fuera un oso hormiguero. Esa rubia guaraní, caderas de avispero, hacía que la vida girara a mil; kil. y kil., trancosos pasaban. Rubia gerania. Simpatizamos de entrada  y ya noviamos antes de simpatizar, ¡Don del Samber! No voy a decir acá macanas, no voy a pronunciar amor porque sería poco. Me tingleó el corazón, como las chapas cascoteadas de un rancho. Mi corazón andaba como un nido de lechuzas lleno de pelotas de golf, ahí mismo me zamponié su salivita salvadora en la sangre, para siempre entre los dientes, en las caries, ¡y santo remedio calmador! Tengame paciencia si me tranco, usted sabe, el lenguaje es un despepite, lengüística, así le dicen ahora a las palabras. Y yo no soy más que un negro que ama la cumbia y le encanta levantarse minas en el baile. Y hasta ahí llega-llega el horizonte de mi vida. Y ahora me pusieron a tipear acá. “Narrá todo”, me dijeron. Narrá, qué palabra te lleva al fondo de las oscuras aguas de la muerte, de las cuales no regresas. Si yo nunca narré apenas cuento, y si me acuerdo. Porque se me olvida todo, y todo para qué, para que usted lea en un segundo, pa´que pase indiferente las páginas, sin pensar en nada…Y de vez en cuando se detiene en una palabra extraña, la curiosidad mata al diablo y justifica la diablura. Se las pongo apropósito, amigo, pa´que descanse, pa´que se relaje y disfrute un poco. Mamañema si me viera Ramón Villasanti Cañete!, que en paz descanse. Volviendo a lo que andaba, soy lenteja pero a mi modo acelero, todavía me acuerdo la música que cantaba X-Pollo, y cuando la vi no se me olvida más, me encanta contarlo: la vi cuando se encendieron las luces; tenía mucho, mucho por todos lados. Rubiota colona-campesina, ojos de fuego, grandes gomas que no se volteaban con nada. Lo primero que le vi fueron los luceros grandes, redondos, expresivos, salían animales vivos de esa cueva…Ahí había mucho de todo! La gran vida es el exceso, lo barroco, lo exasperante hasta la empalagación. Lo bueno cuando es mucho, doblemente malo. Empalagándonos con flujo o semen pasamos la vida… Era alta pesada, cascabel, cascabelera como un geranio de hormigas voladoras. ¡Qué hay!, oro, petróleo, saliva a raudales…Antojón de cabro yaciretado! Tucanes, alacranes pecarís, quimieleros, pechitos colorados, boas constrictoras, tigres de bengala, tarántulas, ranas terneras, tucús, pucús, monos titís, todo estaba ahí, en sus ojos, mirándome, agazapados para tirarse encima en el momento más inesperado. Yaguaretés, yasiterés, yacarés, coño, mamañema! Llegó la morenita, la reina de las flores, eh, eh, cuando mueve la cintura suenan los saxofones, morena, morena, eh, eh, tiene un cuerpito de azucena y ojitos de algodones, cantaba el tal Pollo, flaco, delgado, con el pelo atado con una gomita, traje blanco y corbata rosada con palmeras y flores. X-Pollo cantaba sobre el escenario de la bailanta, gracias X! La vi acercarse como en una película yanqui, qué gran miedo! Se me aflojaban, se me derretían las ceras de las orejas, su cuerpo se me aparecía entre las luces e iba transformándose en tigres, ranas, yacarés, todo un animalerío. La campanita de la garganta me pizpireteaba molinera. Bailamos casi sin hablar. Cilicia, Cilicia, me decían sus labios y yo nadita de nada, colita de feculax. A no embarrar. A no lanzar desviado a la tribuna. Es que mi vidita, mi infiernilla es eso, buey, una gran lanza tuerto que no conoce el acierto ni el tilde, ni el clamor del éxito tribunero… Ella me agarró de las manos y comenzó a guiarme por la pista, como a un ciego. Manejaba mis movimientos como si fuera un maniquí, como a un niño por el camino de la vida, de los trenes y los subtes. Todo era un descubrimiento… deslumbrante… cascabel. Bailo cumbia desde los nueve, pero nunca así. Ella se movía entre las melodías como un congrio en la parte más lodosa de un río. Guiábame por el camino de la limosna y del limosnerío, porque eso es lo que es el amor más fuerte (que yo ya sentía): limosnerío. Que porque digo esto, que por qué hay tonos de resentido en mis palabras. Mamón así es el amor, cuando no sos mendigo o esclavo de él, te lo pasás limosneando un poco de amor, decí que ahí hay Diablo y Dios. Que son una misma persona, pero esta raza no lo entiende, no lo memoriza, dizque tan no me escuchan los curas que ponen el trino en el cielo. Y a mí me crucifican por blasfemo; blasfemos son ellos que chupan vino y morfan pollo todos los días y solo Dios sabe lo que hacen entre ellos encerrados todito el día, monasterios, iglesias y demás, ahí yo no me meto…En esa no me alío, nadita me da más miedo que ir a rezar a una iglesia, que me pongan una bomba o me claven un cuchillo, si eso es el infierno…¡Pecador! Ya me fui para el lado de los kinotos…volviendo a lo que importa, mi reina…Su mano caliente y fuerte, con callitos suaves, montoncitos, finos (sería cocinera o limpiaría piezas en un hotel…) me remontaba a los lugares más lindos de mi imaginación. Sus manos me iniciaban en el gran circo de su girar bajo las luces estrambóticas. Cilicia, qué sensacional sos debajo de las luces, qué lindo todo, como el mundo cambia, como el misérrimo mundo varía debajo de las luces. Ella era una estrella, amigos, dulce, fina, hermosa, una estrellita. Perfectamente alcanzable que me zarandeaba de las manos y ya no tenía nada que hacer, ya le había hecho el gol a los ingleses, y ahorita corría hacia la tribuna con el puño en alto y la boca llena de Condorina. Cabro, no sabés lo que es cuando se encienden las lucas, se aparece el otro mundo, uno viaja hasta el centro de las estrellas, uno pude permanecer allí desnudo, sin tomar agua o comer, o tener que pagar entrada o derecho por nada… Cabrón, cuando se te encienden las luces se enciende la vida, pero no esta de bosta sino la otra, la que vale la pena vivir, la que vive adentro de todos, corrediza, no se deja cachar tan fácil. La fuerza de la cumbia no tiene paralelos ni parentelas. Única. Inimitable. Cascabel. Agradezco infinitamente no haber nacido en Yugoslavia, Holanda, Francia, Grecia. En esos lugares no existe la cumbia. Soy cata. En cada cata late la cumbia y vive César Vallejo. Cada vez que vean un cata, verán al engreído, al cumbiantero, al borracho imparable; yo sacaría a este turco ruin, truhán, y pondría de presindente a un borracho, la República andaría mejor con un borracho, un curda es insobornable, incorruptible, un borracho es un descenso al interior de nuestro ser, es la transparencia del alma, la verdad absoluta, no dice el dicho acaso: un borracho dice siempre la verdad, qué político, que dirigente conoce usted qué esté a la altura de eso. Mi animalesca me infla el corazón con aire de alientos de boca dulce, con colores de miradas. Mueve su cuerpo como una gacela enloquecida por la erupción de un volcán. Se movía…no, rey, no se movía, zumbaba, caballeaba, relinchaba con sus caderas bajo el poder maravillador de la música. Cumbeando. Cumbeanteando…La envidia y el amor son los sentimientos más puros; tumban ciudades y levantan villas. Yo sentía el amor de ella y la envidia a mí de los que nos miraban. Una condorina helada, ahora sería lo más, pero también un membrillo, un pañuelo, una briznita de hierba…Felicidad y todo es hermoso, qué para adelante todo! Mi reina es sonrisas, bellos pasos de baile y movimientos emprendedores. No me saca los ojos de encima ¡y ya son un peso! Peso para cargar en el esqueleto infinitamente. Estoy rodeado por una jungla a punto de saltar. Me abraza, me acaricia la nuca, los temas cambian, van y vienen como vagones repletos de vagos derechito al carnaval, trayendo la felicidad. ¡No paren nunca vagoncitos musicales! ¡Traiganmás felicidad y amor y Money, que acá hay lugar! Gilda, Rodrigo, Los Dados Negros, Los Charros, Mandingo, ella da un par de vueltas y queda muy cerca y aprovecha para rozarme los labios. Ay, bocota de mamoncillo de mamey. Y se aleja. Echa atrás como en un manchado e improvisa vueltas alejadoras, divorciadoras, siento yo, a pesar de que nunca me suelta las manos, ni me quita los ojos de encima. Sus ojos, muralla que me separa del mundo. Una parejita se interpone besándose y derramando cerveza. Pasan rápido como una epifanía en DVD. Su nunca blanca y sus grandes nalgas resplandecen en la tenue oscuridad que producen las luces intermitentes. Sin enterarme ya estamos en un lugar oscuro de la pista, cerca de unos sillones tomados por parejitas pegoteadas de saliva. No me acuerdo su nombre ni le dije el mío. ¿Qué importancia tiene? Me siento enamorado. Quiero que este instante se pare acá por paro mundial. Quiero que la vida no continúe más. Ella como si sintiera como late mi corazón, que siento por dentro, me agarra más fuerte las manos y ahora me abraza y me regala millones de sonrisitas embriagadoras. Me clava arpones y flechazos con sus ojazos de pavo real. Sus ojazos animales que esconden toda la jungla. Estoy herido de muerte: Enamorado, enamorado…no avances, vida. No atropelles… Pero la guaina atropella con todo. El diablo mete la cola y me hace acordar que a dos cuadras del río hay toros, juegos de sortijas, y calesitas. Día de San Blas. Y me hace decir, (pero para qué, si estábamos re bien en ese rinconcito de la oscuridad, con clima de lengua. Ya lo dije, chas): ¿no querés venir conmigo al carandal de San Blas? Ella me mira y dice: Me encantaría.


Despertar en San Miguel Me encantaría. Me encantaría. Me encantaría. Me encanta. Ella no sabe cuanto me encanta que le encante. Eso es el amor. Perro, pura chiringada, prisión, sumisión total. Olía rico, en las manos, en las piernas, en la molleja, entre las tetas de Silvia…¿Silvia? ¿Eso me dijo, o me gusta a mí?…Qué importancia tiene. Íbamos juntos de la mano entre los juegos de azar, las cartas del tarot, los ludos, los tiros al muñeco, felices caminando entre las luces resplandecientes. Los ángeles del cielo nos orquestaban temas lindísimos. Arpas, clarinetes, trompetas, melodías resplandecientes.  Yo compré bebidas y pochoclos. Y comimos y bebimos mirándonos. Los niños hinchaban. Atrás, la capilla de San Blás. Sogas de lucecitas de arbolito de navidad, cruzaban de puestos en puestos. Formaban letras en el aire. A un costado, adornado de guirnaldas y papel, crepé, un arco de fútbol. Todo estaba montado sobre el terreno de una cancha de fútbol. Camilo Sexto, Paz Martínez, Django, Manolo Galván, Miguel Ángel Gallardo, sonaban por los bafles. Y después coparon los Olimareños, los Wawanco, los Fronterizos, y de súbito sonaron, patizambos, Los Panchos. Y pa´bardear el final, Los Parchís, ¡Qué ensaladera! La gente apostaba falsamente. Apostaban moneditas para que no los atrigan las temibles brujas del juego. Dos prostitutas pasaron junto a nosotros. Nos sonrieron. Muy niñas. Silvia también les sonrió. Una chica en short repartía volantes de Radio Taxi. Un mulato grataba Chicas! chicas! delante de un puesto cubierto con cortinas. La corrida de toros estaba al mango. Yo no sé qué cosa hay más para adelante que una corrida de toros de repente, repentazo, se vuelve re para atrás, ¿no? El torero era un héroe. De pronto, mirando unas carnes abrasándose en una parrillita ella me dijo: Eugenio, que bonito nombre. Todo dulzor sos. Me acarició las orejas como solo lo hacía mi madre. Y me besó. Se me apagaron todas las luces del carandal, como para poner suspenso y mayor énfasis a un número circense, el hombre bala, la mujer con barba, o el tragasables. Cosas alejadas de la realidad, cosas imposibles, que el circo trae cada año. No, no señor, se apagaron para darle clima al beso, ¿más?, para darle escenografía, a mí me daban vueltas las siete letras de mi pobre nombre con la fuerza que le impuso su vocecita. Eugenio, Eugenio, como ella lo dijo,  me sentía un rey, el rey de Egipto o el capo de los narcos de Colombia, eu, eu, euge, qué super auge de dulzor! No puedo ser tan grosso…y no, no más…pero ni uno, ni lo otro, ni lo otro. Yo sentí vértigo dentro de su boca, bañado por su saliva, como si estuviera en el décimo piso del edificio del ministerio de Educación y mirara el asfalto imantero, el asfalto llamándome en picada limpia, en caída libre. Sin sacarme la boca de la boca, me fue empujando en un beso intenso hacia unos árboles, hacia unos pastos altitos y algodonosos. ¿Entienden ahora? Por qué el Samber es lo más. Por qué regreso cada noche… Toqué sus nalgas. Ella tocó las mías por debajo de las telas del pantalón. Usó sus dedos, penetradores. Yo apreté sus dos nalgas duras como sandías chacareras. Traté de abarcar lo más posible, pero ni con cuatro manos hubiera podido. Ella era mucho para mí. Un exceso. Eso es el amor: exceso total. Pura velocidad, un auto a toda velocidad sin paredón a la vista, y nosotros con ese miedo a estrellarnos, que no nos deja dormir, ese miedo a estrellarnos, ese curandero miedo que nos dice que en cualquier momento, al menos esperado sí, nos sale en la frente el paredón, y plaf! a cantarle a Gardel. Me decía al oído frases en guaraní, mientras me la acariciaba y me apretaba los testículos. Después me besó un poco y jugó con el semen mezclado con el verde de los yuyos. Era una cosa tan bonita! Todo tan amable, tan maravilloso, tanta armonía flotando en el aire; en las copitas lilas de los árboles; en las tejas quebraditas por el maltratado del tiempo; ¡qué amable es el amor! Por un momento me despanzurré, me entregué al brillo de la luna, a las miraditas cómplices de las hormigas, a sus dedos,  a sus labios, a sus mañas, a sus reacciones animales. Qué ritmazo el de su respiración! Cómo me gustaría respirar así, con todas las ganas…Seres vivos: a respirar con ganas! No sé cómo explicarlo, pero de pronto, eso que con otra chica me hubiera parecido horrible, pura chiringada, con ella me parecía la cosa más natural.. Celestialidad total! Ella con mi semen en la boca, acariciándolo con la lengua, barnizándolo, entremezclándolo con el pasto, loba y hormiga a la vez, lobizona, seminala, chivatean los olores, los sabores, las miradas, los corazones,…lindo, lindo. El amor es primero que nada, cosa linda, el gancho que nos hace el espíritu con la vida. Y después a quién le importa! Gran gancho, respirar con ganas, sin peso. El amor es no tener peso, es flotar. Ser hormiga, perro, gato, gusano, planta y sol…¿Qué me picó? ¿Para qué cuento esta intimidad? ¿En qué ayuda? En nada. ¿Y entonces? Hay que contarlo todo, vieja. Hay que serlo todo. Cuando el amor pinta somos todo: universo, carne y espíritu. Yo no sugiero, yo dejo bien en claro, yo afirmo. Sigamos, cuando me desperté no había nadie. El sol encendía sus espantosas luces abriendo todos los postigos de mi cuerpo; sacudía sacudía con sus manotas de fuego y sus uñas verdes, todas las entraditas y ventanas que ella dejó abiertas. Y ahora ¿qué iría a ser de mí después que el amor pasó como un bondi sin frenos y me dejó machacoso y, desbarajustados, el alma del cuerpo?, ¿Cómo iba a terminar yo ahora que los sátiros duendes del amor se habían esfumado a la carrera, dejándome más solo que una lombriz solitaria? Un ruiseñor me lamía el ombligo. La mañana, hecha la cenicienta, me destapaba los poros con una sopapa de almácigos y eucaliptos. Todo es ronda. Los árboles bailan una danza nupcial con los pájaros. El fantasma del que fui ayer, se ríe y me señala la camisa llena de besos de rouge. Los besos vuelan de mi camisa, y en el aire, son bombones que se morfan los pájaros. Despertar en la ciudad, enamorado. Despertar en San Miguel, enamorado. El sol pone a mi disposición la brisa del río, gira, como un ventilador con cintitas de colores, moviliza mi despertar. Doy gracias! El circo cargó sus cosas y se fue. Los juegos de azar, los toldos, los parasoles, los vendedores de pochoclo, las infantes prostitutas, los manteles de coco del torero. Los prostíbulos rodantes. Yo me perdí algo fundacional en la historia del espectáculo mundial: la mujer barbada. Y la cara del torero al ser ensartado por el toro! Los gitanos aduladores se llevaron los postes del arco. Flotando en mi despertar escucho los gritos de mi abuela Esilda. Pero, ¿no murió hace años? Hincha la vieja por Eugenito, ya no soy un niño, pa´que vaya a correr a comprar carbón. Me cubro. Hasta acá llegan las ondas de sus pisadas en el pasto. Pastito elástico, transmisor…Se contorsiona como una ola. El campo es un gran mar verde… Aspas. Aspas. Aspas. Aspas son tus pisadas con esas patotas de india guaraní. Aspas. Aspas peligrosas en el pasto. Aspas como las hélices de un avión fumigador. Abue Esilda ¿tenías más de 90 años? ¿hablabas el guaraní perfectamente? Trabajaste de mucama en Rosario, Córdoba. En Mar del Plata, ¿conociste el mar? Estuviste en Buenos Aires. Fundaste la basílica de San Blas. Muchas veces escandalizaste al pueblo con tus atavíos y tus exhibiciones varoniles. Singabas y singabas sobre las tapias, los canteros, en la cuadra, en los pasillos. Sacabas a los maridos de sus camas y los llevabas a tu cama. Y ese gritardón que producías cuando terminabas generaba gran escándalo. Y al otro día salías con la idea despampanante de que querías fundar una basílica de San Blas, en nombre de los cristianos; y los cristianos del pueblo no querían saber nada con vos. Pero casi todos habían pasado por tu cama. La hipocresía y la falsedad que ronda en todas las épocas! Abuela, la fundabas! Mandabas todo tu esfuerzo para abajo, al tacho, cuando veías un hombre alto, morocho y fuerte, tu gran debilidad! Hasta hace poco escandalizaste de nuevo, con tu romance con otra mujer… ¿Y a todo esto? ¿Silvia, dónde te metiste unca bermeja? Silvia, Silvita, flora culpable de mi maltrechaje. Animala dueña de mi corazón, que tenés la jungla misionera en la sangre. Silvia, Silvita, te nombro para ver si aparecés del aire. Se habrá convertido en víbora y se habrá escabullido entre los pastos? Su ausencia es un machetazo en mi corazón. Que el diablo la trague, si me dejó!… Me paro, me sacudo y me plancho el pantalón con las palmas de mis manos abiertas y en picada. Así. Sacudo la camisa. Ya está. IMPECABLE. IM-PE-CA-BLE. Maltrechez. ¿Silvita?, no era Cilicia o Rocío?, bue qué sea. Ya no vuelve. A los metritos unas gurisas en ronda, me rodean y me cantan: ¡Está de novio! ¡Está de novio! ¿Tendré cara de enamorado yo? Y…me ennoviaron rápido las gurisas. Y si el pueblo me nombra, yo me dejo. Así ha de ser, yo me entrego. A los minutitos desaparecieron las gurisas. El calor las mató, y no da pa´tanto esfuerzo. Voló el gran noviazgo, el pueblo, el río…bah. Lindo igual! Confieso que estoy pinchado por todo lo lindo que me pasó anoche.  


Maternidad ¿Qué?, el responde el colectivero que no sirve pa´cura confesor, ni para terapista. Paso. Pase. Me siento en el último asiento a mirar el mundo. Puro ruido, el mundo ruido de riña. No veo la hora de llegar a casa y entrar debajo de la ducha. Pero falta. El mundo tipea a cada rato. No para. Está escribiendo su obra cubre en la cual todos somos protagonistas. Y eso es volver a nacer.     Seco, así nomás, me tiré en el sillón a seguir durmiendo.  14 hs. En casa no hay nadie. Mi mujer y mi hijo están en Paraguay. Duermo hasta las 21 hs, hora en que suena el teléfono y me despierta. Es ella, Martu, mi esposa, dice que en dos días están acá que los espere en la Terminal  de Micros de Florencio. Pensé que llegaban a fin de mes. Mucho calor acá. Hablá un poco con Baltazar. Baltazar tiene ocho meses, no habla. Murmura. Inventa palabras en un léxico desconocido que ni él entiende. Desde el Paraguay me viene su vocecita. Corta. Corto. Pienso: cómo es posible que tenga una familia. Casa, esposa, hijo. Todavía no puedo creer que soy padre. Me tiro a dormir. Me despierto a eso de las 12 y me voy al Samber a buscarla a ella. ¿Quién es ella?, me preguntó en la puerta del baile. No lo sé, mamón. Compro Condorina y entro. ¿Quién es ella? Cada minuto cuenta. Cada segundo cuenta. 1, 2, 3, 4, 5… Antes de entrar macho pa´arriba. Miro la noche: tiene el color de los lirios azules en el fondo del río. Ya. Qué calor tan extraño me corroe todo por dentro, qué endemoniado tazón caliente de venenos afrodisíacos me quema las venas. Es el calor de la extrañeza. El calor de extrañar lo desconocido. Extrañar un no sé qué…noche promisoria. Entro al Samber. Bailo con una rubia tetona, buenaza, agitadora. Pero es témpano, no hay onda. La dejo, es temprano y todavía no se encienden las luces del escenario. Engancho otra que sonríe mejor. Gran agitadora también. A la segunda cumbia comienza. Tiene dos hijos. 26 años. Primera vez que viene. Me aprieta firme las manos. Quiere guerra. Da vueltas y me empuja  pa´que me la ensancuche un rato, pa´que le marque el cachilote. Muy bueno! Eso es lo que quiere: se la apoyo; le paso la verga por la costura gruesa del pantalón y el canto de la bombacha. Re buen orto, firmón, macizo. Se da vuelta y me dice: ¡Está firme el soldadito de plomo! Capitán, le digo yo. Sigue bailando y moviéndome el culo. La pinga crece. Crece mal, torcida. Pero al rato se aburre y duerme. ¿Qué pasó guaina? Rea de mierda, qué pasó? ¿Sos fina ahora? ¿O estará empachada? Bagayera… No me deja más alternativa que dejarla, le digo voy al baño y vuelvo. Y no vuelvo más. Luces, luces, luces, que enchastre de belleza! Sensacional el Samber. Me pongo a un costado de la pista a ver mover. Esto es el universo. Todas las razas, todos los tamaños, todos los colores, todas las teñidas de pelo, mil coloraciones…Miro a una parejita bailando a mi lado; la parte femenina del dúo, me marca. Yo también la miro. Ahora zarandea las caderas para mí.  No va a ser para ese pelado choto con el que baila. Seguro que no tenía con quien bailar. Eso es lo injusto del Samber; a veces, con tantas piernas, no hay con quien bailar. Que no me caiga la yeta, juira bichos! ¿Ven?, esa es la gran diferencia que me separa a mí, de la rata miserable del dueño, a él le gusta la guita y a mí me gusta la cumbia. No hay que tener corazón para que un negocio prospere. Cúando entenderán esos sátrapas y ustedes que la cumbia, no es negocio, que dejó de serlo desde el minuto en que nació. ¿Y eso por qué? Porque la supera la televisión, internet, la política. La cumbia no es de nadie. Ni de las discográficas, ni de las bailantas, ni de los autores. La cumbia es del hogar en el cual suena, es de aquel que la sabe bailar. ¿Sigo? Luces, luces, banderas rojo, blanco y azul, pantallas gigantes con un partido de la selección uruguaya. Silbidos. Chistidos. Insultos para el disc jockey, de golpe y virulazo, se les da por cambiar algo y te cortan el mambo. Y cúantas parejas, cuantos polvos, cuantas familias arruinadas por estos tiranos de la bandeja y la compactera: un disc jockey es un bajón con ritmo. La pelota no se mancha. La cumbia no se toca, rey. Gansos, luces y gansos. Espero que la enanita deje de bailar porque ya me marca alevoso y hasta me tira sonrisitas. ¿Y el ciego pelao que tiene al lao? ¿Se concentra en las letras de las cumbias? Bostas, man. Ya está sentada, al fin soltó al ciego, que se va chocando gente y sillas. Dejo que descanse, antes me hago mirar y paso delante de su mesita. Me sonríe, ya está. Cinco minutitos y encaro. Por las dudas, me quedo cerca de su mesita, montando guardia. Pero, ¡epa! ¡Qué pasó che! Me gana de mano un rubiote grandote, fachudo. Ojazos de mar y espalda de Apolo del Rocky. Y la atorranta lo recibe con una sonrisa de farola de camión y las piernas abiertas, mojaditas. Muerto estoy. Vuelteo la pista pa´ver si resucito. El locutor en el escenario anuncia giladas. Un pájaro de metal, rodeado de luces y banderitas tricolores desciende del techo. Dicen que es el Águila Sagrada del Paraguay. Creencias. Para mí no es más que un bicharraco espantoso. ¡Creer, guey, creer! A la tercer vuelta resucito: desfilazo de tickis en el pasillo. Miro a mi enanita y ya está prendida a la jeta del polaco. ¡Qué gran culo manzanero que tiene! Lloro lo perdido, por perejil. Me mira y ni me sonríe, me frunce el ceño, como si fuese un perro faldero que le tira de la falda. ¡Cómo cambia la gente, curepí! Tickis, chiris, chirusas, mocosas, a montón y en pelotón de caballería Río IV. Agarramos, tocamos, apoyamos, les decimos huevadas al oído. Pisillote de la joda. Les acariciamos las gomas, les acariciamos el pelo. Pasan unas pizpiretas, nenitas, guarritas, de 14, 15 añitos, pasan como modelos de pasarela, por la pasarela de la desgracia y de las manos peludas. Las requisamos completitas, aduaneros carnales! Ellas ni se enteran o se dejan, naturales, y hasta se excitaran muy adentro a donde solo uno de nosotros llegará; saben que es un fogonazo que se apagará al dar un paso adelante, juegan con su inocencia, no quieren despertarse y se meten en la cabeza que esas manos registradoras son equivocadas, limpias, transparentes, bien intencionadas, piedritas en su camino hacia el éxito. Así son las tickis, y su éxito es un departamento alquilado de un ambiente, dos o tres hijos, un marido bailantero, como yo, y eso es lo máximo a lo que pueden aspirar. Es la naturaleza de la raza de las tickis: nunca quiere marchitarse en una bailanta. Pelitos con olor a glicerina, a frutilla, a menta. Pelos de tickis, brujerías de la belleza. Estrecheces. Es el pasillito calle del mundo. Es la santa avenida del Día del Inmigrante. Desfilazo maula inacabable. Muelas cariosas desveladas. Bucles de nenitas. Mucho muy bueno! De repente, como el manto caído del paraíso se encienden las luces. Salgo al ruedo. Choco con la mochila del diablo. Una morocha con labios de sapo y unas tetas para escupir leche al cielo, para trapear las altas vidrieras de Falabella. Pollera celeste ceñida a la cintura; flores, o colores floridos, es lo mismo. Bailamos. Pesco a mi alrededor cacho que hay onda, a esta no tendré que enviarla a la chucha de su madre. Esta es mi chucha rosadita, rosadasa, mamancay, concha deliciosa, y a anotarse un poroto.   Música, música, músic-jol. Cansancio, sandalias, sudor. Cama de hotel y después sillón de hogar. A seguir descargando. Gran polvo! Su nombre, che, mangale el nombre! NO LO SÉ. Me pregunta de quien sos esas botas de mujer y esos juguetes en el piso, si soy soltero y vivo solo. Me olvidé de esconderlas, tengo ganas de decirle y le digo nomás: No se puede esconder una familia en 15 minutos. Se enoja, se viste, se arregla el escote y se va. Antes le chupo el culo 7 minutos. 7 minutos, se lo lambo bien lamido, para que se vaya limpisísima. Al otro día me llama tempranito: Estoy embarazada. Ay, chucha, concha que la mando a la chucha de su madre! Será varón. Será nena. Varón, tocayo, varón! Todas las posiciones. Todas las trampas. Todos los empujones. Todas las mañas, las perversiones. Que vicio es el sexo.   Que curvado el universo, qué curvadas nuestras almas! Así estamos por quedarnos, por enmarañarnos con el sexo y el baile. Sexo y baile, matan. Y dan la vida dulce, dan vida y matan. Pero. ¡De qué modo tengo yo algo que ver con esto! ¡De qué modo! ¡De qué modo! Después del sexo: somos el excremento del universo. Después de la noche fugaz y fatal somos el aliento que sale de nuestros anos. De nuestros tajos naturales. De nuestros anillos sagrados. Upite, sarcófago de fuego. Ahí se emborracha el diablo. ¿Dónde está nuestra civilización? ¿Dónde las voces oscuras y las toses blancas? Bulla de las braguetas, roces del frenillo funerario. Botón florido, elastizado. El friegue y el refriegue de la piel del frenillo y el ano. Pe-ne-tra-ción. ¡Ah, mi horizontal supervisora! Súper zorra. Súper visora. Oja avizora. Visionaria. Se acercan a nuestro sofá, los muertos y los fantasmas de los que vivieron. Raspan nuestros huesos, muerden las piedritas de calcio de nuestros riñones. Llora. Lloro. La dejo hablando sola en el portero. Me echo a dormir de nuevo. Duermo, sueño y viajo. Voy a reunirme con ella, allá, en las olas del sueño…Dormir como plagas al sol, larvas dormilonas en el caparazón de la vida. Costras. Eso soy. Larva del caparazón cobrizo de la vida. La gran vida. Duermo la mona en la vía de la vida.   Baile y sueño. Dormir y bailar. Sueño, vaya a saber con quién, con quiénes. Sueno pesado, transpirador. Tonteras, Martu y Baltazar bailando con Cilicia, Silvia, Rocío. Son tres en uno. Una gran parte de algo; bailan, carcajean, forman una familia. Hay felicidad, felicidad en sueños… Me despierto y me ducho. Plancho la última camisa de lino limpia. Estoy echado. Fair play. Cuando a un hombre se le acaban las camisas se le acaba la vida. Salgo a la noche rutilante, de nuevo al Samber Vida mía. Ya lo veo por el Paseo de la Infanta, sus luces prendidas, sus cartelones de neón, parece una nave espacial a punto de despegar. Larga humo de sus puertas, es el hielo, es el hielo seco, el hielo escupidor. EL hielo seco larga humo, que se mezcla con las luces en la oscuridad. ¡Conjunción sagrada! ¡Efecto Especial que ignora Spielberg! Samber Vida mía! Bailo, río y aleteo. Soy feliz. Esta noche me desangro bailando, milongueando, cuarteteando, cumbeanteando. Esta sí, la pego o la pago. Me elevo a su máxima potencia el ego, la autoestima, como dicen los terapistas. Sí, así, los terapistas. Sí, así, “terapistas”: la salud es su pista, la dirección correcta hacia su fortuna, vaya si da para mucho el ánimo…Envalentonado, con la cabeza llena de pavadas me voy acercando hacia la cola del baile. El Cecilio Cifuentes se acerca y me saluda desde un lugarcito privilegiado del Samber. A ese trencito yo me subo como sea. Me hace dos señas y me despierta los pajaritos. El Cecicilo Cinfuentes, paraguayo fenomenal, está con dos linditas compatriotas. De cerca, todavía se le nota en la frente, la cicatriz de matafuegazo que le dio Vigarrita en el supermercado por andar gestoniando a su esposa. Por aquel entonces Cifuentes y Vigarrita trabajaban en el supermercado. Vigarrita reponía las góngolas al fondo y Vigarrita registraba los bolsos en la puerta de salida. Dada la casualidad que Vigarrita tenía una mujer mirona, de tupidas tetas. Que siempre era registrada por Cecilio al entrar y salir del supermercado. La cuestión era que la señora venía seguido a visitar a su marido o a hacerle la miradita al otro. No sé, no importa, no olisqueo en culo ajeno (dale vieja conventillera!). Un poco extrañó que siempre fuera registrada por Cecilio. El paraguayo aprovechaba y le hacía una “revisada general” quedándose un rato entre las nalgas de la señora, que no decía ni miau. Pero por pe o por pa, una tarde la señora se dirigió con el paraguayo a una pieza auxiliar. Y ahí, encontró Vigarrita a su mujer con la pollera tirada en el piso y la camisa abierta, y sin corpiños. Vigarrita agarró el matafuegos de la pared, mientras Cecilio trataba de subirse los pantalones. Esa tarde es conocida en el supermercado como “la tarde de los matafuegos incendiarios”. Acerquesé cumpa, me dice ahora. Me avispeo, engancho ahí; entro en el juego de los saludos y las presentaciones paraguayas que no terminan más. Dos besitos en la mejilla a cada una. Seis besos en total. No, cuatro besotes y dos besitos así nomás. Que no se piense…Las dos compatriotas son recién llegadas, y acentúa el “recién llegadas”, como diciendo recién fritadas, listas para clavarles el tenedor…ese es mi amigo Cecilio Cifuentes, el bagre que no le hace asco a nada. “Entremos dale”. ¿O tomamos unas condorinas? Entremos y tomemos adentro, dice. Las recién llegadas no opinan. ¿Serán mudas? Mejor así. Los bombonazos “pa´clavarle el tenedor”, bailaban como perras recién soltadas. No paraban, bailaban todos los temas; hasta esos que no da bailar ni ahí; giraban, copulaban, se zarandeaban, carcajeaban: las tickis paraguayas eran un espectáculo. Mostraban todo su ser sin escrúpulos: sus bombachitas veloces debajo de sus polleras, sus sonrisas sin dientes, o con dientes falsos de cal hervida con almidón que termina en una pasta firme pero que con velocidad se vuelve amarilla como un papel de mala calidad, eso es la ontodoncia actual. Así es el mundo actual, eso funciona, lo barato rápido y fugaz, para que vuelvan a comprar, a hacer, a pedir. Sino miren la coca mezclada, la coca diet, internet… Sigo con lo único transparente en esta vida, polleritas multicolores, trencitas castañas, pelitos flúos, ombligos gordos. Señal de que ya fueron empujadas o hasta parieron un par de críos. Qué me importa, si giramos todos bajo las luces bienhechoras del Samber. Lucecitas tricolores anunciadoras de la dicha del baile. Vale lo que hay, lo que se puede agarrar con la mano. Hablan mestizo, mitad guaraní, mitad castellano. Suena lindo, suena orquesta de cristal. El léxico se tranca, especialmente en terreno del castellano; más de Castelar que de Castilla. Las minusas bailan y bailan. Chiris dulces, pa´que bailen los muchachos. Yo siento un dolor de cabeza que me despierta de mi soñar parado. Pinches, puntadas en la cien. Por maula tránsfuga. Pichito de luz. La noche me pone mala cara. Cecilio meta envolverlas en un guaraní encandilador. Guaraní poético, shakesperiano. Cecilio siempre en la cola del Samber. Ahí lo conocí. En el mundo hay otra persona como yo: Cecilio. Cecilio pena sorda y alegría gorda, indiferente, fanfarrón, egoísta, crudo. Cecilio pichulero, como mande, risa loca. Las paraguayitas eran unas damajuanitas de vino, unas empanaditas tucumanescas, que te ponían fuego en la boca. Lindo paseíto colero de 30 pasos. Hasta que en la cola del Samber, zas! La gorda que me garché la noche anterior, futura mamá de un crío nunca mío. La transportadora de mi paternidad sin potestad. ¡Yo no tengo nada que ver!, grito cuando la gorda me señalaba con su dedo acusador. Yo uso profiláctico!, grito más fuerte. (Para que sepan todas nunca usé. Soy un apestado, ¿y qué? Apesté a mi familia, ¿y qué?). Eso es mentira! Gritó la gorda. Gran alboroto, escandalete. Empujones, se deshace la cola. Ráfagas de manotas de cuidadores y porteros echándonos de la cola del baile. Qué papelón! El Cecilio se me pierde con las tickis y lo encuentro tarde, ya cuando se veía su blue jeans atravesando la fila de guerra de las galaxias de los porteros palpadores. Estoy frito! Soy fruta y la gorda papelonera con hambre. No la escucho y ahora ¿qué hago sin entrar a la bailanta? Me muero, acá la quedo. ¿Le hecho un talco a esta chancha? Los ojitos negros de la gorda me miran en la oscuridad, sentenciado. Al costado de la cola, que pasa como un tren que se marcha dejándonos inexorablemente atrás, nos miran los porteros y los coleros. Qué falta que me hace una Condorina que me seque esta pena maula, rocha, puta arisca, trola del orto, flor empogonada.   No dejo que la pena me hunda. Afronto la situación; saco pecho en medio del mar, que gran acto! Braceo en medio del mar. Soy un perdido! Soy un perdido! Cortala con el crío! La gorda me insiste con el hijo. Que hijo, pajuerana! Soy casado y ya tengo uno. Trago alpiste, trago embrujado de Condorina. La gorda se derrumba como Kavannagh, llora un rato, se arranca los pelos a pilones. Sus pelos vuelan. Enfrente toda la cola nos mira, nos miran los porteros del Samber; garrón, bajonazo. Gritos, llantos, insultos, tiradas en el piso. Vómitos, puteadas… Que tengo que ver yo con esta mala sangre! Pintusa de mal parche, pluaf. No me miren así, no me enjuicien, ratas. Ratas. Las pendejas de la cola me miran con sus ojos de alacranes, de víboras. Me sacan la lengua todas juntas, más de cien lenguas venenosas o envenenadas, me corren por la Cortada de la Infanta. Cien lenguas que se pegan, se troquelan unas con otras hasta formar una sola, gigantes, terrorífico!, lengua de boa. Me corre la lengua por la Cortada de la Infanta. Me rodea en un paredón: beso de lengua. Me envuelve con su saliva pegajosa. Me envuelve. Putas, ratas…Por que no vienen de a una…ratas venenosas, puercas. ¡Ñandecó!¡Conde ara ejué! ¡Porá limbós envenenados! Egoísta!, me dicen Egoísta! Egoísta!, me gritan Egoísta! Mala persona! Egoísta!, todas juntas. ¡Egoísta, egoísta! E-go-ís-ta!!!!, me dicen separando las palabras.   Vayansé a la concha de su madre. A la mesma mierda. Entendemé, mé, mé, mé. Yo nada que ver con nada. El océano, el mar, me vence, me hunde, me morfa. Braceo, saco pecho, abro la boca y aspiro hondo. Soy el 10 o nada. Me salvo o me muero. Transpiro. La agarro de los brazos y la llevo a la esquina. Resuelvo en una baldosa: le ensarto dos someros cachetazos. Cachetiros en la oscuridad parecen, y después cuando termina de masticar y su carita vuelve a su lugar: dos piñas fuertes en el estómago. Diabetes, úlcera, gastritis, náuseas, colitis, blenorragia…   Pachamam…   Me despierto en el sueño. Veo el patio de mi departamento. La música fuerte me despierta. Los Ángeles Negros. Martu, mi hijo, mis padres bajo la parra sonriendo, gesticulando, felices…Muy felices. El sol del mediodía cae fuerte sobre sus cabezas. Todos al sol. 45 grados, fácil. En la mesa botellones de ron y whisky vacías. En la mesa, sobre una cajita de compac, cocaína lista para aspirar. Martu y mi padre se dan un saque. No puedo creer semejante cosa por parte de mi padre. Mi padre que odia la cocaína y levanta al alcohol! Pero lo que nunca voy a creer aunque lo esté viendo como ahora: es que mi padre le esté dando un saque a Baltazar. Esto me quema el bonete! Suprema alegría. Me miran, me invitan a la mesa. Sonríen carcajean. Carcar… La gorda me sacude en la vereda, frente a la entrada del Samber. Me duermo parado. ¿Qué hago parado acá? Dónde están Baltazar y todos…? Estamos con la gorda justo enfrente de la puerta del Telo de la Cortada de la Infanta. La gorda me tironea del brazo tratando de meterme. Me suelto, camino, voy y vengo, todavía me dura la indignación del sueño cocainómano. Me vienen muchas broncas con mi padre. Me encabrono mal. Voy y vengo, camino media cuadra y regreso. Respiro, la gorda viene detrás de mío llorando. Con sangre en los labios. No me deja en paz. Me echa la culpa de su embarazo. La trompeo y se cae al piso. Llora, llora. Le pateo la cabeza para que se calle. Animal. Cuando golpea la cabeza contra la goma de un auto suelta sangre como una canilla abierta. Veo borbotones de sangre que salen de su cabeza. Veo su cerebro al aire libre, como un riñón de vaca. Me duermo parado. Me despierto y me vengo. Veo muchas manchas grises, negras, rojas. Veo sombras caminando con grandes manos hacia mí. Veo puntitos de colores… Las tickis, los colectiveros, los manejadores de la quiniela clandestina, los vendedores de sugus. Las parejitas recién formadas. Todos van hacia la cola del Samber. Hacia la baba babeante de la Babel de la Cumbia mundial. El gran zoo, el gran serpentario: es la cola. Le doy dos soberanas patadas más, justo en el cerebro salido, al aire libre, para que se componga en su lugar. No hay caso, el cerebro no entra más, así que lo arranco con los dedos y lo saco del todo. Lo tengo todo enterito colgando en mi mano, es chiquito como una paloma, sangrea a borbotones, sangrea canilla libre. Se lo muerdo y en su lugar pondría un título fotocopiado de abogacía o mejor no, mejor uno de medicina. Gorda te declaro doctora así te sacás este crío de encima, le digo. Me duermo parado. La gente comienza a correr, a gritar. Y eso que ni les conté lo que le hice a la guaina que saqué del Samber la semana pasada. Ya era media mañana, el sol rajaba la tierra, serían 7, 8 de la matina. Fuimos a coger directo a un telo, y ahí la destripé, le abrí la concha hasta que le metí una botella de whisky y después me le senté encima. La botella hizo ¡crac! En sus tripas, chau chiri. Me levanté me vestí y me fui. Cuando estaba saliendo la vieja de la garita del telo, conserjes, gobernantas, que se les dicen, me preguntó por mi compañera y le dije que se quedó dormida. Entonces marcando un número en el teléfono me dijo que me quedara a esperar a que ella subiera a ver la pieza. Le dije bueno, y cuando se dio vuelta para subir las escaleras, le reventé la cabeza contra la pared. Por buchona. Justo en la radio, como música de despedida, sonaba una cumbia del cuarteto Imperial. La cumbia le ponía música a sus muertes y las despedía de este mundo con una melodía bailable…y me mató, bulla misky, lo que me mató es esa cumbia, esa cosa salvaje que tienen los acordeones cuando suenan todos juntos. Son una música del demonio, una música capaz de hacerte matar, una endemoniada música luciferina. A mí lo que me mata es la cumbia, misky, me da ganas de singar, de beber, de culear por el culo, de robar, de asaltar. Es este berrinche del mundo, esta batata enjilguerada la que nos mata, la que nos llevará a la tumba o a la perdición en vida a todos. A grabárselo con pasamontañas, chichos: La cumbia mata. Esta baba que el demonio va dejando en los bailes. Mal, mal, a ella hay que enjuiciarla, a ella hay que guardarla entre rejas, ella es la que nos descoca, ella nos pone su alucinante alucinógeno, ¡Ma qué la coca!, más que la maría, más que el fútbol, más que el singe, más que todo lo que hay debajo de la tierra y sobre los cielos, si algo queda, amén. Twenty, twenty, eso tenía, estábamos en que todos gritaban y putarraqueaban al ver el cerebro chorreante entre mis manos, pero yo grito más que la gente y trato de besar a una ticki que me lleva por delante. Su acompañante me emboca y caigo. Caigo. Caigo. Caigo. Me levanto y le ensarto los dedos en los ojos, hasta dejarlo ciego. Corre llorando cubriéndose las manos con la cara. Yo tengo pedazos de mis ojos en sus dedos. Vaya a saber qué estará viendo. Parece que a Belcebú. La música suena. Yo corro para el otro lado…¿para qué lado? Pues para el único lado que podría correr yo, que hay que andar explicándolo todo. Para el lado del demonio, curepí, que me llama sonriente con sus bigotes largos y su habano regalo de Fidel. El cretino salamín me llama, y cree que voy con él, pero es que no lo veo hasta que lo cacho y pido envido y giro con todo, pa´otro lado, que uno cuando quiere es más rápido que la comadreja y la zorra juntas. Pagando quedó el ticki endiablado que no me embrolles en tu show que con mi vida ya tengo bastante, codito…

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