Por Valeria Sabbag.
Un poco aquí, otro poco allá. Textos al pasar. Un click que damos o no damos. Miles de fragmentos paseándose por ese espacio compartido y abundante que llamamos redes, que conocemos por Internet. Que nos invita a leer menos o a leer más.
De Friedrich Nietzsche, por ejemplo: «No quedar adherido a nadie: aunque sea la persona más amada – toda persona es una cárcel y, también, un rincón».
De la popular página en Facebook La gente anda diciendo: «Mirá, yo sé que va a ser amor de verdad cuando me produzca la misma dulzura que mi gato».
De Emil Cioran, por ejemplo: «Un silencio abrupto en medio de una conversación nos hace volver de repente a lo esencial: nos revela el precio que debemos pagar por la invención de la palabra».
Más. Secretos hindúes para que el cabello crezca más rápido. Recetas veganas. Las posiciones sexuales que más seducen en la cama. Meditaciones para sanar el pasado y perdonar. Tutoriales para usar el lente de una cámara. La vida de Paul Gauguin. La luna en escorpio para todos los signos. Manifiestos, reclamos, pedidos solidarios, causas importantes y eventos. Enfermedades que no sabíamos que existían y síntomas que buscamos en la nube contra toda indicación médica. También, frases que no las firma nadie. Poemas que no firma nadie. O que las firma, de golpe, un nombre que nos empieza a sonar familiar de haberlo visto tanto. En español, en inglés, en portugués, ¿en francés?
Todo ese grupo de pensamientos para emprendedores y líderes. Todo lo que digan los personajes de los humoristas. Todo lo que opinen las figuras influyentes del mundo. Eso que dijo esa persona que es nuestro contacto. Eso que compartió esa persona del muro de su contacto. Lo que digan los medios que sigamos. Y los comentarios que terminan de completar esa noticia, apelotonados. Más corto, lo que diga un tuit. Más corto, lo que diga un hashtag. Todo junto, conviviendo apelmazado para informarnos, para entretenernos, para hacernos pensar o sentir, para hacernos buscar más, ¿para confundirnos? Para dejarnos ávidos o incompletos.
«Un silencio abrupto en medio de una conversación nos hace volver de repente a lo esencial: nos revela el precio que debemos pagar por la invención de la palabra». Emil Cioran
Tantos textos por todos lados pululando como un rumor de redes, como un conventillo digital, a veces bobo, pasatista, adictivo; otras veces, enriquecedor, interesante, vital. A veces, cierto y otras veces, fraude. Como sea, ese texto que aparece y queremos leer, que seguimos a través de pero no queremos leer, que terminamos leyendo sin querer, es fragmentado. Un pedacito, una porción, una punta de iceberg. ¿Un anzuelo para leer más?
Para correr en busca de esa novela y leerla de punta a punta. Para investigar más sobre la vida de algún autor. O, aunque sea, para no quedarnos con el picor del titular y leer la noticia completa. O no, nada de eso. Porque, digámoslo, a menudo es planear sobre la superficie de los textos y no tocar (ni ser tocado) por ninguna profundidad. ¿Pero eso es tanto o es tan poco? ¿Leemos más o en definitiva, leemos menos? ¿Somos más interesados y curiosos pero en el fondo, no lo suficiente? ¿Qué aprendemos, de verdad y de cuál tema?
¿Quién se anima a leer un libro gordo como Guerra y Paz? ¿Quién tiene el tiempo? Lo fragmentado también se da no sólo por lo poco y salpicado, sino por lo simultáneo.
Les presto este espejo para ampliar: mientras leemos una nota, nuestro celular nos alerta sobre un comentario de un contacto o nos llega un mail de trabajo o una oferta imperdible (es que también leemos ofertas imperdibles). Convengamos que la sensación de urgencia, de instantaneidad, desmotiva en algunos el hecho de leer un libro una tarde entera (o no los deja concentrarse, hacer foco).
Por su parte, preguntémonos si esta época escurridiza y zigzagueante, también provocó y parió otra clase de textos (y narradores). Quizás, sí. Capítulos más cortos, poemas que pueden ser vistos como pequeñas historias narradas (casi fotos), de contenido más digerible, con otro ritmo, más dinámico. Si nos descuidamos, diálogos más picados en cuentos, frases más escuetas, sin dejar de lado la ebullición de los concursos de microrrelatos.
Lo fragmentado también se da no sólo por lo poco y salpicado, sino por lo simultáneo.
Quizás también podríamos pensar en una vida fragmentada, cuya lectura no es más que su espejo exacto. ¿Fragmentada por la tecnología? ¿Por los hábitos que adquirieron estos tiempos en la vida privada y laboral? ¿Porque la postmodernidad es un collage? Porque se viene instaurando ese modo y eso nos ayuda a colocarnos en dos posiciones que de alguna manera nos ayude a pensar caminos: la lectura fragmentada cierra y sofoca o la lectura fragmentada abre, despierta.
Si cierra, somos lectores perezosos e inconclusos con opiniones parciales de textos leídos a medias, esclavos de la ansiedad y la necesidad de abarcarlo todo, pero al fin y al cabo, criaturas de este padre que es el 2000.
Si la lectura abre, variados temas llegan a nosotros que nos incentivan a saber más, a compartir con otros y a empujar el saber de la época que nos toca.
¿Fragmentada por la tecnología? ¿Por los hábitos que adquirieron estos tiempos en la vida privada y laboral? ¿Porque la postmodernidad es un collage?
Si cierra o si abre, hay una cosa que sigue vigente, aunque cambien los formatos, los tiempos y los cuestionamientos. De una u otra forma, desprolijo, modificado, dividido, volátil o complejo, el lenguaje sigue haciendo ruido. Es porque sigue vivo. Y nosotros seguimos anclando en él para trazar puentes.

Valeria Sabbag
Colaboradora
(1974, Buenos Aires) Nació en Buenos Aires el 11 de agosto de 1974, es Licenciada en Publicidad y escritora. Durante 4 años se formó en el taller de Santiago Kovadloff. Ha publicado Deliciosos Cigarrillos Mentolados (cuentos) y La soledad del instante (poesía). Cuando no escribe, se define como una aprendiz del flamenco desde hace 8 años.