Por Cristian Fernando Carrasco.

Entrega #6

Acto seguido, nuestros ancianos padres sacaron las fichas de dominó y ocuparon sus lugares alrededor de una mesa y dentro de un cliché. La mesa era de oro puro. Balder la miró intrigado. Algo le hacía ruido en el recuerdo; como esas imágenes en movimiento que se captan con el rabillo del ojo sin poder identificar a qué pertenecen, pero en la memoria.

– ¿Esas son las mesas del inicio del mundo?

– Sabés que sí -respondió Odín.

– ¿Pero no iban a volver recién después del Ragnarok?

– El Ragnarok llegó hace rato. Todo un palo, ya lo ves.

*

– Lo que muchas veces no se comprende es que las vidas de los humanos y las nuestras van en paralelo. A veces las catástrofes se desencadenan en nuestro plano y contaminan el plano humano. A veces es al revés. Y otras veces, como en esta ocasión, no es posible estar seguros. No sabemos si el Ragnarok fue causado por la Segunda Guerra Mundial o al revés, pero lo cierto es que coincidieron de forma perfecta. Los humanos liberaron a Surtur y ni siquiera necesitaron contemplarlo en toda su gloria para darse cuenta de lo que habían hecho: bastó que una sola gota del sudor de Surtur cayera sobre una isla para convencerlos de no seguir molestándolo. Pero a nosotros no nos sirvió de mucho: una vez liberado de Muspelheim, redujo Asgard a cenizas. Suerte que estabas muerto y no pudiste verlo.

– ¿Pero si todos ustedes también murieron, qué hacen acá Thor y vos?

– Hay formas y formas de morir. Que muera una parte importante de vos puede calmar a las Nornas. Cuando una anciana ve un hilo demasiado fino puede creer que no está viendo nada.

– ¿Y los demás?

– Todos morimos. Todos estamos acá.

*

– ¿Cómo estás, papá?

– Bien, no me puedo quejar – J’h’v’ levantó y dejó caer los hombros, desganado.

– Claro que no; cualquier cosa que esté mal en el universo es culpa tuya, ¿ante quién te vas a quejar?

– No es gracioso – interrumpió Zeus-. Se ha estado metiendo con nosotros.

– Sí – apoyó Odín-, cambiando los mitos retrospectivamente, reescribiendo nuestras mitologías.

– ¡No me metí con ninguno de ustedes! ¡Sus historias están intactas!

– Pero si te metés con el origen del universo te metés con todos.

– ¿Qué necesidad tenías de colar tu presencia antes del gigante Ymer?

– ¿O de aparecer como la fuerza motriz detrás del universo, el poder al que todos los Olímpicos, incluido yo, deben respetar?

– Es de pésimo gusto que hagas esas cosas.

– Además, se nota que es un agregado a destiempo: no cabés ahí, no es tu lugar, desentonás totalmente.

– Es que me aburro.

*

Cada uno se alejó con su respectivo padre en diferentes direcciones, para recibir el parte militar respecto a una supuesta guerra sorda entre panteones. Apenas escuchamos porque no nos interesaba para nada y porque era muy probable que tal guerra existiera sólo en sus cabezas viejas y aburridas de pasar la eternidad sin hacer nada salvo molestarse entre ellos. Además, la guerra, el enfrentamiento, la conquista de territorios, no tenían nada que ver con nuestro rol, aunque a final de cuentas lo que estaba en juego no era un territorio físico sino un lugar en la mente colectiva de la humanidad.

Las conversaciones fueron casi exactamente iguales: sólo cambiaban los nombres. El padre decía estar muy preocupado por sucesos inexplicables, desapariciones, cambios dramáticos en poderes y atributos. El hijo fingía escuchar mientras en su cerebro se proyectaba un dibujo animado en blanco y negro donde una vaca antropomórfica vestida de hawaiana tocaba el ukelele.

Por supuesto, los sospechosos eran otros dioses, aquellos que provenían de culturas y cosmovisiones diferentes. De nuevo, el plano divino reproducía el plano terrenal.

*

Después de la conferencia de guerra, los generales ordenaron romper filas. Partimos con premura: no teníamos ganas de pasar más tiempo ahí. Nuestros padres crecían en el recuerdo, teníamos ganas de estar con ellos cuando no los veíamos, pero una vez en su presencia se nos hacían enormes y desconocidos, casi unos extraños. Teníamos muchas más similitudes y concordancias entre nosotros tres que con nuestros mayores. Diferencias generacionales, supongo.

Pero, por sobre todo, éramos dioses más cercanos a la humanidad, relacionados con los hombres y sus vidas, mientras que nuestros antepasados eran creadores monumentales y omniscientes que veían el gran esquema, las galaxias, los cúmulos, los universos, pero que, para discernir a un ser humano, necesitaban lentes para ver de cerca que nunca acertaban la graduación correcta.

*

 

Cristian Carrasco

Cristian Carrasco

Colaborador

Escritor y estudiante de Letras. Nació en 1978 en Villa Regina, Río Negro. Vive en Neuquén Capital. Fue miembro del grupo poético Celebriedades y participó en el proyecto Almacén Literario (www.almacenliterario.com).

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