Por Nahuel Difalco.
Fotografías por Gabriela de Echave.
En algún rincón de Palermo, sobre la mesa de un restorán oculto y a cielo abierto, a espaldas de una enredadera con flores en la pared, Claudia Piñeiro charló amablemente con Lamás Médula. Habló sobre la tarea de escribir, a quién está dirigida y qué es lo que se habla en ciertos laberintos borgeanos.
Lamás Médula: Hace poco tiempo leía Una suerte pequeña, y en simultáneo me crucé con un comentario tuyo sobre cómo empezaste a escribir. En esa simultaneidad de las experiencias de tu personaje y de vos misma en un avión me hicieron difícil la separación entre la autora y el personaje. ¿Qué tanto de vos hay en tus personajes? ¿Qué tanto hay de vos en Mary Lohan?
Claudia Piñeiro: En realidad, a todos los personajes uno le presta cosas de uno, pero yo no me siento identificada con Mary Lohan en particular. Pero sí puedo entenderla y ponerme en sus zapatos. Puedo comprender por qué toma determinadas decisiones, aunque yo no tomaría las mismas. Yo no tuve la vida anterior que tuvo Mary antes de que le pasen todas las que le pasaron. Quizás puesta en ese «abismo”, o en esas situaciones, haría otras. Pero yo tengo que componer el personaje de manera que le pueda creer que una persona puesta en su situación, reaccionaría y tomaría esas decisiones. Vos decís «lo del avión”, y sí, yo viajo mucho en avión, para mí es una escena que conozco bastante. Puede ser el avión o puede ser otra cosa, pero esta era una mujer que regresaba, y si regresa de Estados Unidos, regresa en avión. Entonces hay muchas cosas en la novela, prestadas de situaciones de uno, como en las novelas de todos los escritores. Pero también, el 90% es ficción: uno inventa. A veces para el que no escribe le parece que todo lo sacamos de algún lado porque le cuesta imaginarse cómo se escribió determinada cosa. Pero se te va mezclando, es como en los sueños. Soñás con determinadas cosas que no sabés por qué. Y con la imaginación también: mezclás recuerdos con cosas que leíste o noticias que viste, y aparece algo que termina siendo lo que imaginaste.
LM: ¿Y te sucede también, como se ve en muchas películas, que el escritor dice que los personajes “deciden” por él? Como si el personaje tuviera vida propia y se escribiera solo…
CP: Yo no creo para nada en eso. Se lo escuché decir a varios escritores. Los personajes son el trabajo que nosotros hacemos con la palabra, buscando el camino para ver hacia dónde va ese personaje. Y si vos un día dejas de escribir, el personaje no hace nada; no se escribe solo. Me parece que es absolutamente una cuestión de trabajo. De sentarte a escribir, ponerte a imaginar y buscar una alternativa. Pero eso que dicen algunos escritores “el personaje ya se me escapó de las manos! Y no pude…”
LM: Estas como desterrando un mito… (risas)
CP: ¡No! ¡No lo creo! (Risas). Pasa que es como poner a la literatura y al escritor en lugar de que somos iluminados por no sé qué musa y entonces escribimos. No, es mucho de trabajo, apenas un poco de talento el que tiene la suerte de tenerlo, esfuerzo y dedicación. Y tratar de jugar con el lenguaje para encontrar un camino a los personajes. Pero eso de que “el personaje tomó cuerpo y empezó a andar solo” (porque eso ya se lo escuché decir a varios)… Yo no creo para nada… Hasta me molesta, me dan ganas de decir “¡¿pero quien te crees que sos?!”. Porque somos nosotros que estamos dándole al lápiz o a la computadora permanentemente, tratando de sacar lo mejor de nosotros para poder escribir ahí. No se… hoy no me agarraste en un buen día (Risas).
El 90% es ficción: uno inventa. A veces para el que no escribe le parece que todo lo sacamos de algún lado porque le cuesta imaginarse cómo se escribió determinada cosa.
LM: Después de más de diez novelas publicadas y reconocimientos importantes por tu trabajo, ¿hoy el componer un personaje te es más sencillo?¿ Te podes relajar más a la hora de escribir?
CP: Siempre tenés dificultades. Relajarte no te relajás, porque es un trabajo (sobre todo en la novela) en que tenés dos años, o tres años por delante. Es un trabajo de picapedrero, de estar ahí todo el tiempo con las manos en la masa haciendo cosas. No es que te relajás. Sí que las muchas lecturas y escrituras te permiten, primero, darte cuenta de los errores que cometiste para no cometer los mismos, y después te permite tomar ciertos atajos. Hay cosas que ya sabes que funcionan mejor o peor, cosas en las que decís: “no, con esto me voy a meter en un lío bárbaro y no lo voy a poder resolver”, “me conviene ir por este lado” o “tal personaje no me conviene ponerlo, si después no lo voy a desarrollar”, “los personajes secundarios que voy a poner, tienen que tener cuerpo, y sino para que los pongo?” etc. Cosas que vas aprendiendo de los errores que cometiste. Pero relajarte, me parece que no te relajás nunca…
LM: ¿Hay algún personaje en donde digas “bueno, podría haberlo hecho mejor”?
CP: De todas. Yo en cada novela que escribo pienso en mejorar algo que en las anteriores no pude lograr. Es algo personal que a lo mejor el lector no se da cuenta. En Las grietas de Jara, si bien está escrita en tercera persona, es una tercera persona muy pegada al punto de vista de Pablo Simón, que es el protagonista de la novela. Y yo pensaba: “quiero hacer una primera persona, o una tercera, muy pegada a la cabeza de un hombre”, porque siempre lo hago pegadas a la cabeza de una mujer, por más que mis historias no son “novelas femeninas”. Porque me resulta más fácil ponerme en un narrador mujer, ponerme en los zapatos de Betibú. Entonces ahí trate específicamente de ponerme en un narrador varón. Entonces son como pequeñas pruebas que tienen que ver más con mi oficio como escritora que con otra cosa.
Somos nosotros que estamos dándole al lápiz o a la computadora permanentemente, tratando de sacar lo mejor de nosotros para poder escribir ahí.
LM: ¿Y a la hora de pensar un lector? Como sucede en Una suerte pequeña, que un personaje dice “Bertolt Brecht escribía pensando en Karl Marx, mirándolo desde la tercera fila”. ¿Te sucede lo mismo? ¿Tenés un lector ideal?
CP: Yo sí creo que escribo para alguien. Que hay alguien del otro lado y que es un acto de comunicación también la literatura. Pero no sé quién es ese alguien. No sé ni quién es, ni cómo es, ni nada. Porque todas las novelas que escribí, tuvieron muchos lectores; algunas una cantidad extraordinaria como Las viudas de los jueves, y otras, no extraordinarias, pero sí superior a lo que sería la media de lectores. En esa cantidad de lectores…. qué se yo quienes son. Si vos me decís que tengo quinientos lectores, a lo mejor me puedo imaginar un lector ideal. Por ejemplo, Las viudas de los jueves tiene más de 500 mil lectores; no puede haber gente toda igual ahí. En ese grupo de lectores hay gente de todo tipo seguramente. Me cuesta pensar quién es el lector.
LM: No escribís hablándole a alguien en particular, como un hijo o un hermano…
CP: No, no hay un alguien personificado. Hay “un alguien” en el que en este acto de comunicación estoy contándole una historia. Pero yo no sé quién es. Ese tipo de cosas yo no me las planteo. Sí que en ese acto de comunicación, alguien va a leer eso y lo va a decodificar. Pero no sé quién es esa persona.
LM: ¿Y te ha sorprendido enterarte de alguien que no esperabas que te leyera?
CP: Si, sí, me sorprendí muchas veces. A veces me pasa saber de personas que no sabía que me habían leído y me sorprende. Me pasó muchas veces…
LM: ¿Como le pasó a Hernán Brienza que en su momento Cristina Kirchner le recomendó su libro a Hugo Chávez?
CP: Claro, a veces pasa con personas conocidas. José Chatruc, que es un jugador de fútbol que tiene un programa, dijo que estaba leyendo Una suerte pequeña y que le había encantado, y a mí eso me sorprendió porque no es específicamente el tipo de lector que imaginás. Uno dice “este tipo leyó mi novela y le gustó, y ya la recomienda”. Te llama la atención. Hay una actriz española que no recuerdo el nombre ahora, que también, puso en su Instagram que estaba leyendo Una suerte pequeña. Aunque de ella por ahí me sorprendía menos que la haya leído, de Chatruc me sorprendía más, porque te parece que a lo mejor un varón no le interesa tanto ese tipo de novela. Hoy almorcé con [Reynaldo] Sietecase y me decía “esa es una de las novelas tuyas que más me gusta”. Nosotros nos leemos hace mucho tiempo con él y quizás no hubiese imaginado que él hubiera destacado esa novela frente a otras. Pero bueno, son prejuicios de uno mismo también.
LM: ¿Pensás que quizás lo tendría que haber movilizado más Betibú?
CP: Desde el prejuicio pensaría eso, como Betibú tiene más que ver con el mundo del periodismo, a lo mejor a él le llama más la atención. Una vez fui a Italia a un festival, y me traduce Petrinelli. La señora Petrinelli es un personaje: una mujer mayor que es la dueña de Petrinelli y estuvo casada con el señor Petrinelli, y tienen toda una historia política de izquierda tremenda. Me invitó a almorzar porque había leído Betibú, que es uno de los tanto libros que publica la editorial. Yo jamás pensé que iba a llegar a conocer a la señora Petrinelli para contarme cuánto le había gustado esa novela y para decirme a cuántos se lo había regalado. Entonces con estas cosas te quedás como impactada, porque es un personaje. Jamás pensé que iba a llegar a conocerla.
Escribir es un trabajo de picapedrero, de estar ahí todo el tiempo con las manos en la masa haciendo cosas.
LM: Vi que hace poco fuiste «empleada» atendiendo a lectores en una librería…
CP: Ah sí. Lo que pasa es que la editorial Waldhuter compró la librería Paidós que está en Santa Fé y le agregó todo lo que ellos hacen, que es importar todos los sellos pequeños como Libros del Asteroide, varios sellos españoles que acá no llegaban. Entonces se hizo un evento en el cual, Casciari a la tarde y yo a la mañana, recomendábamos libros a quienes entraban a comprar a la nueva librería.
LM: A más de diez años de la publicación de Las viudas de los jueves y viendo a la distancia su adaptación cinematográfica…. ¿Cómo ves a las reversiones de tu propia obra? ¿Nunca te pusiste a pensar cómo se puede llegar a tomar tu obra cuando de acá a cien años, a alguien se le ocurra hacer otra versión de Las viudas de los jueves?
CP: Hay algunas de mis novelas que parecen que están muy ancladas. Las viudas de los jueves es muy de la década del ’90. Pero a lo mejor dentro de cien años pasan cosas parecidas y puede ser. Vos fijate que mi novela tenía como disparador un cuento de John Cheever que se llama El nadador, que cuenta una situación en Estados Unidos en la época de los años ’50. En la Argentina de los ’90 había lugares parecidos a esos en los cuales nadaba el nadador de Cheever. Dentro de un tiempo puede pasar otra cosa, y esa novela se puede leer desde otro lugar. Pero me cuesta un poco hacer futurología…
Debe estar lleno de marcas temporales en todos los libros que leemos, cosas que no existen más. El tema es que uno hable de cosas que se entiendan.
LM: Pienso por ejemplo en la versión cinematográfica de La guerra de los mundos. En la de los ’50 todo se destruye, menos una iglesia, que de hecho es un lugar donde se refugian los personajes. En la versión de Spielberg lo primero que se destruye es una iglesia. ¿Qué pensás de que algo parecido le pueda pasar a tu obra de acá a 150 años?
CP: Yo no voy a estar acá, por lo que no me voy a amargar (risas). Pero no me importa, porque yo creo que las películas son otro hecho artístico. En el caso de las adaptaciones, toman al texto como un disparador para contar otra cosa, pero la película en sí misma es otro hecho artístico. Entonces me parece que sí, que son reescrituras y nuevas lecturas de lo mismo. No hay que preocuparse, al contrario: sería bárbaro que dentro de 150 años algún director que leyó mi novela se le ocurra hacer otra versión…
LM: Entonces no te enojaría prender la tele y ver otra versión de Betibú, en la que sucedan cosas distintas del libro.
CP: ¡No! De hecho hay varias cosas que no son como están en el libro y algunas me gustan y otras no. Pero ese es el hecho artístico del director y sus actores, que está basado en un hecho artístico mío, pero eso ya es otra cosa. Yo trato de diferenciar eso.
LM: Volviendo a lo que decías de que Las viudas de los jueves está muy anclada en una época en particular, ¿el escritor está también anclado irremediablemente a un contexto? Me acuerdo ahora que en Una suerte pequeña la protagonista utiliza Google Maps…
CP: Si, bueno, debe estar lleno de marcas así en todos los libros que leemos viejos, cosas que tampoco existen más. El tema es que uno hable de cosas que se entiendan. Todas las cosas de la tecnología tienen fecha de vencimiento. Por ejemplo, cuando escribí Tuya, la novela tiene un personaje adolescente, que habla por teléfono con su amiga y vos escuchás solo lo que dice ella. Cuando habla la amiga hay puntos suspensivos porque no se escucha. No está escrito pero lo intuís a partir de lo que ella le contesta. Si yo tuviese que escribir esa novela hoy, sería ridículo porque los adolescentes no hablan más por teléfono, porque se mandan mensajes por Whatsapp o de texto. Ahora, si un adolescente lee esa novela igual entiende que en esa época se usaba teléfono. Y si hoy escribo una con el Whatsapp, quizás dentro de unos años ya no existe más tampoco, pero ¿qué haces? ¿Eliminas el Whatsapp de las conversaciones? Es difícil…
Las adaptaciones son reescrituras y nuevas lecturas de lo mismo. No hay que preocuparse, al contrario: sería bárbaro que dentro de muchos años algún director que leyó mi novela se le ocurra hacer otra versión…
LM: Hace poco se comentó en radio sobre un texto de Hernán Casciari, que se llama El celular de Hanzel y Gretel que habla justamente de que el autor se dio cuenta, mientras le contaba el cuento de los hermanos Grimm a su hija, que gran parte de los cuentos e historias clásicas hoy por hoy no tendrían ningún sentido con un celular de por medio…
CP: Es difícil. Si vos escribís una novela no-realista, una novela literaria que podría pasar en cualquier lugar y en cualquier tiempo, te escapas de eso. Ahora, si vos escribís muy realista, es difícil. Yo por ejemplo, estoy leyendo una novela de Sergio Chéjfec, que se llama La experiencia dramática. Él es un autor absolutamente literario, es suponer que sus textos van a perdurar en el tiempo, pero arranca con Google Maps también. Es un tipo que se imagina todos los recorridos, como si fuesen la bolita que va en los mapas con el GPS. Con lo cual, incluso un texto tan literario como el que escribe Chéjfec, está atravesado por la tecnología. De todos modos, pienso que dentro de unos años se va a leer y se va a entender igual.
LM: Volviendo a tu trabajo, ¿qué me podes contar de Conversaciones en el Laberinto?
CP: Conversaciones en el laberinto [N.d.E.:programa de televisión producido por Canal Encuentro] es una conversación con escritores o especialistas en algún tema relacionado con Borges. Entonces, conversamos en ese laberinto pero de a un tema específico. Por ejemplo, ya se emitió el programa con Liliana Bodoc, Borges y los mitos, porque ella es una escritora que trabaja la mitología y la mitología de Mendoza. Y este laberinto está en San Rafael, en Mendoza, en una estancia que él visitaba. En honor a él, después con los años, se hizo este laberinto que está abierto al público, por lo que la gente puede ir a visitarlo. En ese lugar conversamos con los escritores. Después va a estar el capítulo con Guillermo Martínez sobre Borges y la matemática, como con su libro. Martín Kohan con Borges y la reescritura de Borges. Con Gonzalo Aguilar, Borges y el cine. Con distintos autores hablamos de temas específicos sobre Borges, pero con un punto de vista en particular que tiene que ver con sus experiencias personales.
LM: Con tantas vetas que tiene Borges ¿Cómo se empieza a leerlo? ¿Qué le recomendarías a un adolescente que escuchó de él pero no leyó nada? ¿Cuál crees que es el mejor libro para encontrar a Borges?
CP: Yo creo que son de esos escritores con los que se necesita una buena iniciación. Te tienen que decir: “Bueno, lee este y después lee este otro”, porque sino te podes quedar afuera. Porque te puede resultar difícil o porque sentís que no estás entendiendo todo lo que hay que entender. Hay que leer y pensar: “Bueno, no importa si no entiendo todo lo que hay que entender, porque igual lo que estoy leyendo vale la pena. Y a lo mejor en otra lectura entiendo otras cosas”. Yo misma cuando estaba con ellos ahí me hacían ver cosas de la escritura de Borges que yo no había notado. Por ejemplo, el Poema conjetural (si bien uno sabe que tiene que ver con La Divina Comedia o con la muerte de Laprida, como lo dice ahí mismo) Jorge Aulicino, hablando de su poesía me mostraba que había versos del poema que eran idénticos a los de La Divina Comedia. Digamos, Borges tomó el verso idéntico, pero él que es especialista en poesía y que sabía que estaba trabajando La Divina Comedia, se dio cuenta también en el mismo momento y no se había dado cuenta de que el verso estaba tomado exacto. Todo el tiempo estamos aprendiendo sobre Borges. Entonces, primero no hay que sentirse mal por si hay cosas que uno se pierde, porque todos, hasta los que saben más se pierden cosas hasta que en algún momento las descubren y dicen “ah mirá, esto tiene que ver con esto”. Y después tratar de entrar por cuentos un poco más sencillos. Liliana Bodoc, en su capítulo, recomendaba entrar por la poesía de Borges. Yo no sé si es lo mejor, porque a mí me enganchan más algunos cuentos que son más sencillos de comprender, como puede ser por ejemplo El sur, que además es un cuento precioso. Y hay otros que tienen más dificultad de lectura, entonces te puede producir un distanciamiento o rechazo en el que decís “yo no estoy capacitado para leer estas cosas”. También creo que en el colegio cuando te dan estos cuentos te deberían ayudar. La otra vez, una niña que yo conozco me preguntaba por Emma Zunz, porque lo habían leído en el colegio y tenían un examen y no habían entendido nada ni ella ni los compañeros. Yo pensaba… “Qué pena que no le hayan explicado un poco qué quiere decir esto”. Entonces, te quedas como muy en la superficie del cuento.
Con la traducción pasa lo mismo que con la adaptación del cine: hay que saber soltar y confiar en que el otro lo va a hacer bien.
LM: Hace varios años en una nota de Revista Ñ hablaban de un traductor que tradujo al inglés un poema de Borges y que, a su vez, otro traductor tomó ese mismo poema y lo volvió a traducir al español. Y había quedado una suerte de nuevo poema en el que era Borges pero no. Siendo que tus libros también se traducen, ¿te preocupa que quién lea Las viudas de los jueves, o Una suerte pequeña en otro idioma haya cosas que se pierda en el camino por la traducción?
CP: Y mirá… Uno tiene que confiar en el editor y en el traductor. Qué se yo, inglés más o menos leo, pero no con la sutileza en determinadas cosas. Pero después ruso o hebreo, griego o polaco, u otros idiomas a los que me han traducido, no puedo leerlos y no tengo la menor idea de si está bien o si está mal. Entonces, no tengo dudas que hay cosas que deben estar mal, porque a veces me pasa que un traductor me manda preguntas de dudas que tiene y que me doy cuenta de que si yo no se las explico no las pueden sacar porque hablan de frases que se usan mucho en Argentina. Y entonces me pregunto cómo la tradujeron en otros idiomas todos los que no me preguntaron. O sucede que me dicen “Mirá, tal cosa yo no la entendí, así que me fije en la versión en inglés y dice tal otra. ¿Está bien?”. Y no, está mal. En un punto pasa lo mismo que con el cine: hay que saber soltar y confiar en que el otro lo va a hacer bien, porque si no tendrías que no permitir que traduzcan nada de lo tuyo. Entonces, es preferible que el texto se lea igual, aunque tenga alguna cosa en la que uno no esté totalmente conforme, a que no se lea.
Leyendo a Borges no hay que sentirse mal por si hay cosas que uno se pierde, porque todos, hasta los que saben más se pierden cosas hasta que en algún momento las descubren. (…) No hay que pensar «yo no estoy capacitado para leer estas cosas».
LM: Para terminar… ¿Cómo se viene tu futuro? ¿De qué tenés ganas? ¿Alguna veta nueva que pienses trabajar?
CP: Yo me di cuenta a esta altura que ya escribí cuentos para chicos, cuentos, obra de teatro, guiones y novelas, que a mí lo que me interesa es eso, escribir novelas; y es lo que creo que me sale más naturalmente. Mi cabeza está formateada más para la novela que para otra cosa. Si yo me imagino qué voy a seguir haciendo, me imagino que voy a seguir haciendo novelas, si encuentro algo interesante y que me conmueva que me dé ganas de escribir sobre eso. Porque tampoco tengo un plan de lo que voy a hacer de acá a los próximos años. Hay un libro de Edward Said, que es un pensador palestino que murió hace algunos años, que se llama Sobre el estilo tardío. Y él estudia una serie de músicos y una serie de escritores sobre qué es lo que hacen en los últimos años de su vida (que si bien a mí no me falta poco, yo ya estoy más grande que otros (risas) ). Dice que hay algunos que empiezan a armar como su carrera de retiro: sus biografías, sus cuadernos, y cosas para dejar para posteridad. Y hay otros que siguen hasta último momento escribiendo lo mismo que hacían antes, pero tratando de descubrir algo distinto, de seguir forzando los límites, y de provocar algo en uno, de decir “bueno, acá me esfuerzo para hacer otra cosa diferente”, y entonces a veces salen obras no tan buenas. Sobre todo en los músicos, en esta búsqueda de hacer algo distinto y seguir peleando eso. Yo pienso que voy a seguir ese camino aunque me salgan cosas no tan buenas, porque me divierte más seguir pensando novelas, seguir pensando historias diferentes, que empezar a trabajar en “bueno, esto es lo que va a quedar”.
LM: Vos hoy por hoy, entonces, no estás pensando en dejar un legado, al margen de las obras que ya hiciste, que son un legado…
CP: Si lo que uno deja es un legado: es un legado; y si no lo es, no. Pero que uno tenga que armar un legado… a mí no me va.

Nahuel Difalco
Colaborador
(Baradero, 1987) Nahuel Difalco es periodista y profesor de literatura.Trabajó en radio, magazines y como profesor. Actualmente reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Gabriela de Echave
Fotógrafa
(1994, Quilmes) Fotógrafa. Cursando el último año de la carrera en el IMDAFTA. Me gusta más definirme observadora. También escribo y me gusta mezclar palabras con imágenes. Sueño con viajes que combinen todo esto.