Por María Malusardi.
Maestro del fragmento y la disolución, del poema que abriga siempre un pensamiento y una herida, Jabès descansa en el libro como en el sueño, se ahoga en el libro como en un mar de arena, se agita en el libro como en el amor.
Esta nota ha sido publicada en la Revista Caras y Caretas, en el número de enero de 2014. Y reeditada para la ocasión.
Descarrilado y sereno persiste el desierto luminoso de Edmond Jabès, un escritor de lengua francesa, nacido en El Cairo en 1912, nacionalizado italiano y de tradición judía. Su origen y su época dicen mucho sobre lo dinamitado, zigzagueante de su lenguaje, sobre lo envolvente de sus carreteras poético- filosóficas. Su obra se inscribe en aquella región balbuceante que la lengua francesa no sólo ha apañado sino que ha fortalecido –y hasta exasperado- a través de enormes e invocados autores (Michel Leiris, Maurice Blanchot, Pierre Klossowski, George Bataille, Emmanuel Levinas). Maestro del fragmento y la disolución, del poema que abriga siempre un pensamiento y una herida, Jabès descansa en el libro como en el sueño, se ahoga en el libro como en un mar de arena, se agita en el libro como en el amor. “He intentado, en mis obras, dar forma al movimiento al que obedece la palabra y que se extiende desde el silencio anterior que ella rompe hasta el silencio que ella inaugura al callarse. Infinito del libro.”
Inclasificable, impredecible, necesario. El devenir desconcertante de su escritura desarrolla una tesis poética sobre la esencia del libro y la lectura apoyada, en parte y de manera indiscutiblemente profana (“La muerte de Dios en el libro dio a luz al hombre”), en la tradición judía de las interpretaciones rabínicas. “El universo judío reposa en la ley escrita, en una lógica de las palabras que no se puede desmentir. / Así, el país de los judíos está hecho a la medida de su universo, porque es un libro. / Cada judío habita una palabra personalizada que le permite entrar en todas las palabras escritas. / Cada judío habita una palabra clave, una palabra de dolor, una consigna que los rabinos comentan. /La patria de los judíos es un texto sagrado en medio de los comentarios que ha suscitado”, escribe en El libro de las preguntas.
Lo escrito no es un espejo. Escribir es enfrentarse a un rostro desconocido. Edmond Jabès
Jabès no hace más que recrear, lírica y filosóficamente, las andanzas históricas de un pueblo secular que ha tolerado con estoicismo los desplazamientos forzados y las vejaciones. De ahí el reconocimiento del pueblo judío como el “pueblo del libro”, designación, según George Steiner, gloriosa y ambigua al mismo tiempo. Sin embargo, Steiner no elude una justificación tan humana como erudita: “Acosado por persecuciones sin fin, reducido al exilio y refugiado, el judío ha sido expulsado de país en país, a través de los océanos, hacia moradas muchas veces de gran brillantez creativa pero fundamentalmente extrañas o temporales. Ha permanecido a la intemperie, sin abrigo entre los hombres. ¿Cómo ha resistido y sobrevivido cuando otros pueblos antiguos no menos dotados, no menos productivos, como los egipcios, los griegos o los romanos, o incluso los Estados principescos de América central, han desaparecido?
“El papel desempeñado por el Libro, por la Torá y por la inmensidad de comentarios que el libro ha requerido e inspirado, ha sido primordial. Tanto, que el judío pudo llevarse consigo las escrituras, estudiarlas infatigablemente, anotarlas, glosarlas, comentarlas; pudo preservar su identidad, hacerla fructificar.”
El libro, entonces, representa el lugar de recuperación de la identidad y de su pérdida simultáneamente. Es la morada y el desierto. Entrar al libro, dice Jabès, implica forzar esa primera puerta, esa primera página. Luego, autor y lector recorrerán las siguientes, unidos por la misma aventura y en busca de un final incierto que “no pertenece a nadie”. “Es más difícil pasar las páginas del libro de los días que desplazar un edificio.” Porque allí se conjuran la vida y la muerte, la memoria y el olvido, la palabra y el silencio, el sueño y la vigilia. “Cada página pasada del libro es una puerta que se cierra a nuestro paso; una puerta que olvidó su nombre.” En la infinitud del libro (“Sólo hay un cielo, como sólo hay una página”) opera el infinito eco de las palabras que denuncian la soledad de la memoria. Hay un libro, un único libro, del que somos, a la vez, el autor y el lector, dice Jabès, aquel que nunca terminamos de leer, que nunca terminamos de escribir. Pero cuando leemos, “sólo leemos lo poco que contiene de nuestra alma y de nuestra vida. Y lo que nos enseña suele ser suficiente para llenarnos de alegría o para destruirnos.” Y al cerrarlo no lo abandonamos: “habitamos su ausencia”. Libro escrito dos veces, en el libro y fuera de él: “Doble experiencia donde la condición de la palabra se confunde con la condición judía, pues judaísmo y escritura son una misma espera, una misma esperanza, un mismo desgaste”.
Hay un libro, un único libro, del que somos, a la vez, el autor y el lector, dice Jabès, aquel que nunca terminamos de leer, que nunca terminamos de escribir.
La relación del judío talmudista o cabalista con el libro es tan fervorosa como la que mantiene el escritor con su texto. “Tanto el uno como el otro tienen igual sed de aprender, de conocer, de descifrar se destino grabado en cada letra de la que Dios se ha retirado. ¡Y qué importa si su verdad difiere! Es verdad de su ser. Es verdad de su lengua.”
El sinfín de una palabra
El libro de las preguntas, El libro de los márgenes, El libro de la hospitalidad, El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha, Del desierto al libro, Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato son algunos de sus títulos. Ninguno esquiva la palabra libro. Acaso todos sean el mismo que se busca insaciable porque, sabe y no sabe, nunca se encontrará. “La desesperación del escritor no es la de poder escribir el libro, sino la de verse forzado a perseguir, indefinidamente, un libro que él no escribe.”
Jabès expone, como un artista plástico, un músico o un cineasta, las luces y las sombras de los cuerpos que inciden, moldean, atestiguan, descargan su materia en el lenguaje, sus tonalidades y timbres, sus sutilezas y sus excesos. Despliega su escritura tremendos contrastes, aniquila las verdades únicas, interpela con hermosas y fulgurantes paradojas. Y la palabra libro, tan ineludible a lo largo de este artículo, insiste, en cada una de sus páginas, en no desaparecer. El lector abre cualquier volumen de su obra y cae, azarosamente, en el final de un silogismo: “Y así el libro, llevado por sus vocablos, vivirá de su vida íntima y morirá de su muerte compartida.” O se sume, distraídamente, en algún destino poético: “El libro se cierra siempre sobre un rostro perdido.” La pregunta es: dónde no aparece la palabra libro entre sus miles –y por qué no infinitas- páginas de arena. “Fueron mis libros escritos, no en la arena o con arena, sino por y para la arena. / Libros cuyo destino –la inmóvil aventura- he abrazado, descifrándolos a medida que me identificaba con ellos hasta convertirme en su escritura misma.”
Buscarse en lo desconocido de la escritura y amasar la identidad en la pérdida, en el olvido.
Ser uno cuerpo con la escritura, sintonizar su temple en la voz. Hacerse la escritura cuerpo con el mundo. “Tú escribes con la mirada gacha, pero el cielo está en tus ojos.” Buscarse en lo desconocido de la escritura y amasar la identidad en la pérdida, en el olvido. “Lo escrito no es un espejo. Escribir es enfrentarse a un rostro desconocido.” Descubrirse extraviado en el negro sol de la palabra y sembrar lo inefable en el poema. “Siempre habrá una palabra que traicione lo indecible. Y es por medio de esta traición cómo la escritura, paradójicamente, recobra su dignidad.” Escribir para alumbrar, por un instante, el silencio. “Oír una palabra es oírla sobre todo en sus ecos, en sus infinitas prolongaciones. El libro se construye sobre esta escucha.”

María Malusardi
Colaboradora
Escritora, docente y periodista. Publicó diez libros de poesía, entre ellos El sastre (Mención especial del Premio de Literatura Casa de las Américas 2015, de Cuba) y Trilogía de la tristeza(Finalista Concurso Olga Orozco 2009, con jurado integrado por Antonio Gamoneda, Gonzalo Rojas, Juan Gelman y Jorge Boccanera; traducido al francés). Escribió, como periodista, desde 1989, en los diarios Clarín, Perfil cultural, La Gaceta Cultural y las revistas Nómada, Nueva, Debate, Lugares, El Arca, Caras y Caretas. Dicta, en TEA, las materias La entrevista y Estilo. Foto de Marco Zanger.