Por Claudia Sánchez Rod.
En esta nueva entrega Claudia nos invita a recorrer una ciudad de la mano de algún escritor emblemático de ella. Caminaremos de su mano por Cuernavaca y la escritura de Malcom Lowry en esta primavera interminable.

…you misunderstand me if you think it is altogether
darkness I see, and if you insist on thinking so,
how can I tell you why I do it?
Malcolm Lowry (1)

  Recuerdo muy bien que recién había entrado la primavera, y lo recuerdo bien porque yo salí de la catedral y me atravesé la calle para mirar de cerca la floración del guayacán. Estaba deslumbrada con ese amarillo salvaje que, visto contra el cielo, parecía un ave mitológica, adormecida bajo el calor de Cuernavaca. Todo brillaba con intensidad de tanto sol. No sé qué hora era, quizá las tres de la tarde y, de la nada, volví a preguntarme por enésima ocasión qué demonios hacía yo viviendo en esa ciudad.

Bajé por la calle Miguel Hidalgo y vi de reojo la escultura de Alexander Von Humboldt. Él jamás habría imaginado que su paso fugaz por este lugar quedaría suscrito en la geografía urbana de forma permanente, ni que gente como yo pasaría por aquí preguntándose qué resortes de su alma le habrán impulsado a indagar en las entrañas de estas tierras, tan alejadas de su amada Alemania. Doblé por Hermenegildo Galeana y subí por Matamoros. El calor era sofocante, las buganvilias derramaban sus violentos colores en las banquetas. Seguí subiendo por la pendiente. En esta urbe todo es así: subir y bajar (en todos los sentidos).

Alexander Von Humboldt la bautizó, en su paso fugaz por este lugar, la ciudad de la eterna primavera, quién lo diría.

“Se prohíbe la entrada a menores, mujeres y uniformados”, eso fue lo primero que vi al llegar a La Estrella, una de las poquísimas cantinas tradicionales que todavía quedan en Cuernavaca. Qué diablos, ¿de verdad me iban a prohibir la entrada por ser mujer? Por fortuna ese letrero no era más que un vestigio de las costumbres sociales de la primera mitad del siglo pasado. ¿O no? Quizá no: recordé que hace unos años, rayando el fin del siglo XX, estaba sentada a la mesa de una cantina con una amiga en un pueblo llamado Jerez, en Zacatecas, al que habíamos ido a visitar la tumba de su padre. De pronto entró un niño vendiendo dulces y cigarrillos; al vernos salió a toda prisa del lugar gritando a todo pulmón, como para que el mundo se enterase: “¡Hay dos mujeres en la cantina, hay dos mujeres en la cantina!”. Volteé a mi alrededor y vi que, en efecto, de entre todos los parroquianos, sólo nosotras éramos mujeres. En realidad, vine a La Estrella persiguiendo el rastro de Malcolm Lowry, dicen que aquí escribió la mayoría de las páginas de su tremenda novela Bajo el volcán.

En La Estrella, Lowry atisbó, con la lucidez cristalina de los primeros tragos de mezcal, su lenta destrucción y la escribió letra por letra en sus hojas arrugadas.

Siempre que pienso en Lowry, por alguna razón siento una vaga pesadumbre y no sé ni por qué. Lo imagino caminando por las calles de esta ciudad, bajo el rayo de sol, con una botella de mezcal oculta en el bolsillo de su chaqueta, tratando inútilmente de razonar con sus implacables demonios. Lo imagino caminando sin equilibrio, con un fajo de hojas manuscritas bajo el brazo, arrugadas y manchadas de café y alcohol. Lo imagino con la mirada desenfocada, pensando en la carta que escribiría a su amada Jan Gabrial para tratar de retener su pequeño corazón de mariposa entre sus dedos.

Aquí, en La Estrella, Lowry atisbó, con la lucidez cristalina de los primeros tragos de mezcal, su lenta destrucción y la escribió letra por letra en sus hojas arrugadas. Y echó de menos su niñez y su hogar en Inglaterra, y se entregó a su terrible soledad con la mansedumbre del ciervo que ha recibido una herida de muerte (no lo sé de cierto, lo sigo imaginando). En esta cantina atrapó para siempre el Día de Muertos del año 1938, en esas mismas hojas sucias de café y de alcohol, en las que dio vida a Geoffrey Firmin, y que luego llevaría bajo el brazo, cuando se marchó a Oaxaca, una vez que Jan le abandonó definitivamente.

Malcolm Lowry: what beauty can compare to that of a cantina in the early morning?

Lowry dejó la ciudad de la eterna primavera (fue Alexander Von Humboldt quien la bautizó así en su paso fugaz por este lugar, quién lo diría), tratando en vano de escapar del vampiro del alcohol, sin entrever que ese oscuro animal vivía dentro de él, muy dentro, y que lo llevaría consigo hasta su último día de vida. De todas formas, aquellas hojas sucias de café y alcohol siempre lo acompañaron, incluso cuando fue deportado del país debido a sus excesos. Es cierto que nunca volvió a caminar bajo el sol de Cuernavaca, pero también es cierto que se llevó consigo algo de aquí, algo muy grande (aunque también impreciso), escrito en ese fajo de hojas sucias y arrugadas.

En La Estrella el tiempo se ha detenido, su fachada descascarada la vuelve una especie de fantasma urbano que se deja ver entre la prisa de la gente, entre los coches y el murmullo de las avenidas. No hay nadie en el lugar, sólo está el cantinero y el rastro de Lowry: what beauty can compare to that of a cantina in the early morning? Your volcanoes outside? Your stars— Ras Algethi? Antares raging south southeast? Forgive me, no.(2)

Perdónenme, pero nada se puede comparar. Un mezcal, por favor. A tu salud, Malcolm.

 

(1) … me entiendes mal si crees que lo que veo es completamente
oscuridad, y si insistes en pensar así,
¿cómo puedo decirte por qué lo hago?

(2)  ¿Qué belleza puede compararse a la de una cantina en la madrugada? ¿Tus volcanes afuera? ¿Tus estrellas: Ras Algethi? ¿Antares ardiendo al sur sureste? Perdóname, no.

Claudia Sánchez Rod

Claudia Sánchez Rod

Colaboradora

(Ciudad de México) Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó la Diplomatura “An approach to the meaning of life and death”en la Universidad de Toronto, Canadá. Se ha desempeñado como periodista y traductora. Entre sus publicaciones se encuentra el poemario El vino derramado (Barcelona), el libro de cuentos La marta negra (Barcelona) y el poemario Me dejaste puro animal inexistente (Morelos). Ha participado en las antologías Ocho lenguas de Medusa (Morelos), Soñando en Vrindavan y otras historias de ellas (E.U.A.), entre otras. Actualmente se desempeña como Jefa de Redacción del sitio literario El libro de arena.

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