Por Eugenio López Arriazu.
En 2016 se publicó el quinto libro del poeta rosarino Hector Aldo Piccoli tras diez años sin publicar.
La nube vulnerada es el primer libro que Héctor A. Piсcoli publica en diez años (el quinto de su obra editada). Tal demora en publicar es un gesto en sí mismo. El libro, denso, infinito, potente, comprime en setenta y seis páginas un trabajo sobre el lenguaje que parece postularse contra la liviandad y prosificación de mucha poesía contemporánea. Es un gesto vanguardista que, al modo de E. Pound y T. S. Eliot, recupera la tradición, pero con una diferencia. Las vanguardias del siglo XX (tanto las de comienzos como las posteriores, los Beatniks, por ejemplo) desmantelaron la poesía métrica con rima a favor de un ritmo libre. Piccoli, a comienzos del siglo XXI, tras un siglo de reinado del verso libre, recurre a las formas clásicas para repoetizar la poesía.
Fiel a su propio manifiesto de 2002, Piccoli apuesta por una revalorización de la técnica poética, con la cual combate
…la abstrusa idea de que –a diferencia de la pintura o la música, por ejemplo– el arte poético no estaría constituido por un corpus de técnicas transmisibles y condicionantes, absolutamente necesarias para la creación, y el consecuente destierro de la poética al reino del olvido (H. Piccoli, Manifiesto fractal).
Esta actitud no es, además, ni mero formalismo ni un gesto reaccionario de vuelta al pasado. Por el contrario, se propone actuar, desde lo más medular de la poesía, su saber hacer, contra el Poder mismo: “si se nos despoja de la palabra, se nos despoja a la vez de la capacidad de articular el pensamiento…” (Manifiesto fractal).
La visión de la vida que nos da Piccoli es la de la forma. No hay forma disociable del contenido, pues una y otro son idénticos. No hay vida sin forma, no hay forma sin vida.
Piccoli despliega entonces una variedad de formas poéticas. Entre las formas clásicas de nuestra tradición podemos encontrar soneto, terceto, octava, estrofa alirada, serventesio, sexteto, coplas de pie quebrado. Pero el libro también contiene haikus y tankas y verso libre. Las formas clásicas mismas son un pretexto para jugar con la forma, y Piccoli nos da así sonetos en alejandrinos y combinaciones métricas o estróficas que quizás pertenezcan sólo a él. Es decir, no hay gesto de volver al pasado sin más, sino de utilizarlo para jugar y revitalizar el presente: una búsqueda exigente de la forma que no desdeña ninguna forma. Como los antiguos habitantes del medioevo, Piccoli se propone ser un enano sobre los hombros de gigantes. Y hay también un placer del lenguaje que se condice muy bien con el tono barroco general del estilo. Este placer reside, en buena medida, como señala Tadeo Stein en el jugoso y clarificador prólogo que precede al poemario, en “la metáfora como agudeza, como concepto elevado que, al decir de Baltasar Gracián, ‘exprime la correspondencia que se halla entre los objetos’”. Vaya como botón de muestra este haiku en que la metáfora se brinda por yuxtaposición con un segundo término inesperado:
Se hunde el paso
en la arena innúmera.
–¿Tú, insustituible?
Sin embargo, no se trata aquí de una poesía epigramática que deslumbre instantáneamente. Muy por el contrario, Piccoli nos brinda una poesía “difícil”, en la que la forma se adensa y opaca: el lenguaje se tuerce en su sintaxis, aparecen palabras en griego y latín, arcaísmos innúmeros, tecnicismos, etc., que nos obligan a recurrir al diccionario. O a releer, una y otra vez. No hay concesiones al lector. Pero sucede como con los poemas del inglés G. M. Hopkins, o los del ruso G. Aiguí, o con la prosa de estadounidense W. Faulkner, después de leerlos tres, cuatro, cinco veces… explotan en el cerebro y lo iluminan.
No hay gesto de volver al pasado sin más, sino de utilizarlo para jugar y revitalizar el presente: una búsqueda exigente de la forma que no desdeña ninguna forma.
En la poesía de Piccoli se habla de todo: coexisten en sus páginas los poemas filosóficos, los elegíacos, los satíricos, los dedicados a la naturaleza, al amor, al vendedor de baldes, a los muertos. La reflexión y el humor se codean. A doce jocosos epitafios, sigue un exquisito soneto amoroso de métrica irregular, un “Breve interrogatorio al aura de la amada”. No obstante, frente a la diversidad de tonos y de tópicos, la unidad del libro es fuerte. Se la da no sólo la diversidad misma, que nos dice “no hay tema que escape al alcance del poeta”, sino un tema subyacente que reaparece sin cesar en una suerte de canon: la fugacidad de la vida, el paso del tiempo, la muerte.
Temas clásicos que siempre nos atañen y que Piccoli sabe actualizar en circunstancias contemporáneas al lector. Quisiera aquí subrayar dos subtemas que se repiten: la identidad y la forma.
La visión de la vida que nos da Piccoli es la de la forma. No hay forma disociable del contenido, pues una y otro son idénticos. No hay vida sin forma, no hay forma sin vida. Así, en “Discurre acerca de la rosa como paradoja del espacio y figura de lo efímero”, leemos:
Es paciente labor, es voz abstracta
que ha resuelto el amor en una escena,
en que al pugnar por ser, la forma pacta
con el ojo o la abeja entrega plena:
consagrarse en prisión, eterna, intacta,
por la necesidad que la condena.
Forma: eternidad del instante. Y cuando la forma se disuelve, queda la nada. Como en Recordando un rostro muerto en la demora, donde la demora en la descomposición del cadáver crea la paradoja del aferrarse a un todo ante el abismo de la nada:
Se intuye la mirada que el velo vuelve a un lado;
hialino el ojo, roto el labio, empecinado
estás en resumirte y tardas, como otros seres,
raudal rendido, en delta agrio o nítida ensenada;
cavilas con un terco mutismo y te refieres
a lo que implica en todo, abroquelado en nada.
Este estado de cosas es, además, el de la cultura, pues “¿Qué cultura ilumínase en la rosa?” Estado paradojal del instante eterno, del todo-nada, de la nada hecha identidad: “ya nadie es: se irisa en flexión de identidad”.
Por eso en estos poemas no hay centralidad del yo, ni siquiera bajo esa forma proteica (romántica) en que el yo se disuelve en universalidad; ni siquiera bajo la forma del yo minusválido y rebajado de cierta poesía que se quiere cotidiana y objetiva. No puede haberla, porque la identidad es una construcción, un devenir. Una forma. Y entonces, sí, lo que en cambio aparece, como una marca de agua bajo la enunciación en primera persona, es el artesano: el creador de formas-sensaciones. Formas que también son ideas y que Piccoli nos permite sentir con plena fuerza.
En estos poemas no hay centralidad del yo (…) la identidad es una construcción, un devenir. Una forma.
Como todo gesto de vanguardia, el libro de Piccoli es una propuesta que interviene en el campo poético, pero también es un desafío al lector. Quienes se animen a recoger el guante, podrán/sabrán disfrutarlo.

La nube vulnerada
Héctor Aldo Piccoli
Prólogo de Tadeo P. Stein
Editorial Serapis, 2016, 76 pp.

Eugenio López Arriazu
Colaborador
Eugenio López Arriazu es profesor en inglés (ISP Joaquín V. González) y doctor en letras (UBA). Se desempeña como docente de la Diplomatura en Ciencias del Lenguaje (ISPJVG), de la cátedra de Literatura norteamericana (UBA) y es profesor asociado de la cátedra de Literaturas eslavas (UBA). Ha publicado numerosas traducciones del latín, francés, inglés y ruso, así como el ensayo Pushkin sátiro y realista. La influencia de la sátira en el realismo de A. S. Pushkin. Es director del proyecto de investigación Prig, “Las traducciones del ruso al español” (UBA).