Por Claudia Sánchez Rod.

Lisboa a la orilla del río Tajo, y nosotros nos sumamos a mirarla desde los ojos de Claudia, invadida por el recuerdo de Fernando Pessoa.

Sobre mí, la aflicción ha arrojado su velo.
Fernando Pessoa

Ahí todo era bello, hasta el polvo que se mecía en el aire parecía guardar el color plateado de los peces del río Tajo. Recuerdo que había un hombre sentado en el muelle, estaba rodeado de palomas y parecía comunicarse con ellas a través del silencio. Era un extranjero evidentemente, acaso hindú, y miraba a las aves como si por fin hubiera comprendido letra por letra la saudade que flotaba en las aguas del Atlántico. Saqué de mi bolso un mapa para tratar de ubicar el Cabo da Roca, sólo quería ver si desde ahí se alcanzaba a observar el punto más occidental de la Europa continental, el verdadero Finisterre, porque a mí también se me había metido la saudade en el ánimo y me dio por extrañar mi casa. Pero nada, no logré verlo. Me quedé un buen rato contemplando las aguas del río y luego volví sobre mis pasos, atravesé la Praça do Comércio, el Arco del Triunfo y llegué a la Rua Augusta, me senté en una mesa al aire libre, pedí un oporto y saqué mi libreta de anotaciones.

¿Cuántas veces habrá pasado Fernando Pessoa por esta calle?

O meu país sabe a amoras bravas no verão” (1) . Eso decía en el pie de la carta del restaurante. Pero yo no encontré el sabor de las moras por ningún lado. En cambio, todo me supo a sal sedimentada en los rincones de la ciudad, a sal dorada, a sal de bajamar, a sal de lágrima. Con los primeros tragos del oporto me fue quedando clara la necesidad de tener un heterónimo para vivir acá.

¿Cuántas veces habrá pasado Fernando Pessoa por esta calle? ¿Cuántas veces se habrá detenido ante el río Tajo a sufrir el desamor de Ofélia Queiroz? Lo imaginé sentado en una mesa del café A Brasileira sin saber qué escribir, cansado de Lisboa, del Atlántico, del mundo, cansado de sí mismo, encendiendo un cigarro y apagándolo enseguida, tamborileando en la mesa con los dedos, nervioso, pensando en salir a conseguir aguardiente para hacer más llevadera la existencia. Porque vivir no le es fácil, como tampoco le es fácil recordar el año en que murió Henriqueta, su pequeña hermana, ni el paquebote que llevó su cuerpecito por las aguas de África hasta Portugal. Debe haber salido del café pretendiendo que no fue él quien escribió Cuando ella pasa, y que no era de su hermana el cadáver que surcó el hielo de aquellos mares en un frío ataúd de color blanco, y que no lloró en las Islas Azores, en casa de la abuela, al cerrar su cuaderno para no pensar más en esos versos:

Sentado junto a la ventana,
a través de los cristales, empañados por la nieve,
veo su adorable imagen, la de ella, mientras
pasa… pasa… pasa de largo…

Sobre mí, la aflicción ha arrojado su velo:
Una criatura menos en este mundo
y un ángel más en el cielo.

Sentado junto a la Ventana,
a través de los cristales, empañados por la nieve,
pienso que veo su imagen, la de ella,
que no pasa ahora… que no pasa de largo…

Hay algo en la atmósfera de Lisboa inexplicablemente triste e irremediablemente bello.

No me gusta del todo el sabor del oporto, es demasiado dulce, no va con la ciudad. A Pessoa tampoco debió gustarle, dicen que prefería el aguardiente y que lo bebía en grandes cantidades. Hay algo en la atmósfera de Lisboa inexplicablemente triste e irremediablemente bello, será quizá el dolor del recuerdo de aquel terremoto del siglo XVIII que la destruyó casi por completo, enterrando en los escombros sus glorias medievales. Siempre me he preguntado cómo habrá sido esa Lisboa, ese misterio me produce una terrible curiosidad. Pago mi cuenta y me echo a caminar por la Rua Augusta, entro en una tienda de té; de entre todas las cosas bellas que vi, me decidí a comprar un pequeño reloj de arena de tres tiempos, eso será mi mejor recuerdo de este lugar.

1 “Mi país sabe a moras silvestres en el verano”, Eugénio de Andrade.

Claudia Sánchez Rod

Claudia Sánchez Rod

Colaboradora

(Ciudad de México) Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó la Diplomatura “An approach to the meaning of life and death” en la Universidad de Toronto, Canadá. Se ha desempeñado como periodista y traductora. Entre sus publicaciones se encuentra el poemario El vino derramado (Barcelona), el libro de cuentos La marta negra (Barcelona) y el poemario Me dejaste puro animal inexistente (Morelos). Ha participado en las antologías Ocho lenguas de Medusa (Morelos), Soñando en Vrindavan y otras historias de ellas (E.U.A.), entre otras. Actualmente se desempeña como Jefa de Redacción del sitio literario El libro de arena.

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