Por Cristian Fernando Carrasco.

Entrega #17

– ¡Sí! ¡Así es fácil! Se unen naturalmente, por identificación. Son lo mismo y ni siquiera se dan cuenta.

Contorsionándonos en el piso dentro de una misma piel, con extremidades más gruesas y musculosas, con corazones y pulmones de mayor capacidad, no podíamos ponernos de pie ni hablar, condenados a escuchar su monólogo de villano triunfante. Pero en algo se equivocaba: hacía tiempo nos habíamos dado cuenta de que éramos más o menos lo mismo.

– Tienen que hacerse fuertes para el despertar. Cuando se dé cuenta de que no somos reales va a llegar la verdadera muerte, la verdadera desaparición eterna.

Nos faltaba un marco de referencia para entender aquello que parecían desvaríos pero no lo eran. Queríamos preguntar, pero en el fondo sabíamos que no era necesario: si le das el tiempo suficiente a un villano para que despliegue su monólogo malévolo, te termina diciendo hasta su talle de zapatillas.

El hombrecito, cada vez más rechoncho y con un atisbo de alas asomando de su espalda, hizo un alto en su disertación para presionar un ominoso botón rojo que dominaba la consola. Esperamos electricidad, fuego, algún método de tortura altamente elaborado. Pero el botón sólo activaba una serie de parlantes distribuidos en el techo. Desde ahí comenzó a llegarnos la voz de nuestro antiguo camarada Lennon, cantando junto al resto de los Beatles:

– All you need is love… all you need is love… all you need is love, love… love is all you need…

– ¿Lo entienden, no? Todo lo que necesitan es amor, y nunca podremos amar a nadie como a nosotros mismos. Por eso tenemos que ser uno. Y podemos serlo porque en el fondo ¡siempre fuimos uno! ¿No es loco?

*

Los dioses somos metáforas. Miles de metáforas de esa realidad velada que escapa a toda percepción. Y lo sabemos. Como los seres humanos son millones y millones de metáforas de lo que podría ser un ser pensante, pero no lo saben.

Ese hombrecito que teníamos frente a nosotros no era una metáfora de amor si no varias metáforas del amor reunidas. Yo lo conocía como Eros, pero era también Cupido y el Dios Amor y había algo femenino en él, un poco de Afrodita, un poco de Astarté. Tal vez haya sido el primer mixto y, al estar en su naturaleza, no podía concebir la combinación como algo malo sino como algo natural, deseado, aquello a lo que todos debemos aspirar.

– La gente dice que está triste o está alegre o está furiosa, pero no es así, -continuó su monólogo explicativo: -lo que pretenden describir es un estado de comunión, de contacto directo. Entran en contacto con Tristeza o Alegría o Furia, o los nombres que les den en cada cultura a esas fuerzas naturales o emocionales autoconcientes. Pero ya nadie entra en contacto conmigo, no con mi clase de amor.

En ese punto nos dio la espalda y comenzó a hablar sin dirigirse a nadie en especial, es decir a todo el que pudiera escucharlo, a las máquinas y los muros, a los cables y el piso. La parte dentro de mí que era Orfeo podía comprenderlo: él podía comunicarse con las piedras, incluso hacerlas llorar, al tañer su lira.

– Quise hacerme más fuerte, abarcar más. Quisimos unirnos todos para aumentar las posibilidades de que alguien nos invocara. El amor-lujuria, el amor-pasión, el amor-de- pareja, el amor-adolescente, el amor-desesperado, el amor-no- correspondido. Todos. Necesitamos que nos invoquen, que crean en nosotros, para no desaparecer. Esa es la única debilidad de un dios: sin fe no somos nada. Literalmente. Si nadie cree en nosotros nos vemos reducidos a la nada en un suspiro.

Hizo una pausa dramática:

– Pero eso disparó una reacción en cadena -prosiguió. – Todo empezó a unirse, a mezclarse, y no pudimos volverlo atrás. El único rumbo es hacia adelante. Siempre hacia adelante.

Giró con velocidad de ave rapaz para poder mirarnos a los ojos.

– ¡Hasta que supimos del chico! Entonces ya no hubo elección. Ya no se trataba de elevar nuestro nivel de poder o nuestra influencia sobre los humanos: era cuestión de supervivencia. Sólo unidos tenemos una oportunidad de sobrevivir.

Nos observaba fijamente, las manos crispadas como arañas boca arriba.

– Pero ya casi se acaba el tiempo. Estamos siendo reemplazados. Otras ideas, otros marcos de referencia. Primero fui un alquimista, buscando el hermafrodita divino, hijo del mercurio y el azufre. Pero ahora pienso en mí y me concibo como un científico. El científico que siempre sabe que el desastre se aproxima pero no puede hacer nada para evitarlo. Un arquetipo distinto, con sus infinitas variantes. Un conjunto de comportamientos repetidos que sólo tienen sentido al tomarlos en conjunto. Un síndrome.

Pronunció las últimas palabras con tristeza infinita en la voz, porque sabía que esas palabras no eran suyas y que permitir su aparición era aceptar el fin:

– El síndrome Jor-El.

*

– Siempre hay un científico gritando a los cuatro vientos que el mundo se acaba pero nadie lo escucha. Puede ser una explosión en el núcleo del planeta, una nueva era glacial, la desestabilización de las placas tectónicas, una tormenta solar, lo que sea. Pero. Nunca. Nadie. Escucha. El final llega y lo único que se puede hacer es salvar a unos pocos, a veces sólo a uno. Por eso Jor-El es el arquetipo del científico que pronostica inútilmente el final: porque sólo pudo salvar a uno.

Dio algunos pasos, pensativo, antes de retomar donde lo había dejado:

– Yo quiero salvar a muchos, a todos los que pueda. Pero no iban a entenderlo, por eso tuve que actuar solo, sin su consentimiento, como si fueran bebés a los que hay que meter dentro de un cohete sin pedirles opinión.

Mientras hablaba, nosotros tres nos comunicábamos dentro de la misma mente. Un sabor temprano de la esquizofrenia no es necesariamente una cosa mala. Planeábamos la forma de liberarnos, de usar nuestros superpoderes para salir de esa situación tan incómoda, del dolor y los espasmos que nos mantenían inmóviles. Conferenciábamos dentro de nuestra mente colectiva:

– ¿Cuál es tu superpoder? La embriaguez. La embriaguez no nos sirve de mucho. Ya de por sí el amor es una especie de embriaguez, sería llover sobre mojado. ¿Y el tuyo? La belleza. La belleza directamente no nos sirve de nada. Podemos hacer esta habitación tan bella que se vuelva sublime, insoportable, hasta que Eros tenga que salir corriendo porque no lo aguanta más. ¿Y cuál es tu superpoder? No sé, ¿la infinita compasión? Definitivamente la infinita compasión es lo último que nos puede servir ahora. ¿Pero por qué estamos hablando de superpoderes y no de atributos o cualidades divinas? Debe ser el cambio de paradigmas del que hablaba Cupido… Eros. ¡Es lo mismo! Bueno, no queda otra, probemos con la infinita compasión. ¿Que probemos qué? Contagiársela, que se compadezca de nosotros y nos libere. No funciona así, yo solamente siento compasión por la humanidad, no puedo hacer que nadie se compadezca de otro. ¿No podés generar compasión infinita? No, solamente puedo sentirme infinitamente mal por las cosas malas que pasan en el mundo. ¿Y entonces de qué sirve tu compasión infinita? No de mucho, la verdad.

*

No fue la compasión sino algo más utilitario, podríamos decir judicial, lo que nos salvó: Eros necesitaba testigos imparciales.

– No puedo hacerlo solo. No puedo. Pero los demás no van a creerme. Así que voy a separarlos para que me acompañen a conocer a alguien. ¿Estamos de acuerdo?

Por supuesto, no esperó respuesta alguna de esa masa convulsa que se sacudía en el piso. Y, sin más, con otro gesto de su mano, nos separó. Caímos uno al lado del otro, en shock, con los pensamientos aún revueltos. Me caí de boca tres veces antes de activar mis músculos lo suficiente como para poder levantarme.

Eros se dirigió a una heladerita y volvió con una lata de cerveza. La abrió. El sonido me hizo aguzar los oídos como si fuese un perro de caza. Cuando acabé la lata ya estaba recuperado al cien por ciento.

A Balder le colocó auriculares y entonces él comenzó a mover la cabeza al ritmo de lo que, supe después, era Mozart. La belleza de la melodía lo devolvió a su máximo nivel de poder.

Con Jesús fue incluso más simple: lo abofeteó con fuerza. La primera vez no surtió efecto. Pero con la bofetada en la otra mejilla volvió a ser él mismo.

*

Caminamos los tres detrás de Eros. Él lideraba porque era el único que conocía nuestro destino. Salimos del sótano, cruzamos el patio donde nuestros padres seguían disfrutando de la tarde bajo la sombra de Ydgrasil, y entramos en el edificio de internación. A cada lado de un largo pasillo, todas las puertas de las habitaciones estaban entornadas. Dentro de cada una se escuchaban televisores o charlas. Pero al final de la galería nos cerraba el paso una gruesa puerta de metal, cubierta por alambre en forma de cuadrados pequeños, con un lector para huellas digitales al lado.

– Lo descubrí por casualidad. Un día me tocó ser su enfermero y mi huella quedó registrada. No vengo demasiado seguido porque… porque me deprime verlo, tan solo, tan falto de amor.

Adentro todo era blanco. El sonido de una respiración artificial llenaba la atmósfera: fú-fúu… fú-fúu… fú-fúu. Atravesando puertas automáticas y cortinas de plástico transparente llegamos a una sala de enfermería larga y angosta. Un vidrio de una sola pieza que ocupaba toda la pared permitía observar la sala contigua, donde un niño jugaba inmerso en la reproducción de un cuarto infantil con su mesa, sillas, biblioteca, cama, todo de color blanco al igual que la ropa del niño. Los únicos objetos de color dentro de la habitación eran libros. Muchos libros en todos lados: sobre la cama y la mesa, en los estantes de la biblioteca, amontonados en pilas sobre la alfombra que cubría cada centímetro del piso.

La pared/ventana lo convertía en un espectáculo, un espécimen para ser observado. No había ninguna otra entrada de luz. Ninguna entrada de oxígeno tampoco, salvo los filtros que escuchábamos inflarse y descargar aire respirable con cada fú-fúu… fú-fúu…

-Les presento a nuestro creador y destructor, nuestro alfa y omega -dijo Eros: – Antropo ex machina.

*

Cristian Carrasco

Cristian Carrasco

Colaborador

Escritor y estudiante de Letras. Nació en 1978 en Villa Regina, Río Negro. Vive en Neuquén Capital. Fue miembro del grupo poético Celebriedades y participó en el proyecto Almacén Literario (www.almacenliterario.com).
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