Por Roberto Liñares.
La “Morocha Argentina”, mujer emblemática si las hay, posiblemente haya sido morocha, ¡pero no argentina…!
Soy perfectamente consciente a los peligros a los cuales me expongo, pero estoy firmemente decidido a terminar con largas décadas de silencio obstinado y aviesamente inducido.
Y tomo este camino, por afirmar la argentinidad frente al acecho de lo que he dado en llamar y desenmascarar como el Imperialismo Uruguayo. Pero como todo, esto también tiene su historia y sus signos, de superficie y profundos, tal cual los icebergs.
Si uno se habitúa al mirar sesgado de las bambalinas podrá observar el teatro y la acción corrosiva que ha llevado a cabo, en lo especulativo y en lo operativo, Uruguay y su filosofía esotérica: el orientalismo.
Uruguayos, u orientales, como se llaman entre los iniciados, en las primeras batallas contra los españoles (esto se verifica en la versión completa del Himno Nacional Argentino), colaborando con San Martín (esto lo atestigua un monumento en la ciudad de Colonia), siendo actores decisivos pero en las sombras de la Guerra de la Triple Alianza (Argentina, Brasil y… ). Todo esto y mucho más bastaría para comprobar el silencioso pero efectivo accionar dominante de la “Suiza de América” en nuestra historia.
Pero, no conformes con ese dañino dominio, y para asegurarse el mismo, no tienen ningún reparo de infiltrar su influencia en el plano cultural.
Y noto que en las tardes, después de vaciar el calderín en el termo, me lo pongo en el sobaco y salgo a la calle con él y con el cimarrón a saludar a los vecinos desde mi puerta abierta.
En la literatura, sólo a manera de ejemplo, Horacio Quiroga, uruguayo de nacimiento, creador del Consistorio del Gay Saber, se constituyó en figura rectora de las letras argentinas. Su gesto siempre serio y adusto y con constante dejo de amargura, conjuntamente con el peinado para atrás, fue el toque secreto de identificación que fue transmitiendo a Juan Carlos Onetti, Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti e ainda mais, los cuales se constituyeron en iconos de la penetración cultural.
Pero cómo no iba a ser así, si el uruguayo Antonio Lusich fue el cerebro que en 1872 influyó sobre José Hernández, para que escribiera el Martín Fierro en ese mismo año. Jorge Luis Borges, reconocido agente del imperialismo uruguayo, en reiteradas oportunidades se encargó de ufanarse de esta dependencia, diciendo: “Lussich prefigura a Hernández, pero si Hernández no hubiera escrito el Martín Fierro, inspirado por él, la obra de Lussich sería del todo insignificante y apenas merecería una pasajera mención en la historia de la literatura uruguaya”. Por eso era necesaria una populosa vidriera como la argentina.
Jorge Luis Borges, reconocido agente del imperialismo uruguayo, en reiteradas oportunidades se encargó de ufanarse de esta dependencia.
Baste para testimonio de lo dicho, algunos fragmentos del intercambio epistolar datado en 1872 entre guía y guiado:
Buenos Aires, junio 14 de 1872. Señor don José Hernández. Muy distinguido amigo: …un amigo le había hablado sobre unas producciones que yo había publicado, en el estilo originario que usan nuestros paisanos y que tuviese a bien mostrárselas, aunque excesivamente pobres, no trepidé un momento en remitírselas, esperando se dignase darme su valioso o imparcial fallo. Después de haberlas visto me estimuló a su cultivo prometiéndome un buen éxito. Busqué un tópico, y lo encontré en la revolución Oriental…”. “…Llené mis deseos, trabajando en las horas que me dejaban libres mis ocupaciones comerciales…”, “…hubiera deseado poder ofrecer un trabajo mejor concluido al argentino que tantas simpatías tiene por nuestra causa, y que tanto lo ha demostrado, haciendo que su periódico el Río de la Plata fuese durante nuestra justa revolución el órgano que defendía en el terreno de la justicia, los sagrados principios de vuestros derechos…”
ANTONIO D. LUSSICH
Señor don Antonio D. Lussich. Estimado amigo: “…persuadido de que sabría triunfar de todas las dificultades que presenta; vencer todos los escollos, e igualar, sino exceder a los que en esos retratos del gaucho, se han aproximado más al original. He leído sus versos con vivo interés, veo con satisfacción que su trabajo corresponde a estas esperanzas, y lo felicito con todo el ardor y con toda la sinceridad de mi ánimo. El suceso que usted ha elegido para servir de tema a sus cantos no ha podido ser ni más vasto, ni de mayor interés de actualidad ni relacionarse más íntimamente con el paisano, ni encontrarse más al alcance de su juicio. En la elección de los tipos puestos en escena ha sido usted igualmente feliz, retratando esos caracteres agrestes, valientes y desconfiados a la vez; con una propiedad que revela la seguridad con que usted ha penetrado en ese escabroso terreno. En versos llenos de fluidez y de energía, describe usted con admirable propiedad al inculto habitante de nuestras campañas, pinta con viveza de colorido los sinsabores y sufrimientos del gaucho convertido en soldado…” “…Usted sabe que he simpatizado ardientemente con ese movimiento de opinión, lleno de popularidad, y llamado a devolver a millares de Orientales distinguidos, los derechos de que el absolutismo los había despojado de su Patria…”. “…los patriotas orientales aplaudirán su obra, tanto como le agradece su honrosa dedicatoria este, Su afectísimo y verdadero amigo JOSE HERNÁNDEZ.
Buenos Aires, Hotel Argentino. Junio 20 de 1872.
Y ni más ni menos que el caso Carlos Gardel habla bien a las claras de mi tesis: La Logia Tacuarembó, (nombre secreto integrado por los términos uruguayos “Tá”, apócope de “está”; “cuarem”, deformación de “Cuareim”, nombre de uno de los estilos de tocar candombe -“lonjas de Cuareim”-, proveniente de una especie de templo oriental, el “Conventillo del Medio Mundo”, y “bo” que también es un apócope de “vos”, con lo cual hay un mensaje encriptado: “Está Cuareim con vos”) ha urdido pacientemente en las sombras la falsa leyenda por la cual Carlos Gardel es uruguayo, nacido en la localidad uruguaya de Tacuarembó. Ha llegado a urdir, no exenta de misterio, la historia de los “Dos Gardeles” (¿Constelación de Géminis?, ¿Mitología de Rómulo y Remo?), uno de ellos hijo de un militar y adoptado por Doña Berta Gardes, la madre que conocemos del Zorzal Criollo (el que ellos llaman “El Mago”, por motivos que nos remiten a la alquimia de los sonidos que provocaba Gardel). En esa alquimia cantó “Tierra Hermana” dedicado a Uruguay; “Isla de Flores” (un lugar de Uruguay) y “La Uruguayita Lucía”, esta última con sutiles analogías con “La pulpera de Santa Lucía” (en el primer caso el gaucho se va a pelear por Lavalleja, en el segundo a la pulpera se la lleva un payador de Lavalle). Muchas calles. Y es preciso que calle. Pero aprovecho para acotar que en su tendencia a confundir a los argentinos para dominarnos, no trepidan, como en lo arriba citado, en falsear la situación de los militares, haciéndonos creer también que en su país un General fundó un espacio progresista de izquierda, llamado Frente Amplio. A semejante locura llegan en su ambición.
La Logia Tacuarembó ha urdido pacientemente en las sombras la falsa leyenda por la cual Carlos Gardel es uruguayo, y también la historia de los “Dos Gardeles” (¿Constelación de Géminis?, ¿Mitología de Rómulo y Remo?).
Cultores inveterados de los misteriosos sonidos y frecuencias pitagóricas, los uruguayos u orientales han impulsado su deletérea presencia en la radiofonía argentina. Wimpi, seudónimo de Arthur García Núñez, fue el uruguayo encargado con su “Gusano Loco” en marcar lo que “debía ser” el humanismo medio y bien pensante. Otro agente, no menos importante, en la tarea de penetración cultural fue el uruguayo Ricardo Lorenzo Rodríguez, alias “Borocotó”, que fungió como relator deportivo y que mediante el nombre de “Borocotó” imitaba el sonido insistente de los tambores (“borocotó, borocotó, borocotó…”) en la llamada iniciática del Carna Baal. Después su hijo, el Dr. en Medicina, Eduardo Lorenzo Borocotó (fijaos que incorpora el apelativo a su nombre social), ya asimilado a la sociedad argentina, introduciría la escuela de pensamiento “Pan-Qué- Qué” (“Pan”: todo en latín) por la cual de todo se debe preguntar frenéticamente, sin por eso concretar una respuesta, dando vueltas y vueltas con la duda para siempre y cayendo donde la oportunidad pinte. Este descendiente de su padre y gran maestro, no tuvo ningún inconveniente en atacar públicamente a una profesora de gimnasia argentina, tratando de explicar “sonrientemente” los motivos por los cuales ella habría expelido una ventosidad por el ano, en una clase de gimnasia por televisión, cuando es sabido que en nuestra educación varonil no cabe ni siquiera imaginar un hecho de esa naturaleza. Estos son los que nos sojuzgan.
Podríamos prolongar este valiente artículo con tantos hechos significativos que argumentan sólidamente mi exposición: las líneas imaginarias que unen la Piriápolis de Francisco Piria con la ciudad de La Plata de Pierre Benoit y Dardo Rocha y el Palacio Salvo en Montevideo con el edificio Barolo en Buenos Aires. Incluso las extrañas palabras del entonces Presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, cuando fue elegido Papa el argentino Jorge Bergoglio: “Es uno de los nuestros…”. ¿Qué quiso decir al descuido el Pepe?
“…Soy la morocha argentina, la que no siente pesares y alegre pasa la vida con sus cantares. Soy la gentil compañera del noble gaucho porteño, la que conserva el cariño para su dueño…”
Pero el detonante, lo que verdaderamente me hizo romper el silencio, con los riesgos que ello conlleva, son dos hechos que, en mis serias investigaciones, he descubierto, no sin dolor.
Describo el primero de ellos. Tiene que ver con el famoso tango La Morocha, aquel que hace referencia a la “morocha argentina”. Esta pieza fue escrita por el argentino Ángel Villoldo, sí. Pero la música la compuso el uruguayo Enrique Saborido. Corría (lentamente, eran otros tiempos) el año 1905. Bien entrada una noche de copas en el Bar Reconquista de un tal Roncheti, niños bien y diputados conservadores, es decir varones porteños en la babia de los años locos de la renta agraria, estaban chupeteando alegremente (Victorica, Argerich, Félix Rivas…). Junto a ellos estaba atento el uruguayo Saborido, el cual estaba con un ojo en la jarana y otro en una bella y noctámbula bailarina uruguaya, Lola Candales, la cual solía parar en el bar, después de su trabajo. Los alegres y beodos parroquianos advertidos de la onda, desafiaron al Oriental a dedicarle una composición a esta bailarina y musa inspiradora, al parecer una bella morocha. Aprovechó la trasnoche y en pocas horas, comprometió a Villoldo para la letra y se la hizo aprender a Lola, la cual cantó, noche siguiente en el mismo café de la calle Reconquista, el tango que se intituló La Morocha en que dice, entre otras cosas: “…Soy la morocha argentina, la que no siente pesares y alegre pasa la vida con sus cantares. Soy la gentil compañera del noble gaucho porteño, la que conserva el cariño para su dueño…”. Músico y Musa oriental para “la morocha argentina”… Un verdadero atropello. Y encima, la noche que lo estrenó, el diputado Rivas le regaló $200 por su actuación. ¿Para eso les pagamos a nuestros diputados? ¿Para que les regalen plata a inmigrantes? Seguramente no es la primera vez que escuchan esto.
Sobre este tema, Francisco García Jiménez, poeta y letrista argentino, en una charla radial recogida en el libro “Así nacieron los tangos”, da una versión edulcorada del origen de La Morocha, la de una tranquila noche navideña y que dicho tango fue dedicado a la cantante Flora Gobbi, la que sí fue la primera en grabar el tema, formando dupla con su bien casado marido y músico Alfredo Gobbi. Esta versión es mentirosa. En este texto la verdad está ausente. Y encima Flora Gobbi era… chilena. La morocha argentina adulterada por la penetración cultural.
El propio Saborido se ha gloriado de esta situación. Para la letra quedó el argentino Villoldo. Una letra que da una pintura de la mujer argentina, china, morena, negra, parda, y sumisa, como perteneciente simplemente al patrimonio del varón, como servidora de la casa y de sus deseos sexuales exclusivos. Y ha encontrado un panegirista, cuándo no, en el incansable agente uruguayófilo de Jorge Luis Borges, quien en su poema “Fundación mítica de Buenos Aires” no duda, describiendo esa mítica nuestra, escribir: “…algún piano mandaba tangos de Saborido…”
¿Uruguaya o chilena? La morocha argentina adulterada por la penetración cultural.
Y el otro hecho como lamentable final…
El otro hecho que me animó a hablar, quizá el más grave, es que he notado últimamente signos de una invisible persecución ideológica que amenaza con tenderme un cerco, una trampa y adueñarse de mí, en cuerpo y alma.
Lo he notado porque, sin mediar explicación, he decidido vivir con mi familia en la Ciudad de Bs. As. y en la calle César Diaz, un militar uruguayo (viejo colorado) y he mandado a mis hijos a un colegio de la vuelta, en la calle Alejandro Magariños Cervantes, un escritor uruguayo. Y noto que en las tardes, después de vaciar el calderín en el termo, me lo pongo en el sobaco y salgo a la calle con él y con el cimarrón a saludar a los vecinos desde mi puerta abierta y a veces así voy caminando cancinamente por la bajada hasta la rambla y sólo encuentro a la Avenida Nazca a la altura del 1500.
A esta altura mi única esperanza de salvación es Donald Trump. Él está empeñado y nos va a empeñar en igualarnos a todos, desde el sur del Río Grande hacia los confines antárticos. Él va a derrotar definitivamente al imperialismo uruguayo y no nos hará olvidar lo que debemos por nuestro carácter de argentinos. Él nos recordará nuestro pago. A él me encomiendo.

Roberto Liñares
Colaborador
(1955, Buenos Aires) Poeta. Sus obras han sido publicadas en distintas revistas, y formado parte de numerosas antologías. Ha recibido varios premios (Biblioteca Belisario Roldán, Departamento de Extensión Universitaria de la Facultad de Derecho, Club Banco Provincia, Central de los Trabajadores Argentinos, Secretaría de Cultura de la Asociación Bancaria, etc.). Participa en distintos recitales y “performances”.