Por Martín Camps.

El autor de esta nota se metió en los talleres de La Pocha Nostra, coordinados por el artista y performer Guillermo Gómez-Peña. Poesía, fotografía, sensorialidad, cuerpos y objetos: la chocante belleza de los jams.

Guillermo Gómez-Peña es uno de los artistas internacionales de performance más importantes: autor de una decena de libros, desterritorializador, posnacional y ultraborderizo. Hay que abrir las definiciones para intentar departamentalizar su trabajo artístico. Se mueve entre el angloñol y el espanglish. Su trabajo es con el cuerpo como arma política, las células como la tinta para escribir los cuadros vivos donde se intersecta la belleza y lo chocante, lo dulce y lo abyecto.

Hace veinte años se creó La Pocha Nostra un “laboratorio conceptual” de artistas radicales que cruzan fronteras entre el arte y la política, la teoría y la praxis, el artista y el espectador. Los artistas principales son Balitrónica Gómez (miembro principal), Michelle Ceballos (miembro fundadora) y Saúl García López (Co-director de la tropa). La Pocha Nostra busca romper los mitos de pureza en la cultura, y borrar las fronteras de nociones de etnicidad, sexualidad, lenguaje y los oficios artísticos.

Su trabajo es con el cuerpo como arma política, las células como la tinta para escribir los cuadros vivos donde se intersecta la belleza y lo chocante, lo dulce y lo abyecto.

Estuve en un taller de diez días donde tuve la oportunidad de experimentar sus técnicas para artistas rebeldes donde la idea central es la “pedagogía de la ternura”, una idea radical, como una pedagogía freiriana suavizada, de respeto al otro, en una confraternidad humana que permite el ejercicio de exploración comunitario que genera conocimiento grupal. En otras disciplinas, como en la literatura, se escarba con las dos manos en la mina de lo desconocido, pero en el performance el trabajo es conjunto, es un despliegue comunitario y llega uno más lejos creativamente cuando se trabaja en colectividad.

No tengo entrenamiento performático ni actoral, pero el grupo me acogió como una gota más de agua en su trabajo, mi experiencia escribiendo poesía fue lo que más me ayudó para contribuir a las imágenes vivientes. Aprendí que el performance deja que actúe la intuición, la inteligencia corporal. La escritura o la academia tiende a racionalizar los movimientos y las acciones, pero el performance sucede del cuello para abajo, deja que las otras neuronas distribuidas en el cuerpo reaccionen y dialoguen con los otros cuerpos. Los instructores (Guillermo, Balitrónica, Saúl) nos guían para ver los espacios que nos rodean con otra perspectiva. Un ejercicio nos pide cerrar los ojos y reconocer el espacio que nos rodea, deslizar las yemas de los dedos por los rincones de un cuarto, los anuncios, las barras. Estábamos en una cárcel descontinuada de Mérida, México, que había sido convertida en un centro cultural, un espacio idóneo para la creación. Al estar con los ojos cerrados se da uno cuenta de qué tan ciego se está con los ojos abiertos. De cómo la vista nos impide tocar las paredes, sentir las texturas, saborear las ventanas, detenernos en objetos que parecen tan foráneos cuando cancelamos la vista golosa que todo lo devora.

En el performance el trabajo es conjunto, es un despliegue comunitario y llega uno más lejos creativamente cuando se trabaja en colectividad.

Otro ejercicio importante fue correr con los ojos cerrados por unos metros mientras se ejerce cualquier tipo de expresión creativa. Correr con los ojos cerrados es tal vez una de las experiencias más aterradoras y liberadoras que existen, en total confianza del grupo, en soledad grupal, conmigo pero en los otros. Nadie de los 26 participantes se cayó o se hizo daño, todos eran cuidados por los miembros del grupo. Pero el plato fuerte de las sesiones eran los jams cuando se ejerce la creatividad más viva con la ayuda de máscaras, disfraces y objetos de la “arqueología personal”, objetos fetiches, gafas, cuernos, luces, zapatos, pelucas, telas, papeles, basura, cualquier cosa que pueda detonar una idea estética o en un cuadro que denuncie una idea. La belleza de estos cuadros vivientes rebozaban de creatividad y encendían la vista por algo que nunca se había visto, la seducción de la novedad, como astronautas que miran a los habitantes de otros planetas. La originalidad de un cuadro, de un movimiento mínimo, de un cambio corporal construía un nuevo ángulo, animaba un aspecto, era como la reescritura de un poema, como leerlo en voz alta y notar que ciertas palabras suenan mejor que otras.

 

El plato fuerte de las sesiones eran los jams cuando se ejerce la creatividad más viva con la ayuda de máscaras, disfraces y objetos de la “arqueología personal”.

En los jams los instructores preguntaban: ¿Quién es el autor de esta imagen? Todos y ninguno. Era un trabajo de escritura grupal, de colaboración y de estrechar las fronteras creativas e imaginativas. ¿Qué se puede hacer con una máscara de payaso y un galón de agua? ¿Con una piñata y un cuchillo? ¿Con un bastón y una bandera? ¿Con un cuerpo y una pluma? Las posibilidades son infinitas. La escritura tiene sus limitaciones y sus reglas, pero el performance parece infinito, se nutre de lo ritual, del teatro, de la danza y hasta del no movimiento ¿Será tal vez porque nuestros cuerpos preceden al lenguaje? Porque este instrumento de letras es una invención bastante contemporánea en nuestra evolución, pero nuestro cuerpos han estado comunicándose por miles de años antes, a través de gestos, posturas, gruñidos y salivazos. Es sabido que nuestros cuerpos expresan el 90 por ciento de lo que queremos decir, ¿qué sucede entonces si acallamos el lenguaje y dejamos que el cuerpo se convierta en una sola lengua y lo dejamos hablar? La experiencia es por demás liberadora. Hace ver con nuevos ojos la expresividad del cuerpo y su relación con la arquitectura que nos rodea y sobretodo con nuestra relación con los otros cuerpos. Uno de los ejercicios que son útiles para ver la funcionalidad mecánica del cuerpo es cuando los instructores nos pedían estar frente a otro compañero y estudiar las posibilidades del otro ser, moverlo como una marioneta para ejercer ciertos movimientos u operaciones. ¿Qué se puede escribir con el cuerpo del otro, qué palabras corporales se pueden trazar o proferir cuando dos cuerpos se conjugan con un fin estético o político?

¿Qué sucede entonces si acallamos el lenguaje y dejamos que el cuerpo se convierta en una sola lengua y lo dejamos hablar?

El performance ayuda a explorar las innumerables capacidades expresivas del cuerpo, su diálogo con los espacios, su imperfección e inflexibilidad, su destreza y sus taras. Me llevó a reconocerlo en su biología y mecánica, su voz y silencio, su dolor y alegría. El producto final fue una muestra de los cuadros más logrados, de las “personas/máscaras” que se cuajaron en combinación con miedos soterrados, traumas o dichas extremas. El trabajo de La Pocha Nostra y de los instructores Guillermo Gómez Peña, Balitrónica Gómez y Saúl García los pone a la vanguardia no solo del performance sino de la exploración creativa en la formación de comunidades temporales que rompen barreras de género, nacionalidad, lenguaje y como ellos dicen, permiten que el performance se convierta en la “lengua franca”.

Para conocer más de su trabajo o de sus talleres y presentaciones se pueden visitar los siguientes sitios:

Sitio Web La Pocha Nostra
http://interculturalpoltergeist.tumblr.com/
Fotografías tomadas de: http://gomez-pena.tumblr.com/

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Martin Camps

Martin Camps

Colaborador

Poeta y profesor de literatura. Ha publicado cinco libros de poesía, su último libro es Los días baldíos (México: Tintanueva). Ha publicado poemas en varias revistas, sus últimos poemas aparecieron en la revista Modern Poetry in Translation. Actualmente es profesor de literatura en la Universidad del Pacífico en California.

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