Por María Malusardi.

Entre lo abstracto y lo concreto, el exuberante corazón y la crítica a los dioses. Hoy entramos en la obra de la poeta argentina Olga Orozco, reconocida en vida y aún hoy con su poesía completa y otras obras publicadas.

Este artículo fue publicad por María Malusardi en la revista Caras y Caretas, en el número de junio de 2012, y actualizado y reeditado por su autora especialmente para Lamás Médula.


 

Escribir sobre la poesía de Olga Orozco es festejar. Así como festejan sus versos la vida durante la noche trágica del poema: “Igual yo te celebro en tu desproporción y en tu desorden, increíble existencia, / como si te ajustaras exactamente a la medida de mi cuerpo y al peso de mi voz.” Vale la pena entonces insistir y arrastrar hacia sus imágenes a todo incauto que ande contrariado por el mundo: “Soy como una fisura en esta incomprensible geología.” Los poemas de Orozco primero alojan, luego desnudan. Y conducen, desde la alegría, hacia esa región del dolor donde clama el origen: “Inhóspito este mundo. / Áspero este lugar de nunca más. / Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche / -¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-.” Este notable equilibrio entre la desmesura y la orfebrería –esta “exuberancia del corazón” tan propia del Romanticismo alemán- cuestiona no la dificultad de acceder a la metafísica lúdica y sonora de una de las voces más genuinas de la poesía argentina del siglo XX, sino la dificultad de desechar las banalidades del entorno que alejan al hombre contemporáneo de las resonancias íntimas del lenguaje. La poesía de Orozco exige este desafío y arroja al lector contra sí mismo, guiándolo en una búsqueda ciega de visiones inauditas, dentro de una escritura que no agota ni sus nacimientos ni sus tumbas, una escritura que se regenera con la potencia oculta de un castellano pródigo, tan sagrado como profano, tan enfático como sutil.

Si bien algunos de sus libros deambularon siempre entre los anaqueles de las librerías, no faltaron en estos últimos años títulos que mantuvieran a Orozco en vilo, ganándose lectores de nuevas generaciones: las antologías Relámpagos de lo invisible y El jardín posible además de su Poesía completa, que congrega sus once títulos publicados en vida, entre 1946 y 1994, más textos inéditos. También se han rescatado sus artículos periodísticos publicados entre 1965 y 1974, período en el que Orozco trabajó para la revista Claudia, utilizando ocho pseudónimos para diferentes secciones. Según la poeta Marisa Negri, responsable del meticuloso trabajo de selección y edición, se abre con este libro una nueva faceta: “Aparecen su humor, su sabiduría, su capacidad para multiplicarse y ser otros: el Sergio Medina que habla de los adelantos tecnológicos; el Jorge Videla que desde ese tremendo y profético alter ego sentencia cuestiones ligadas a la educación de los hijos, la seguridad o el tango; la glamorosa Valentine Charpentier; el implacable Martín Yánez, crítico de libros.”

Este notable equilibrio entre la desmesura y la orfebrería, cuestiona la dificultad de desechar las banalidades del entorno que alejan al hombre contemporáneo de las resonancias íntimas del lenguaje.

No fue Orozco, por fortuna, castigada por las sombras del desprecio cultural de su época. Ella misma admitió, en un reportaje realizado por Jorge Boccanera (Entrelíneas, Ediciones Desde la Gente, 1999), que le tocó un tiempo de intercambio y no de mezquindad: “Antes éramos muy compañeros; si alguien publicaba algo que valía la pena nos alegrábamos todos; ahora hay mucha competencia y si alguien publica algo que vale la pena los otros se ponen verdes.”

Obtuvo premios fundamentales en el momento oportuno de su trayectoria que, más allá del azar, ayudaron a reivindicar su obra; los dos últimos fueron el Premio Nacional de Poesía, en 1988, y el de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo de México, en 1998, un año antes de morir.

Amiga de unos, conocida de otros –Enrique Molina, Oliverio Girondo, Norah Lange, Edgar Bayley, Raúl Gustavo Aguirre, Julio Llinás, Alejandra Pizarnik, Julio Cortázar-, pasó por grupos diversos pero fundamentalmente se la vinculó con el surrealismo. “No me considero surrealista –declaró férrea ante su colega Boccanera-. Tengo algún parentesco por mi actitud frente a la vida, imágenes oníricas, el valor de lo subconsciente, la fe en distintos planos de la realidad y mi apuesta a la libertad, al amor, a la poesía, por sobre todas las cosas, que es una especie de bandera del surrealismo.”
Contralto indiscutible, leía sus poemas con el mismo virtuosismo con que los escribía. Algunos videos caseros en Internet han popularizado su testimonio y mantienen viva su imagen imponente.

Inhóspito este mundo. / Áspero este lugar de nunca más. / Por una fisura del corazón sale un pájaro negro y es la noche / -¿o acaso será un dios que cae agonizando sobre el mundo?-. Olga Orozco

Pero qué mejor estampa de una biografía que aquella que subyace y zumba en el territorio más clandestino de la escritura: “Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron”, ratifican sus versos. Es cierto que en ellos abundan los devaneos del alma pero no figuran fechas ni los siguientes datos de inventario: nació en Toay, La Pampa, en 1920; estudió la carrera de letras y abandonó; su primer matrimonio se agotó pronto y su segundo, con Valerio Peluffo, duró veinte años, hasta que enviudó; hizo radio, fue correctora, periodista e idónea en las artes adivinatorias; su gata Berenice motivó uno de sus libros más bellos; escribía con una piedra en la mano y se refería a su poesía como un lugar de “intemperies y desamparos.”

No dejó afuera ningún elemento de la naturaleza consustanciada con la existencia, de lo que resulta una poesía profusa en materia y elevada en abstracciones: “¿Dónde oculta el peligro sus lobos amarillos?”. O: “Somos duros fragmentos arrancados del reverso del cielo.”
Tan poco puede decirse en un acotado y modesto artículo, tan poco al lado de su devastadora palabra que nada deja fuera: una poesía total que no es condescendiente ni con el hombre ni con Dios ni con la muerte ni con la noche. Una poesía que reúne, en una danza de imágenes que no respiran ni dejan respirar, voces exiliadas que recuperan su silencio primordial en los cantos del regreso, a través de nuestra propia voz cuando abrimos el libro al azar y entonamos: “Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el mundo. / Es víspera de Dios. / Está uniendo en nosotros sus pedazos.”

María Malusardi

María Malusardi

Colaboradora

Escritora, docente y periodista. Publicó diez libros de poesía, entre ellos El sastre (Mención especial del Premio de Literatura Casa de las Américas 2015, de Cuba) y Trilogía de la tristeza(Finalista Concurso Olga Orozco 2009, con jurado integrado por Antonio Gamoneda, Gonzalo Rojas, Juan Gelman y Jorge Boccanera; traducido al francés). Escribió, como periodista, desde 1989, en los diarios Clarín, Perfil cultural, La Gaceta Cultural y las revistas Nómada, Nueva, Debate, Lugares, El Arca, Caras y Caretas. Dicta, en TEA, las materias La entrevista y Estilo.

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