Por Claudia Sánchez Rod.

Tina Modotti, artista y migrante, hizo crecer su arte allí donde fue, guiada por el amor, por la atracción hacia ciudad de México y por su pasión inquieta y rebelde.

En las viejas cocinas de tu patria, en las rutas
polvorientas, algo se dice y pasa,
algo vuelve a la llama de tu dorado pueblo,
algo despierta y canta.
(De Tina Modotti ha muerto, Pablo Neruda)

Hay leyendas que brillan con más intensidad al pasar los años. La de Tina Modotti es así. Su historia es tan extraordinaria que incluso ha eclipsado a su potente legado artístico: el mito por encima de la obra. Nació en Údine, cerca de la frontera norte de Italia, en 1896, en el seno de una familia muy pobre. Cuando cumplió doce años, Giuseppe Modotti, su padre, se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos y ella tuvo que cambiar los juguetes de la infancia por el arduo trabajo de las fábricas de hilo para mantener a su familia. Giuseppe se fue llevando a sus hijos de uno en uno. A Tina le tocó el turno cuando cumplió diecisiete años; tomó sus bártulos y viajó hacia Milán, desde ahí se embarcó a Génova, donde tomó el vapor alemán Moltke con destino a Nueva York y, por último, abordó un tren rumbo a San Francisco. Ahí se estableció con los suyos. Se empleó como costurera, mensajera, empleada de mostrador y hasta de modelo.

Tiempo después, se marchó a Los Ángeles y probó suerte como actriz; su exótica belleza le abrió paso en los incipientes escenarios de Hollywood, pero pronto perdió interés por la actuación. Al cumplir diecinueve años conoce a Roubaix de L’Abrie Richey, o Robo, como le llamaban todos: un poeta canadiense de origen francés. Tina quedó fascinada con Robo y con las esferas intelectuales que frecuentaba, por lo que, al poco tiempo, se casa con él. Desafortunadamente el amor entre ellos comenzó a apagarse muy pronto. Fue entonces que conoció al mítico fotógrafo Edward Weston, quien era amigo de su marido, y queda prendada de él. A partir de ese suceso, su vida cambiaría de rumbo drásticamente.

Weston era un intelectual de ideas liberales, un asiduo de la vida bohemia que tenía reputación de seductor e infiel y brillaba con todo el esplendor de los artistas consumados. Su obra, que en un principio se enmarcó en el pictorialismo, rápidamente evolucionó a la fotografía directa, de la que llegó a ser un exponente fundamental. Tina no sólo se convirtió en la modelo de sus desnudos, sino además fue su amante clandestina. Ella posaba para su lente y luego se tendía en la cama y se entregaba a él en secreto. Los dos eran casados y no era conveniente que ventilaran su affaire.

La pareja hizo historia en la vanguardia fotográfica mexicana, y el trabajo que realizaron juntos en ese país se convirtió en un hito cultural de la escena internacional.

A principios de 1920, México se convirtió en un lugar vibrante para los creadores y los intelectuales, era un país abierto a la libertad de las ideas y a las vanguardias, con espacio para todas las ideologías, filosofías y tendencias políticas, así que Robo Richey tomó su maleta y se marchó hacia allá- acaso despechado por la infidelidad de su mujer- sin imaginar que, en realidad, apresuraba su cita con la muerte. Cuando llegó, quedó hipnotizado con el lugar y rápidamente se incorporó a los más altos círculos intelectuales. Un tiempo después, se contagió de viruela y murió. Tina viajó a México para los funerales y, entre el dolor y el remordimiento, supo que tenía que quedarse a vivir en ese país.

Volvió a los Estados Unidos sólo para convencer a Weston de ir a vivir a México. Una vez instalados ahí, Tina se convierte en la asistente personalísima del fotógrafo, se hace cargo del cuarto oscuro, del taller y de los instrumentos. Su profunda inteligencia y su carisma pronto le abrieron las puertas de la Ciudad de México: una sensualísima italiana con dominio total de la conversación, que fumaba pipa y vestía pantalones vaqueros (la única mujer en todo el país que se atrevía con los vaqueros), no podía menos que convertirse en una bomba. Entre sus amigos se contaban Nahui Ollin, el Dr. Atl, Jean Charlot, Xavier y Elisa Guerrero, Germán y Lola Cueto. Tina le ponía embrujo a la vida bohemia de esos años; muchos hombres se rindieron a sus pies, entre ellos, Diego Rivera, para quien posó desnuda y con quien mantuvo un candente affaire. Fue ella quien dio la estocada final al matrimonio de Diego con Lupe Marín y fue ella, también, quien presentó a Rivera y a Frida Kahlo. Modotti se encontró a sí misma en esa ciudad y brilló en todo su esplendor, mientras que Weston, cada vez más a disgusto con la notoriedad de su amante y con sus infidelidades, terminó por cansarse de México y se regresó a su país.

Weston se fue, pero en los años que vivió con ella la fue transformando en una fotógrafa de altos vuelos; como su discípula, Tina se apropió de todos los secretos técnicos de su maestro y permitió que él abriera en su espíritu las puertas de la energía creadora; su universo se llenó de cámaras de cajón, Graflex, Korona, Leica, lentes, trípodes, celuloide, placas de gelatina y plata, emulsión y, sobre todo, de imágenes que ofrecieron una narrativa diferente de la existencia. La pareja hizo historia en la vanguardia fotográfica mexicana, y el trabajo que realizaron juntos en ese país se convirtió en un hito cultural de la escena internacional. Con la partida de su amante, Modotti floreció y encontró un camino propio, exploró nuevos derroteros con su cámara y se deslindó de la estética westoniana, comenzando así a retratar los problemas sociales con su lente. Empezó a relacionarse con personajes de la talla de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Miguel Covarrubias, Roberto Montenegro, Pablo O’Higgins y Anita Brenner, entre muchos otros, con lo cual, su compromiso social se fue acentuando.

Su profunda inteligencia y su carisma pronto le abrieron las puertas de la Ciudad de México: una sensualísima italiana con dominio total de la conversación, que fumaba pipa y vestía pantalones vaqueros no podía menos que convertirse en una bomba.

Al pasar el tiempo, Tina tuvo un nuevo amante: el muralista Xavier Guerrero, bajo cuya influencia adoptó firmes ideas comunistas. En ese período su fotografía alcanzó un momento cumbre, no obstante, dos años después, Guerrero se marcha a vivir a Moscú, dando por terminada esa relación. Sin embargo, el amor no tarda en volver a tocar a su puerta: fue Julio Antonio Mella —un líder estudiantil cubano llegado a México con la intención de derrocar al dictador Gerardo Machado— quien la conquistó. Ella no lo sabía aún, pero Mella no sólo traería consigo la felicidad, traería también el más oscuro desamparo. A los pocos meses de conocerse se fueron a vivir juntos. Una noche de invierno del año 1929, Tina y Julio caminaban del brazo por la calle Abraham González de la Ciudad de México. Inesperadamente, él recibe dos balazos a quemarropa y cae abatido en los brazos de la fotógrafa; unas horas más tarde, muere en el hospital, dejándola hundida en la desolación.

Con los días, a Tina se le acusa de haber asesinado a Julio Antonio por motivos pasionales. Su vida privada llega a todos los diarios nacionales y es expuesta al escarnio. Casi todos sus amigos la abandonan. Entonces, aparece el mismísimo Diego Rivera y, haciendo uso de su portentosa influencia, consigue que la italiana sea exonerada. De cualquier forma, la situación política del país, debido a diversos factores, se vuelve cada vez más tensa y Tina es deportada. Manuel y Lola Álvarez Bravo la acompañan hasta el puerto de Veracruz, donde se embarca hacia Holanda. Logra llegar a Berlín, pero sus días se vuelven penosos y sombríos: Alemania simplemente no le sienta bien, su corazón se ha quedado en México.

Desolada y triste, abandona por completo la fotografía y se marcha a Moscú. Posteriormente le asignan un puesto en el Socorro Rojo Internacional, en la guerra civil española; ahí conoce a grandes personajes como Antonio Machado, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Robert Capa y Gerda Taro. De España se va a Nueva York pero no se le permite la entrada a Estados Unidos, continúa con su desgraciada travesía hasta México y logra volver a entrar con documentos falsos. Su vida en ese país no volvió a ser la misma, siempre vivió con la zozobra de la persecución; una noche de invierno del año 1942, Tina sale de una reunión, aborda un taxi y, en silencio, muere en el asiento de atrás, en la soledad más absoluta.

Fue una mujer que dejó a su paso huellas que se han vuelto más hondas con el tiempo. Su espíritu rebelde y contestatario es ahora un símbolo del poder femenino más puro y más natural.

Claudia Sánchez Rod

Claudia Sánchez Rod

Colaboradora

(Ciudad de México) Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó la Diplomatura “An approach to the meaning of life and death”en la Universidad de Toronto, Canadá. Se ha desempeñado como periodista y traductora. Entre sus publicaciones se encuentra el poemario El vino derramado (Barcelona), el libro de cuentos La marta negra(Barcelona) y el poemario Me dejaste puro animal inexistente(Morelos). Ha participado en las antologías Ocho lenguas de Medusa (Morelos), Soñando en Vrindavan y otras historias de ellas (E.U.A.), entre otras. Actualmente se desempeña como Jefa de Redacción del sitio literario El libro de arena.

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