Este manojo de breves grageas episódicas son verídicas y sólo las voy a contar desde un ver hídrico, porque lo cuento desde el fluir del reír del río. Y ya sabemos que nadie se baña dos veces. En él mismo. Río.
Espero ser sorprendente en este mundo sediento y deseoso de novedades de luz y fuerza para entretener lo que dio el tedio en la nueva era nueva pero no tanto. Por eso narro como un camino y me encuentro amistad de camino. No tengo miedo, porque el fin justifica los medios de comunicación. Bueno, dejemos fluir.
Cuando descubrí que Borges no era divino
Yo y nadie más que yo, entonces joven estudiante de Leyes, salgo ejectado del edificio de la Facultad, apurado por algo importante. Iba de visitante al local de la Sociedad Argentina de Escritores. Lo fajaban a Jorge Luis Borges con una Faja de Honor y seguramente nos deslizaría algunas tenues, vaporosas y sabias palabras, tan grande pensador de Palermo Viejo. Quien esto escribe, ahora en hora, era para ese tiempo, un clásico mozalbete ávido de novedades que enriquecieran mi vocabulario y me dieran un mes de sanas lecturas, como nos deseaba el Reader’s Digest. Terminando el acto, me acerqué al Maestro, que firmaba cualquier cosa con papel, ya que no era formalmente una presentación de libro. Llegado al escritorio donde estaba, le di a firmar lo que tenía en la mano: un Manual de Derecho Romano, que había sobaqueado durante el día estudiantil. Lo firmó en la primera página en blanco, que era la única que yo sabía. Lo firmó como un cheque, ciegamente contento, como con un cheque. Me fui y ya en la calle no pude callar mi insatisfacción, ya que en ese mudo acto, no pude absorber nada de tanta luz cultural. Tan necesitado yo de conocimientos válidos y alados. Demorado y devorado por esos pensamientos, no crucé la primera calle y dando misteriosamente vuelta a mis pasos en la esquina, me encuentro con los de Borges y los de un amigo y lazarillo ocasional. Encuentro casual en una esquina con Borges, tan fraguador de supuestas casualidades y de esquinas bravas. Mi juventud venció toda vergüenza y quiso ver a la sabiduría cara a cara. Después de interrumpir sus pasos y saludarlo, de refilón le dije:
– Le agradezco Maestro, por la libertad con que escribe. –
Creí tocar sus manos con mis cielos. El me respondió:
– Gracias, gracias. Viva la patria. –
Él se fue y yo quedé ido. No había entendido. Sólo a poco de romper el momento y echarme a andar empecé a comprender… ¿Agradecido, me había cargado con el misterio luminoso de una densidad patriótica? No. Con los años lo comprendí cabalmente: simplemente me había cargado. Sin el misterio luminoso de una densidad patriótica. En realidad, por tanto énfasis escolar (del que él siempre abominaba). Algo así como: “Largá el Billiken pibe”, pero con fina ironía inglesa. Años después, habiendo ganado un concurso poético en Extensión Universitaria de la Facultad de Derecho, me dieron a elegir entre las obras completas de Shakespeare y las de Borges. Dije: “Para ingleses, prefiero el nuestro”. Tengo las Obras Completas de Borges. Ya estaba iluminado y más grande por tanto.
Esa fue mi primera iluminación.
El episodio del Monje
Espesa era y muy espesa la bruma aquel amanecer en el frío orfebre que envolvía al Monasterio Trapense de las sierras de Azul, provincia de Buenos Aires. De esa espesura, que yo observaba con los pómulos pulidos por la helada y teniendo a mis espaldas a la iglesia del Monasterio, emerge un monje desde el poco bosque que dejaba ver la compacta neblina. Su andar acompasado era la parsimonia misma. La distancia que nos separaba se transformaba en una lejanía con destellos místicos y ensimismados que me daban tiempo para pensar en sabidurías milenarias, curtidas en la oración, la contemplación, y el trabajo en la soledad de la tierra. Caminaba lentamente, con los brazos cubiertos en su hábito blanco y oscuro, pareciendo derrotar al implacable viento con la vista y los ojos perdidos en el más allá. Pero caminaba hacia la zona del claustro y pronto lo tendría a tiro de confidencia. Cuando eso ocurrió, después de un sobrio saludo de mi parte, que él contestó con un cálido murmullo que se perdió en el fragor del aire, le pregunté:
– ¿Viene de meditar, Hermano?
Mi pregunta, de recatado atrevimiento, quiso vibrar entre la penetración en la sabiduría existencial de la totalidad y la suave picardía de arrancarle el conocimiento atesorado por siglos. Él me contestó.
– No. El médico me aconsejó que caminara, porque tengo problemas de circulación sanguínea. –
Esa fue mi segunda iluminación.
¿Agradecido, me había cargado con el misterio luminoso de una densidad patriótica? No. Con los años lo comprendí cabalmente: simplemente me había cargado.
Cuando descubrí que Marx era humano
Cuántas cosas se podrían decir del fundador del socialismo científico. Pero yo sólo voy a hablar de una iluminación a través de un método bastante científico: debía saber todo de un hombre que, con su pensamiento, orientó el curso de muchos acontecimientos humanos; que llegó a decir que “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases”, que en definitiva pareció cambiar todo. Y leyendo y leyendo, que es como algunas veces se logra la confusión, leí de amigos, enemigos de Marx (y de neutrales, si es que los hay), al lado de consideraciones de orden político, económico y social, datos útiles, surtidos como dátiles sutiles, tales como que a Carlos Marx le decían “Moro” por su aspecto; que tomaba abundantemente y era amigo de juergas, más allá de su novia luego esposa, Jenny, hija del Barón Von Westphalen; que hacía de caballito para divertir a sus hijas, más tarde suicidadas, Eleonora, por un desengaño amoroso y Laura junto a su marido Paul Lafargue, autor de El derecho a la pereza y nacido en Santiago de Cuba en enero de 1842, del cual Marx desconfiaba porque parecía que no tenía un trabajo fijo y por lo tanto no era un buen partido para su hija (como para no desconfiar, un cubano venido del Oriente de la isla, un aventurero…). En definitiva, entre tanto desconcierto en mi búsqueda, entre fragor y escozor, se hizo luz: el intelectual que descubre un método científico era científicamente humano, es decir un hombre.
Esta fue la tercera iluminación.
Para el baño, codo a codo, somos muchos, más que dos.
Me encontraba con amigos en la querida ciudad de Montevideo, en un bar de la Avenida 18 de Julio. Entra alguien y los que estábamos ahí, sin nombrarlo al entrante, dijimos: “Es él” y “Sí, es él” como extasiados y empalagados por el encuentro. Pasa por nuestra mesa y lo saludamos (“disculpe lo queremos saludar, somos de Argentina, etc., etc.”). Hace un qué bien qué bien como rodar de tren, alguito más que no recuerdo y sin sentarse en ninguna otra mesa (incluso sin repetir y sin soplar), nos dice:
– Disculpen muchachos, pero tengo que ir al baño.
Y nos deja. Mario Benedetti nos deja. Va al toilette. Nos entretenemos en conversaciones, (no quedaba bien contarle los minutos o entrar en especulaciones sobre el tiempo de duración). Benedetti sale en el medio de nuestras charlas y sonríe bigotudamente, abandonando el bar. Había entrado a las profundidades de un templo montevideano, sólo por un pensamiento líquido. Y nosotros, amantes de la literatura latinoamericana comprometida, fuimos fulminados por la fugacidad de tanto en tan poco.
Esta fue mi cuarta iluminación.
Y por caso, el cuarto está bien iluminado.
La iluminación final
Esta es la iluminación que nunca termina y siempre aumenta, como las boletas de luz. Consiste en que, no queriendo quedarme en tres, para que no se creyese que busco en ese número, tan cargado de perfección, algún saber oculto o culto, ni en cuatro, por la atmósfera pitagórica que ese número encierra, escribo este quinto caso porque los editores me dijeron que había espacio. Espero haber echado luz sobre estos asuntos.

Roberto Liñares
Colaborador
(1955, Buenos Aires) Poeta. Sus obras han sido publicadas en distintas revistas, y formado parte de numerosas antologías. Ha recibido varios premios (Biblioteca Belisario Roldán, Departamento de Extensión Universitaria de la Facultad de Derecho, Club Banco Provincia, Central de los Trabajadores Argentinos, Secretaría de Cultura de la Asociación Bancaria, etc.). Participa en distintos recitales y “performances”.