Por Roberto Liñares.
(Apuntes para los amantes del pensamiento)
Corría el año 1946 en la URSS. Era lo mejor que podía hacer, correr. Hacía mucho frío y lo mejor era correr, que activa la circulación y combate el frío. Y en la URSS… Siempre asocié URSS con URSO o ursus, es decir persona corpulenta u oso en latín, respectivamente, lo cual se relaciona bien con la URSS. Estaba Stalin, que era una persona corpulenta, casi diría yo un oso. Había terminado la Segunda Guerra Mundial. Muerto Adolfo El Colifa y acallados los ecos de su reír sonoro, la Unión Soviética se aprestaba a realizar una conferencia de trabajadores del frente filosófico que parecía debatir los grandes temas de la filosofía y de la historia de la filosofía, pero que en realidad era convocado para dejar suficiente constancia de un tufillo extraño que se había advertido en un Manual de Filosofía de un tal Georgi Alexandrov.
La conferencia se cerró, después de varias alocuciones, con el “brillante discurso” (así lo consignan los cronistas de la época) del camarada Zhdanov, Secretario del Comité Central del P.C. de la URSS, el cual entre risas, aplausos y bravos, se dedicó a destripar oralmente al autor del Manual, porque no fue preciso en definir exactamente en él el objeto de la historia de la filosofía como ciencia; por no basarse en las conquistas del materialismo dialéctico; por no ser un elemento activo en las tareas de la actualidad; por referirse a hechos no perfectamente controlados; por no ser claro ni convincente; por ser idealista; antiguo; por no aportar a una filosofía científica del proletariado; por no tener carácter de Partido; por aplicar deficientemente el método materialista; por no establecer correctamente las relaciones entre filosofía y ciencias naturales; por perjudicar la ya perjudicada situación en el frente filosófico, pletórico de enemigos. Lo que no pude determinar si lo trataba a Alexandrov de reverendo hijo de puta.
Pero como advertí en la transcripción del brillante discurso, muchos paréntesis donde se decían ciertas palabras como: “risas” (5 veces); “aplausos” (5 veces); y en un caso “¡muy justo!”; “animación en la sala”; “exclamación” y como final a toda orquesta una extrañísima “Tempestad de aplausos prolongados” y supuse acertadamente que no eran pronunciadas por el mismo Zhdanov sino adicionada gentil y fielmente por el transcriptor.
La Unión Soviética se aprestaba a realizar una conferencia de trabajadores del frente filosófico, pero que en realidad era convocado para dejar constancia de un tufillo extraño que se había advertido en un Manual de Filosofía de un tal Georgi Alexandrov.
Y claro… me faltaba el sabor auditivo acústico del antro. Decidí abrir un cajón de mi escritorio y me tomé un anacrónico (nombro el genérico y no la marca por razones obvias), que es una solución fisiológica ficcional de rápido efecto. Una medida (tomé tres) y en dos minutos estaba en la sala donde se desarrollaba la conferencia en el año de 1946, que había dejado de correr y ahora goteaba morosamente entre los asistentes.
Efectivamente. Todo sucedía en una tensa y contenida camaradería. No se expelían ventosidades, ni se dejaban escapar eructos ni carraspeos de sensación líquida, ni siquiera gárgaras por prescripción médica, que hubieran sido científicas y por lo tanto acordes a la reunión.
Todos suspendían la respiración oyendo a su camarada Zhdanov atacando al camarada Alexandrov y era verdad que había una sana y leal competencia por reír y aplaudir, sólo cuidándose de no ser muy el primero, sino estar entre los primeros en hacerlo y de ninguna manera ser el primero en dejar de hacerlo.
Todavía llevo en mis oídos aquella maravillosa música que fue para mí el coro de risas cuando Zhdanov, atacando el exceso de discusión filosófica dijo: “La discusión misma ha sido irritantemente escolástica, y tan poco fecunda como en su tiempo en ciertos círculos, la cuestión de saber si era preciso persignarse con dos o tres dedos, o también si Dios podía crear una piedra que no pudiera levantar, y si la madre de Dios era virgen”. ¡Qué expansiva, alegre, y contagiosa forma de festiva libertad! Reían con una soltura pícara, casi de ingenua niñez. Era contagiosa. Sí, sí.
Donde me llamó poderosamente la atención que no rieran ni aplaudieran fue cuando el Secretario Zhdanov, refiriéndose al “arte burgués depravado” atronó con estas palabras: “…Tomo al azar un ejemplo muy reciente. Como lo anunciaba hace algunos días Izvestia, la revista Le Temps Modernes, dirigida por el existencialista Sartre, preconizaba como un nuevo descubrimiento el libro del escritor Jean Genet: Diario de un Ladrón, que comienza con estas palabras: “La traición, el robo y la homosexualidad, tales serán mis temas fundamentales. Existe un vínculo orgánico entre mi gusto por la traición, el oficio de ladrón y mis expediciones amorosas”. Y aportando una opinión más a la cita proseguía agregando: “Evidentemente, el autor conoce su negocio. Las piezas teatrales del tal Jean Genet son representadas en las escenas parisienses y Jean Genet ha sido invitado en seguida a ir a Norteamérica. Tal es la “última palabra” de la filosofía burguesa”. Entiendo que no rieron, algunos por no tener interés en adentrarse ni en Le Temps Modernes; ni en Sartre ni en Jean Genet, porque ya lo había hecho el periódico “Izvestia”. Incluso me pareció ver que dos de los asistentes se miraron intensa y fijamente a los ojos, por un motivo que no quiero develar por pudor, y en definitiva, no rieron ni aplaudieron.
¡Qué expansiva, alegre, y contagiosa forma de festiva libertad! Reían con una soltura pícara, casi de ingenua niñez.
Entretenido estaba presenciando la conferencia y me empezó a hacer efecto la sobredosis de anacrónico. Fue cuando un moreno, para nada eslavo, tomó la palabra y en un inconfundible tono de castellano caribeño pronunció, por toda intervención, esta sentida y arengada poesía:
Stalin, Capitán,
a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún.
A tu lado, cantando, los hombres libres van:
el chino, que respira con pulmón de volcán,
el negro, de ojos blancos y barbas de betún,
el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán.
Stalin, Capitán.
Tiembla Europa en su mapa de piedra y de cartón.
Mil siglos se desploman rodando sin contén.
Cañón
del Austro al Septentrión.
Cabezas y cabezas cortadas a cercén.
El mar arde lo mismo que un charco de alquitrán.
Bocas que ayer cantaban a la Verdad y el Bien
Hoy bajo cuatro metros de amargo sueño están…
Stalin, Capitán.
Pero el futuro afinca, levanta su ilusión
allá en tu roja tierra donde es feliz el pan,
y altos pechos armados de una misma canción
las plumas de los buitres detienen, detendrán,
allá en tu helado cielo de llama y explosión,
Stalin, Capitán.
El jarro de magnolias, el floreal corazón
de Buda, despereza su extático ademán;
gravita un continente sobre el Mar del Japón:
rudo bloque de sangre de Siberia a Ceylán
de Esmirna a Cantón…
Stalin, Capitán.
Tambores africanos con resonante son
sobre selva y desierto su vivo alerta dan,
más fiero que el metal con que ruge el león;
y alzando hasta el Pichincha la tormentosa sien
América convoca su puma y su caimán,
pero además engrasa su motor y su tren.
Odio por dondequiera verá el ciego alemán
la paloma, el avión,
el pico del tucán,
el zoológico río de vasta indignación,
las flechas venenosas que en pleno blanco dan,
y aún el viento, impulsando sus ruedas de ciclón…
Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún…
A tu lado, cantando, los hombres libres van:
el chino, que respira con pulmón de volcán,
el negro, de ojos blancos y barbas de betún,
el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán…
¡Stalin, Capitán,
los pueblos que despierten junto a ti marcharán!
Cuando el moreno terminó, y continuó como si nada la conferencia, aproveché y me acerqué a él, diciéndole: «¡Qué poema exultante…!» Hice un silencio, queriendo buscar su nombre. Él se adelantó completando: “Me llamo Nicolá y viajé como usté porque nombraron sólo cinco vece a Stalin. Pa’ mí es poco…”.
Se me estaba nublando el entendimiento. La sobredosis de anacrónico estaba haciendo estragos. Lo único que me ayudaba es que no era advertido. El magnetismo que emanaba el camarada Zhdanov era excluyente. Pero mis últimas fuerzas flaquearon cuando entre la concurrencia identifiqué a un hombre que cargaba mansa y minuciosamente su pipa. Mi grito surcó, inútil pero ardorosamente el salón de la conferencia:
– ¡Leopoldo!
– ¡Marechal! Agregó el hombre de la pipa.
– ¿¡Qué hace acá Marechal!? No me diga que usted…
– No, no, no, no… Oiga amigo, ¿De qué se sorprende? Yo aprendí, a fuerza de escribir una Divina Comedia Porteña, a viajar como Dante a donde quiera.-
Mordisqueó la pipa y remató:
– Che. Esto está demasiado solemne como pedo de inglés…-
– Y sí.- respondí.
– Voy a ver si le cambio el aire a la velada…- susurró y principió a hablar,interrumpiendo a Zhdanov:
Era el pueblo de Mayo quien sufría,
No ya el rigor de un odio forastero,
Sino la vergonzosa tiranía
Del olvido, la incuria y el dinero.
El mismo pueblo que ganara un día
Su libertad al filo del acero
Tanteaba el porvenir, y en su agonía
Le hablaba sólo al río y el pampero.
De pronto alzó la frente y se hizo rayo
Era en Octubre y parecía Mayo
Y conquistó sus nuevas primaveras
El mismo fue y otra victoria
Y, como ayer, enamoró a la gloria
¡y Juan y Eva Perón fueron banderas!
Fue que Leopoldo terminara y estallara la multitud en coro indignado, una misma y sola cosa. Incluso el moreno Nicolá gritó: ¡Aventurera como el Doctor Castro Ruz! Zhdanov enmudeció. Cuatro o cinco de los oyentes se dispararon en las sienes, no pudiendo soportar la pérdida de aire científico. Sólo guardaron silencio los que antes se habían mirado fijamente a los ojos.
– Me parece que se me fue la mano.- Sentenció Don Leopoldo. – ¿Nos vamos?-
– Mejor.-
Y nos fuimos no más. No sé para donde fue Leopoldo. Yo, cuando se me pasaron los efectos del brebaje de fuego, decidí tomar aliento y escribir lo que leí y viví, para que el mundo sepa y para preguntarles a los hombres sabios qué debo hacer.
Sólo sé que fue una emoción parecida a cuando escuché que Minguito Tinguitella dijo que los pobres se curan la tos con un ungüento llamado “Vivaperón”, o cuando la hinchada de Chicago cantaba la única marchita que florecía en las tribunas, aún en pleno gobierno militar, o cuando la misma hinchada fue a alentar a La Dolfina en una final de Polo, o cuando en la oscuridad de un cine, mientras se proyectaba F.I.S.T. (la versión de la vida de Jimmy Hoffa, sindicalista camionero de EEUU, protagonizado por Stallone) un espectador, ante una escena del triunfo de una huelga, gritó: ¡Viva Perón, carajo!
¿Escucharon…? Le pregunto a los hombres sabios qué debo hacer…
Hola, hola…

Roberto Liñares
Colaboradores
(1955, Buenos Aires) Poeta. Sus obras han sido publicadas en distintas revistas, y formado parte de numerosas antologías. Ha recibido varios premios (Biblioteca Belisario Roldán, Departamento de Extensión Universitaria de la Facultad de Derecho, Club Banco Provincia, Central de los Trabajadores Argentinos, Secretaría de Cultura de la Asociación Bancaria, etc.). Participa en distintos recitales y “performances”.