Por Roberto Liñares.
Soy Juan Salvo. Alguna vez, un filósofo avanzado el Siglo XXI me bautizó el Eternauta. Estoy, después de unos cuantos Continum, en la Tierra del 2017. Parece que la Tierra existe. Será otro continum, en fin. De diversas maneras le he contado al amigazo Héctor Oesterheld la guerra en la que me he visto envuelto y de la que no me arrepiento haber formado parte, lamentablemente. Pero, claro, eran muchas cosas las que había que relatar y algunas me he olvidado de contárselas. En algunos casos no importa, pero en éste – que en su momento no pude digerir por el fragor del combate – debo enmendar el grave error. No entraré en detalles que sé que después de todo van a ser conocidos por todos e iré al momento justo del recuerdo, para que vayan sabiendo ustedes.
Después del terrible y angustioso triunfo en la batalla a la altura de Vicente López, comenzamos a dar nuestros primeros pasos en el territorio de la Capital Federal. “…Seguimos avanzando por la Avenida. Atrás quedó la rotonda de la General Paz, con las señales del reciente combate. Atrás quedaron las Escuelas Raggio, la Escuela de Mecánica de la Armada”.
Apenas habíamos pasado la Escuela de Mecánica, como amarrado a las rejas de la puerta, me chistó “alguien”. Primero creí que podía ser alguien que trabajara para los invasores, pero apenas me fui acercando comenzó a decir, al tiempo que se separaba de las rejas:
– Mire amigo, será mejor que usted atienda lo que se le viene encima. Yo no tengo nada que ver en eso (aunque estoy de parte suya). Sólo le vengo a dejar un mensaje para Héctor Oesterheld. Dígale que acá – extendió el dedo hacia el interior – en la Escuela de Mecánica de la Armada están preparando todo para detener y torturar seres humanos. Él no va a estar, que se fíe de mi palabra.
– Voy a entrar con los míos. – atiné a decir.
– Pero ahora no hay nadie. – me respondió como rayo.
– ¿Cómo? ¿Están o no están?
– No, no, ahora no. Pero va a pasar. Va a estar informado. Usted pásele el mensaje y nada más. Apúrese, apúrese. No se separe de los demás. Y le recomiendo que se parapeten en algún lado. Los he visto, son muchos…
Lo que más pesaba en mí era un furioso instinto de conservación y de lucha. Tenía razón el extraño: no podía dejar a los míos. Me alejé. Después, como ustedes saben, vinieron la batalla del Estadio de River Plate, la batalla de las Barrancas de Belgrano… Tantas otras cosas…
Apenas habíamos pasado la Escuela de Mecánica, como amarrado a las rejas de la puerta, me chistó “alguien”. Primero creí que podía ser alguien que trabajara para los invasores, pero apenas me fui acercando comenzó a decir, al tiempo que se separaba de las rejas
Justamente en el terrible, exhaustivo y revelador encuentro de Barrancas de Belgrano, poco después de tomarme un respiro, estaba en el interior de una casa junto con Franco – mi compañero de combate – porque me había sido posible saber la verdad del “Mano” y de lo que sería la opresiva cadena de mandos que se cernía sobre nuestra tierra. Miraba hacia el imposible río, como queriendo descubrir un pedazo desnudo de horizonte, cuando vi a una persona sentada filosóficamente en el cordón de la vereda, que jugueteaba con una ramita y miraba concentrada hacia abajo, como queriendo atarle los zapatos a la realidad. Me acerqué, no sin prevenciones, y le dije fríamente que se identificara. Me asombró el lenguaje militar que sorpresivamente había adoptado.
– Soy, o me llaman, Roberto Liñares. Lo vengo siguiendo desde la destrucción de la vieja glorieta de la barranca, escondido en la fuente de concha y peces de la calle Echeverría. Estoy afectado por lo que en mi época se llamaba “estar del bonete o de la cuca”. Es una afección en las vías literarias. ¿Quiere que le diga algo Salvo? Espero volver a mi mundo y cuando pase por Libertador y General Paz, o por el gallinero… Disculpe… el estadio de River, o por algún lugar de éstos, ver placas que digan: “Aquí se libró una de las batallas por la libertad de la Tierra con mayúsculas y de la tierra con minúsculas, librada por el héroe colectivo y en él, Juan Salvo”.
– Me confunde, pero se lo agradezco – dije con la sensación que un profundo silencio revelado y rebelado me hubiera confeccionado la respuesta.
– Anda bien rumbeado si está confundido, porque seguro que entonces está sólidamente co-fundido. Es lógico que todo cueste y sea difícil de entender. ¿Cómo va a entender que yo sepa que un hombre lo paró en el frente de la Escuela de Mecánica de la Armada y le contó algo tenebroso, y que esa “Escuela” se va a transformar en algo visceralmente humano? Humano, demasiado humano… La Patria es el otro… Tengo fijadas en mi espíritu muchas de las palabras que usted me ha hecho vivir. Cuando se presenta “el historiador»: “Yo me llamo Mosca. Ruperto Mosca… Quiero recoger hasta los menores detalles de lo que pase en el ataque… ¿Se da cuenta usted, señor, que estamos viviendo horas históricas? ¡Las generaciones futuras no se cansaran de estudiar cuanto hagamos: estamos viviendo algo así como las nuevas invasiones inglesas! ¡Los próximos combates serán recordados junto a los de Maipú y Chacabuco!”. O aquellas otras del dialogo suyo con Favalli: “¿Te diste cuenta del cambio, Juan? ¿Qué cambio, Fava?” A lo que le respondió: “Hace apenas unas horas los hombres nos cazábamos entre como fieras: nos asesinábamos apenas nos avistábamos, cada sobreviviente era un enemigo… Ahora, cuando sabemos que los enemigos son seres extraños a la tierra nos sentimos todos hermanos. Tenía que ocurrir semejante catástrofe para que los hombres aprendieran lo que no debieron ignorar nunca…”. O las más recientes para usted en este momento, las de la agonía del “Mano”: “Ellos son el odio cósmico… Ellos quieren para sí el universo todo… Ellos nos obligan a destruir y a matar a nosotros, los “Manos”, que sólo vivíamos pensando en lo bello… Ellos transformaron en máquinas a los “Cascarudos”, que no hacían otra cosa que vivir de los jugos de las grandes flores que crecían en su planeta… Ellos…”.
Hace apenas unas horas los hombres nos cazábamos entre como fieras: nos asesinábamos apenas nos avistábamos, cada sobreviviente era un enemigo… Ahora, cuando sabemos que los enemigos son seres extraños a la tierra nos sentimos todos hermanos.
Y como tomando un resuello, remató:
– Salvo, usted sólo cuente. Cuéntelo, cuéntelo con los dedos, con la boca, con el alma. Dele… Escúcheme… Me voy a tomar un cafecito al “Zurich”. Usted siga y permítame un abrazo… Tranquilo que esto no contamina…
Y me dejé abrazar… Volví en mí y continué. Favalli y todos los demás me reclamaban y ya no había más tiempo para perder.
Continué en el servicio ciego a mis hermanos, a todos, a Elena, a mi nena Martita, que es decir a mí mismo, que es decir al número infinito que conforma lo único.
Como de alguna forma dije al principio, sé que todo va a ser conocido. Pero me gustaría cumplir con lo que me pidieron y contarle personalmente al amigazo Héctor Oesterheld estas últimas memorias que he rescatado de mi imperdonable olvido.
No he podido ubicar esta vez a Héctor. Estará en algún continum. No sé. Quisiera, de paso, que nuestras familias se conocieran. La primera vez no pudo ser. Cosas. Invitarlo a jugar al truco a mi casa, si falla Favalli, Lucas o Polsky.
Me quedan dos: o le cuentan si lo ven o quedo a la espera de encontrarlo. Entre paréntesis: ¿dónde está Oesterheld?
Bueno, eso es todo. Sigo viaje.

Roberto Liñares
Colaborador
(1955, Buenos Aires) Poeta. Sus obras han sido publicadas en distintas revistas, y formado parte de numerosas antologías. Ha recibido varios premios (Biblioteca Belisario Roldán, Departamento de Extensión Universitaria de la Facultad de Derecho, Club Banco Provincia, Central de los Trabajadores Argentinos, Secretaría de Cultura de la Asociación Bancaria, etc.). Participa en distintos recitales y “performances”.