Por Carla Peluso.
Terrenal puede verse de jueves a domingos en el Teatro del Pueblo. Allí, Claudio Da Passano, Claudio Martínez Bel y Rafael Bruza le ponen el cuerpo a la obra de Mauricio Kartún.
“Si sólo sabemos muy poco de Dios, es porque necesitamos poco: sólo tenemos de Él lo que fatalmente nos basta, sólo tenemos de Dios lo que cabe en nosotros. (La nostalgia no es del Dios que nos falta, es la nostalgia de nosotros mismos que no somos suficientemente; sentimos falta de nuestra grandeza imposible –mi actualidad inalcanzable es mi paraíso perdido.)”
Clarice Lispector, La Pasión según G.H.
Juntos pero separados, quizás sólo unidos por la nostalgia. Así viven Caín y Abel. Caín, siempre el primero en nombrarse, todo en él quiere imponerse: su vozarrón, su cuerpo que traspasa el alambrado, su “chumbo”, su forma de ¿entender? la vida. Ésta última incluso parece imponérsele a él mismo. Hacer las cosas bien, como corresponden, pero… ¿cómo corresponden para quien? ¿Y por qué? Caín no se lo pregunta por las dudas. Y por las dudas y con bronca, esquiva las dudas que su hermano Abel le genera -con movimientos de clown, escapando al cachetazo, con un brusco espaldarazo hacia atrás, con onomatopeya o chiflido-.
Las dudas de Abel ponen en evidencia el vacío y qué hacer con él. Hay uno que comparten: el que dejó Tatita, el Tata, el padre ausente, el que los puso ahí y se fue. Tatita es nostalgia para ambos, pero una nostalgia que ocupa distinto tamaño dentro de cada uno.
Abel necesita poco. Es austero hasta en su porte triste, de mártir, al costado. Sin embargo, su austeridad sabe ser desafiante cuando hace falta, así como sabe humillar a Caín en su amor oculto a la Señorita Maestra -el gran objeto de deseo, la única, la ella-. Es imperceptible, sutil, reservado, al igual que sus escarabajos toritos. No da discursos, ni hace grandes ademanes –a diferencia de su hermano Caín, e incluso del Tata-, simplemente hace. Resuelve: “si él me olvida, yo lo olvido”, pero cuando el Tata se hace presencia, se convierte en uno más que goza. Se embriaga, y se divierte, y canta, ¿cómo hacen los hombres?
Dios como una excusa (una muy grande)
¿Es la figura del Tata la que habilita el caos? El Tata, entonces, es una excusa. Los descubre, los devela. Lo que su aparición desata estaba latente y su discurso final no hace más que poner en evidencia lo irreconciliable. Sin embargo, la revelación atroz es darse cuenta de que siempre estuvo ahí, aún sin estar. Abel la resuelve volviéndose uno más, festejando con el pueblo. Caín la vive como una traición a su obediencia. Ambos argumentan, y en sus argumentos se juega la identificación de unos y otros. Es que en Terrenal Mauricio Kartun juega a la identificación, pero también juega a lo irreconciliable. Lo irreconciliable como unión perfecta en su imposibilidad. Lo irreconciliable como paradoja, uniendo dos términos que no parecen tener relación entre sí pero que, al mismo tiempo, no existen el uno sin el otro. De ahí la fascinación que ejerce en el espectador la lucha entre las posturas de los hermanos. Una lucha que en este caso es la rivalidad Caín-Abel pero que se nos hace eco en otras rivalidades conocidas, en los antagonismos que argentinamente nos atraviesan.
El monólogo de Caín, sin ir más lejos -su rostro cubierto por una mascara antigás, el humo rodeándolo, los tambores sonando- recuerda a los siempre vigentes discursos conservadores, de derecha. ¿Qué magnitud ocupan esos discursos en nuestra situación actual, en la cual están fortalecidos e incluso amparados desde el Estado? ¿Qué magnitud ocupan esos discursos en nuestra situación social actual, en la cual se fomenta el individualismo, la impunidad y la justicia por mano propia?
Triste solitario y final
Decíamos que nostalgia. De la de película en blanco y negro, de la de triste, solitario y final. Tal parecen estos dos: payasos tristes, uno gordo y el otro flaco. O, por momentos, payasos de circo criollo que recitan con la misma intensidad salmos, rimas picarescas y poesía existencialista. El más cínico hace reír, el otro da pena hasta la bronca. Las palabras sobreviven a los cambios de registro, a las voces que las entonan, a la música que -desde el fondo- se les superpone. Terrenal es de esas obras que dejan palabras de souvenir: sueltas o en frases enteras, quedan rebotando en la memoria con la entonación exacta que le dieron sus intérpretes.
La música viene del fondo. Ese espacio estrecho e infinito, en el que se transforma el escenario, funciona como un micro universo universal, que abarca desde el Tigris hasta La Pampa árida. Abarca el mundo, al igual que la historia que todos conocemos. Abarca un paraíso perdido y sin colores, en el que sólo se destaca el rojo de los morrones que cosecha Caín, el rojo del trapito de sangre que le cuelga de la nariz cuando rebalsa la paciencia de Abel. En oposición, la muerte es blanca. Es siniestra, como todo artificio. Como si no pasara. Y por eso no pasa, se queda ahí. Aun cuando Abel se levanta y camina. ¿Qué es lo que se va con Abel caminando?, ¿qué es lo que se queda con Caín? El monólogo final del Tata lo confirma: el paraíso será perdido o no será. Porque es inalcanzable e irreconciliable, un invento de los hombres que esperan, la nostalgia de lo que nunca se tuvo. El monólogo final del Tata adoctrina, pero ¿qué es lo que enseña esa enseñanza? O más importante, ¿se puede aprender? Mientras tanto, sólo es posible disparar una sonrisa triste al evocar la voz de Caín, como un nene encaprichado, preguntándose, preguntándonos “entonces… ¿no hay castigo?”.
Destacados:
“Las dudas de Abel ponen en evidencia el vacío y qué hacer con él. Hay uno que comparten: el que dejó Tatita, el Tata, el padre ausente, el que los puso ahí y se fue”.
“Terrenal es de esas obras que dejan palabras de souvenir: sueltas o en frases enteras, quedan rebotando en la memoria con la entonación exacta que le dieron sus intérpretes”.
“El paraíso será perdido o no será. Porque es inalcanzable e irreconciliable, un invento de los hombres que esperan, la nostalgia de lo que nunca se tuvo”.

Carla Peluso
Colaboradora
Carla Peluso (1987). Estudiante de Gestión Cultural y poeta. Se formó en poesía y narrativa con Iris Rivera, en guión cinematográfico con Santiago Carlos Oves y en dramaturgia con Mariana Mazover. Actualmente, intenta llevar adelante un proyecto documental audiovisual acerca de una escuela de gestión social en Burzaco, localidad donde fue criada.