Por Oscar Conde
El destacado escritor y lunfardista reflexionó sobre una de las últimas novedades del Grupo Editorial Sur y aseguró “Después de leer este libro, (…) es imposible no reconocerse, o no reconocer a nuestros compatriotas, a nuestros jóvenes y a nuestros mayores en este verdadero catálogo de vocablos, frases, proverbios y personajes”
Con el antecedente de dos libritos invencibles titulados Los argentinos por la boca mueren, publicados por Planeta en los primeros 90, la edición de Mi Congreso de la Lengua de Carlos Ulanovsky es, para cualquiera de sus habituales lectores –entre los cuales me cuento– una verdadera fiesta. Su agudeza y su finísima ironía vuelven en este ensayo, combinadas con una virtud que muy pocos argentinos tenemos: la de saber escuchar. Como oyente de esa maravilla de programa radial que lleva el piazzolliano título de “Reunión cumbre” –y algunas veces incluso como invitado– he podido comprobar su equilibrado modo de distribuir los turnos de la conversación, su atención agudizada al mango ante cada uno de sus invitados y sus repreguntas, siempre atinadas y, sin embargo, sagaces y penetrantes. Solo alguien que tiene buen oído –y los buenos periodistas suelen tener un oído excelente– sería capaz de haber proyectado y escrito un libro como este.
El título alude al próximo Congreso de la Lengua Española que, organizado por la Real Academia y las Academias asociadas de América, tendrá lugar en nuestra ciudad de Córdoba en marzo del año próximo. Ulanovsky parte de ese evento (y de los anteriores, como el Congreso de Rosario realizado en 2004, donde supo brillar el Negro Fontanarrosa) para proponer su propio congreso que, en sus palabras, “procurará liberarse de tensiones y compromisos, de presiones y maniqueísmos, propios de ambientes académicos, y se dedicará a contar todo aquello que me sensibilizó y me entró por un oído y no me salió por el otro con el gesto del ni fu ni fa” (p. 16). El libro está lleno también de pastillitas breves, repartidas en cada uno de los 20 capítulos, agrupadas bajo el subtítulo de “Picado Fino”, en las que aparecen las voces y reflexiones de grandes escritores como Borges, García Márquez o Enrique Santos Discépolo, periodistas como Hugo Asch y lingüistas como Charly López e Ivonne Bordelois, junto a pequeñas frases escuchadas al pasar, a palabras que han ido cambiando con el tiempo y forman series del tipo cajetilla-petitero-caquero-chetoy a expresiones caducas reemplazadas por otras, como la dupla “no me dio ni la hora”/“me cortó el rostro”.
Por supuesto, el libro no se enfoca únicamente en los lunfardismos. Va mucho más allá: nos enseña las palabras-emblema de cada una de las regiones argentinas. De este modo aprendemos que en la Patagonia se dice “dale guaraca” a lo que aquí diríamos “dale máquina”, que en el Noroeste se llama “la loma del ocote” a lo que nosotros llamaríamos “la loma del orto”, que en Mendoza a la parte más baja de algo se la denomina pando o pandito, que en Rosario el tostado de jamón y queso es un carlitos, que en Tucumán cholo equivale a trucho y ututear es investigar bien, que en la Mesopotamia un quilombo es un cachiquengue y algo de lo mejor es “a todo culo” y que en Córdoba son todos culiaos.
Hay espacio también para las llamadas “malas palabras” y claramente tampoco se descuidan los préstamos del inglés, que van deslizándose capítulo a capítulo casi como al descuido, dando cuenta de lo cipayos que somos como sociedad, al adoptar sin cesar nuevos términos que perfectamente podríamos expresar en nuestra lengua y que, en su gran mayoría, proceden de las nuevas tecnologías o bien de boca de economistas, artífices de tantas atrocidades en nuestra patria, que entre otras cosas nos han enseñado a decir default para que no vayamos a pensarque estamos en bancarrota. También están las palabras copiadas por moda del habla española, como el inconsistente nada, vocablo que Rossy de Palma puede decir “con gracia infinita” en una película de Almodóvar –el ejemplo es del propio Ulanovsky– y nosotros aprendimos y, sin el menor glamour, repetimos como loros en cualquier barrio de Buenos Aires.
De todo esto trata este nuevo ensayo de Ula. Pero es preciso señalar que el libro vas más allá, ya que no trata sobre el español argentino, sino sobre el español que se habla en la Argentina. Es decir que, a diferencia de la mirada de un dialectólogo o un lunfardólogo, quienes estudiarían las palabras y expresiones propias y exclusivas de nuestro país o de sus regiones, Mi Congreso de la Lengua abarca todas las palabras del español que se usan en nuestro país: las exclusivas y también las compartidas con toda la comunidad hispanohablante. El libro recorre, así, voces y expresiones que se dijeron, se escucharon y se leyeron en la Argentina desde el año 2000 –último del siglo anterior– al actual 2018. Al final de cada capítulo hay una palabra del año, una suerte de clave histórica muy bien elegida. Estas palabras son piqueteros para 2000, cacerolazos para 2001, trueque para 2002, promo para 2003, obvio para 2004, proyecto para 2005, red social para 2006, evento para 2007, grieta para 2008, interpelar para 2009, tsunami para 2010, salidera y entradera para 2011, ponele para 2012, emprendedor para 2013, celulares para 2014, género para 2015, cambiar y volver para 2016 y zona de confort para 2017.
Aunque es un texto escrito con humor, en un estilo coloquial y –voy a usar una palabra que Ula dice que todos usamos, pero que yo no uso nunca, solo para darle el gusto– decontracté, Mi Congreso de la Lengua es una reflexión profunda sobre cómo somos. Sabido es que la lengua no es solamente un medio de comunicación. Es, sobre todo, un modo de mirar, una forma de categorizar la realidad, una manera de entender y de insertarse en el mundo. Después de leer este libro, uno tiene la sensación de que le han sacado una tomografía en tres dimensiones. Porque es imposible no reconocerse, o no reconocer a nuestros compatriotas, a nuestros jóvenes y a nuestros mayores en este verdadero catálogo de vocablos, frases, proverbios y personajes, en el que Cadorna y Magoya se mezclan con la pregunta “qué acelga”, con la calificación “boludo atómico”, con los Black Fridays y las FashionWeeks, con el dale, con el olvidate, con el “me da paja”, con las distintas formas de decir carajo, con “se le escapó un raviol de la olla”, con los vendehumo, con las engañapichangas, con los “a ver” de maestra ciruela a los que nos tiene acostumbrados una diputada que promete genialidades y únicamente enuncia pelotudeces.
Todo esto y mucho más tiene este libro de Carlos Ulanovsky. No se lo pierdan por nada del mundo.

Oscar Conde
Colaborador
poeta, ensayista y profesor universitario. Doctor en Letras, es profesor de la Universidad Pedagógica Nacional, la Universidad Nacional de Lanús y la Universidad Nacional de las Artes. Ha compilado varios libros con trabajos sobre tango, rock y lunfardo, como Las poéticas del tango-canción (2014) y Argots hispánicos (2017). Es autor del Diccionario etimológico del lunfardo (1998) y de Lunfardo. Un estudio sobre el habla popular de los argentinos (2011), por el que obtuvo el Primer Premio Municipal de Ensayo de la ciudad de Buenos Aires. Sus libros de poesía son Cáncer de conciencia (2007), Gramática personal (2012) y La risa postergada (2017). En 2015 reeditó con estudio preliminar, notas y glosario la primera novela lunfarda: La muerte del Pibe Oscar (1926) de Luis C. Villamayor. Es miembro de número titular de la Academia Porteña del Lunfardo y de la Academia Nacional del Tango.