Por Gabriel Rodríguez

El 9 de octubre de 2016 moría Andrzej Wajda. A dos años de este hecho analizamos una de las obras más emblemáticas del realizador.

“En nombre de la Revolución olvidan la Revolución”

Maliciosamente podríamos decir que en ocasiones el cine no es estético. Románticamente, que toda película está condenada a representar cierta belleza que puede traducirse o no en una valoración subjetiva superlativa. Convenientemente, y de eso se trata para grandes cantidades de hacedores y espectadores, el cine no es neutral. Y entre todos ellos para el director polaco Andrzej Wajda.

Una película sobre la Revolución Francesa puede ser una película sobre la Revolución Francesa, o puede ser un relato descriptivo de la Francia revolucionaria del siglo XVIII, o un trabajo esmerado sobre moda y diseño en los postreros días del despotismo ilustrado. Por supuesto hay sitio para las tres cosas según las ambiciones de quien esté al comando de la producción y dirección. Pero seguramente sea la primera intención la que se vea obligada a engullir a las otras dos, al menos tangencialmente. Y mucho más si buena parte de lo que se juega en la construcción del relato es una conexión sustancial entre lo que se desarrolla en el interior de la película y un algo que se le pretende asemejar en el exterior (entendido como contexto histórico particular con el que busca la relación).

¿Qué quiere hacer Wajda con la Revolución Francesa? ¿Qué busca hurgando en su etapa conocida como el Terror? ¿ recapitular la sucesión de acontecimientos cronológicamente acotados que forjaron el entramado que guió el periodo? ¿ redescubrir la esencia psíquica y  la subjetividad que impulsó a los actores sociales a comportarsede tal o cual modo, con decisiones políticas cruciales pero también con fuerte carnadura personal? ¿Anhela poner en discusión ese mismo entramado, esos mismos comportamientos individuales, esas mismas decisiones políticas? Todo ello y un poco más.

El drama histórico que reconstruye el director polaco, basado sobre la novela original de Stanislawa Przbyszewska, “El Afaire Danton”, atiza nuevamente el fuego que siempre quema la conciencia y curiosidad de los historiadores, que chamusca e ilumina todo análisis de un proceso revolucionario determinado. Aquel que tiene que ver con su día después (incluso sus décadas después).  Toda Revolución estará en algún momento de su desarrollo de cara a su disyuntiva: radicalización o moderación. Avanzar para su cuidado y protección o detenerse para lo mismo. Tal vez en ese sesgo convenga adentrarse para entender quién es Danton y quién Robespierre, o será mejor a quién nos muestra Wajda en cada lugar, en cada rol histórico.

A su vez, y esto será de suma importancia cuando salgamos del “interior” y miremos el “exterior” de “Danton”, hay una tensión permanente entre los fines que persigue una Revolución, sus límites delimitados (o no) por estadios estancos,  el marco de posibilismo que se abre ante esos topes, y la obligatoriedad de llevar adelante su pervivencia bajo acciones, en una primera mirada, alejadas a toda visión primigenia de la propia Revolución: ¿era necesario el Terror? ¿Fueron ineludibles las dictaduras stalinistas como medio de perduración de las jornadas de febrero y octubre sobre las naciones de Europa del Este?

La trilogía del heroísmo

Nos ubicábamos en un cine que no se presenta como neutral. Allí lo instalábamos a Adrzej Wajda. Allí, en última instancia es donde compredemos su obra en toda su dimensión, donde se relacionan la Revolución Francesa, Danton, el Terror, y su vida misma, sus vivencias, su Polonia.

Wadja nació en Suwalki, Polonia, en 1926. Su temprana adolescencia marcó por  su participación en la Segunda Guerra Mundial, combatiendo al nazismo, que lo llevó con posterioridad a desarrollar un nacionalismo reflejado en sus primeros trabajos: “Generación” (1954), “Kanal” (1957), y “Cenizas y Diamantes” (1958) formaron una trilogía con la cual buscó  glorificar al  heroísmo polaco. Que tendría su correlato en la gestación y desarrollo de una Polonia bajo la órbita del sistema soviético post Varsovia, atravesada por un conflicto, que si bien era común a todos los países del Bloque, en la vieja nación adquirió una impronta particular: la existencia de un fuerte sindicato (Solidaridad) que nucleaba a todos los obreros nacidos bajo el paso de una Polonia agraria a una industrial y víctima de un férreo control por parte de Moscú.

Es aquella sujeción a un sistema soviético asfixiante e invasivo lo que, en la mente de Wajda, conforma el “exterior” que dialoga con “Danton” y su “interior”; la confrontación entre Robespierre y el guillotinado por el Terror jacobino adquiere la simbología de un espejo ahistórico, representa una puja de carácter universal y trascendental entre el poder y quien se opone al mismo. De esta forma,  si al interior de la propia Revolución Francesa se presenta la incertidumbre y el desafío de poner en cuestión las razones y justificaciones a los procesos políticos fantoches de la Convención, en tanto útiles y necesarios, así enlaza el autor el momento histórico que vive a principios de los años ochenta, ya en el siglo veinte. Es necesario recordar que Wadja fue obligado a exiliarse de su país, siendo la máxima autoridad política en la Polonia de 1982, Jaruzeiski (en el juego que plantea el autor, Robespierre), precisamente por materializar vía su pasión por el cine, la situación de los obreros organizados en Solidaridad. Es la película “El hombre de hierro” (1991) la que muestra ese micromundo sindical de una clase trabajadora polaca que se desvive por ir ganando espacio y libertades individuales en los intersticios de la violencia del régimen stalinista.

Es cierto que el director ha negado llevar a tal extremo esta interpretación de su obra, pero nada permite rechazar categóricamente la asociación entre la figura de Danton, y los ideales de la democracia occidental. Así,  resultaría exagerado y anacrónico equiparar linealmente toda la acción política que concluye en determinar quién es Robespierre y qué ideales representa en el año II, con los tanques avanzando sobre Praga, o el propio Wajda en las determinaciones socio políticas de su exilio francés.

Retorno a la semilla

De regreso al “interior” de Danton , es interesante dejarse llevar por las intenciones que el director sigue al imaginar los encuentros entre sus dos figuras protagonistas. Ahondar en esas caracterizaciones no solo genera la descripción psicológica de cada uno, sino que además permite comprender sus decisiones en tanto personas concretas, en cuanto egos en disputa también. Si Robespierre es el idealismo en su extremo más rígido, coronado en una solemne austeridad, Danton es el pragmatismo que sigue al pueblo y predica el juego de moverse las fronteras de lo posible, y aún más de lo realmente deseable por el sentir popular. Y en este choque de posiciones, de perspectivas, se encuentra la confrontación final entre el énfasis de la Revolución y su aplacamiento, y todavía más oculta, la cuestión del poder hasta allí no resuelto decididamente a favor de ningún grupo.

Tal vez resulte atrevido ver en Wajda un director interesado en traducir, a través de la más formidable y profunda revolución política y social de la historia, todo lo que un sistema opresor genera, y las causas de su posibilidad de existencia y perdurabilidad. Pero si retrocedemos en el tiempo sin llegar a 1793, deteniéndonos en los sucesivos años que continuaron  a la Revolución Rusa (en cierta forma, aquella que completó la otra mitad de la Francesa), veremos que todos estos interrogantes planteados por el autor en “Danton”, tienen su justificación plena. Probablemente para Andrzej Wajda, como alguien dijo en una escena de su obra, se trataba de en nombre de la Revolución no olvidar la Revolución.

Gabriel Rodríguez

Gabriel Rodríguez

Colaborador

Gabriel Rodríguez nació en Lomas de Zamora en 1974. Estudió historia en el Joaquín V. González y Ciencias de la Comunicación en la UBA. Publicó un poemario y el libro de historias y microcuentos “Buenos Aires, ciudad de Luces y sombras”. Se desempeñó como educador popular y colaboró en diversos medios alternativos.

Share This