Por Pablo Caramelo

A mediados de los 80 Ricardo Bartís funda un espacio de formación y entrenamiento de actores y directores, donde desarrolla un lenguaje escénico singular. El actor y poeta Pablo Caramelo reflexiona sobre el concepto de “tono” alrededor de esa escuela que signa a artista y espectadores de todo el país.

Entre los muchos registros que aparecen en YouTube sobre Marcelo Bielsa, hay uno breve que capta, en el pasillo hacia la cancha, el instante donde los jugadores del Bilbao regresan para el segundo tiempo; allí se oye a Bielsa la vehemente recomendación de mantener el tono, sobre todo el tono. Es probable que a esa altura de la relación con sus dirigidos,  algunos conceptos o nociones no estrictamente futbolísticas fueran ya parte del código de trabajo del Bilbao. Pero no deja de sorprenderme la indicación sobre el asunto a atender por parte de los jugadores. Pues se podría haber escuchado que se les pidiera mantener la presión o la garra. Pues no, el asunto es el tono.

¿Qué es el tono? A juzgar por algunos partidos del equipo,  es la valoración con una intensidad inusual de cada circunstancia de la vida del juego, ocasional o determinante, de manera tal que no importará demasiado la evaluación a priori de lo que vale la pena y lo que no.

Si abandonamos la metáfora deportiva, condicionada tarde o temprano por la necesidad de obtener un resultado favorable,  imagino que, a diferencia del las tradiciones esencialistas que ejecutan una tarea de discriminación de los detalles banales, descartándolos antes de emprender la tarea,  los defensores del tono asumirán que no hay una instancia previa a la tarea, que no hay detalles insignificantes o menores, que sencillamente no hay detalles pues, en definitiva, no importa tanto lo que se valora sino el acto de valorar.

Es cierto que el encanto de circular por las conversaciones y por los espacios escénicos sin peso en el cuerpo ni en la conciencia, va teniendo su cuarto de hora y quizás con generosidad, debiéramos aceptar en esa ataraxia cierto costado de mordacidad y crítica de las costumbres.

Es cierto también que expresivamente el arte de modular tiene su mérito táctico para enseñarnos los más y los menos de cada intervención. Pero también hay momentos o épocas, donde el espectáculo más inédito y quizás más anacrónico, es exclusivamente, alguien de la especie humana valorando.

Y no los contenidos ideológicos y no el contraste de los ritmos de la peripecia: el mero acto de un ser que valora. En otro terreno, cuya tradición nos llega de Henry James, mundos donde se vuelve más importante y más atractivo el narrador que lo que narra.

Para quienes elegimos pasar por el Sportivo Teatral y participamos en algún espectáculo de Ricardo Bartís, además de intentar merecer de ahora en más esa experiencia cada vez que actuemos, deberíamos poder cifrar cuál es el elemento diferencial de la pertenencia a esa escuela.

No es la improvisación, a esta altura de la noche, recurso tan generalizado que dan ganas de declarar la emergencia nacional por agotamiento.

No es la atmósfera escénica que ya han malversado las réplicas, casi siempre responsables de todas las depravaciones simplificadoras (no aconsejaría a nadie que mirara publicidades para aprender qué es el surrealismo).

No es la anécdota temática, asimilable como preocupación y aunque nos pese, a otros sistemas expresivos del costumbrismo que, en el mejor de los casos,  despliegan textos con un lenguaje de ostentoso barroquismo aunque al servicio de exitosos espectáculos de un peso alegórico insufrible.

Me animo a decir que es el tono, la actuación como acción del cuerpo del actor que valora cada instante, cada plano, cada ocupación del espacio escénico, y si se pudiera, para tratar de derribar una supuesta enemistad con la literatura, cada relieve, cada inflexión de la palabra atravesada por el deseo de ser.

Hay una premisa que circula en relación al Sportivo y que dice que la actuación es el relato. Quizás sí, en su origen, como petición de principios y tal vez para distinguirse de algunos despotismos teatrales de tradición contenidista.

Hoy me dan ganas de decir que el relato es el tono, la presión de los actores para defender cada momento de existencia escénica, de espaldas o de frente, vociferantes de deseo o hundidos en la bella desesperación de todas las derrotas futuras. La existencia escénica sostenida por el tono es, me arriesgo a decir, la única y conmovedora vocación de alteridad que queda en pie en nuestro teatro. Eso se entrena en el Sportivo Teatral.

El resto es esta larga emergencia a la que con más o menos procedimientos o entusiasmo, con más o menos técnica o dinero,  vamos llegando todos.

Pablo Caramelo

Pablo Caramelo

Actor

Nació en Junín, Provincia de Buenos Aires. Es poeta, actor, dramaturgo y director teatral. En 2014 publicó los poemarios Buenos Aires planea una revolución justa y Falso feudo. Sus textos formaron parte de las antologías Diva de mierda (España) y La metáfora incompleta –homenaje a Roberto Juarroz-, entre otras.  En 2018 editó Notas frente a una puerta desvanecida, obra que recibió una mención especial del jurado en el concurso internacional de poesía Raúl González Tuñón.

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