Por Marina Cavalletti.
El escritor bonaerense Ramiro Bosco, presentó recientemente su segundo poemario Los muertos, editado por Ruinas Circulares. Allí traza un itinerario de zonas oscuras e intensas: el hambre, los antepasados, lobos que devoran doncellas, pájaros que no sobreviven a la furia de las tormentas. El poeta, con una voz propia, sabe: acaso las sombras nombren también la luz, acaso la finitud sea una excusa para reflexionar sobre la vida.
“Toda ruina sobrevive”, escribe Juan Gelman. Ramiro Bosco retoma esas palabras y las resignifica en uno de los epígrafes de Los Muertos. Hay otro acápite de Pascal Quignard que refiere a la voz propia, al acento como lugar. Es que en este libro Ramiro reafirma su propia voz, que se inició en Tercera casa. Y lo hace desde escombros de su propia historia, en diálogo con sus antepasados y con el dios, una divinidad casi particular, mundana, un dios espectador.
En el primer poema “Los días idénticos” Ramiro describe “Soy el tallo que aprende solo/ a elevarse” se define en primera persona del singular, es puro presente en esa reiteración exacta . La intemperie que no existe florece como sangre en los ojos. Allí interpela al padre, tal vez para reinventarse desde ese lazo que se desdibuja con la muerte. Y el hambre, tal vez una de las obsesiones autor, aparece como en su libro anterior, como leivmotiv que se amplifica con el correr de los versos.
La primera parte del poemario nos invita a habitar paisajes con regalos de invierno, la intimidad como un árbol falso que es la familia en diciembre. “Casi todo el cuerpo es agua”, dicen. “Los gatos son traicioneros”, dice el dios. El autor construye un otro/otros que señalan cosas en sus poemas. Desde allí se generan contrapuntos y polifonías que atraen al lector. Ramiro juega con un lenguaje que abre y cierra significados, él está ahí, y también desde ese zigzagueo permite que el lector haga sus propias interpretaciones, no es complaciente ni autoritario, no condiciona al lector ni lo subestima. Y esa libertad es tal vez, uno de los puntos más interesantes del libro.
En este sentido es importante marcar, por supuesto, que entre la polifonía que propone el autor –donde como dijimos- se observan su voz y las voces otras, sobresale también, casi como didascalia o comentario, casi como un poemario dentro de otro, una serie de poemas sin título y en cursiva que configura el universo al margen de los muertos: ellos esperan, no dicen, callan en los castillos, hay casas en ruinas. En esa serie Ramiro asegura: “Soy el único de la familia que puede hablar con los muertos”, también propone un sincretismo y revela: “el muerto es el dios cuando tiene las palabras que nos faltan”. En esa serie, su padre pide perdónpor ensuciar la cama del hospital.
Tal vez porque la muerte sea, en una definición simple y áspera, la ausencia de palabras, Ramiro habla de la muerte y de sus muertos, de su abuela como una araña que nombra el hambre profundo, de los muertos expulsados de las fiestas o manejando, de huir de la muerte atravesando la Pampa, de la guerra y el insomnio, de su abuelo y su madre –puro hueso- atados a la ley de la rabia. Ramiro Bosco en Los Muertos desmitifica la belleza per se de los lazos de filiación primarios. Se corre de la luz a la sombra, “El corazón nace de doblarse”, dicen -unos otros con los que Ramiro comparte sus pérdidas-, un hilo roto y aún así, el amor con su compañera.
En ese devenir de claroscuros emerge la intemperie, que traza la segunda parte del libro, y se inaugura con un poema que retoma el mito de Prometeo y lo reescribe en clave actual. Lobos que devoran a una doncella, como metáfora.
Y es que también la dimensión animal surca esta obra: el ratón del miedo, el gorrión preso en la tormenta, las mascotas enterradas, los recuerdos como caballos infernales, el corazón que ladra, él mismo como fiera sin domesticar que escribe.
Los muertos gritan para que los escuchen, allí asoma Poe, el tedio de Baudelaire, ecos de Tuñón con una hija que es lluvia, pegarle un tiro a la suerte casi como en un tango, las brujas que cantan. La música y los barcos también son de los muertos. Quizás Ramiro simplemente ensaye alguna dirección, un punto cardinal con flores “Arrancarse el barco del pecho/como dijo el dios/ llevarlo a vivir de nuevo/ digo /cruzar un mar”, concluye Ramiro y pasa del oráculo al yo, del dios a él mismo. Asume el riesgo de recomenzar, porque dialécticamente, hablar de los muertos es hablar de la vida, esa muleta absurda que arroja semillas y lecciones, que es a pesar de todo una posibilidad, un lugar de anclaje más allá de todos sus embates.
El dato
Ramiro Bosco presentará Los Muertos en el marco de la Segunda semana de la poesía de Avellaneda. Lo hará junto a la poeta Mariana Kruk, quien llegará con su trabajo Bisagra (Editado por azul Francia) para prestarse al diálogo poético. La cita será el viernes 23 de noviembre, a las 19, en el Edificio Municipal Leonardo Favio, 12 de octubre 463, Avellaneda. Con entrada libre y gratuita.

Marina Cavalletti
Periodista
Es Magíster en Escritura Creativa por la UNTREF, profesora de castellano, Literatura y Latín y Técnica profesional en música. Además, es corresponsal de El Tribuno de Salta desde 2005. Colabora con medios independientes como periodista y correctora. Dio clases en la UBA, “El Alicia” y el IUNA. Es profesora en la UNDAV. También es compositora y poeta. Ama la radio y el folklore. Desde 2016 coordina el ciclo “Brote poético”.