Por Pablo Caramelo.
Las tres gracias de la escena alternativa porteña.
De todos los afanes sobre teatro que me ocuparon en los últimos tiempos, noto que la mayoría se orientó a la escena alternativa. Afirmo entonces que es el ámbito en el que más (o mejor) tiempo pasé, no sólo por las contingencias del oficio, sino porque entendí que era donde se formulaban la clase de preguntas que a mí más me provocaban. Y, en general, es en esa clase de lugares y en relación con las personas que los habitan, que procuro pasar la mayor cantidad de horas. (La clase de preguntas seguramente también defina una praxis y el tipo de vínculo que establecemos entre nosotros. La clase de preguntas que promete fundar, aunque efímera y minoritaria, una comunidad).
Ahora, a la intemperie todavía, entumecido en lo más disimulado de la Metrópolis frondosa, las convoco a ustedes, Neutralidad, Ironía y Opinión, emanaciones de una divinidad de nombre excesivo, para que bajo su encantador influjo logre recordar qué ocurrió durante décadas de siesta alborotada.
A vos, Neutralidad, que permitiste preservarnos de la presión realista nacional cuando en el orbe las fuerzas del sentido parecían exhaustas y los muros se agrietaban. Vos que susurrabas entre los escombros que la actuación no podía salir a cubrir los huecos de la realidad, sus incertezas. Nos sugeriste disminuir las inflexiones, casi alisarlas, para impedir que los textos alimentaran un discurso emotivo maníaco y totalizador. Así, los actores nos vaciamos de nuestros órganos y la lengua (Oh, la Lengua) aceptó pronunciarse sin ecos a favor de una purga expresiva contra cierto empacho costumbrista. (Tus detractores objetaron que en tu menú había menos carne y que la poca ofrecida estaba fría y no era tierna, y tampoco había ternura en el ágape, que, salvando a Italia y España del recuento, era “extranjerizante”.)
A vos, Ironía: garantizabas que cada presión significante tuviese una contraescena fantasmal que la desmintiera. Ya no eras la reserva de conciencia de un sujeto, que debe garantizar los movimientos vitales de su conciencia dentro de un marco ortogonal represivo, sino cierto fuera de foco de la significación. Donde estaba el aura hubo a partir de entonces (Oh, Entonces) una estela desenfocada que deshilachaba los bordes de la representación. Recorriste y todavía recorrés el espacio entre la platea y la escena y, como cualquier figura intermediaria, nunca decidís permanecer. (¿Esa inquietud te fatigó? Noto marchito el vaivén, parsimonioso, incluso tus consejos se entrecortan: tus nietos, hijos del Glamour, se preocupan o avergüenzan. Sin interjecciones, pensarán de vos: qué intensa la Abuela, siempre con la fábula de la profundidad y la superficie)
A vos, Opinión, a tu linaje expresionista emplazo. Visitabas sótanos y jardines claroscuros: los cuerpos se obligaban a precipitar el hervor del mensaje y dejar pasar cualquier presión interna. La hipótesis de esos lugares necesitó ser apocalíptica: la Cultura desfallecía y afuera (Oh, Afuera), como en la Florencia de Bocaccio, el cuerpo apestado del teatro universal ponía en peligro nuestros relatos singulares. El actor, sometido a tu exhortación, crispaba su singularidad contra el espectro pestilente de un héroe muerto. Dejabas un resquicio, entre el personaje y el actor, por donde el rostro oficiante se asomaba con guiños, y declaraba estar para siempre notificado del simulacro. (A veces lograbas que fuera lo único vivo de un espectáculo y nos complacías con un acto saludable de cretinismo redentor)
Ustedes, divinidades dobles, nos socorrieron en momentos agotados. Ahora que quizás por última vez las convoco, reaparecen con el otro semblante, el del deleite. Del pragmatismo del deleite. Es justo y no me aflige.
Yo, actor iniciado en la ambivalencia de casi todas las cosas, me desperezo y las saludo, viejas amigas.
De ustedes me queda, como al Fauno del poema de Mallarmé, un mordisco de un largo sueño sensual. Ya casi cicatriza. Ya es puro rastro argentino de algo que nunca pasó.
Voy a perpetuarlo con un tatuaje que me acompañe en la custodia del único escenario que, de ahora más, me concierne.

Pablo Caramelo
Actor
Nació en Junín, Provincia de Buenos Aires. Es poeta, actor, dramaturgo y director teatral. En 2014 publicó los poemarios Buenos Aires planea una revolución justa y Falso feudo. Sus textos formaron parte de las antologías Diva de mierda (España) y La metáfora incompleta –homenaje a Roberto Juarroz-, entre otras. En 2018 editó Notas frente a una puerta desvanecida, obra que recibió una mención especial del jurado en el concurso internacional de poesía Raúl González Tuñón.