Por Ana Fernández.
Cuando me pidió que fuera una de sus presentadoras, acepté de inmediato. Tenía un fuerte antecedente. El placer de lectura que fue «Mientras la luz se va«, su primer novela.La rodean títulos de la editorial de autores como Ulanovsky, Oliverio Girondo, Washington Cucurto, González Tuñón, a quienes muchos de nosotros atesoramos en nuestras bibliotecas.
La narrativa se va armando alrededor de las vicisitudes de una masajista ucraniana en Buenos Aires y su curiosa clienta, una escritora Elena-Noemí a quien ha autorizado a contar su historia.
A poco de leer las primeras páginas, me di cuenta que era de esas novelas que no se pueden dejar. Busqué el día que pudiera leerla de un tirón… Pequeña ceremonia privada de hacer de la lectura, fiesta.
Al mismo tiempo que nos vamos enterando de la vida de Irina, incluso de sus antepasados, de su llegada a Buenos Aires, sus amores, sus ilusiones y desilusiones, ante nuestros ojos se va armando una trama sumamente interesante entre estas dos mujeres.
Con esa trama o a partir de ella, desde mi lugar de lectora se me van superponiendo dos intereses:
Por un lado, la trama en sí de la novela. La vida de Irina, su subjetividad, con una pregunta que no me abandonará durante toda la lectura ¿hay en ella un dilema moral? Y si es así ¿cuál es?
La narración va pudiendo explicitar aquellos aspectos de su dilema que se le plantean con mayor claridad pero no puede impedir que una vislumbre aquellas dimensiones que pareciera, ella no puede formularse. Regiones muy naturalizadas de su subjetividad, de sus vínculos con varones… Y ya allí me doy cuenta que la heroína no siempre me va a gustar y que si de moral hablamos, si de trato justo entre mujeres se trata, tendré que preguntarme cuánto de Irina y sus puntos ciegos en el amor a los hombres hay en mí y en cada una de nosotras.
Por el otro lado y al mismo tiempo voy buscando los indicios, las marcas que Noemí va dejando, sus propias puntuaciones, mientras arma la trama narrativa de su heroína, de ese mundo de la Soviética Unión. Tema de acalorados debates de años juveniles de tantas sobremesas de más de uno/a de mi generación. Y en este punto se me va configurando una particular complicidad digamos que política con Noemí Cohen y me trae el recuerdo de tantas noches en el Tigre, ya con derrotas y entusiasmos inalterables encima, repolitizando otras sobremesas más cercanas.
«No pasábamos hambre porque en Soviética Unión en esos años a todos se les entregaba suficiente pan, leche, harina, azúcar y huevos, aunque recuerdo algunos inviernos cargados de guiso de papa, cebolla y repollo. En fin, abundancia no había, abundancia de nada, tampoco libertad para elegir la vida que querías; en cambio tenías la seguridad de recibir tus raciones, ir a la escuela o al hospital.
Mamá deseaba más, era una artista asfixiada por un orden que solo te aseguraba tu suerte material; al menos pudo decidir sobre su cuerpo y no quiso tener más hijos.» (pág. 42)
La novela nos presenta varios circuitos de complicidad-intimidad entre mujeres. Entre Irina y Elena… Entre Noemí recreando un mundo de Irina, vía Elena y los relatos de su masajista. Entre Noemí y su cuidado de mantener acotadas las respuestas de Elena ante las cosas de nuestro mundo que Irina no comprende. Actitud que Noemí Cohen mantiene durante todo el libro pero que en mí – a la sazón su lectora- me incentiva en la búsqueda de los indicios de Noemí y su pensamiento a lo largo de todo el libro.
¿Cómo se me presenta la subjetividad de Irina? ¿Quién es Irina? ¿Desde qué lugar la mira Noemí?
En esos menesteres estamos cuando aparece como de la nada Rosa Luxemburgo. Palabra contraseña para quienes fuimos jóvenes militantes de las izquierdas en enfrentamientos abiertos o más silenciosos con las nomenclaturas de nuestras organizaciones políticas. Una Rosa Luxemburgo trasvestida en la historia de Irina a unas cajas de bombones con muñequitas rusas. Toda una metáfora.
Noemí Cohen va tejiendo la trama. Nos va mostrando, paso a paso, la invención de su heroína. Elena la va escuchando, toma algunas notas, no la graba y luego nos va presentando su relato de los relatos de Irina en el personaje de Elena. Largos tramos donde sigue casi linealmente a Irina y otros donde busco los lugares en que Noemí me ha dejado -nos ha dejado- sus contraseñas.
-¿Cómo miro a la heroína ucraniana? ¿Cómo miro a esa muchacha que ha vivido en la Soviética Unión?
Caído el régimen, su pareja – Víctor- se siente muy motivado a emigrar y ella lo sigue. Víctor parece un protagonista activo en la búsqueda de su destino mientras que Irina, aun en una decisión tan trascendente, aun cuando no parece muy decidida ni construye ilusiones grandiosas como su compañero, sigue el deseo de Víctor. Lo sigue y confía con naturalidad que él será su amparo, que él conseguirá lo que ambos necesitan. Víctor también parece vivir con naturalidad que ella irá acoplada, amorosamente acoplada. En el relato de Irina Víctor parece actuar apostando a que si ella pone algún reparo o resistencia, estas pueden diluirse con sus palabras de amor y su seducción.
Dejo a próximos lectores el seguir las peripecias de nuestra heroína. En muchas secuencias del relato, este llegar a tierras extrañas me reenvía a la inmigración de nuestros abuelos en 1900. Pero rápidamente aparecen las drogas, la trata, el lavado, los negocios muy turbios de este submundo de migraciones actuales. ¿Grandes diferencias entre Modernidad y Modernidad tardía neoliberal? O nuestros abuelos y abuelas supieron depurar convenientemente sus relatos y así pudimos creer en una Argentina del centenario de brazos abiertos, crisol de razas-blancas- de inmigrantes muy trabajadores y solidarios etc., etc.
Largo camino de nuestra heroína donde Víctor ya no es tan adorable. Insiste a Irina para que amplíe su oferta de servicios de masajista. Le consigue lugares donde trabajar y ella va descubriendo el lado oscuro del negocio y su propio límite.
Pág.140 «Decidí no preguntar«…. toda una subjetividad femenina del amor, basada en lo difuso, en no enterarse… Muy ligada a poder imaginar que la felicidad es posible acoplada al proyecto del otro.
Durante mucho tiempo trata de no ver lo que acontece. Prefiere no saber de dónde viene el dinero que Víctor deja en la mesa de luz. Ahora finge dormir cuando él la busca de madrugada.
Pág.124 «… a la indignidad o al miedo no te acostumbras, lo soportas pero no lo dejas entrar en tu piel…»
La novela va siguiendo las vicisitudes de Irina para liberarse de una relación que ahora vive como amenazante y los caminos que encuentra en la afirmación de sí. Pero de nada de esto voy a hablar para no quitarles el placer de lectura de esta tercera novela de Noemí Cohen, atrapante de principio a fin. Fantaseo qué buen guión cinematográfico podría ser.
Solo subrayar que a mi criterio el dilema moral más fuerte de la novela es aquel que Irina no formula pero que lo toca vivir en toda su ferocidad: algún amor, por excelso que fuera ¿puede otorgar felicidad a una mujer si se ha basado en no preguntarse qué desea como proyecto propio?
Algún amor, por excelso que fuera ¿puede habilitar a un varón a proponer a la mujer que quiere que lo acompañe a él en su propio proyecto de vida y asegurarle que el éxito de él será el de ambos?
Atención: no vale la coartada de responderme: «eso era antes, ya no es así…»
Mientras sea irrealizable aquello de a igual trabajo, igual salario, el mercado se colará entre las sábanas y la discusión moral de este problema se seguirá invisibilizando.