Por Julian Scher.
Eran 80 pesos. O eran 80 dólares. O sea, algo menos de 3.200 pesos de ahora. Eso salía cada entrada para la platea sur baja de la cancha de Vélez. En boleterías, porque la reventa andaba por las nubes. De los cajeros no se podía sacar demasiado. Y había miles y miles que no tenían qué sacar porque la tasa de desempleo de octubre había orillado el 18,3 por ciento. Mi papá se las arregló y consiguió cuatro
Unos días antes de nuestro día -el jueves 27 de diciembre de 2001-, en un almuerzo en un restaurant por Parque Chacabuco, me había dicho que era difícil poder estar en Liniers. Tengo el recuerdo de haberme enojado con el planeta. Tengo el recuerdo de haber sentido la certeza de que de alguna manera lo iba a resolver. Yo tenía 14 y sólo quería ver a Racing campeón. Lo había implorado cada vez que soplaba las velitas. Lo había imaginado cada vez que me cruzaba con una vaquita de San Antonio. Estaba seguro de que después de eso me podía morir tranquilo.
“Mientras en distintos puntos del país la gente sorteaba la represión y saqueaba comercios, en el estadio José Amalfitani de Liniers y en el Presidente Perón de Avellaneda, los hinchas saqueaban las boleterías”, escribió Carlos Ulanovsky, hincha de Racing, periodista y escritor, en el prólogo del libro “¡Academia, carajo!”, del también hincha de Racing y periodista Alejandro Wall. Pero todo eso fue después. Antes del estallido de una crisis social, económica y política que se fue construyendo desde la implementación de un artificio monetario bautizado como Ley de Convertibilidad del Austral, hubo una gesta deportiva que tuvo como referencia ineludible a Mostaza Merlo y que comenzó el viernes 17 de agosto en el Cilindro con un triunfo por 2 a 1 ante Argentinos Juniors. Y antes del estallido del grito atragantado durante 35 años de angustias acumuladas –con el descenso en 1983 y la quiebra en 1998 incluidas-, hubo un país que padeció la profundización de un proyecto neoliberal que se tradujo, a través de una brutal concentración del ingreso, en la planificación del hambre a escala nacional.
El neurocientífico Fabricio Ballarini –también de Racing- explica en su libro “REC: por qué recordamos lo que recordamos y olvidamos lo que olvidamos” que los acontecimientos novedosos que rompen la rutina producen un efecto que hace que nos acordemos no sólo de esos acontecimientos extraordinarios sino de los eventos comunes que los rodean. El Torneo Apertura 2001 es una de esas citas que quiebran la dinámica cotidiana de la memoria porque consiguen instalarse en el panteón de lo inolvidable. Ni hace falta que busque las fechas en Google: domingo 26 de agosto, en la pieza de arriba, el cabezazo del Flaco Loeschbor contra Independiente; sábado 8 de septiembre, después de buscar desesperadamente el calzoncillo de la cábala que mi abuela había intentado poner para lavar, la exquisita definición de Leo Torres frente a Talleres; domingo 16 de septiembre, con mi hermano haciendo su debut en ese campeonato, empate en cero con Belgrano desde la platea alta del mástil; domingo 28 de octubre, el estupor ante la noticia del fallecimiento de Fernando Incarbone en el tren que llevaba a una multitud con destino a la cancha de Estudiantes. Y así se podría continuar casi infinitamente.
El final tendría que haber sido el domingo 23 de diciembre pero la situación de la Argentina lo impidió. Las jornadas del 19 y del 20 habían arrojado, según la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), un saldo de 38 muertes a manos de las Fuerzas de Seguridad del Estado. Y el aquelarre de presidentes –como canta Ricardo Mollo, que no es de Racing- se había desatado a partir de la fuga de Fernando de la Rúa en helicóptero. Apunta el periodista económico Alfredo Zaiat –también, como Ulanovsky, como Wall y como Ballarini, de la Academia- que, a esa altura de 2001, el 35 por ciento de las personas en el conurbano era pobre y el 12,2 por ciento, indigente. Agrega que el 97 por ciento de la deuda pública era en moneda extranjera y que se pagaban 10 mil millones de dólares por año en intereses. Sin embargo, ninguna de todas las variables que anunciaban el colapso fue suficiente para contener la demanda celeste y blanca. Wall lo detalla en “¡Academia, carajo!”: “Diez mil personas rodeaban el Cilindro para comprar una de las entradas que se venderían al día siguiente. La fila se estiraba hasta la cancha de Independiente. El lunes, incluso, ya eran cinco mil los que habían llegado desde temprano, con mantas y colchones, reposeras y sillas desplegables, mazos de cartas, pelotas, juegos de mesa, heladeras portátiles y, sobre todo, paciencia”.
A mi mamá la sumamos. O ella se sumó. Había ido contra Huracán y había estado en el ascenso de 1985. Estacionamos a una cuadra de Rivadavia. Muy temprano, por supuesto. Mi hermano tenía un yeso en el brazo y se había pintado el pelo de celeste y blanco. Se largó una lluvia torrencial y le quedó teñido el cuerpo. La espera fue larga. No cabía un alma. Ni en Vélez ni en Avellaneda. No sé en qué orden nos sentamos. No sé qué tan sentados pudimos estar. Quería creer que no se nos podía escapar. El gol de Loeschbor parecía confirmarlo. El de Mariano Chirumbolo, no. Encima River lo aplastaba a Rosario Central. ¿Cuántas veces había pensado en el instante en el que mis cuerdas vocales pronunciarían la palabra mágica? No lo logré. No me salió. Se me llenó la garganta de saliva. Se me poblaron los ojos de lágrimas. Se me cayó encima el llanto más largo de mi vida. Me abracé con Ariel y con Zequi sin poder pronunciar una palabra. No hacía falta tampoco. Estaba todo dicho. Es extraña la vida: en medio del espanto, a veces caben sonrisas; en la Argentina del dolor, cabía una fiesta. Racing por fin era campeón.

Julian Scher
Periodista
Julián Scher es Maestrando en Ciencia y Política y Sociología (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales- FLACSO) y Licenciado en Sociología (UBA).
Actualmente es redactor de notas sobre actualidad nacional e internacional y trabaja en el Departamento de Racing.
Dice que ni una línea del libro podría haber sido escrita si no hubiera ido a alentar a Racing un millón de veces.