Por Rodolfo Guzman.

Pese al respeto reverencial que siempre tuve por Carlos Marx, tenía claro que en mi diálogo con él no debía ser complaciente, que más bien debía confrontarlo. Endulzar sus oídos con halagos y expresiones de admiración debilitaría el desafío y no me resultaría productivo. Mi idea era, para entrar en calor, comenzar refiriéndome a la lucha de clases.

Quería polemizar sobre el axioma con el que iniciaba el Manifiesto Comunista al que le encontraba suficientes debilidades como para interpelarlo. Una de las primeras preguntas bien podía ser el porqué había elegido esa síntesis sobre la lucha de clases, en vez de alguna de las otras dos variantes sugeridas en el capítulo anterior que, reitero, no son el fruto de mi investigación histórica sino de la de él.

Marx podría contestarme que el desarrollo de las fuerzas productivas es un concepto demasiado técnico para un manifiesto político, y yo no podría menos que darle la razón. Pero entonces le insistiría: ¿por qué, maestro, no vinculó la esencia de la historia de la humanidad con la explotación del hombre por el hombre en lugar de hacerlo con la lucha de clases? Marx me respondería que la explotación del hombre por el hombre y la lucha de clases son las dos caras de una misma moneda. Una es la causa y la otra es el efecto. Y que
en definitiva, siendo ambas válidas, él ponía la que mejor le cuadraba.

Yo no aceptaría dócilmente esa respuesta. Le diría que me disculpara, pero que sospecho otra razón. El Manifiesto Comunista es un texto destinado a exaltar y promover la lucha de clases. Que Marx expresara que la explotación del hombre por el hombre ha sido una constante a lo largo de toda la historia de la humanidad, hubiera significado ni más ni menos que reconocer ante sus lectores el fracaso de esa lucha.

Acicateándolo un poco, le preguntaría: dígame, maestro, ¿cuál es la razón de ser de la lucha de clases si no justamente erradicar la explotación? O en términos más sencillos: ¿para que sirvieron seis mil años de lucha de clases si la explotación del hombre por el hombre continúa hoy tal cual el primer día? 

Me respondería con exasperación que es una necedad no distinguir que aunque la explotación del hombre por el hombre no haya sido erradicada del planeta, gracias a la lucha de clases, la humanidad ha podido alcanzar extraordinarios avances. En particular los oprimidos en su bienestar económico, en sus derechos civiles y en su dignidad personal.

Me preguntaría entonces si yo creía que la burguesía, que en el siglo XIX explotaba sin escrúpulos al proletariado con jornadas laborales inhumanas, trabajo infantil y un sinfín de crueldades que cuadraban a sus intereses, un siglo después se había transformado por arte de magia en una clase social amable y generosa. ¿O acaso no había sido la lucha de clases la que arrebató a la burguesía los beneficios económicos y los derechos laborales y civiles que el proletariado, sobre todo el de los países más desarrollados, goza actualmente?

Lo tranquilizaría asegurándole que estoy de acuerdo con esa visión. Comparando el humillante escenario de los primeros esclavos de la historia con el nivel de vida de los proletarios de los países avanzados de la actualidad, uno no puede menos que congratularse por el notable camino ascendente recorrido por los oprimidos.

Los antiguos esclavos, de quienes se dudaba incluso de su condición de seres humanos, estaban sometidos a una opresión brutal e impiadosa. Los actuales proletarios de los países avanzados, en cambio, pueden acceder a vivienda, automóvil, sueldo razonable, atención médica, vacaciones, jubilación, educación para sus hijos. También es cierto que la mitad de la humanidad permanece sumida en la pobreza o en la miseria y en este caso la comparación ya no resulta tan estimulante. Pero quedémonos con la primera imagen, la del proletariado del mundo industrializado, y reconozcámosle a Marx que seguramente la lucha de clases debe haber tenido una influencia decisiva en esa evolución.

Entonces le preguntaría: ¿quién considera, maestro Marx, que es más explotado? ¿El esclavo primitivo de hace seis mil años o el proletario de los países avanzados de la actualidad? Marx no respondería porque no es tonto y sabe a dónde quiero llegar. Pero yo respondería por él: el proletario de un país capitalista avanzado de la actualidad es más explotado que un esclavo de la antigüedad.

Es curioso pero es así. Las respectivas clases dominantes de ambos se apropiaban o se apropian de sus excedentes y a ambos, esclavos y proletarios, se les retribuye con lo necesario para su supervivencia y reproducción. Lo que necesita un explotado para sobrevivir y reproducirse es un parámetro que se va modificando a lo largo de la historia. Cada sociedad evalúa de forma diferente cuáles son los bienes imprescindibles que un trabajador necesita. Un esclavo de hace miles de años no conocía la heladera y hoy ese equipo podría integrar una lista de bienes imprescindibles de primera necesidad.

El caso es que la explotación se mide por el porcentaje de riqueza producida por el trabajador del que se apropia quien lo explota. Quizás la muy magra retribución de un esclavo primitivo, podía perfectamente alcanzar el 50% de la riqueza que el mismo esclavo creaba porque, como dijimos, su productividad era muy pobre y necesitaba ese 50% para sobrevivir. De modo que el otro 50% sería la riqueza apropiada o sea la tasa de explotación.

Es factible que en el presente la fastuosa retribución que los capitalistas del mundo avanzado brindan a sus proletarios  “aristocratizados”, no exceda del 10% de la riqueza que ellos mismos producen. A su vez, es indiscutible que en el curso del proceso histórico mejoraron las condiciones de vida de los trabajadores. Pero también se incrementó, y en forma más acelerada aún, la productividad del trabajo, y en consecuencia, la capacidad que tiene cada trabajador para producir cada vez más riqueza. La paradoja del sistema capitalista es que pese al estado de mayor bienestar que brinda a los que explota, aun así aumentó la tasa de su explotación.

Mientras se agitan con orgullo los beneficios en las condiciones de vida que el capitalismo avanzado brinda a sus trabajadores, que sin duda viene creciendo en términos  absolutos, no se presta atención a que gracias al aumento de la productividad aumenta la explotación de esos mismos trabajadores en términos relativos.

¿Por qué, le preguntaría a Marx, exaltar tanto la lucha de clases si además de no erradicar la explotación, tampoco pudo evitar que en el curso de la historia aumentara la tasa de explotación?

Ya para entonces Marx adquiriría colores vivos en su rostro. ¿Podría aclararme de dónde saca usted esos porcentajes del 50% y del 10%?, me preguntaría molesto. ¿Esos porcentajes que usted revolea con tanta liviandad son producto de una investigación científica o invenciones de su propia imaginación? Era evidente que Marx no iba a dejar pasar la menor debilidad de mis afirmaciones. En rigor de verdad, no hice ninguna investigación, los porcentajes han salido de mi imaginación, mis conclusiones son intuitivas. Sin embargo, dispongo de una prueba documental para convencerlo.

¿Escuchó, maestro, hablar del Banco Credit Suisse? Es un vocero del capitalismo más concentrado. En el año 2015 el Banco Credit Suisse emitió un informe en el que afirma que “el uno por ciento más rico de la población mundial tiene un patrimonio mayor que el resto del mundo en su conjunto”. ¿No existiría en sus tiempos un aforismo que afirmaba que a confesión de parte relevo de pruebas? ¿Sería eso suficiente para convencerlo? ¿Existe otra forma de conseguir una concentración de riqueza tan alucinante si no es a través del incremento de la tasa de explotación? Marx me miraría despectivamente y sin contestarme una sola palabra se pondría a rumiar algo en alemán que me sería imposible entender.

En estas circunstancias me resultaría imperativo cambiar de táctica. Debería encontrar algún tema que permitiera reconstituir una interlocución más amistosa con él, porque este diálogo podía irse al demonio. Quizá podría comentarle que su famoso axioma sobre la lucha de clases tiene un par de aspectos que me perturbaron y me agradaría comentarle. Son temas de color, maestro, simpáticos, menores.

El mundo, le diría, ofrece una realidad, multifacética, intrincada, plena de ruidos, olores y matices. Existe una riqueza infinita de alternativas, planos, interpretaciones, lecturas y relatos posibles. Ante tal complejidad, le preguntaría, ¿no encuentra usted fascinante, si no insólito, que exista gente propensa a hacer afirmaciones reduccionistas? ¿A simplificar la realidad a tal extremo de hacerla ininteligible?

Si existe en el mundo alguien que en su obra es modelo de un analista detallado, extensivo, minucioso y completo de cada aspecto, cada faceta, cada plano de lo que se expone, es justamente Ud., maestro Marx. Es algo así como lo opuesto a un reduccionista. Debo confesarle que sentí cierto desconcierto al encontrarlo reduciendo la historia de la humanidad a la lucha de clases. ¿No cree Ud. que la filosofía griega, el descubrimiento de América, el legado de tantos músicos, pintores, escultores, escritores de todas las épocas, el portentoso desarrollo de la tecnología, el acceso a los secretos del espacio, los avances de la medicina, solo por tomar algunos ejemplos, merecerían también alguna pequeña mención en la historia de la humanidad? La respuesta de Marx sería de manual. Me contestaría que él comprende perfectamente mi desprecio por las afirmaciones reduccionistas porque es el mismo desprecio que él siente cuando en lugar de leerse las metáforas en la misma clave de quienes las expresan, se hace de ellas una ridícula lectura literal.

Yo haría caso omiso de su comentario agresivo y le expondría mi siguiente, llamémosla, “perturbación”: Ud., maestro Marx, era europeo. Lo esencial de su relato histórico ocurrió en Europa y en su zona de influencia. La civilización griega, la decadencia romana, el cristianismo, el desarrollo del feudalismo, la Revolución francesa, la Revolución Industrial, la Comuna de París son todos acontecimientos europeos. Aun admitiendo que hayan sido los más importantes de la historia, esos sucesos no abarcan a la totalidad del planeta. ¿Habrá tomado Ud. en consideración al generalizar sus afirmaciones sobre las luchas de clase, la historia de los pueblos originarios de América? Por citar algunos, de los incas, o de los aztecas, o también de las tribus de África o los países más exóticos del
Asia. ¿O habrá considerado que lo sucedido en Europa se puede extrapolar linealmente a toda la humanidad?

Ya por la cara que pondría ante esa pregunta, me daría cuenta de que no era prudente seguir avanzando. Qué difícil había resultado hablar con él Jamás hubiera imaginado que tenía un carácter tan irascible. Pero también debo reconocer que a medida que hablábamos, y como explicaré en el capítulo siguiente, mis dudas sobre la rigurosidad histórica de algunas afirmaciones del Manifiesto Comunista iban incrementándose. Y al percibir que Marx no estaba predispuesto a tolerar ninguna crítica, fui convenciéndome de que debía intentar un camino propio, sin su tutela, para develar los interrogantes que me atormentaban.

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