Por Santiago Ferrari.
Borges nunca lo pensó. Cortázar menos. O tal vez sí y valoraron la idea en su justa medida. Quiero decir: no le dieron valor alguno.
Autores como ellos (buenos escritores) habrían resumido la cuestión en un cuento de media página. Rogelio López no escatimaba tinta ni hojas. Con desenfreno y sin descanso se lanzó a escribir y en menos de una década ya contaba once títulos publicados. Su saga de Ulises Bennett adquirió cierta fama internacional, como (salvando la distancia) la ya clásica de Hércules Poirot.
¿Adónde quiere llegar con todo esto, maestro?, le pregunté una tarde a López; ¿no ve que la gente ya lo acusa de plagiar descaradamente a Agatha Christie? Rogelio me sonrió con suficiencia. ¿No le parece curioso que un hombre como Poirot tome un tren y un hombre muera, vacacione en una isla y una mujer muera, emprenda un viaje en barco y un pasajero muera?, explicó mi amigo; la muerte parece seguirlo a donde quiera que vaya. Es cierto, reconocí. Bien, continuó López, un día, tras concluir la lectura de una de esas novelitas se me ocurrió sospechar del mismísimo detective. Poirot había cometido esos crímenes y con tanta maestría que siempre conseguía inculpar a otros. ¡Qué brillante idea!, dije. Para una saga, ¿no?, urgió Rogelio con cierto orgullo. No, repliqué sin mala intención, para un cuento borgeano. Mi amigo carraspeó incómodo y yo tomé conciencia de que había metido la pata.
La muerte lo encontraría a las pocas semanas, en circunstancias dudosas y mucho antes de finalizar la doceava entrega de las aventuras de Ulises Bennett, novela donde se revelaba (según me había comentado) que el asesino (de los once casos previos como de aquel último que investigaba) había sido siempre el detective. Esa era la vuelta de tuerca que Rogelio López había encontrado al género policial, idea que lo habría colocado entre uno de los más importantes cultores del género; podría haber desarrollado la trama en una página o página y media; pero López solo estaba interesado en escribir novelas (montañas de novelas) y lo pagó de la peor forma: quedó en la historia como un pésimo imitador porteño de Agatha Christie y fue rápidamente olvidado.
Posdata: Mi nombre importa poco. Soy un retirado Inspector en Jefe de la Policía Federal. Gané cierto renombre resolviendo muertes misteriosas y un poco Rogelio López se inspiró en mí cuando creó a su personaje. Una pena que sin saberlo, desde la ficción, se haya aproximado tanto a la realidad.