Por Daniel Maruki y Paco Redondo.
Nuestro lugar de oprimidos, de colonizados nos situa en la alternativa de dos prácticas, el sometimiento o la liberación. Es esta última opción la que nos empuja a hacernos portavoces de un discurso épico, pero, si no queremos reproducir los meca- nismos del sistema que nos asfixia debemos ir más allá y acep- tar que lo épico es teológico y dogmático.
Si en la lógica racional y binaria el límite es Uno (la Defini- ción, Dios, La Ley) la práctica que escapa a esa “prohibición” es la de la belleza, la lógica poética, que es al menos doble.
El único discurso en que se realiza esa lógica ambivalente es el del carnaval que transgrede las reglas del código y la moral social, operando una ruptura que no es solamente estética sino también política y filosófica y adopta una lógica de sueño.
Esta transgresión no resulta posible y eficaz más que porque en el carnaval se da una ley distinta. El dialozismo no es la libertad para “decirlo todo” es una burla pero dramática. Por eso decimos, no que el carnaval es cl “tema” de la obra sino que es la cosmogonía en que nos movemos que ha sido siempre antiteológica (lo que no quiere decir antimística) y profundamente popular. Por eso queremos hacer el carnaval, porque es juego de pura actividad, porque el que participa es a la vez actor y espectador,pierde su conciencia para desdo- blarse en sujeto del espectáculo y objeto del juego. El carnaval ha sobrevivido a las infinitas represiones por su capacidad corrosiva, saca a la luz lo inconciente, el sexo, la muerte,
permite organizar un diálogo entre oposiciones (lo alto y lo bajo, el nacimiento y la agonía, la comida y la mierda, cl canto y la putcada, las lágrimas y la risa).
Las repeticiones, las frases sin continuidad, las oposiciones no excluyentes son algunas de las figuras del lenguaje carnava- lezco que, impugnando las leyes del lenguaje “cotidiano” se rebela contra Dios, la Autoridad, la Ley. No es extraño enton- ces que el término “carnaval” haya adquirido en nuestra socie- dad una significación peyorativa. á
Jugamos en carnaval al “vicio” (la ambivalencia) poniendo de manifiesto al mismo tiempo las prohibiciones (representa- ción) y su transgresión (sueño – cuerpo).
La risa del carnaval no es simplemente paródica; no es más cómica que trágica, es si se quiere una risa seria. Su escenario no es ni el de la ley ni el de la parodia, sino’un espacio siempre otro. El reconocimiento de ese doblez, de csa alteridad nos lleva a los integrantes de la agrupasión humorística la tristeza (así, ahora con minúsculas) a hacer claramente de buenos y oscuramente de malos. Así abrimos el juego carnavalero con nuestra inmensa murguita en un mundo de injusticia racional, de lógica violencia, pero con la esperanza puesta en que en un mundo nuevo el carnaval, como la poesía, pueda ser hecho por todos.
CARNAVAL CARNAVAL febrero de 1988