Por Julian Scher.
A pocos días de un nuevo aniversario del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, una historia con todos los condimentos: fútbol, pasión, identidad y memoria.
Jorge está ahí.
En la platea de arriba de la tribuna a la que fue desde chiquito. Sentado al lado de su hermana Margarita, de su sobrina Laura y de sus sobrinos-nietos Morena, Carola y Rodrigo. Junto a la multitud que alienta y alienta para que Racing le gane a Belgrano y quede en soledad en lo más alto del torneo. En ese lugar que desde que se inauguró el 3 de septiembre de 1950 funcionó como su segunda casa.
Jorge está ahí, en esa noche de sábado húmeda y lluviosa, mirando una nueva genialidad de Lisandro López, aunque se encuentre desaparecido desde el 19 de septiembre de 1978.
Hacía años que Margarita quería volver al Cilindro. Cuando le confirmaron que le habían conseguido las entradas, sólo pensó en ponerse la camiseta de la Academia. Sabía que Rodrigo la acompañaría en la travesía desde su hogar en Villa del Parque. Lo que no figuraba en sus planes era que Laura, Carola y Morena viajaran desde Mar del Plata para compartir con ella la experiencia. Se sorprendió al verlas listas para partir hacia el estadio. Cada cual eligió la casaca que mejor que le quedaba. El cielo amenazaba y llevaron paraguas. Margarita no calculó que no se lo iban a dejar pasar. Logró que la policía se apiadara y no se lo quitara. Subió las escaleras empinadas y abrió los ojos. La aguardaba una multitud. Y pensó en aquella tarde de domingo de comienzos de los cincuenta.
Jorge había nacido el 5 de agosto de 1943 en la Maternidad Sardá. Se había hecho de Racing por su papá. Se había criado en las calles de Parque Chacabuco y escapado innumerable cantidad de veces de las garras familiares junto a Chiche Tapia, su amigo de la infancia, para alentar a la Academia. Avellaneda, La Plata, Rosario: donde tocara, iban. Secundario en el Mariano Acosta, vocación docente, compromiso creciente en las filas del peronismo, oído afinado para disfrutar del tango, años de cárceles a raíz del asalto al Policlínico Bancario en 1963, decisión de respirar al ritmo de las fábricas, gambeta para tratar a la pelota con dulzura. La dictadura llegó el 24 de marzo de 1976 y él resistió como tantas y tantos. Lo secuestraron el 19 de septiembre de 1978 en su casa en La Paternal. Lo trasladaron a la ex Escuela Superior de Mecánica de la Armada. Escribió poesía en medio del horror como atajo para la vida. Les gritó en la cara a los represores que eran una mierda.
Cuando Licha definió de zurda contra el palo más lejano del arquero, Margarita pegó un grito gigante. Estaba justo detrás de ese arco. Se dio cuenta de que le gustaría saberse mejor las canciones de la hinchada. Sufrió cuando Belgrano llenó el área local de centros. Se abrazó con su gente frente al desahogo y hasta se animó a pronosticar una caída de Defensa y Justicia contra Patronato. Y se acordó de nuevo de aquella primera vez, la del estreno del Estadio Presidente Perón. Habían ido los cinco a ver el partido frente a Vélez: papá, mamá, Zulema, Jorge y ella. Las tres mujeres, al sector de damas. Los dos varones, del otro lado de la reja. Era chiquita y no le quedó registro del gol de Llamil Simes que le dio el triunfo a la Academia. Sí de la estampa de su papá y de su hermano ratificando una pertenencia decisiva en el mapa de sus afectos.
Margarita se encargó de que Jorge no se perdiera el triunfo del equipo de Coudet. Imprimió una foto en la que se lo ve con el pelo negro peinado hacia un costado, la frente amplia, la nariz prominente y los ojos profundos. Una foto en la que se lo ve feliz, como si supiera que el título está cerca. Margarita la sacó de su cartera minutos antes de que la pelota empezara a rodar, la desplegó con el cuidado que se despliegan los tesoros y le pidió a Rodrigo que se ocupara de la selfie.
Jorge está ahí entonces. Y es lógico que así sea: fue de pibito, fue de no tan pibito y fue de más grande. Fue hasta que el genocidio le impidió seguir yendo. Pero hay identidades que nada -ni siquiera el más salvaje plan sistemático de exterminio- puede arrancar de la faz de la Tierra porque aparecen y reaparecen con la tenacidad de quienes no aceptan la derrota.
Margarita sonríe. Jorge, también. Y el campeonato, dos fechas antes del final, se lo queda la memoria.

Juan Scher
Periodista.
Julián Scher es Maestrando en Ciencia y Política y Sociología (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales- FLACSO) y Licenciado en Sociología (UBA).
Actualmente es redactor de notas sobre actualidad nacional e internacional y trabaja en el Departamento de Racing.
Dice que ni una línea del libro podría haber sido escrita si no hubiera ido a alentar a Racing un millón de veces.