Por Gabriel Rodríguez.

Lo primero que hay que descubrir cuando se habla de José Gervasio Artigas es que no es un prócer uruguayo. Lo demás vendrá sólo cuando se acerque la mirada a su vida, su derrotada gesta, su empecinado afán de ser libre y hacer libres a los hombres y mujeres que lo siguieron, incluso muchos de ellos hasta su  final y lejano exilio paraguayo.

La Asamblea del Año 1813 tenía un motivo específico: impulsada por la Logia Lautaro (San Martín sobre todo, Carlos de Alvear tendría otros planes) estaba llamada a generar la constitución necesaria como paso imprescindible para la inminente y dilatada declaración de independencia de la región. Tres años luego de la Revolución de Mayo, muchos hombres estaban convencidos que había llegado el tiempo de encarar ese paso decisivo hacia la soberanía. Sin embargo la historia marcará que en el momento más propicio para hacerlo (España recién comenzaba a madurar su intento de liberación y restauración de los Bonaparte), la pervivencia de ciertas tibiezas moderadas, sumadas a los desacuerdos internos al interior del propio signo político, la férrea posición centralista de Buenos Aires, evitarán ver concretado los viejos anhelos de Mariano Moreno.

Pero, ¿quién era y qué quería Artigas en esta coyuntura, en esta concurrencia de aparentes intereses emancipadores?

Quién era: el futuro protector y guía de los pueblos libres, una liga de provincias litorales que no aceptaban la tutoría rígida de los porteños. Qué quería: básicamente cinco cosas: declaración de la independencia total y absoluta; libertad  civil y religiosa; organización política federal; estados autónomos; y que Buenos Aires no fuera la mandamás de la unión regional.

José Gervasio Artigas, nacido en 1764 en Montevideo, hijo de criollos de la banda oriental, comenzó su vida política inmediatamente después de terminar su vida de contrabandista de la Campaña. Paradójicamente sería, al compás de su incorporación al cuerpo de Blandengues, un oficial al servicio del combate contra el contrabando. Y ya al retumbar la Revolución de Mayo en la otra orilla del Río de la Plata, entrado 1811, comenzaría su meteórico ascenso de capitán de blandengues a protector y conductor de unas voluntades masivas de separarse del yugo español, pero también, y de resultado traumático para él, del sino rector preponderante de la antigua capital virreinal.

Buenos Aires, que en un principio acogería con fervor la sublevación de Artigas y sus orientales contra el gobernador español de Montevideo Javier de Elío, iría mutando con el transcurso de los siguientes años, las sucesivas formas de intento de organización (Juntas y Triunviratos), y las problemáticas y contradicciones relaciones entre la metrópoli y el interior; especialmente el litoral.

Si en aquel principio recibió de Buenos Aires armas, hombres y dinero para encabezar la rebelión, para 1813, año de la Asamblea que deseaba ser constituyente, lo que otorgarán será la primera de las varias traiciones que acabarán con su visión de organización nacional.

Las célebres Instrucciones del Año XIII, casi a la par de la propia Asamblea, constituyen la mirada y la decisión que guiaban a Artigas desde que se había sublevado. La propia forma libertaria en que ellas fueron recogidas por el caudillo, en un congreso de pueblos libres y soberano convocado en el paraje Tres Cruces, donde su voz solo se levantó para decirles a los allí reunidos: “mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana”, marca esa manera de hacer, de conducir siendo conducido.

Bastante se ha discutido sobre cuánto del propio pensamiento de Artigas y cuánto de influencias foráneas tenían las veinte instrucciones, los veinte puntos innegociables, que llevaron los diputados de la Banda Oriental que partieron de Tres Cruces a la Asamblea del Año XIII. Es indudable que tanto el poder de las Luces europeas, como los recientemente creados estados libres y confederados de Norteamérica, llegaron a la comprensión de Artigas, a su entorno intelectual instruido, y que sabía ejercer su ascendencia sobre el propio caudillo. Pero nada de las talladuras que pudieron llegar lo hicieron a una madera sin impresiones previas propias. Después de todo ya había demostrado durante sus años de trajinar en la Campaña orienta, un afán por respetar el derecho de los pueblos, los indios y los criollos, de escuchar e interpretar necesidades y anhelos.

Los dictámenes artiguistas y federalistas escuchados en Buenos Aires terminaron de hacer naufragar la razón de ser de la relevante reunión. Los deseos de autoridad total y absoluta de la metrópoli, pronto negociados con los ascendentes referentes de la Liga Federal de Pueblos Libres (Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe, Córdoba, la Banda Oriental); Estanislao López y Francisco Ramírez crecieron sobre el declinar del propio Artigas, traicionándolo, y arrojando sus ejércitos en su contra.

La razón dada para la expulsión de la diputación oriental fue su condición de elegidos en un “campamento militar” (Tres Cruces). La verdadera causa fue el contenido de lo que llevaban; una verdadera revolución dentro de la revolución.

De entre todos los puntos los siguientes eran los más despreciados:

1°  “Primeramente pedirá la declaración de la independencia absoluta de estas colonias, que ellas estén absueltas de toda obligación de fidelidad a la Corona de España y familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el Estado de la España es y debe ser totalmente disuelta.”.

2° “No admitirá otro sistema que el de confederación para el pacto recíproco con las provincias que forman nuestro Estado.”.

5° “Como el objeto y fin del gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y los pueblos, cada provincia formará su gobierno bajo esas bases, a más del Gobierno Supremo de la Nación.”.

7° “El Gobierno Supremo entenderá solamente en los negocios generales del Estado. El resto es peculiar al gobierno de cada provincia.”.

10° “Que esta provincia por la presente entra separadamente en una firme liga de amistad con cada una de las otras para su mutua y general felicidad, obligándose asistir a cada una de las otras contra toda violencia, o ataques hechos sobre ella o sobre alguna de ellas por motivo de religión, soberanía, tráfico o algún otro pretexto cualquiera que sea.”.

11° “Que esta provincia retiene su soberanía, libertad e independencia, de todo poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente por la confederación a las Provincias Unidas juntas en Congreso.”.

17° “Que esta provincia tiene derecho para levantar los regimientos que necesite, nombrar los oficiales de compañía, reglar la Milicia de ella para seguridad de su libertad por lo que no podrá violarse el derecho de los pueblos para guardar y tener armas.”.

18° “El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos.”.

19° “Que precisa e indispensable sea fuera de Buenos Aires, donde reside el sitio del gobierno de las Provincias Unidas.”.

La última batalla de Artigas por recuperar el rumbo asumido en nombre de grandes mayorías, fue una derrota definitiva en tierra entrerriana con Francisco Ramírez: el combate de Las Huachas. Para el principal impulsor del sueño de una confederación de estados libres, proyecto jamás retomado con su ímpetu y dedicación, solo quedaba el camino del destierro y la disimulada prisión que le ofreció el Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia.

Dejemos que José Gervasio Artigas sea la última palabra: “yo no hice otra cosa que responder con la guerra a los manejos tenebrosos que el Directorio me hacía por considerarme enemigo del centralismo, el cual solo distaba un paso del realismo (la Monarquía). Pero los Pueyrredones y sus acólitos querían hacer de Buenos Aires una nueva Roma imperial, mandando sus procónsules a gobernar a las provincias militarmente y despojándolas de toda representación política, como lo hicieron rechazando los diputados al Congreso que los pueblos de la Banda Oriental había nombrado y poniendo precio a mi cabeza.”.

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Gabriel Rodriguez

Gabriel Rodriguez

Profesión

Gabriel Rodríguez nació en Lomas de Zamora en 1974. Estudió historia en el Joaquín V. González y Ciencias de la Comunicación en la UBA. Publicó un poemario y el libro de historias y microcuentos “Buenos Aires, ciudad de Luces y sombras”. Se desempeñó como educador popular y colaboró en diversos medios alternativos.

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