Por Gabriel RodrÍguez.

Finalizando enero de 1821 se nombró, mediante un cabildo abierto, al doctor José Ignacio Gorriti como gobernador delegado de la provincia de Salta. Esto mientras Martín Miguel de Güemes se hallara fuera de tal cargo por irse al Perú con el ejército de observación. El candidato sugerido por el propio Güemes en un oficio a los cabildos de Salta y Jujuy fue ratificado por estos sin un solo voto en contra. Gorriti prestó juramento el día 27 de enero de 1821.

No todas las voces de aquellos años de independencia argentina estaban entonando los mismos coros de liberación. En reiteradas ocasiones el gobernador de Tucumán, Bernabé Aráoz, se había negado a entregar los auxilios necesarios para el pertrecho de los ejércitos libertadores del norte; situación que Güemes, con mucho pesar e indignación, comunicaba permanentemente al General San Martín. Ya en agosto de 1820 le manifestaba al libertador su intención de deponer al esquivo gobernador de Tucumán.

Pero las negativas no solo trabajaban por sí solas en el entorpecimiento de la lucha por la independencia, el gobernador de Santiago del Estero, Ibarra, le decía a Güemes que debido a los permanentes ataques de Aráoz a su provincia, no podía entregarle suministros y hombres para su lucha nacional. Lo cual terminó por enardecer al salteño.

Güemes había tomado la decisión de actuar contra Aráoz. Mediante una petición al cabildo de Salta se le declaró la guerra al gobernador de Tucumán (los cabildantes decidieron reñidamente en once votos contra nueve), no así a la provincia en sí. Empezaba una disidencia entre el gobernador oficial de Salta y ciertos cabildantes que no respondían a su política.

Ya en Jujuy Güemes pidió doscientas cabezas de ganado para la manutención de sus tropas, pero el cabildo se negó a enviarlas. Estaba claro que había buena cantidad de integrantes que respondían a un núcleo llamado «la Patria nueva», opositor a los seguidores de Güemes: a quienes llamaban «la Patria vieja».

A fines de febrero, Güemes envía dos mil hombres en dirección a Tucumán. Quiso evitar el uso de la fuerza hasta último momento. Envió oficios a Aráoz, a la Corte de justicia, y al Cabildo de Tucumán. La situación no varió. En medio Aráoz invadió Santiago del Estero.

El 14 de marzo la vanguardia de Güemes se enfrentó con la vanguardia de Aráoz en Acequiones, Tucumán. Los dos bandos se adjudicaron la victoria, pero lo importante es que el general godo Olañeta (los españoles empezaban a olfatear la discordancia entre criollos) informó a su General Ramírez Orozco que era una buena ocasión para aprovechar la coyuntura y martirizar a los ejércitos de Güemes, quienes los venía fastidiando con sus guerrilas por todo el frente norte.

Güemes se encontró de esta manera rodeado de enemigos internos y externos: Aráoz y los antiguemistas con base en Tucumán pero adherentes en Jujuy y Salta, y Olañeta como hombre del Virrey.

Se entera del avance de Olañeta. Deja a su subalterno Heredia a cargo del ejército y parte rumbo a Salta (se hallaba al sur, donde tenía sus mejores pertrechos). Cree en la victoria de su tropa, ya que cuenta con el apoyo de Ibarra. Pero ocurre lo imprevisto: Heredia cae derrotado y huye a Rosario de la Frontera.

Mientras tanto Olañeta, ya en Humahuaca, le dirige a Ramírez Orozco un informe en el cual le confirma la existencia de la confrontación interna y la intención de varios ciudadanos de brindar apoyo a cambio de «protección» contra el «dictador» Güemes.

El General realista avanza sobre Tucumán sin oposición local.

Güemes reorganiza su ejército en Rosario de la Frontera e inicia el regreso a Tucumán. Esta vez el éxito lo acompaña.

En Salta estalla la rebelión antiguemista y decide, mediante los cabildantes opositores principales, cortar la guerra contra Aráoz y deponer a Güemes de la gobernación oficial.

Así llega el 27 de marzo en el que se entera Güemes de su deposición. Adopta medidas para seguir batallando a Aráoz y sus amigos españoles. Avanza sobre Salta.

En un principio hubo un intento de resistir la llegada del exgobernador, se cavaron trincheras y se armaron muchos hombres. Pero al verlo entrar en la ciudad, los hombres abandonaron las intenciones de lucha y se unieron a Güemes. Los directores intelectuales del levantamiento huyeron y así fracasó la «revolución de la Patria Nueva».

Los derrotados opositores a Güemes fueron a buscar protección en Aráoz. Sin embargo hubo un caracterizado hombre de la «Patria nueva» que tomó un camino más vil todavía. Mariano Benítez fue a golpear las tiendas de campaña de Olañeta. Un verdadero patriota.

El traidor se unió a las huestes del español Valdez que ya iba en retirada, y previo cobro de dineros turbios, lo urgió de sorprender a Güemes en Salta. Esto contra todos los pronósticos lógicos de acción de guerra.

Eliminados los vigías que en los caminos tenía Güemes pudieron llegar a destino el 6 de junio por la noche. Valdez, por intermedio de Benítez, sabía que el salteño tenía su casa al lado de la casa de la hermana. Unos trescientos hombres entraron sigilosamente en la ciudad, y como los griegos de Troya, se pusieron en el centro del enemigo y bloquearon la manzana desde todos los puntos posibles de escape.

Uno de los ayudantes de Güemes (Luis Refojos) que había sido enviado por su General a hacer una diligencia administrativa, se topa con los hombres del Virrey y dispara sus armas de fuego repeliendo el ataque. Allí Güemes se da cuenta de la emboscada, como también que está cercado por los enemigos. Aún con la posibilidad de huir rápidamente decide salir junto a su escolta en apuros y resistir junto a él los embates de Valdez y sus hombres.

El General y su ayudante logran romper la encerrona y huyen por la quebrada de Burgos rumbo al sur; sin embargo es herido mortalmente por una bala española.

Cuando llegó al río de Arias que cruzaba al pie de la ciudad encontró una de sus partidas. Ni bien les habló dijo: «vengo herido». Entonces lo apearon de su caballo y lo llevaron en camilla hacia las haciendas de la Cruz, propiedad del propio General.

Luego del viaje penoso, al llegar a sus campos personales los hombres decidieron seguir viaje más allá e internarse en selva espesa; escapar así a la posibilidad del intento español de su captura definitiva. Pasaron por la Quebrada del Indio y llegaron a la Cañada de la Horqueta.

Martín Miguel de Güemes permaneció diez días en aquel paraje, del 7 de junio al 17 del mismo mes en que murió rodeado siempre de sus milicianos gauchos.

Recibió, en su agonía, varias delegaciones y mensajeros del General Olañeta, que había llegado a Salta. Este, al saber el estado grave de Güemes, le envió un Coronel ofreciéndole ayuda médica y la promesa de resguardo y respeto máximos. El ofrecimiento de Olañeta era la voz indirecta del Virrey Pezuela que garantizaba prerrogativas y honores a cambio del reconocimiento del gobierno de su majestad.

Güemes nada quiso deber a los enemigos de su patria, ni siquiera en el momento último de su vida. «Señor Coronel, diga usted a su General que le agradezco su atención, pero que no puedo aceptar sus ofrecimientos absolutamente».

Olañeta escuchó la respuesta del caudillo salteño y decidió mandar un nuevo emisario con promesas más convincentes y de mayor cuantía material: honores, resguardo, cargos, puestos de privilegio… Todo por rendir sus armas a la autoridad de Pezuela. Una vez que Güemes escuchó al enviado y lo que tenía para dar, habló a su segundo el Coronel Vidt: «Coronel Vidt: ¡Tome usted el mando de las tropas y marche inmediatamente a poner sitio a la ciudad y no me descanse hasta no arrojar fuera de la patria al enemigo!».

Y dirigiéndose al mandadero real le dijo, secamente: «Señor oficial, está usted despachado».

Murió el 17 de junio de 1821 en la cañada de la Horqueta (allí se construyó un pequeño obelisco que fue inaugurado en 1934). El doctor Bernabé Frías nos dice que antes de morir reunió a Vidt y a sus gauchos y les dijo: «Juradme que moriréis todos como yo muero antes de capitular con los españoles».

No del todo reconocido, a la sombra de varios próceres de dudosos merecimientos. Así está Güemes.

Ya en su biografía del General José Ignacio Gorriti, Facundo Zuviría, un representante de aquella «Patria Nueva», reconocía los servicios del salteño a la emancipación de la América Hispana. «Así terminó su ilustre carrera ese joven guerrero, azote de los españoles y página de oro de la historia de su patria».

Martín Miguel de Güemes, el azote de los españoles, fue el único jefe de ejército que falleció como consecuencia de una herida recibida en la guerra por la independencia.

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Gabriel Rodriguez

Gabriel Rodriguez

Profesión

Gabriel Rodríguez nació en Lomas de Zamora en 1974. Estudió historia en el Joaquín V. González y Ciencias de la Comunicación en la UBA. Publicó un poemario y el libro de historias y microcuentos “Buenos Aires, ciudad de Luces y sombras”. Se desempeñó como educador popular y colaboró en diversos medios alternativos.

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