Por Gabriel Rodriguez.
Un hombre tiene un hijo, éste nace gravemente discapacitado. El hombre no puede vivir con el drama, se abandona en un callejón de alcoholismo, comete infidelidad, solo espera que su hijo muera en el hospital.
Otro hombre tiene un hijo, éste nace con una lesión en la cabeza que compromete su tejido cerebral, el hombre no sabe cómo lidiar con el destino llegado a su vida. Este otro hombre emprende un viaje a la ciudad de la bomba atómica, se va a Hiroshima huyendo de las decisiones que le proponen los médicos: operar al niño con el riesgo de daño irrecuperable, o aguardar su posible muerte.
Los dos hombres son el mismo y no lo son. Uno es el espejo del otro. Uno hace el viaje que el otro no logró realizar, que es el viaje hacia la esperanza a través de la humanidad. Uno es el protagonista de “Una cuestión personal”, novela dramática y autobiográfica de Kenzaburo Oe aparecida en 1964; el otro es el propio escritor japonés, padre de Hikari, narrador de toda la humanidad que va a encontrar en la Hiroshima post bomba, encarnada en la figura del doctor Fumio Shigeto, y ofrendada al mundo en sus “Notas de Hiroshima”.
Año tras año se realiza en la ciudad bombardeada el 6 de agosto de 1945 la Marcha por la Paz. En 1963 Kenzaburo Oe viaja a la ciudad de Hiroshima con el fin de cubrir la Novena Conferencia Mundial contra las Bombas Atómicas y de Hidrógeno. Pero significará mucho más que ello lo que hará; el propio Oe dirá que la experiencia vivida en esos años serán cruciales para el resto de su vida. Ponerse en contacto con muchas víctimas y sobre todo descubrir la palabra del doctor Shigeto, su relato de vida, su reconstrucción de tanta muerte, conmoverán, al punto de influir en su vida como escritor, al futuro Nóbel de literatura.
Shigeto le habla, le cuenta, y se recuerda. Oe todo lo va acumulando en sus manos y sobre sus hombros. Aunque rápidamente entenderá que el agobio por este nuevo peso que lleva con el nacimiento de Hikari, empalidece ante el destino que ese hombre se eligió para sí mismo cuando decidió quedarse en la ciudad devastada (había llegado apenas una semana antes del terrible 6 de agosto) para cuidar a los enfermos, intentar paliar tanto dolor y agonía, sin mucho más que las manos, la voluntad y la dedicación sublimada. “Si hay personas heridas, si sienten dolor, debemos hacer algo por ellas, tratar de curarlas, incluso si parece que no tenemos ningún método”. Kenzaburo ya percibe que el método se llamaría humanidad: simple, pobre en recursos, poderoso igual.
Las Notas de Hiroshima avanzarán sobre pisos resbaladizos y no siempre existentes. La realidad que se va revelando, mucho más real que el mundo de pobres y huidizas explicaciones y acciones creadas por los gobiernos norteamericano y japonés, irá haciendo rebelar cualquier mirada instalada desde arriba sobre agosto del 45 y los años siguientes. Trastocándola hasta niveles de mucha proximidad con la desesperanza, pero también con mejores y mayores compromisos para con la verdad: la pasada y la futura.
Oe cuenta del médico jefe del Hospital de la Cruz Roja de Hiroshima. “Estuvo expuesto a la bomba y resultó herido mientras esperaba en la cola del tranvía. Sufrió heridas leves provocadas por el intenso destello: en cualquier caso no pudo guardar reposo como hicieron el resto de las víctimas. En el espacio abierto que hay frente a su hospital, se apilaban cada día miles de cuerpos muertos y allí mismo los incineraban. Tuvo que continuar con su trabajo dirigiendo a los médicos y enfermeras, afectados todos ellos por la bomba, encargados de atender a los moribundos. Por si fuera poco, el edificio del hospital sufrió graves daños. El doctor Shigeto es un hombre de acción (…) tuvo que trabajar de forma asombrosa e inagotable durante los primeros días que siguieron a la explosión de la bomba. A pesar de todo, encontró tiempo para estudiar los efectos aún desconocidos de la bomba atómica.”.
Entre las muchas cosas que pudo descubrir Kenzaburo Oe en su viaje, una de las que más impactó le produjo es la realidad de que existió desde un primer momento un actitud ocultacionista del drama que se había iniciado. Tanto los norteamericanos en su carácter de país ocupador como el propio gobierno nipón, se negaban a investigar los efectos de la radiación, ninguneando mucho, y con profunda decisión, los esfuerzos de los hombres como el doctor Shigeto. En los años siguientes cada avance en la comprensión y la conexión entre bomba y enfermedades y mal formaciones, fue una resultante de una lucha de hombres y mujeres, no de instituciones. Ni siquiera las recurrentes manifestaciones a favor de la paz realizadas cada año lograron encauzar un verdadero y necesario revisionismo mundial sobre el uso y la proliferación de armas nucleares. “Cualquier país” es la expresión mojón que revela la farsa. “Nos oponemos a las pruebas nucleares realizadas por cualquier país”, dice el documento que intenta la Novena Conferencia Mundial. Pero cargada de engaños y luchas internas, sabe la Cumbre que no se puede admitir ese “cualquier país” en la propuesta colectiva que asegura reunirse por la paz. Mientras tanto los enfermos y padecientes; las doncellas de la bomba A, mujeres desfiguradas consideradas “no matrimoniales”; los ancianos “huérfanos” que habían perdido a todos los miembros familiares; las madres jóvenes embarazadas, temerosas de tener hijos deformados, que rechazan el aborto; aquellos que no quisieron nunca recordar el bombardeo ni usar su desgracia para impulsar ninguna agenda, sino solo permanecer callados, en silencio, hasta que les llegara la muerte, todos ellos y ellas, que suelen observar con esperanza la marcha por la paz, van ingresando en una zona de resignación y silencioso descreimiento.
“Recupero el coraje cuando encuentro el sentido de la moralidad profunda y fundamentalmente humana en el pueblo de Hiroshima que no se mata a pesar de su miseria”, escribirá Oe. También decidirá, a su regreso al mundo que lo había visto partir, operar a su hijo y afrontar lo que la vida junto a él le deparara. “La bomba atómica se conoce en todo el mundo, sí. Pero sólo su poder. Lo que no se conoce todavía suficientemente es la clase de infierno por el que tuvo que pasar la gente de Hiroshima, ni sus sufrimientos, diecinueve años después del bombardeo, derivados de las enfermedades provocadas por la radiación.”.
Las Notas de Hiroshima de Kenzaburo Oe, serán mucho más que el recorrido individual y educador que sintió y asumió el escritor. Surgirán, se convertirán, como una lección de humanidad que viaje al mundo para hacer creer, desde aquella década del sesenta, en un futuro que pareciendo ya arrasado de antemano, se puede esperar con mayor esperanza

Gabriel Rodriguez
Profesión
Gabriel Rodríguez nació en Lomas de Zamora en 1974. Estudió historia en el Joaquín V. González y Ciencias de la Comunicación en la UBA. Publicó un poemario y el libro de historias y microcuentos “Buenos Aires, ciudad de Luces y sombras”. Se desempeñó como educador popular y colaboró en diversos medios alternativos.