Por Gabriel Rodriguez.
Vuela el campeón señores! Allá va, esquivando un aire que parece haberse ido del Polo Grounds de Nueva York. Un instante que nadie olvidará nunca más en la historia de todo lo que deba ser historia: se trata de tres, quizá cuatro segundos, de un total de diecisiete que el más pesado de los pesados estará ausente del duelo.
Un despistado de esos que siempre hay dijo “Se fue el muy cobarde, abandonó el lugar de pelea”. “No se fue—explicó, parándose, uno de los pocos criollos en tierras gringas-El Toro lo sacó a trompadas del cuadrilátero”. Este último estuvo más cerca de la realidad.
Luís Ángel Firpo nació en Junín el 11 de octubre de 1894 y a los nueve años se fue a Buenos Aires con su familia. Ya a los veinte años empezó a pelear de forma amateur, y el 10 de diciembre de 1917 comenzó como profesional. Hizo buenos combates y posteriormente más que interesantes negocios; fue como un fundador del pugilato en la Argentina.
En 1920 llegó a la cima de Sudamérica cuando puso knock out en el primer asalto a Dave Mills, en Santiago de Chile. Allí llegó caminando por el camino de los arrieros debido a la falta de capital para solventar un medio de transporte más propicio.
La cuenta se demora, más que retardarse se alarga infinitamente. El argentino espera en el cuadrilátero mientras la montonera compuesta por jurado y público se reacomoda luego de haber recibido los noventa y ocho kilogramos de Jack Dempsey. Lo levantan, lo animan, le dicen quién es y cómo se llama; también le indican que un tal Firpo lo está esperando a unos metros para ver quién se queda con el título mundial de los pesados. Pasa mucho tiempo, más del que cualquier árbitro decente, imparcial y honrado, necesita para decretar el nocaut en una pelea oficial. El yanqui vuelve a la lona desde la eternidad de una cuenta bochornosa, corrupta a la vista de cualquier espectador neutral. Claro que los sobrinos del tío Sam iban a festejar el desenlace que no tuvo que haber sido, que no pudo ni existir de haber habido equivalencias entre los poderosos de costumbre (ya por aquella época) y los débiles de siempre.
El resto es cosa conocida. El Toro salvaje de las pampas perdió por nocaut en el asalto siguiente: es decir, el segundo. Varias buenas conexiones del norteamericano le hicieron caer en unas cuantas veces, antes de caer para no volver a levantarse.
El combate se transformó en un mito que hoy perdura: “La pelea del siglo”. Y se sabe a qué se refiere esta expresión.
“Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales, seguidas de una humillada melancolía casi colonial”. Así lo puso Cortazar en “Circe”.

Gabriel Rodriguez
Profesión
Gabriel Rodríguez nació en Lomas de Zamora en 1974. Estudió historia en el Joaquín V. González y Ciencias de la Comunicación en la UBA. Publicó un poemario y el libro de historias y microcuentos “Buenos Aires, ciudad de Luces y sombras”. Se desempeñó como educador popular y colaboró en diversos medios alternativos.