Por Martín Camps.
Denegri visto por Enrique Serna.
Carlos Denegri(1910-1970) fue un influyente periodista de Excélsiorpor tres décadas,en una época donde la moneda de cambio, para algunos, era el embute. Denegri supo navegar en un sistema político posrevolucionario donde los tráficos de influencias y silencios para denunciar la rampante corrupción se pagaban con favores y sumas generosas de dinero. Sin embargo, la carrera de Denegri no fue segada por los poderosos políticos a los que chantajeaba, hombres de horca y cuchillo, sino por su intransigencia con sus esposas y por un alcoholismo rampante que substraía en él a un energúmeno enchubascado en traumas y delirios. El peor enemigo de Denegri, su antagonista en la novela, es él mismo.
El vendedor de silencio es el regreso de Enrique Serna a la novela histórica, haciendo uso de archivos y entrevistas para presentarnos un cuadro plástico de un personaje contrastante; un periodista que luchó en la Guerra Civil española, pero que humillaba en público a sus esposas; dueño de una de las mejores plumas en el periodismo, pero al servicio del chayote y la corrupción. Denegri es un personaje serniano, como lo fue Santa Anna en su novela El seductor de la patria. Personaje tormentoso que permite una historia trepidante, estrambótica, por eso Serna lo elige a él en lugar de escribir sobre Julio Scherer o Carlos Septién, tal vez, por la misma razón que prefirió al “Quince uñas” en lugar del Benemérito de las Américas.
En una novela serniana no caben los seres impolutos al servicio de la ética y la verdad, sino sus opuestos. Tal vez de esta forma, al conocer a estos seres atrabiliarios y sin escrúpulos, se cuenta también la historia de los periodistas que optaron por la integridad, las plumas heroicas de Renato Leduc y José Alvarado, por ejemplo.
La novela utiliza varios recursos sernianos, los diarios, conversaciones con Piñó Sandoval, las confesiones catárticas con un cura y los recortes de periódico, como el que da nota del asesinato de Denegri por un balazo a manos de su esposa en defensa propia. Su deceso parece un resultado lógico a todas las vejaciones a las que somete a sus mujeres: golpes, sablazos y hasta balazos. Es un personaje que, por deplorable, incita a seguir la lectura esperando su merecido escarmiento. Natalia se convertirá en el ángel justiciero que reconoce en Denegri su “death appeal”. Es afortunada la decisión del escritor de no relatar la escena final de su muerte, la intuimos por las escenas antes descritas de violencia y nos deja un desplegado de prensa para que llenemos los espacios en blanco de lo que sucedió ese día de 1970 cuando su mujer le sorrajó un tiro en la cabeza.
La novela inicia con el encuentro de Denegri con Natalia, una mujer norteña que el periodista corteja con todas las medidas de la galantería: flores, regalos a sus hijos; y que degeneraría después en acoso, persecución e intimidación.Denegri escribe como un anti Sor Juano: “¿Quién es más puta: una piruja callejera que se alquila por horas o una mujer casada que se vende a perpetuidad?” su educación misoginística es de nivel cavernario. Su afición es por la charrería porque era “un bastión de la patria criolla que resistía heroicamente el asedio del peladaje”. También es una afinidad muy a propósito de su machismo exacerbado de los “hombres a caballo”. De hecho, en una escena escalofriante, arrastraa su sirvienta desnuda encabalgado por las calles de la ciudad porque la encontró con un amante.
Las promesas de reforma de su conducta eran las típicas de un charro cantor, llevaba serenatas, flores, pero recaía ala mínima gota de alcohol; Denegri sabía que “el corazón femenino seguía siendo el mismo desde tiempos de los aqueos”. Por ejemplo, en su matrimonio con Estela, una hermosa empleada de Relaciones Exteriores, ella termina accediendo a sus acosos. Sin embargo, no podía terminar bien su relación con una defensora de los derechos de la mujer y promotora del derecho al voto femenino y eventualmente Denegri la “denigra” y en un exceso de borrachera le arranca el vestido en público para probar que ella tenía mejores pechos que Ana Luisa Peluffo en La fuerza del deseo, un hito del cine nacional porque allí apareció por primera vez un desnudo en el cine mexicano. Los infiernillos conyugales recuerdan a su libro de cuentos La ternura caníbal, donde los consortes pueden ser los enemigos más sofisticados.
En otro matrimonio, esta vez con Lorena, la traiciona con Noemí, la esposa de un funcionario público. Para divorciarse de Lorena lleva a una prostituta a la cama donde duerme su mujer y la despierta diciendo: “¡Levántate puta que ya llegó la señora!”. En el cuadro psicológico que compone Serna, Denegri está dañado porque su madre tuvo una temporada de vicetiple y además traicionó a su marido yéndose con un militar que lo exilió para quedarse con ella.
Serna relata la juventud de Denegri en una sección titulada “Los recuerdos de mi viejo” su padrastro, el político y secretario Ramón P. Denegri a quien descubrió en una red de sobornos y quien lo libró de sus desmanes en España usando sus influencias. En México asumiría su identidad como un “mirrey” del periodismo, listo para salir de embrollos mostrando su “charola” y cerrando negocios como un “míster” contemporáneo. Su formación es la de un joven entrenado a formar parte de la “casta de los mandones”. De esta casta, nos relata las correrías de Jorge Pasquel, el magnate que hizo carrera importando jugadores negros a las ligas de béisbol en México. O los desmanes de Maximino, el hermano de Ávila Camacho, con Conchita Martínez, a cuyo marido deportó castrado a Chile.
Serna recrea una época donde coincidían en la escena pública personajes como María Félix, Agustín Lara, Miguel Alemán y los mandamases de un gobierno adusto y plenipotenciario que podía exiliar al esposo de una mujer, para cortejarla y añadirla a su serrallo. Otros personajes que figuran como parte de su ambientación de la época son figuras como Luis Spota (“el Balzac mexicano”), Jacobo Zabludovsky (que prodigaba sonrisas que no “suavizaban la cuadrícula de su rostro”), Salvador Novo que destrozaba a quien ponía bajo su pluma en “La semana pasada” con un talento satírico capaz de derrocar a cualquiera y quien fue el autor de la obra A ocho columnas donde habla subrepticiamente del periodismo mercenario de Denegri.
Otros eventos que edifican el escenario contextual de la novela son la construcción del metro, las olimpiadas de 1968, la represión de Tlatelolco y la llegada del hombre a la luna. Nos habla de los “ojos de gringa” que eran los billetes de cincuenta pesos en color azul claro, aunque no habla de los “cocodrilos” unos Ford Fairlane con triángulos blancos y negros que semejaban colmillos, aunque sí habla de un Galaxie. Denegri era dueño de frasesautomotrices como “En los cuarenta la revolución se bajó del caballo y se subió al Cadillac”.
La sociedad que habita Denegri es uno donde los periódicos ordeñan a sus fuentes y los periodistas miden su éxito periodístico por su cercanía con el poder, sobre todo con el presidente en turno. Denegri, nos recuerda Serna, es la versión mexicana de un Walter Winchell, el periodista neoyorquino que hacía sus agostos del chisme. En México, la consigna del periodismo era que el gobierno o “pagaba o pegaba” y el entramado donde se movían políticos y periodistas, era la consigna de “tener poder para poder tener” que fue una de las máximas de la familia revolucionaria, que podríamos concluir se mantuvieron vigentes hasta sexenios recientes.
No puedo dejar de pensar que las novelas de Serna tienen un mensaje para nuestra época. Esta novela desciende a los túneles de la descomposición de los medios de comunicación, tal vez la corrupción más dañina para una democracia. Si los encargados de exhibir los malos manejos de las finanzas públicas se hacen de la vista gorda y peor aún, cobran caro por su silencio, entonces pierde la sociedad entera. Cuando en otros países la revelación de actos de corrupción los encamina al Pulitzer, en México, el periodismo estaba al mejor postor, dispuestos para arrendar su pluma.
Denegri representaba un ala del periodismo en México que eran los aliados de un sistema corrupto que consolidó el priato. Denegri, por ejemplo, tenía un archivode tropelías de los políticos que hubiera sido una mina de oro para un verdadero periodista y no para un mercenario de la pluma, organizado por colores de todos sus clientes ycategorizadopor las gratificaciones de su auto mordaza de oro.

Martín Camps
Poeta y profesor de literatura
Poeta y profesor de literatura. Ha publicado cinco libros de poesía, su último libro es Los días baldíos (México: Tintanueva). Ha publicado poemas en varias revistas, sus últimos poemas aparecieron en la revista Modern Poetry in Translation. Actualmente es profesor de literatura en la Universidad del Pacífico en California.