Por Ignacio Budano / Horacio Gilberto – maestros de grado de primaria.
Pretendemos dar a conocer algo que según sospechamos, aquellos que trabajan en el aula, desconocen: la diversidad de tareas que debemos cumplir las y los trabajadores de la educación. No sólo exponiendo la precarización a la cual somos sometidos sino como esta precarización afecta, inherentemente, a la labor pedagógica.
La histórica lucha de los asalariados a lo largo del tiempo no solo se relaciona con mejorar sus ingresos, sino también con las condiciones generales de trabajo; aquello que en términos legales hoy conocemos como discusión paritaria y que, por algún motivo en los medios de comunicación, solo hace referencia a porcentajes salariales.
A lo largo del tiempo la explotación consistió en garantizar a los trabajadores las condiciones mínimas para la subsistencia. Cuando esta situación se da en aquellos que se dedican a la enseñanza se pone de relieve la importancia que le otorga a la educación una sociedad. Nos proponemos analizar qué pasa cuando además de salarios bajos los docentes se enfrentan a multiplicidad de tareas que están fuera del propósito de su profesión y lejos del alcance de su formación.
En febrero de 2017, en el marco de un plan de lucha docente, el gobierno nacional lanzó una campaña sucia a través de las redes sociales. Miles de supuestos voluntarios se ofrecían a dar clases reemplazando docentes que pudieran adherir a los paros. Más allá de que la absurda campaña fue descubierta en pocas horas y que las propias autoridades reconocieron la inviabilidad desentendiéndose de la campaña, cabe preguntarse en qué se supone que consiste el trabajo docente para el imaginario de las autoridades, los medios y en alguna medida para el resto de la sociedad.
Suponemos que quienes diseñan políticas educativas, quienes opinan sobre las problemáticas, y gran parte de la sociedad, saben que nuestro trabajo no solo consiste en planificar clases, ponerse al frente de un aula y corregir. Pero es realmente tan así, acaso en esta campaña apócrifa no había algo de lo que para el imaginario social es la tarea docente. Más allá de la mitología sobre las extensas vacaciones y las licencias desmedidas, cuánto se sabe realmente de la multiplicidad y simultaneidad de tareas docentes.
Una maestra o un maestro de grado puede encargarse de cuestiones tan diversas como realizar proyectos anuales, muestras, confeccionar el registro, escribir notas en cuadernos de comunicaciones, confeccionar boletines, buscar y planificar salidas didácticas (juntando plata y autorizaciones para las mismas) cuidar recreos, comedores, curar niños lastimados, realizar actas, detectar situaciones de abuso o maltrato y actuar al respecto, realizar derivaciones de niños que lo ameriten (aunque en muchos casos el sistema no dé respuestas adecuadas a esas problemáticas), decorar el aula, encargarse de los actos escolares (lo que puede traer aparejada otra multiplicidad de funciones tales como escribir un discurso, las glosas, los abanderados, los himnos, el sonido, la decoración, el número con sus respectivos ensayos, etc ), realizar reuniones de familias, o citaciones particulares que lo ameriten. En algunos lugares de nuestro país las tareas pueden llegar a abarcar la compra y preparación de los menús de los alumnos .
Seguramente al leer alguien podrá destacar algún olvido en la enumeración. Gran parte de estas tareas son quehaceres cotidianos de los trabajadores de la educación desde hace años.
Lejos de reducir esta multiplicidad de funciones en los últimos tiempos aparecieron nuevas tareas. Desde los distintos ministerios suelen “bajar” programas cuya implementación recaen directamente en las y los maestras y maestros.
Algunos de ellos son una imperiosa necesidad, como las jornadas ESI o las asambleas de convivencia escolar o los contenidos en nuevas tecnologías, pero vale destacar que la planificación, preparación y el dictado de todo esto es en gran parte responsabilidad de las maestras y los maestros de grado.
Las pausas evaluativas son diseñadas fuera de la escuela, así como también lo son sus criterios de corrección. Pero la corrección que puede llevar semanas recae también sobre nosotros.
En algunos grados (séptimo o primero), corresponde la articulación con otros niveles.
También en estos casos, pudo haber olvidos en la enumeración, y desconocimiento sobre lo que sucede en otras jurisdicciones.
Ambas listas tienen el propósito de reflexionar, sobre un hecho que puede representar algo más que una injusticia sobre un sector de la clase trabajadora.
Ambas listas tienen el propósito de reflexionar, sobre un hecho que puede representar algo más que una injusticia sobre un sector de la clase trabajadora.
¿Qué puede haber detrás de esta situación de explotación, a trabajadoras y trabajadores que deben contar con una formación específica para ejercer una función, y que pocas veces provienen de familias de sectores acomodados?
A la escuela pública se la suele denominar “la primera trinchera del Estado”. Continuando a desgano con la metáfora bélica cabe hacer una analogía con la mayoría de las guerras, cuyas trincheras son ocupadas por los menos favorecidos de la sociedad, sujetos a los que se les demanda misiones complejas con equipamiento escaso. En el mismo sentido puede valer la analogía para el rol de los “altos mandos” que diseñan estrategias desconociendo lo que sucede en esos frentes.
La escuela es el único dispositivo estatal que alcanza a todos los sectores de la sociedad. Ello trae aparejado cargar con muchas de las responsabilidades de un Estado que suele mostrarse ausente, desde la atención y contención de los más vulnerables, a la resignificación permanente de su rol producto de verse atravesada por todas las problemáticas sociales, económicas y culturales.
¿Cuál es entonces la intencionalidad, de seguir recargando de tareas a las y los trabajadores de la educación?
El Estado ahorra recursos delegando funciones en la Escuela: programas que merecerían un desarrollo más acabado recaen sobre las espaldas de los docentes, quizá por el desarrollo territorial de esta institución, aunque cabría preguntarse cuántos recursos invertiría el Estado si las ejecuciones de algunas de sus políticas recayeran en otros actores.
La justificación de las funciones de algunos estamentos estatales: ideólogos y delineadores de políticas educativas justifican su existencia, delineando programas cuya implementación delegan en las y los docentes.
Estas y otras hipótesis pueden ser consideradas. Lo cierto es que como señalamos anteriormente, esto no solo afecta a las y los docentes: si hay alguien que se perjudica con el hecho de que las y los docentes sufran alienación laboral son las alumnas y los alumnos.
Muchas veces solemos escuchar sobre innumerables privilegios estatutarios de los trabajadores de la educación, absurda creencia que ameritaría otro artículo. Cuesta creer lo difícil que le resulta a algunos analistas y generadores de políticas públicas establecer una relación entre calidad en las condiciones de trabajo de los trabajadores de la educación y mejores resultados en el aprendizaje de las alumnas y los alumnos.
¿Cuánta creatividad, paciencia o planificación es legítimo demandar a alguien a quien se lo recarga de tareas? ¿Puede cualquier trabajadora o trabajador, desarrollar bien su tarea si se le exige más de lo que puede abarcar? ¿No suponen quienes piensan algunos programas, que muchos de ellos al ser llevados a cabo en horas de clase atentan contra el cumplimiento de los objetivos de aprendizaje? ¿Puede llevar adelante una trabajadora o trabajador con idoneidad una tarea para la que no fue capacitado? ¿Cuánta más actualización o capacitación ,que en gran medida suele ser paga y fuera de horario laboral, puede exigirse a alguien que está desbordado de tareas?
Según Athusser, “el sistema (nos rebasa y aplasta) y nos obliga a poner nuestro empeño en cumplir hasta la última directiva” (Althusser Louis, 1988, p.15)1
Además de los magros salarios y las situaciones anteriormente mencionadas, muchas veces solemos recibir la agresiones en opiniones que se reproducen en medios de comunicación que penetran en algunos sectores de la sociedad. En ocasiones estos discursos generan desconfianzas y enojos en las comunidades educativas. El discurso de que nuestros alumnos no aprenden por culpa de la desidia de las maestras y los maestros a veces suele llegar a algunos sectores de la sociedad que no sólo no problematizan sobre las condiciones de trabajo docente, tampoco son capaces de reconocer que no hay problemática social que no recaiga sobre la escuela.
Uno de los principios de la desigualdad, consiste en desprestigiar la tarea de todo trabajador. Casi todos los trabajadores realizan funciones que no son reconocidas. Quizá la diferencia es que en la docencia, como en algunos otros servicios públicos, los afectados no son solo aquellos que realizan la tarea, sino también, los destinatarios de estas funciones.
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