Por Pablo Caramelo.
para Lady Banana
Una última chance de la época moderna por aferrarse a sí misma como proyecto, aunque más no sea apelando a sus peores pesadillas, parece haber sido la de que la lengua no pudiese atravesar lo sucedido. Algo de eso nos interpela en el mantra “después de Auschwitz”, cuyo sobrecogido ostinato ya casi extenúa el suceso que refiere. Al despedirse, la modernidad quiso que la lengua asumiera el sitio de Dios y muriese con ella.
La continuidad de la lengua, sin embargo, estaba prometida en aquel célebre relato jasídico: si se atenuara la ceremonia que nos reúne en el origen, si se desorientara el lugar, si aun confundiéramos la fecha, lo que queda después de esa dispersión y de ese olvido, es poder contarnos la historia.
Pues, a pesar de que nos injurie, la lengua se libera del peso, sagrado o espantoso, de lo que representa, y pasa. ¿Es una “banalidad” esencial de la lengua seguir a pesar de todo? La provocadora palabra de Arendt, también supo que el idioma alemán no tenía la culpa: era su lengua madre, es decir, la lengua que resonaba en su memoria en la forma de poemas aprendidos durante la infancia y juventud.
(Escándalo mayor: la madre del algún poema de Celan supo por su hijo que los asesinos también escriben poemas.) 1
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La lengua, entonces, pasa a través de lo sucedido. Eso dice Paul Celan (justamente él) en 1958, durante un discurso de aceptación de un premio literario en Bremen. La lengua debió pasar en medio de todas las pérdidas: “a través de la propia falta de respuesta, a través de un terrible enmudecimiento, pasar a través de las múltiples tinieblas del discurso mortífero”. 2 Esa lengua que era la de los asesinos de sus padres, él la sigue adoptando para sus poemas “para averiguar dónde me encontraba y a dónde ir, para proyectarme una realidad”. Para Celan, moverse poéticamente en esa lengua es ir y venir rumbo a algo primordialmente dialógico.
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Ir y venir, orientación tentativa y pendular de la lengua que sigue.
Los tabúes desguazados,
y el vaivén fronterizo entre ellos,
fluir de mundos, al
acecho del significado, a la fuga
del significado.
(Die abgewrackten Tabus,/ und die Grenzgängerei zwischen ihnen, weltennass, auf/ Bedeutungsjagd, auf Bedeutungs-/ flucht.)
Sea lo que pensemos que signifiquen esas prohibiciones, ir y venir entre ellas parece inutilizarlos: su desguace permite que se viertan los mundos. ¿Es ese vaivén el que ya estaba a la caza del significado o es el puro oleaje de la lengua contra los tabúes la que los erosiona y vierte mundos? Ir y venir, en cualquier caso, lo hace la lengua que persigue los significados en una custodia que los aleja, para que su propio movimiento a través de lo sucedido no se detenga nunca. ¿Hacia qué? Algo abierto, dice Celan, y suena a vaga promesa heideggeriana, si no delimitara inmediatamente: “hacia un Vos asequible” o invocable. Los poemas de la lengua atraviesan lo sucedido hacia Vos. Pero esa orientación que inclina la dirección del poema es la más riesgosa, asume una lúcida y mortal equidistancia para sopesar el desequilibrio de estar temporalmente sobre la tierra:
Eras mi muerte:
pude sostenerte
mientras todo se me escurría
(Du warst mein Tod:/dich konnte ich halten,/ während mir alles entfiel.)
Vos, lo abierto: hacia ahí pasa la lengua de los poemas, “herido de realidad y buscando realidad”. Wirklichkeit es la palabra recobrada: lo real, quizás también como un amparo contra la imputación de hermetismo. (También la alquimia trabaja en nombre de lo real) Hermetismo y pesadilla, entonces: hay que atravesarlos, piensa la lengua de Celan. Vos, lo abierto, lo real. Invocaciones que usa el poeta para orientarse y orientar las palabras hacia cada uno de nosotros (que no somos una persona, sino una exigencia, como dice Agamben, cuando se pregunta a quién va dirigida la poesía).
No hay experiencia de lectura más liberadora que disponerse como anfitrión de un poema que transporta así, en la lengua, la experiencia de lo innombrable. Esa hospitalidad (esa paciencia) nos transforma en sobrevivientes y es una especie de ética, la ética del misterio, como querría Mallarmé. Y como toda lectura también es el origen de una caligrafía, he aquí un garabato:
cómo habría corregido entonces
Celan
al poema
para inclinarlo a contar
que la pesadilla de incineración y torturas olvidables
era la obra
de un humillado ser superior
que lavaba el mundo durante toda la noche
y ahora entregaba puntual
la mañana
aún (aún)
con un redentor sabor performativo.

Pablo Caramelo
Profesión
Nació en Junín, Provincia de Buenos Aires. Es poeta, actor, dramaturgo y director teatral. En 2014 publicó los poemarios Buenos Aires planea una revolución justa y Falso feudo. Sus textos formaron parte de las antologías Diva de mierda (España) y La metáfora incompleta –homenaje a Roberto Juarroz-, entre otras. En 2018 editó Notas frente a una puerta desvanecida, obra que recibió una mención especial del jurado en el concurso internacional de poesía Raúl González Tuñón.