Por Autor Martín Camps.
La película “Rojo Amanecer” del director mexicano Jorge Fons relata la cruenta masacre de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas en la Ciudad de México el 2 de octubre de 1968. La película estuvo “enlatada” (prohibida de ser exhibida) hasta 1990.
La historia se enfoca en una familia clasemediera en el edificio “Chihuahua” donde habita un abuelo que peleó en la Revolución mexicana, los padres que se oponen a que sus dos hijos jóvenes participen en el movimiento y dos hijos menores de edad. La película es la crónica de lo que sucedió ese día fatídico, los teléfonos desconectados en los edificios, el apagón, y después, el terror de la balacera, los cuerpos apilados y el silencio de los medios de comunicación.
El contexto son las olimpiadas en México de 1968, diez días antes de que se inauguraran, (“no queremos olimpiadas, queremos revolución” era el grito en las calles) y el gobierno del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz pretendía acallar las manifestaciones y los pliegos petitorios de los jóvenes que estaban protestando en la plaza (liberar a los presos políticos, disolver el cuerpo de granaderos o policía antimotines). “En estos tiempos es más peligroso ser estudiante que ser criminal” dice uno de los jóvenes.
Después de la balacera, los hijos mayores llegan a casa seguidos por otros manifestantes, uno de ellos herido de bala, y se refugian en el apartamento de la familia. Beto, el papá y funcionario de gobierno, regresa a casa haciendo uso de su influencia, y planean sacar el herido a la siguiente mañana, y los otros jóvenes tendrán que “jugársela” saliendo del apartamento. Los padres están molestos con los muchachos porque “con el gobierno no se juega” dice el abuelo y la madre “estoy harta de su revolución” les reclama. Sin embargo, en la noche, justo después de que se escuchan los gritos desesperanzadores de una madre que busca a sus hijos, seguramente muertos, llegan a la puerta del departamento tres miembros de la policía, vestidos de civiles, pero con el distintivo guante blanco para distinguirse entre ellos.
Los hombres armados piden que abran la puerta y la familia esconde a los jóvenes manifestantes en el baño. Los policías encuentran “pruebas” del radicalismo de los jóvenes porque encuentran un poster en la pared del Che Guevara y un libro del Manifiesto del partido comunista, más aún, encuentran la sangre del herido en la cama y empiezan a golpear a la familia hasta que sacan a los jóvenes del baño, uno de ellos intenta huir y es acribillado a quemarropa. La familia intenta desarmar a los policías, pero en su intento fallido, todos son baleados. El único sobreviviente es el niño que sale del escondite que le planeó el abuelo debajo de la cama y camina desconsoladamente por los cuerpos de sus familiares y después por la escalera ensangrentada (como en un descenso a los infiernos) con los cuerpos de sus hermanos que intentaron escapar.
Afuera, el niño se encuentra con el rojo amanecer del 3 de octubre, cuando los empleados de limpieza intentan lavar la sangre de la explanada, en cuyo sitio, por una coincidencia histórica, también se había suscitado una masacre en los tiempos de la conquista. En ese mismo sitio prehispánico que estaba destinado a ser la piedra de sacrificios de la juventud mexicana en 1968. El niño representa simbólicamente el pueblo mexicano en estado de orfandad, abandonado, pero con la conciencia despierta a partir del trauma.
Actualmente, en las paredes de la ciudad de México, aparecen las pintas en la pared que declaran que “el 2 de octubre no se olvida” que está grabado con sangre en la memoria mexicana. Una fecha que se convirtió en un momento coyuntural de la psique mexicana porque fue cuando la sociedad cayó en cuenta de los alcances represores del gobierno. Esta fecha marcaría un parteaguas también para una generación entera. La escritora Elena Poniatowska, en su libro más famoso,La noche de Tlatelolco, documentódesgarradoramente las voces del movimiento estudiantil.
Para finalizar, para mí el poema más desgarrador que escribió la formidable Rosario Castellanos es el que a continuación transcribo:
Memorial de Tlatelolco
La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
Para que nadie viera la mano que empuñaba
El arma, sino sólo su efecto de relámpago.
¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en el radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangre con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordamos.
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca

Martín Camps
Colaborador
Poeta y profesor de literatura. Ha publicado cinco libros de poesía, su último libro es Los días baldíos (México: Tintanueva). Ha publicado poemas en varias revistas, sus últimos poemas aparecieron en la revista Modern Poetry in Translation. Actualmente es profesor de literatura en la Universidad del Pacífico en California.
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